Pocos artistas latinoamericanos lograron conseguir la relevancia internacional y el renombre que ha alcanzado el pintor, escultor y dibujante colombiano Fernando Botero. Su estilo inconfundible y su manera particular de tratar temas diversos convierten a Botero en una figura excepcional. En efecto, su producción artística es tan importante que sus obras alcanzan cotizaciones récord en distintas subastas de todo el mundo.
Pintando a Botero: su vida
Fernando Botero nació el 19 de abril de 1932, en la ciudad colombiana de Medellín. Su padre, David Botero, era un vendedor que viajaba a lomo de mula para comercializar su mercadería en los pueblos cercanos a Medellín; su madre, Flora Angulo, era una modista que trabajaba en su hogar y cuidaba de Fernando y sus dos hermanos. David Botero murió en 1936 a la edad de 40 años de un ataque al corazón, dejando así a su familia en una situación económica complicada, ya que su trabajo representaba la principal fuente de ingresos de los Botero. De todas maneras, y pese a la difícil situación en la que estaba inmerso, Fernando Botero desarrolló desde muy pequeño un gusto particular por lo que con el tiempo se convertiría en su verdadera vocación: las artes plásticas.
Medellín, la ciudad natal de Botero, es la capital del departamento de Antioquía y la ciudad más poblada de Colombia después de Bogotá.
A la edad de 17 años, Fernando Botero ya contaba con varias pinturas en su haber, las cuales tenían como principales influencias a las obras de Rivera, Orozco, Gauguin y sobre todo, Picasso. Además, ya en ese entonces comenzaba a comercializar sus trabajos: en el año 1949 se inicia como ilustrador del suplemento literario del diario “El Colombiano”, de Medellín. Sin embargo, su interés por las obras de los grandes maestros europeos fue tal que en el año 1952 emprendió su primer viaje a Europa, donde realizó estudios sobre arte y tuvo la posibilidad de visitar los grandes museos. Tras haber vivido en Madrid, París y Florencia, y tras haber crecido como artista impulsado por su interés y su voluntad de aprender, Botero volvió a América. Esta vez, no obstante, no regresó a su país natal, sino que arribó a México primero, y luego se trasladó a Nueva York. En el año 1954, Botero se casó con Gloria Zea, con quien tuvo tres hijos: Fernando, Lina y Juan Carlos.
Después de haber adquirido toda esta experiencia producto de viajes y motivaciones personales, Botero logró encontrar su estilo propio, estilo que no abandonaría jamás en toda su producción artística y que lo convierte en un artista único y excepcional.
Mandolina sobre una silla
En el año 1957, Botero pintó un cuadro que representaría, en definitiva, un punto de inflexión en su vida como artista: Mandolina sobre una silla.
El propio Botero cuenta la anécdota sobre esta importante pintura: “Un día mientras dibujaba una mandolina de rasgos generosos, en el momento de hacerle el hueco al instrumento, lo hice muy pequeño y la mandolina adquirió proporciones fantásticas. Mi talento fue haber podido reconocer que algo había pasado”.
A partir de ese momento, Fernando Botero comienza a trabajar con los volúmenes no solo de objetos, sino también de cuerpos de personas, lo que constituye una característica de estilo sumamente particular.
En el año 1960, Botero se divorció de Gloria Zea, madre de sus hijos. No obstante, en 1964, contrajo su segundo matrimonio, esta vez con Cecilia Zambrano. Con ella tuvo un único hijo, Pedro, el cual falleció trágicamente en un accidente automovilístico a la edad de 4 años.
La figura de Pedro se convirtió, desde ese entonces, en un elemento fundamental de las obras de Botero: la sala “Pedrito Botero”, por ejemplo, fue inaugurada en el Museo de Antioquía, Colombia, en honor al fallecido hijo del pintor.
Pedrito Botero
Mientras la familia estaba de vacaciones en Madrid, España, Fernando Botero sufrió un trágico accidente de tránsito junto a su hijo más pequeño, Pedro, de tan solo 4 años de edad. Este accidente lamentable tuvo muchas consecuencias negativas. Por supuesto, la principal fue la muerte de Pedro. Por su parte, Fernando Botero perdió parte de dos dedos de la mano, y su brazo quedó inutilizado durante ocho meses. Afortunadamente, y contra los pronósticos de los doctores, el pintor pudo recuperarse de sus lesiones y continuar con su producción artística. No obstante, el fallecimiento de su hijo marcó tanto al artista que lo llevó a separarse de su segunda esposa, Cecilia Zambrano.
A partir de este funesto incidente, Fernando Botero comenzó a emplear la figura de su hijo en sus pinturas y esculturas. Estas obras tienen el característico estilo del pintor, con los volúmenes exacerbados, pero presentan además una carga de inmensa ternura.
