¿Qué es Absolutismo Monárquico? Dentro de las definiciones que más se encuentran podemos resumir que el absolutismo se refiere a un tipo de gobierno monárquico en donde todo el poder político se centra en las manos del monarca; quien controla y regula todos los asuntos del Estado sin límites de poder: una manera déspota de gobierno. Sin embargo, este concepto se construye por los aportes teóricos de algunos autores sobre el Estado: de quién y cómo debe gobernarse.
El tercer componente del Antiguo Régimen, después del sistema señorial y la sociedad estamental, era el absolutismo monárquico. La forma predominante de gobierno en toda Europa era la monarquía absoluta, en la que el poder del monarca destacaba por encima de todos los demás estamentos. El absolutismo era el resultado del fortalecimiento del poder real por encima de la nobleza, iniciado a finales de la Baja Edad Media. No obstante, había muchas diferencias entre los diversos reinos y, en algunos casos, la monarquía se veía limitada por la intromisión de la nobleza o por el control de las Cortes.
UNA MONARQUÍA CON DERECHO DIVINO
La estructura piramidal y jerarquizada de la sociedad estamental el monarca absoluto estaba por encima de todos los habitantes de su reino y todos eran sus súbditos. El eje central del sistema político del Antiguo Régimen era la monarquía absoluta de derecho divino, según la cual la autoridad del monarca provenía de Dios, en nombre de quien ejercía el poder.
Como su poder era divino, el monarca tenía dominio total: nombraba a los magistrados, administraba justicia y dirigía la política exterior. No se sometía a ningún control y no compartía la soberanía con nadie. Todo el Estado residía en él y la voluntad de sus súbditos era la suya. El ejemplo más exacto de la fórmula política de monarquía absoluta fue la monarquía francesa de los Borbones.
Retrato de Luis XIV (1638-1715), rey de Francia y de Navarra, apodado “El Rey Sol”, acaso el paradigma de la monarquía absoluta en Europa.
A pesar de que, formalmente, todo el poder residía en el monarca, en la práctica estaba auxiliado por unas instituciones que lo asesoraban y ejecutaban sus mandatos. El principal órgano de gobierno era el Consejo de Estado, cuyos miembros los designaba el rey. Ahora bien, la complejidad creciente de los asuntos de gobierno, sobre todo en los siglos XVII y XVIII, hizo que se subdividiera en secciones especializadas: Consejos de Finanzas, de Justicia, de Guerra, etc. También había secciones especializadas en el tratamiento de asuntos más concretos y se hizo habitual la designación de Secretarios de Estado, comparables a los actuales ministros.
La administración local estaba en manos de gobernadores o intendentes, cargos que tenían atribuciones para aplicar las leyes, mantener el orden, dirigir las obras públicas, la industria, el comercio, o cualquier asunto de gobierno territorial. Estos cargos dependían del monarca y eran revocables a su voluntad. Una legión de funcionarios y de burócratas se encargaba de ejecutar las órdenes reales, de administrar justicia y de recaudar los impuestos; eran indispensables para hacer funcionar la compleja maquinaria estatal.
El poder del soberano estaba restringido por la ley divina; por el derecho natural, un conjunto de normas formadas por la costumbre y la tradición, y por las leyes fundamentales de cada reino (un mínimo pacto entre el monarca y sus súbditos) que el monarca debía aceptar en su coronación. Esto comprendía las limitaciones que los Parlamentos, las Cortes o los Estados Generales imponían al monarca.
Desde la Baja Edad Media fue frecuente que a la Corte formada por nobles y clérigos que aconsejaban al rey, se uniesen los representantes de las ciudades (burgueses). Estos tres grupos constituían las Cortes o Parlamentos. Su papel era limitado y no se deben confundir con los Parlamentos modernos. Cada estamento deliberaba separadamente y votaba como grupo ante las propuestas del monarca. Solo tenían atribuciones en materia fiscal; suplían al monarca en situaciones excepcionales y ratificaban a los nuevos reyes. Los monarcas absolutos intentaron marginar a los Parlamentos que podían obstaculizar el ejercicio del poder absoluto, y solo recurrían a convocarlos en situaciones externas, para pedir aumento de impuestos o ayudas económicas.
