Si bien no hay precisiones acerca del origen de este pueblo, se cree que se encontraría en la unidad de distintos grupos localizados en el noroeste argentino y que comparten una identidad étnico-cultural andina.
Por eso se tiene como primeras noticias de este pueblo, aquellas que datan del siglo XII, que es cuando comienza el ocaso del Imperio Tiahuanaco, poderoso Estado hasta entonces asentado a orillas del lago Titicaca, en el territorio de la actual República de Bolivia. Este territorio fue invadido por los incas hacia el siglo XV, lo que generó una revuelta que terminó con los pueblos de la región sumados a la campaña al sur, en un primer momento como soldados, pero luego como trabajadores que iban ocupando los lugares conquistados, principalmente el territorio de la actual República Argentina, más exactamente en el noroeste de dicho país. Es durante este tiempo que se consolida el periodo de mestizaje que comprende a estos grupos étnicos, omaguacas, calchaquíes y atacameños, a los que más tarde se sumaron los grupos de mitimaes integrados fundamentalmente por chichas, y que culmina con la llegada de los españoles y su política de traslados forzosos.
De todos estos movimientos puede concluirse que los collas son la síntesis del cruce de distintas poblaciones indígenas, algunas originarias, otras trasladadas por los incas y los españoles, y otras producto de movimientos migratorios durante el periodo republicano, principalmente desde Bolivia, afincadas en las actuales provincias argentinas de Jujuy, Salta y Tucumán, y en la zona norte de la región de Atacama, en las quebradas cordilleranas de las provincias de Chañaral y Copiapó.
Se cree que a Chile ingresaron cuando el imperio de Tiahuanaco ingresaba en su etapa final, produciéndose con el tiempo una segunda ola migratoria, esta vez desde el noroeste argentino, durante la Guerra del Pacífico, ocurrida a fines del siglo XIX.
Actualmente los collas están instalados en la pre-cordillera y en la cordillera de los Andes, y en el altiplano de las provincias de Cañaral y Copiapó, en la III Región.
El territorio
Los límites de su territorio, aunque difusos, pueden establecerse entre la Quebrada Encantada hacia el norte y el río Copiapó hacia el sur, una zona cuya altura está entre los 2.000 y los 4.000 metros sobre el nivel del mar.
Es un paisaje árido y seco cuyas zonas más altas padecen heladas y lluvias estacionales. Las tierras fértiles se encuentran solo en la región de la pre-cordillera, y es allí donde siembran legumbres y se proveen del agua que les brinda el río Copiapó.
Su clima es el característico de la región, con temperaturas elevadas durante el día, pero extremadamente frías por la noche, en zonas desérticas con muy pocas lluvias anuales.
En cuanto al relieve es montañoso con quebradas y mesetas extensas, y la vegetación es escasa, principalmente cactus y arbustos espinosos, aunque hacia el interior de los valles y en algunas quebradas puede encontrarse vegetación de tipo mediterránea, dado el paso del agua en cursos permanentes. En estos casos suelen crecer allí olivos y diversos frutales.
Un pueblo de pastores
Se organizaban en familias nómadas que se dedicaban principalmente a la trashumancia, pastoreo en constante movimiento que los llevaba a trasladarse por su territorio según los cambios estacionales. En las actividades agrícola ganaderas participaba toda la familia con un jefe que se ponía al frente de las tareas. A pesar de estas características, solían establecer poblaciones con una ubicación definitiva donde se concentraban. Hoy están distribuidos en comunidades.
Actividades económicas
Dedicados fundamentalmente a la crianza de animales, principalmente ganado caprino, ovejas, mulas, y en otro tiempo también llamas y vicuñas, entre sus actividades más importantes estaba el desarrollo de los productos derivados de estos animales, como queso, quesillo, yogur, manteca, y luego lo que hace a las artesanías, tanto textil como de cuero.
Los collas aprovecharon la fertilidad de los valles de los ríos para desarrollar la agricultura mediante el regadío. Entre sus principales cultivos estaban las hortalizas, la alfalfa, los frutos y los cereales.
Además de las ya mencionadas artesanías textiles y en cuero, trabajaron también en cerámica, por lo general negra sobre blanco o natural y negra y roja sobre fondo blanco. Hacían jarras tradicionales con asas, jarros ovoides, ollas de cocina, cántaros grandes y numerosos platos. Los motivos con que decoraban estas piezas eran exclusivamente geométricos, usando a veces un reborde blanco, con un zigzag escalonado y espirales de tamaño reducido todo en conjunto vertical u horizontal.
En los tiempos de la colonia su economía era de tipo extensiva, desarrollando incluso prácticas de monedas para el intercambio de sus productos. Hoy estas prácticas las combinan con el trueque.
TEJIDOS
Trenzan lana que obtienen de sus ovejas y utilizando técnicas primitivas de telar, tejen cinturones, fajas y pulseras. En el telar también fabrican colchas, ponchos, rebozos, costales para el maíz, y alforjas. Utilizando dos agujas tejen para los tiempos fríos chalecos gruesos, medias, pulóveres y gorras con orejeras, en colores crudos o teñidos con tinturas naturales que obtienen hirviendo en agua corteza de nogal o cebil.
