La ciudad húngara que vivió el mayor desastre medioambiental del país, y renació para convertirse en un pueblo sostenible y “verde”.
El 4 de octubre de 2010, la ciudad Devecser situada al oeste de Hungría fue testigo de un desastre medioambiental sin precedentes. El depósito de una planta de aluminio reventó, por lo que una marea de lodo rojo tóxico comenzó a cubrir el paisaje arrasando con 4.000 hectáreas de tres localidades del país. Esta fue la mayor catástrofe ambiental que alguna vez haya sufrido Hungría, ya que se llevó la vida de 10 personas, 150 resultaron heridas y los daños económicos ascendieron los 200 millones de euros.
Ante semejante panorama, los habitantes de la localidad de la mano del alcalde Toldi Tamás, decidieron evolucionar y reinventarse de forma ecológica a través de la inversión en energías renovables. Para ello en una primera instancia, limpiaron el terreno de aquél subproducto cáustico de extracción de aluminio extrayendo la capa superior de los suelos.
Posteriormente, el municipio adquirió varias parcelas y así se creó un bosque de álamos de 30 hectáreas. A través de esta iniciativa se evita la utilización de gas para calefaccionar, ya que esos árboles proporcionan leña para calentar 87 hogares que fueron construidos luego del desastre. Se trata de una forma de crear y consumir energía local.
Los terrenos que sufrieron el vertido del lodo contaminante se encuentran junto a la plantación de álamos, y luego del derrame se transformaron en un parque diseñado por un arquitecto húngaro que permite la reutilización de los suelos, y la activación de la zona para que vuelva a generarse actividad comercial y empresarial.
A su vez, explotan la energía geotérmica, que es aquella almacenada en forma de calor bajo la superficie terrestre en rocas, aguas termales y suelos. La misma se extrae por medio de pozos y sirve para alimentar energéticamente la terminal de autobuses de la ciudad. Con la intención de continuar con el abastecimiento local sin tener que depender de compras a otras ciudades, se inauguró una plantación con manzanos silvestres que no necesitan de altos grados de fumigación. Los frutos se deshidratan en una fábrica que funciona gracias a la energía solar.
La financiación de esta transformación se hizo a partir de fondos estatales y de donaciones, y generó más de 200 puestos de trabajo. Es decir que partiendo del desastre, se pudieron buscar nuevas formas ecológicas que le permiten al pueblo salir adelante con mano de obra, energía y productos locales.