Los miserables es una de las pocas novelas que ha gozado de una prolongada vida después de su primera edición. Escrita por el político, poeta y escritor francés Víctor Hugo y publicada en 1862, es una de las novelas más conocidas de la literatura contemporánea. Ha tenido versiones abreviadas, reescrituras, películas y, por supuesto, el musical de fama mundial; pero para poder entender el real valor de Víctor Hugo, debemos volver a analizar el texto.
ARGUMENTO
La novela transcurre en Francia, en ambientes rurales y capitalinos. Narra las vidas y las relaciones de varios personajes durante un periodo de veinte años, a principios del siglo XIX, en los cuales transcurren las Guerras Napoleónicas. Principalmente se centra en los esfuerzos por redimirse del protagonista, el ex-presidiario Jean Valjean, pero también analiza el impacto de las acciones de Valjean a través de reflexiones sobre la sociedad. La obra razona sobre la naturaleza del bien, el mal, la ley a través de una historia que abarca y expone la Historia de Francia, la arquitectura de París, la política, la ética, la justicia, la religión, la sociedad y las clases y la naturaleza del amor romántico y familiar.
Retrato de Víctor Hugo.
Al igual que Guerra y paz, de Liev Tolstoi, la novela gira en torno a la forma en que las vidas individuales se desarrollan en el contexto de acontecimientos históricos que definen una época. Por ello, el personaje de Valjean es la clave de Los miserables, y su desesperada necesidad de redimirse mediante la adopción de Cosette, constituye el núcleo de la novela. Valjean padece, durante toda la narración, la persecución del inspector Javert, con el cual se encuentra irrevocablemente entrelazado; Javert no ceja en su determinación de hacer cumplir la ley y detenerlo. Este drama personal de la presa y el cazador transcurre en pleno París revolucionario, llega a su clímax cuando Cosette se enamora del idealista radical Marius, y Valjean se enfrenta a la posibilidad de perder todo cuanto ha amado.
Vista parcial de la Catedral de Notre-Dame de París.
De este modo, la novela atrae al lector a la geografía y la política de París con un realismo que no tiene comparación, e incorpora las características meditaciones del escritor sobre el universo, la batalla de Waterloo y el sorprendente desenlace.
PERSONAJES
Por la obra se extienden una gran cantidad y variedad de personajes, por lo que se hablará solo de quienes tienen mayor peso argumental.
Personajes principales:
Personajes secundarios:
ANÁLISIS DE LA OBRA
La obra muestra un excelente estudio de la sociedad de aquella época; así como de las pasiones, caracteres y actos que en la misma tienen lugar. Además, se nos muestra la pobreza en el siglo XIX y el valor del perdón, en donde el simple hecho de rectificarse trae bienestar y paz al alma; el amor que se siente por él en su entorno. Ahora bien, a lo largo de la obra se tocan varios tópicos, a saber:
Los Miserables no es solo una historia de y para el pueblo, sino también una profunda denuncia de las iniquidades de una época en la que el Progreso anunciado brilla por su ausencia; por doquier el hambre se ensaña con los pobres y la ignorancia los convierte en carne de presidio. Víctor Hugo pone especial énfasis en dos clases de desamparados: la mujer y el niño. La mujer porque pierde la inocencia y el pudor, el niño porque no tarda en hacerse hombre vicioso.
Víctor Hugo.
Sus personajes responden a las distintas clases sociales y tipos humanos, con lo cual el autor logra mostrar un mosaico de la sociedad de su tiempo, con sus males y virtudes. Así aparece la figura de Fantina, como la joven mujer que pierde el pudor. De bello rostro, ojos azul oscuro, delicado perfil, cutis y dedos blancos, no se le conoce familia, y a los 15 años decide dejar su pueblo para probar fortuna en París. Una vez allí se entrega por amor y es abandonada por su novio cuando se entera de que está embarazada. Este hecho es el inicio de su caída en la miseria más absoluta; el deseo de bienestar para su hija, a la que no ve por estar bajo los supuestos cuidados de los Thénardier, la conducen a prostituirse.
