Legendario caudillo de La Rioja, nació en una región del sudeste de esa provincia, llamada San Antonio, sin conocerse con exactitud la fecha: las fuentes citan 1788, 1790 y 1793. Reveló desde niño una audacia y temeridad notables. Era hijo de un hacendado que controlaba las milicias gauchas locales. En 1806 sus padres lo enviaron a Chile con un cargamento de granos y el joven Facundo se jugó el producto de la venta y lo perdió. Trabajó como peón en una estancia en Plumerillo y los acontecimientos de Mayo de 1810 lo sorprendieron en Buenos Aires. Allí fue enrolado en el regimiento de Arribeños. El riojano tenía condiciones para el mando pero no para someterse a la rígida disciplina militar, por lo que desertó. En 1817 contrajo matrimonio con Dolores Fernández Cabezas con quien la unía un parentesco. Tuvieron cinco hijos. Hacia 1816-1818 se desempeñó como capitán de milicias adiestrando reclutas, capturando desertores, organizando milicianos para los ejércitos de la patria y participando en algunas acciones contra los españoles. El que se ganó el apodo de Tigre de los Llanos volvió a mostrar su audacia deponiendo al gobernador Francisco Ortiz de Ocampo, a quien reemplazó por Nicolás Dávila; pero cuando, en 1823, éste se negó a renunciar según lo dispuesto por la Sala de Representantes, Quiroga se adueñó del mando. Aun cuando permaneció en el cargo solo dos meses, a partir de entonces dominó la escena política de su provincia e incluso de las aledañas. Ordenó no enviar tropas a la guerra con Brasil y desconoció leyes dictadas por el gobierno de Buenos Aires. Derrotó a Lamadrid en dos ocasiones: primero en Tala (1826) y más tarde en Rincón (1827). El general unitario Paz lo venció en Oncativo, pero, auxiliado por Rosas, el riojano rearmó su ejército y terminó por imponerse en el norte y en la región andina. Ocupó San Luis, San Juan y Mendoza. Luego se alejó de la política y residió en Buenos Aires desde 1833 hasta finales del año siguiente, cuando aceptó mediar en un conflicto entre las provincias de Tucumán y Salta. Para ese entonces su figura ya opacaba a la de Estanislao López y a la de Rosas. En febrero de 1835, al enterarse de la muerte del gobernador tucumano Latorre, inició su viaje de regreso a Buenos Aires a pesar de que ya se habían escuchado rumores sobre planes para su muerte. Al pasar por Barranca Yaco, Córdoba, fue asesinado por una partida encabezada por el capitán de milicias Santos Pérez, quién lo mató de un disparo en el ojo. El asesinato de Quiroga conmocionó al país, y muchos sospecharon que fue Rosas quien instigó a cometerlo. La imagen que Sarmiento transmitió a través de sus libros, lo caracteriza como la estampa de la barbarie en oposición a la civilización. No obstante, suele olvidarse que el Tigre de los Llanos fue uno de los pocos que acudieron a despedir a Rivadavia cuando éste marchó al exilio, además de ofrecerle dinero y sus servicios. En algunas ocasiones Quiroga se lamentó de sus errores y de haber desconocido la Constitución de 1826 por sugerencias interesadas de Buenos Aires. En 2004 sus restos fueron hallados en el cementerio porteño de la Recoleta. Estaban ocultos detrás de una pared de ladrillos.