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Yámanas



Asentados desde hace unos seis mil años en la región de los canales fueguinos que se extienden hacia el sur y hacia el oeste de Tierra del Fuego, los yámanas desarrollaron allí su cultura nómade canoera dedicada a la recolección de productos marinos.

Aunque se los conoce como yámana, lo que traducido al español significa “hombre”, ellos se llaman a sí mismos “yagán”, palabra derivada de Yahga-saga, como denominaban al canal actualmente conocido como Murray, donde solían reunirse.

Su área de ocupación era extensa, aunque no tanto como la de sus vecinos los kawéscar, con quienes compartían las excursiones a la isla Clarence, en busca de la pirita de hierro con que encendían el fuego.

De acuerdo a los dialectos se conocen cinco parcialidades yámanas que corresponden a la lengua yagán:

Wakimaala: en Canal de Beagle, desde Yendegaia hasta Puerto Róbalo, incluyendo Isla Ambarino, el Canal Murray e Isla Hoste.

Utamaala: al este de Puerto Williams y la Isla Gable hasta las islas Picton, Nueva y Lennox.

Inalumaala: en el Canal de Beagle, desde la punta Divide hasta la península Brecknock.

Yeskumaala: en el archipiélago del Cabo de Hornos

Ilalumaala: desde Bahía Cook, hasta el Falso Cabo de Hornos.

LENGUA: EL SELLO DE UNA CULTURA

Hasta hoy inclasificable para la lingüística, su idioma sigue siendo uno de los rasgos más distintivos de su cultura. El especialista Thomas Bridges llegó a confeccionar un glosario de treinta y dos mil palabras, pero el cálculo del mismo Bridges es que superaban las cuarenta mil. El idioma yámana tenía léxico muy especializado en algunos campos semánticos, en cuanto llegaba a señalar definidamente objetos en cosas que en otras lenguas pasaban y pasan inadvertidas, o resumidas en un nombre de conjunto (complexivo), y por otra parte lograba singulares síntesis (particularmente para reflejar conductas y estados afectivos), como lo demuestra la palabra mamihlapinatapai, considerada la palabra más concisa del mundo y cuyo significado es "una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambos desean pero que ninguno se anima a iniciar".

Los Yámanas llamaban a su lenguaje yamaníhasha. Se caracterizaba por ser sonoro y abundante en vocales. A pesar de su riqueza en vocablos, los yámanas eran poco conceptuales: no entendían ideas abstractas separadas de un contexto de aplicación inmediata. Muchas de sus palabras servían para indicar matices sutiles o diferencias de situación; la estructura gramatical utilizada era sencilla.

CRÓNICA DE LA EXTINSIÓN DE UNA ETNIA

El primer contacto entre los yámanas y el hombre blanco se produjo entre los años 1826 y 1830 y fue con los expedicionarios encabezados por el capitán Fitz Roy. Para entonces el capitán estimó la población indígena en unos tres mil individuos.

En 1869 misioneros protestantes se asentaron en la zona donde hoy se encuentra la ciudad de Ushuaia, fundando una misión anglicana en la costa norte del canal de Beagle. En 1880 unos 300 yámanas se habían establecido allí. Pero enfermedades traídas por los europeos, como la neumonía y el sarampión, causaron estragos entre la población aborigen, que en 1886 debió soportar, además, una epidemia de tuberculosis que provocó centenares de muertos. En 1908 solo quedaban en la misión 170 yámanas.


Vista del Canal de Beagle, donde los anglicanos fundaron una misión.

La zona se fue poblando de colonos que ocuparon sus tierras ancestrales causando dificultades para los yámanas que para 1950 habían quedado reducidos a solo 63 individuos, y 25 años más tarde a 58. De ellos solo 10 eran “puros” y sin posibilidad de fecundación, por tanto, de ahí en más, su descendencia pasó a ser mestiza.

La última representante del pueblo yagán, Cristina Calderón, cumplió en mayo de 2011 los 83 años de edad. Vive en Puerto Williams, y, entre otros reconocimientos, ha sido oficialmente declarada Hija Ilustre de la Región de Magallanes y de la Antártica Chilena. También ha sido reconocida por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile como Tesoro Humano Vivo, en el marco de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Inmaterial, adoptada por UNESCO en 2003. Asimismo, ha sido nominada entre las 50 mujeres protagonistas del Bicentenario de la República de Chile.

EXPERIMENTOS SINIESTROS

El antecedente lo sentó el capitán Fitz Roy, quien a raíz de un incidente con un bote tomó prisioneros a tres kawésqar y a un joven yámana. El capitán decidió llevarlos en su nave a Inglaterra con el propósito de “civilizarlos”. Eran una mujer y tres hombres, uno de los cuales murió al desembarcar. Durante su estadía en Londres fueron presentados a los reyes y luego emprendieron el regreso en la misma nave. Al cabo de un año de travesía llegaron a la isla de Navarino, donde, apenas el capitán zarpó, volvieron a su vida habitual. Eso sí, para los ingleses ahora se llamaban Fueguia Basket, York Minster, Boat Memory y Jemmy Button.