Poco a poco, el hambre y las malas condiciones de vida cambian su aspecto haciéndolo más vulgar. Ahora bien, esta ruina no es moral, porque ella busca otros caminos en su intento de no caer en la vergüenza de la prostitución. No obstante, la misma sociedad se los cierra. Por eso, su ruina es puramente externa, su corazón e intenciones se mantienen puros hasta el final de su vida: “Fantina adoraba a su hija. A medida que iba descendiendo, cuanto más sombrío se hacía todo a su alrededor, más irradiaba en el fondo de su alma aquel dulce angelito.”
Vista de la ciudad de París hacia 1870.
Luego está la figura implacable de Javert, inspector de policía nacido en prisión. Se lo describe con nariz chata, enormes patillas, labios delgados, mandíbula prominente, mirada oscura y aire de mando feroz. Javert lleva su sentido del deber al máximo y toma como revancha personal el encontrar a Jean Valjean para hacerlo pagar su reincidencia, desdeñando que el mal que ha hecho ese hombre es ínfimo en comparación con todas las buenas obras que realizó luego y no admitiendo matices en la ley: “Cubría de desprecio, de aversión y de disgusto a todo el que una vez había pasado el límite legal del mal. Era absoluto, y no admitía excepciones. Por una parte, decía: “El funcionario no puede engañarse; el magistrado nunca se equivoca.” Por la otra, decía: “Éstos están irremediablemente perdidos, nada bueno puede esperarse de ellos.”
Ilustración del inspector Javert incluida en la edición original de Los miserables.
Esta visión del comportamiento de un hombre del Estado choca con su sentido común al ver que su persecución no tiene justificación alguna, únicamente la de privar de la libertad a un individuo que demostró que sus concepciones estaban equivocadas, ya que se elevó sobre el mal al que había sido condenado por ese Estado al que sirve. Comprender que ha vivido y actuado bajo un dogma equivocado lo lleva a tomar una decisión radical ya que todo su sistema de creencias entra en crisis cuando Valjean le perdona la vida: “Hasta entonces había vivido con la fe ciega que engendra la probidad tenebrosa (…) Todas sus creencias se desvanecían. Algunas verdades, que no quería escuchar, le asediaban inexorablemente (…) Padecía los extraños dolores de una conciencia ciega, bruscamente devuelta a la luz.”
En tanto, los Thénardier, posaderos, representan la codicia de una porción de la sociedad que, estando en las profundidades de la escala social, convierten su pobreza en motivo de bajeza. Él es el opuesto a Valjean, dado que en lugar de convertir su miseria en motivo de superación personal, alimenta su odio a la sociedad: “(…) como odiaba a todo el género humano, como tenía en sí una profunda dosis de odio, como era de los que se vengan perpetuamente, de los que atribuyen la culpa de cuanto cae sobre ellos a cuanto tienen delante de sí…” Víctor Hugo explica esta diferencia de destinos de la siguiente manera: “Todos los hombres son del mismo barro. No existe diferencia, por lo menos en este mundo, respecto de la predestinación (...) Pero la ignorancia mezclada con la pasta humana, la ennegrece. Esta incurable negrura se apodera del interior del hombre, y se convierte allí en el mal.” Su esposa, en cambio, es representada como una mujer cuyo instinto maternal es difuso, ya que es capaz de vender a sus hijos y solo se interesa por sus hijas mujeres: Éponine y Azelma; a Gavroche lo lanza a la vagancia al no preocuparse por él.
Gavroche es un fuerte símbolo sobre el que advierte Hugo, es el niño despojado de familia que sobrevive gracias a su astucia en las calles de París, abandonado a la Providencia y a sus pequeñas estafas. Dice de él, en uno de los más bellos y poéticos pasajes del libro: “París tiene un hijo, y la selva un pájaro. El pájaro se llama gorrión; el hijo se llama el pilluelo. Asociad estas dos ideas que contienen, la una todo el foco de luz, la otra toda la aurora.” Su corazón es noble y puro, comparte con los otros lo poco que tiene y obra rectamente, a pesar de no poseer una formada conciencia moral, sino un instinto de bondad que deviene de sus prosaicas reflexiones filosóficas.