En los comienzos de la década del ’90, Botero ya se había constituido como una de las personalidades centrales de las artes plásticas contemporáneas. Justamente en el año 1990 rompe el récord del precio más alto pagado por una obra de arte latinoamericana: se trata de Una Familia, una pintura que fue vendida en una subasta por US$1.530.000. Años más tarde, el precio de esta obra iría aumentando, hasta alcanzar al día de la fecha un valor de US$2.080.268.
A partir de 1992, Fernando Botero comenzó a exhibir una serie de esculturas monumentales alrededor de todo el mundo. Las principales ciudades en las que esta exhibición tuvo lugar fueron Madrid, París, Nueva York, Buenos Aires, Río de Janeiro y Santiago de Chile, entre otras. De todas formas, el amor de Botero por su ciudad natal es tan grande que todas aquellas esculturas de inmensas dimensiones que fueron exhibidas por todo el mundo acabaron siendo trasladadas finalmente a parques esculturales en Medellín. Además, debido a la generosidad del artista, se abrieron dos museos, uno en esa ciudad y el otro en Bogotá, constituidos principalmente por donaciones de obras por parte de Botero.
Hoy en día, Botero aún sigue trabajando y creando tanto pinturas como esculturas. Su extensa carrera, su prolífica obra y su indiscutible talento lo han convertido en uno de los artistas plásticos más importantes de todos los tiempos. Su gran capacidad y su genio autodidacta le valen el merecido reconocimiento internacional que tiene el orgullo de poseer.
La cuestión del volumen
El estilo de Botero se caracteriza fundamentalmente por el trabajo particular de los volúmenes tanto de objetos inanimados como de cuerpos humanos en sus obras. En efecto, la marca singular que permite diferenciar rápidamente la producción del maestro colombiano de la de otros artistas es la forma en que los elementos que aparecen retratados en sus pinturas están agrandados incluso al punto de la deformación.
Muchas veces se ha dicho que Fernando Botero pinta “gordos”, sin embargo él mismo desestima esta opinión. Lo que pretende el artista, según sus propias palabras, no es retratar la gordura, sino darle suma preponderancia y protagonismo al volumen y al espacio. En este sentido, muchos críticos de arte, como por ejemplo el narrador y ensayista mexicano Carlos Fuentes, hacen la misma lectura de las obras de Botero, y están de acuerdo con él.
Son muchas las influencias que han determinado la estética de Botero. Por una parte, se encuentran en sus obras elementos renacentistas que se deben a la etapa en que el artista vivió en Florencia; por otra, se pueden distinguir influencias del arte popular del siglo XIX y del Muralismo mexicano de Rivera y Orozco.
Fernando Botero es un artista extremadamente prolífero no solo en cuanto a cantidad de obras producidas, sino también en cuanto a la gran variedad de temas tratados en ellas. Las temáticas más relevantes de sus obras son:
La mujer
El maestro colombiano ha retratado, tanto en sus pinturas como en sus esculturas, infinidad de mujeres en distintas situaciones: desde niñas desempeñándose en circunstancias cotidianas hasta grandes figuras históricas o míticas femeninas, como la mismísima Mona Lisa o la diosa Venus. Todas ellas, por supuesto, presentan la característica marca de estilo de Botero, con sus volúmenes exaltados.
La violencia
Con frecuencia, Fernando Botero retrata escenas donde la violencia adquiere un papel protagónico. Se le ha criticado en reiteradas ocasiones que su estilo, que tiende al humor o cuanto menos a la sonrisa, no es apto para ilustrar estas situaciones cargadas de agresiones y dolor. No obstante, el empleo de esta estética constituye una forma sarcástica de criticar la sociedad actual, y no una forma de ilustrar de forma realista las escenas violentas. En este sentido, puede relacionarse el arte de Botero con el Muralismo mexicano.
La muerte
Otra de las temáticas recurrentes en la producción artística de Botero es la muerte. Algunas de sus obras más relevantes retratan escenas en las que aparecen muertos o suceden asesinatos. Aún más: en una de sus acuarelas del año 1980, La muerte tocando la guitarra, aparece la mismísima muerte representada como personaje, ejecutando una guitarra de volúmenes desproporcionados y deformados.
La tauromaquia
La tauromaquia es también uno de los mayores intereses de Fernando Botero. Tal es así que asiste a la plaza de toros de Medellín desde muy pequeño. La temática de las corridas de toros en la historia de la pintura de ascendencia hispánica es muy recurrente y tiene una larga tradición, representada principalmente por Goya y Picasso. Si bien reconoce que la tauromaquia es una práctica cruel en la que el animal sufre innecesariamente, para Botero las corridas de toros no deben ser abolidas, ya que entiende que representan uno de los mayores aportes culturales de España.