A pesar de lo abstracto que nos pueda resultar, el poder simbólico se encuentra atravesado en nuestra cultura como un elemento cotidiano que, comprendiéndolo, nos ayuda a entender a nuestra sociedad.
Antes de referirnos al poder simbólico debemos hablar del poder. Más allá de cómo se ejerza, por la fuerza en el caso de una dictadura o a través del sistema electoral en democracia, el poder siempre cuenta con un margen de adhesión que permite que subsista. Sin embargo, no se trata de una adhesión absoluta, sin fisuras o definitiva, ya que siempre habrá sectores que se resistan u opongan a la continuidad de ese poder. Para garantizar una continuidad es necesario llegar al consenso de un amplio margen de la población ya que de lo contrario de vería drásticamente debilitado, aún si contara con los medios para ejercer la fuerza sobre toda la población. Una de las herramientas para establecer ese consenso es el poder simbólico.
Hanna Arendt, filósofa política estadounidense, plantea que el poder simbólico se construye desde las palabras, siendo capaz de consagrar y revelar hechos que no solo son conocidos sino que son revelados como tales. Al utilizar un uso metafórico, el lenguaje permite pensar, mantener intercambios con lo que no es sensible, porque posibilita la transferencia, metapherein, de las experiencias sensibles. Cada campo tiene un patrón, vale decir un modelo discursivo que se repite en cada nuevo discurso. Credibilidad y poder político, se presentan como una relación-tensión para crear el poder simbólico.
Por lo tanto, podemos concluir que se puede entender al poder simbólico como un poder invisible que solo se ejerce desde la complicidad de aquellos que no quieren saber que lo sufren o incluso ejercen. De esta forma, la práctica de este poder se manifiesta de forma inconsciente al agente que la ejecuta o se ve influido por él. En este caso se debe estar familiarizado con el concepto de sistemas simbólicos, que estipulan la necesidad de develar tradiciones complementarias que diluciden el concepto tratado.
Poder simbólico y discurso
Para ser consensuado el poder necesita legitimarse. Por esta razón es necesario que se mantenga en el accionar una visión de la realidad que sea un punto en común entre aquellos que han sido sometidos al mismo. Por esta razón, ante el surgimiento de un problema que sucede dentro del marco de la realidad cotidiana de una sociedad, se trata de alcanzar un consenso general sobre las medidas más adecuadas para resolver ese inconveniente. Entre los problemas más comunes que suelen advertirse, se encuentra el de la "inseguridad". La cuestión de la inseguridad, que se resume en numerosos temores sociales ante la posibilidad de ser vulnerado en nuestra vida cotidiana por el delito, resulta uno de los temas en boga para entender el poder simbólico.
A raíz de este problema resulta lógico que se plantee desde los medios masivos de comunicación la reiteración de noticias asociadas a la inseguridad. De esta forma se favorece la aparición de posturas que le darán mayor relieve a la inseguridad que a otros problemas de índole social, fomentando a raíz de la opinión pública la aparición de discursos destinados a combatir esta problemática, no solo desde aquellos sectores que ejercen el poder sino también desde aquellos que lo aspiran, planteando medidas como: aumentar la cantidad de efectivos policiales en la calle, recurrir a modificaciones en las leyes para que sean más duras con quienes delinquen, aumentar las prácticas de vigilancia (como ubicar cámaras que monitorean en distintos rincones de la ciudad) o criminalizar una determinada actividad o sector social.
Una de las formas que se utilizan en el marco del poder simbólico para generar consenso y cohesión entre la población es la construcción de la figura de otro, un agente exterior al que habitualmente se lo puede identificar como el "enemigo". Ante la presencia de una amenaza extraña que desestabiliza la cotidianeidad de quienes son sometidos a un determinado poder, la sociedad delega en ese poder la tarea de protegerse de ese otro, el enemigo común. Uno de los ejemplos más comunes en torno a esta cuestión suele darse en casos de xenofobia, cuando el otro, el extranjero, suele ser identificado como el origen de una problemática social. Para difundir esta estrategia se utilizan poderosos canales de información que le dan un tono propagandístico al mensaje que se pretende transmitir. De esta forma se utilizan medios como la televisión (antes se utilizaban radios o periódicos) para dar mayor peso a los slogan que ayudan a mantener esta cohesión en la sociedad.
El universo simbólico
Más allá de los mensajes que se procesan en la sociedad, también son fundamentales para el poder simbólico los mismos símbolos. Estos elementos se utilizan como instrumentos para generar sentimientos de adhesión en torno a una ideología o proyectos determinados. Este universo simbólico que se genera ayuda a integrar la sociedad, al generar sentidos de pertenencia a un determinado grupo social y político, permaneciendo y legitimándose a lo largo del tiempo.
En el transcurso de la historia se han ido construyendo ciertos símbolos que posibilitaron a las personas reconocerse como miembros de una comunidad nacional determinada. El poder político que estuvo a cargo de la construcción y consolidación del Estado-nación tuvo la necesidad de ofrecer un discurso homogéneo sobre la historia del país. En consecuencia, la creación de símbolos que representaran la identidad nacional como la bandera, el escudo o el himno, buscaban, mediante su uso reiterado y planeado, alcanzar la cimentación de valores a un tipo de identidad nacional.
Algunos de los símbolos denotan poder o autoridad. El uso de estos símbolos por parte de los agentes políticos y administrativos de un Estado les permite expresar su capacidad para gobernar y ejercer la soberanía depositada por la población en sus dirigentes. Un ejemplo es el bastón de mando presidencial, que fue uno de los elementos que dio forma a la figura presidencial y su representación de poder y autoridad frente al resto de la población.
Los símbolos nacionales
También conocidos como símbolos patrios, se utilizan para representar a Estados, naciones y países para ser reconocidos singularmente frente a otros. Esta representación suele ser visual o verbal, pretendiendo difundir valores históricos de los personajes célebres de cada país, elaborando a menudo una compleja mitología para generar sentido de pertenencia.
Entre los símbolos nacionales más habituales se encuentran los siguientes:
Bandera de Colombia
En algunos países es frecuente ponerse la mano en el corazón cuando se canta el himno.
Escarapela argentina.
La dalia roja, flor oficial de México.