Ilustración alusiva del momento de las barricadas durante los movimientos revolucionarios que se describen en Los Miserables. Este es uno de los puntos más altos de la obra de Víctor Hugo.
Éponine también goza, si bien parece mezquina en algunos momentos, de un sentimiento de bondad, enfocado principalmente en Marius, a quien ama. Tanto ella como su hermano representan la luz en las tinieblas de la ignorancia y la miseria: ambos se elevan de la decadencia moral de sus progenitores y engrandecen sus almas con sacrificios desinteresados. En cambio, su padre, cuando se le da la oportunidad de redimirse, no la acepta.
El otro gran personaje es Marius Pontmercy, un muchacho de mediana estatura, de cabellos espesos negros y aspecto sincero. Es abogado y sus ideas monárquicas inculcadas por su abuelo cambian al conocer la historia de su padre, un coronel bonapartista. Esto lo lleva a entremezclarse con el grupo revolucionario de 1832, remitiéndonos de este modo al mismo cambio ideológico sufrido por el propio autor.
Marius deviene en parte de la gran dualidad de esa época: la de los hombres jóvenes, abocados al progreso de la nación, contrarios a los hombres viejos, representados por su abuelo, el señor Gillenormand. Es un muchacho idealista, preocupado por las cuestiones sociales, pero asimismo un romántico soñador.
Juan Valjean, el protagonista de esta historia, es un hombre del pueblo, cuya representación le da un carácter de héroe universal y a la vez particular dentro del pueblo francés. Al ver a su familia hambrienta, no puede pensar en otra cosa que en su bienestar y esto lo conduce a robar una hogaza de pan. Este hecho lo lleva al inicio de su decadencia cuando es encarcelado por el ilícito cometido. De esta manera, Juan toma conciencia de la iniquidad cometida y su natural bondad decae al tener que hacerse duro para afrontar la prisión: “(…) llegó a la convicción de que la vida es una guerra y que en esta guerra él era el vencido. Y no teniendo más arma que el odio, resolvió aguzarlo en el presidio y llevarlo consigo a su salida.”
Representación de Jean Valjean bajo la identidad de Monsieur Madeleine. Ilustración de Gustave Brion.
Sin embargo, su deseo de libertad lo insta a la fuga una y otra vez, alargando su pena. Es así que su condena acaba y lo dejan irse con un pasaporte que recuerda su condición de recluso, pero él se ha transformado en un ser antisocial que no sabe cómo reinsertarse. Como se ha visto, Valjean no tiene una naturaleza malvada. El mundo delictivo ha hecho mella en él y una de las primeras cosas que realiza al liberarse, al ver que no hay lugar para él en un mundo que se ha mostrado irremediablemente injusto, es robar a Monseñor Myriel sus candelabros y luego unas monedas a un niño. Estas dos acciones le demuestran su degradación, por lo que, conmovido, Juan se propone como meta volver a ser un hombre íntegro: “Examinó su vida y le pareció horrorosa, examinó su alma y le pareció horrible. Y sin embargo, sobre su vida y sobre su alma se extendía una suave claridad.”
Esto lo logra por poseer el intrínseco valor del bien que acompaña a las personas desde su nacimiento, según la mirada del autor, quien estaba influido por las ideas revolucionarias. En suma, Valjean es un hombre bueno al que las instituciones no solo condenan al declive moral, sino que cuando alcanza una nueva y favorable vida bajo el nombre de Monsier Madeleine, se empeñan en volver a destruir llevando el pasado hacia él y persiguiéndolo sin tregua, como si los representantes del Estado creyeran en un extraño determinismo de que quien obra mal, nunca podrá obrar bien.