Pero la triste experiencia no bastó a los europeos que, a partir de 1871 comenzaron a trasladar indígenas a ciudades de Estados Unidos y Europa, para exhibirlos como “rarezas”. Familias completas de yámanas, kawésqar y mapuches sufrieron el desarraigo y la humillación al ser expuestos en distintos lugares de Francia, Inglaterra, Bélgica y Alemania. Eran secuestros encubiertos encargados por las sociedades científicas y comerciantes que lucraban con su exhibición pública. Los viajes duraban entre 4 y 6 meses, y en ellos los indígenas solían enfermar y morir.

ENTRE LOBOS Y BALLENAS

Dedicados a la caza de mamíferos para alimentarse, basaban su dieta en carne de lobo marino, ballena y nutria, capturados con la ayuda de largos arpones. Pescaban además, cholgas, erizos, centollas y otras variedades de peces. Cuando acampaban reemplazaban los productos del mar por carne de guanaco, aves, hongos, bayas y huevos, o pingüinos, a los que cocinaban haciéndolos girar sobre un fogón para que desprendieran la grasa que luego era usada como linimento.


La carne de pingüino estaba dentro de su dieta, como variante ante la falta de lobos marinos o ballenas.

LA FAMILIA

La base de su organización social era la familia, dirigida por el padre que era quien asignaba los roles a cada integrante. Coexistían diferentes grupos que se reunían para salir de cacería, lo que facilitaba los movimientos y el aprovisionamiento. Las familias se agrupaban en bandas que no tenían un jefe y durante el invierno se refugiaban en la costa donde armaban sus chozas.

COSMOVISIÓN

Sobre las creencias de los yámanas existen al menos dos versiones. Una sostiene que si bien respetaban cierta cantidad de prescripciones y rituales para momentos especiales de sus vidas, no tenían cultos, ni sacerdotes, porque no había en ellos noción de dios, alma, cielo, ni recompensas o castigos después de la muerte. Pero los que sostienen la otra versión dicen que creían en un único ser superior al que imploraban antes de iniciar cualquier actividad. En lo que hay consenso es en que temían a los kíshpix, espíritus del mar, de las rocas, de los árboles, etc. Los imaginaban malignos y de aspecto desagradable. También creían en los hanush, habitantes salvajes de los bosques, tal vez espíritus, tal vez hombres. Otros personajes de su mitología eran los Yoalox, dos hermanos y una hermana que oficiaban de civilizadores, seres sobrehumanos pero no dioses, quienes habían enseñado a sus antepasados cuestiones esenciales para la subsistencia, como encender el fuego, cazar aves, confeccionar arpones, y otras.

De la salud, fuera del cuerpo o emocional, se ocupaban los curanderos o chamanes, llamados en su cultura “yekamush” quienes tenían potestad para convocar a los espíritus. Si bien eran respetados, no tenían un poder social significativo. Cuando un yámana fallecía, lo envolvían con cueros y junto a él ponían sus pertenencias. Lo cubrían con tierra y ramas y abandonaban el lugar para siempre.

A MÁS FRÍO MENOS ROPA

Aunque parezca contradictorio, los yámanas combatían el frío intenso dejando gran parte del cuerpo desnudo para evitar la saturación por humedad, que hace más rápida la pérdida del calor corporal. La poca ropa que usaban se la colocaban en las zonas que pierden menos calor, permitiendo una buena ventilación.

La vestimenta la confeccionaban con cueros de lobo marino, o nutria. Eran prendas atadas sobre los hombros y a la cintura, desplazadas por el torso para taparse del viento. El calzado era de cuero, de tipo mocasín, y también con retazos de cuero se cubrían los genitales. Los adornos femeninos estaban hechos de huesos de ave o caracoles. Ambos sexos usaban además muñequeras, tobilleras, y se pintaban el cuerpo, la cara, y en algunas oportunidades también los genitales. Los colores que usaban eran el rojo, el blanco y el negro, aplicados a variados y sencillos diseños. Con la pintura expresaban tanto normas de cortesía como estados de ánimo, además de utilizarlas con motivo de la realización de ceremonias. En ocasiones especiales se adornaban la cabeza con vinchas decoradas con plumas de pájaros, con diseños reconocidos como de gran calidad.

DE CANOAS Y CANOEROS

Para esta cultura aborigen la canoa era imprescindible, sobrevivían gracias a ella. Las hacían utilizando como materia prima corteza de árbol, de ser posible de guindo, ideal por su tronco recto y sin ramas bajas. Las medidas variaban entre los tres y seis metros de largo, y ochenta centímetros y un metro de ancho. Colocaban el timón en la popa, y ayudaban la navegación utilizando un remo lanceolado con el que evitaban enredarse en las algas. La canoa era guiada desde el timón por una mujer. En el medio encendían una fogata que cuidaban los niños, mientras los hombres se ocupaban de la tarea de la caza, ubicados con sus arpones en la proa. La presa más buscada era el lobo marino, cuando conseguían arponear a uno, las mujeres se arrojaban al agua para recogerlo.

Tal era su consustanciación con la canoa, que sus particularidades físicas estaban dadas por su actividad como canoeros, lo que hizo que sus extremidades inferiores fueran poco desarrolladas, en tanto el tronco y las extremidades superiores tenían un desarrollo desproporcionado con el resto del cuerpo.