BASES TEÓRICAS DEL ABSOLUTISMO
Estatua de Nicolás Maquiavelo en la Galería Uffizi, palacio de Florencia que contiene una de las más antiguas colecciones de arte del mundo.
La legitimidad del absolutismo monárquico está sustentada gracias a los autores que, durante los siglos XV y XVI, van a justificar el poder total de los monarcas y cómo debían ejercer su cargo. Entre ellos destaca Nicolás Maquiavelo (1469-1527), quien en su obra El Príncipe dice que el deber de todo monarca es el de mantener su poder y la seguridad del país, usando los medios necesarios para lograrlo, y justifica la existencia de un principado pues evitaría un estado de anarquía.
El intelectual Jean Bodin (1530-1596) estableció que “la soberanía es el poder absoluto y perpetuo de la República (…). La soberanía no es limitada ni en poder, ni en responsabilidad, ni en tiempo (…). Es necesario que quienes son soberanos no estén de ningún modo sometidos al imperio de otro y pueden dar ley a los súbditos y anular o enmendar las leyes inútiles (…)” Bodin es el primero en definir la soberanía como aquel poder absoluto que es una herramienta esencial en la configuración de los gobiernos y los Estados para gobernar la sociedad.
Retrato de Jacques Béningne Bousset, defensor de la teoría del origen divino del poder para justificar el absolutismo de Luis XIV.
Otra de las bases teóricas es el derecho divino, derecho primordial al que acudirán los monarcas para justificar sus actos. Dentro de este postulado nos encontramos con una afirmación de Jacques Bossuet (1627-1704), quien decía que el poder de los reyes provenía de la voluntad divina: “Dios establece a los reyes, como sus ministros, y gobierna los pueblos por su intermedio. Ya hemos visto que el poder viene de Dios (…) Si Hacéis el mal, temblad porque no en vano él tiene la espada y es ministro de Dios, vengador de malas acciones (…) De todo esto se deduce que la persona de los reyes es sagrada y que es sacrilegio atentar en su contra (…) son sagrados por su cargo, como representantes de la majestad divina (…)”. Aquí, el soberano es el representante de la divinidad en la tierra, por lo tanto solo será a Dios al que los reyes deberán rendir cuenta por sus actos, y tiene el derecho de ser reverenciado por sus súbditos.
Retrato de Thomas Hobbes según John Michael Wright.
Thomas Hobbes (1588-1596), cuya obra Leviatán colaboró de manera importante en el desarrollo de la filosofía política occidental, defendió la monarquía de los reyes como el mejor sistema de gobierno y la razón de la existencia del Estado, aunque rechazó el origen divino. Con respecto al poder absoluto de los reyes afirmaría que: “La única vía para construir ese poder apto para la defensa contra la invasión extranjera y las ofensas ajenas, garantía de que su propia acción y por los frutos de la tierra los hombres puedan alimentarse y satisfacerse, es dotar de todo poder y la fuerza a un hombre o asamblea de hombres (…) esto implica una unidad concreta de todo en una sola persona, instituida mediante un pacto de cada individuo con los demás, tal como si cada uno dijera a todos: autorizo y transmito a este hombre o asamblea de hombres el derecho que me asiste de gobernarme a mí mismo, a condición de que vosotros transmitáis también a él igual derecho y autoricéis si actos de igual forma (…) En esto radica la esencia del Estado, que puede definirse como sigue: persona resultante de los actos de una gran multitud que, por pactos mutuos, la instituyó con el fin de que esté en condiciones de emplear la fuerza y los medios de todos, cuando y como lo repute oportuno, para asegurar la paz y la defensa comunes. Esta persona se denomina soberano y su poder es soberano; cada uno de los que lo rodean es su súbdito.” Queda claro aquí que para Hobbes los gobernados debían renunciar a sus libertades y derechos para cederlos a un soberano que los gobernara y velara por su bienestar. Es importante la figura de un soberano fuerte y con autoridad que rija el Estado y evite así su destrucción.
Portada del Leviatán por Abraham Bosse.