Por otro lado, hay un fuerte componente religioso en el mensaje de Víctor Hugo, visible sobre todo en la figura del obispo de Digne, Monseñor Bienvenido Myriel. Este personaje demuestra su compasión de hombre piadoso y le ofrece cobijo y comida a nuestro protagonista. Pero Valjean en mitad de la noche se levanta y le roba unos cubiertos de plata, el único tesoro que el obispo posee, puesto que todo lo que recibía lo destinaba para ayudar a los pobres. Al huir del pueblo lo detiene la policía con los cubiertos y lo llevan ante el obispo, quien, en un acto de bondad, lo salva, diciendo que él le había regalado aquellos objetos para que empezara una nueva vida. De este modo le brinda una enseñanza al deshumanizado Valjean y logra que busque el perdón de sus pecados: “Jean Valjean, hermano mío, vos no pertenecéis al mal sino al bien. Yo compro vuestra alma; yo la libro de las negras ideas y del espíritu de perdición, y la consagro a Dios.”
Valjean quiere entonces volver a comenzar como un individuo nuevo, libre de darse a sí mismo las oportunidades que se merece para prosperar y servir a su comunidad y hacer el bien al que lo impulsaba su corazón, pero al que unas instituciones terrenas hacen ocultar: “En el momento en que exclamaba « ¡Soy un miserable!», acababa de conocerse tal como era.”
Su tránsito hacia el mal no es más que un tropezón, el cual, no obstante, le costará toda su felicidad futura y condicionará su relación con la sociedad. Además, Valjean se muestra como una persona tendiente a sobreponerse y afrontar la adversidad, lo que hace que salga fortalecido, incluso elevándose en la escala social, adquiriendo, además, una formación con la que nunca hubiera soñado. No obstante, y a pesar de todo esto, tambalea al conocer que un hombre llamado Champmathieu ha sido confundido con él. Por ello, se debate entre dejar que él ocupe su lugar en la cárcel y así olvidar para siempre su pasado, o descubrirse ante el tribunal y regresar a una vida miserable en la que su obra de caridad desaparecería. Finalmente vence en su interior su conciencia y su responsabilidad por él: “¡Robaba a otro su existencia, su vida, su paz, su luz del sol! Era, pues, un asesino: mataba moralmente a un infeliz, le condenaba a esa horrible muerte de los vivos, a esa muerte a cielo abierto, que se llama presidio. Por el contrario, entregarse, salvar a ese hombre, objeto de tan funesto error, tomar su nombre, volver a ser por obligación el presidiario Juan Valjean, era verdaderamente acabar su resurrección, y cerrar para siempre el infierno de que salía (…) Era necesario cumplir ese deber; porque nada habría hecho si no lo cumplía, y su vida sería inútil, su penitencia ineficaz, absolutamente estéril y sin objeto.”
Finalmente, la presencia de Cosette en su vida es la última confirmación de sus aspiraciones al bien: el cuidar de ella y darle la seguridad de un hogar, convertirse en su padre y llenar el vacío de su ávido corazón, como ella llenaría el suyo: “El destino unió bruscamente y enlazó con su irresistible poder aquellas dos existencias desarraigadas, diferentes por la edad y parecidas por la desgracia (…) Ponerse en contacto fue hallarse mutuamente. En el momento misterioso en que se tocaron sus dos manos, se soldaron. Cuando se vieron estas dos almas, se reconocieron como necesarias la una para la otra y se abrazaron estrechamente.”
Vista actual de la ciudad de París desde Notre-Dame.
CONCLUSIÓN
“(…) Llega un punto en que los desafortunados y los infames son agrupados, fusionados en un único mundo fatídico. Ellos son los miserables (…)”, dice Víctor Hugo en este edificante alegato contra las injusticias humanas que aún hoy siguen vigentes. El autor intenta descubrirnos los dos significados de la palabra miserable, no excluyentes entre sí: la miseria del hambre y la miseria moral.
Lo que el escritor francés nos muestra es la realidad del pueblo, que pugna por salir de la indigencia y la ignominia, la grandeza de esos luchadores anónimos que levantan barricadas en defensa de la República y subliman con su sangre la pelea por los ideales libertarios que marcaron la Modernidad. No por eso se queda en la investigación de las causas filosóficas de tales movimientos, sino que interfiere en las conciencias y en los subterfugios de los personajes representativos de esa sociedad y nos hace comprender sus motivaciones. Al mismo tiempo, se erige en defensor de esas pobres almas que no teniendo nada en la Tierra, lo tienen todo en sus corazones y con su amor se consagran a la Humanidad.