La resistencia cultural
Primero los incas y luego los conquistadores españoles les impusieron un agresivo proceso de transculturización, pero a pesar de eso y gracias a su resistencia, lograron mantener vivas muchas de sus costumbres. Todavía practican la minga, la prueba de pareja o servinacuy, el culto a la tierra con todos el rito de la Pachamama como celebración central, la marcación de animales, las apachetas o descansos del viajero, el entierro y desentierro del pujllay o cacharpaya (carnaval), donde comparten alimento y bebida con la tierra, el tinkunakuy, que consiste en el encuentro de compadres, musiqueros y comunidades.
Los collas representan la tradicional forma de vida andina, a través del mantenimiento de muchos patrones culturales como la economía pastoril de altura, y agrícola de papa y maíz; la recolección de algarroba y sal; la construcción de viviendas; la medicina tradicional y las técnicas de adivinación; los instrumentos musicales erques, quenas, pinkullo, sikus y cajas; el culto a la Pachamama e innumerables creencias, rituales y prácticas sociales.
Ritmos y danzas típicos de los collas, como el carnavalito, han sido incorporados al folclore argentino. De la misma manera sus instrumentos musicales como la quena, anata, siku, erkencho, erke y charango.
Las vestimentas típicas
La vestimenta característica de los hombres era la túnica colorida hasta las rodillas, sin mangas, el pecho y la cintura decorados con franjas y un taparrabos como prenda íntima. Las mujeres usaban una túnica que les envolvía el cuerpo desde las axilas hasta el tobillo, con la simpleza de un corte rectangular que sujetaban de los hombros y ceñían a la cintura con el chumbi, una faja adornada. Tanto ellos como ellas se calzaban con ojotas.
La vivienda
Su localización dependía de la estación del año. Durante el verano elegían las zonas de altura y la llamaban majada; durante el invierno las llamaban ruca y estaban situadas en las zonas más bajas.
En la actualidad sus casas se componen de un dormitorio y cocina con paredes de adobe y el techo de barro y paja. Las construyen sobre pequeñas parcelas donde reservan una parte para cultivar tubérculos y maíz.
LA MINGA
Se denomina minga al tipo de trabajo solidario que se realiza entre familias o comunidades intercambiando tareas, generalmente en la construcción o en las actividades agrícolas y ganaderas, sin que medie dinero en el trato. La minga era muy común entre los pueblos asentados en los actuales territorios de Perú, Ecuador, Bolivia y Argentina.
En la cultura inca la minga constituía su modo de producción de alimentos, la construcción de acequias, templos y tambos. La solidaridad estaba en la base del desarrollo.
Con la llegada de los conquistadores españoles este signo progresista de las sociedades indígenas fue destruido para provocar divisiones entre los pueblos, quitándoles a los pueblos originarios las mejores tierras y obligándolos a trabajar bajo patrón.
Pero los pueblos americanos resistieron, a veces de manera violenta, otras pacíficamente, defendiendo su lengua y manteniendo sus costumbres. Eso es lo que ha permitido que hoy los collas sigan practicando la minga, una costumbre solidaria que les ha permitido subsistir, por lo que agradecen a la Pachamama o Madre Tierra con cantos, bailes y diversos festejos.
Creencias, leyendas y rituales
Si bien los españoles hicieron la tarea de evangelización que convirtió a los collas al catolicismo, esta religión convive entre ellos con sus antiguas creencias y sus ritos y celebraciones.
Pachamama: Es la llamada Madre Tierra a quien siguen venerando con sus ritos de ruego y agradecimiento por todo lo que da.
Día de las almas: Lo festejan el 2 de noviembre haciendo en masa de pan figuras que representan objetos que el difunto amaba. Dejan además comida y bebida para que el alma se acerque a alimentarse y luego regrese al cielo.
El misachico: Son imágenes de la virgen o de los santos de los que son devotos y a los que celebran con procesiones compuestas por niños y organizando misas.
Dobente: Es el nombre que le dan en la puna al duende. Lo tienen por espíritu de la naturaleza y temen a su genio travieso, inquieto y juguetón, que lo lleva a martirizar a los humanos de distintas maneras.
La cacharpaya: Uno de los rituales que señala el fin del carnaval. Se celebra el último día, el llamado Domingo de Tentación, cavando un pozo en las afueras de la ciudad para enterrar allí la corpacha (ofrendas para la Pachamama) y el diablito.
LA LEYENDA DE LA COCA
Al verse perseguidos por los blancos que avanzaban sobre su civilización destruyendo todo a su paso, fueran ciudades, templos o monumentos, los incas, que veían además como asesinaban a su realeza, buscaron refugio en las laderas de las montañas o en las altas cumbres invocando a sus dioses, Inti, dios del sol y Quilla, la luna, suponiendo una derrota total. Fue por eso que decidieron proteger las riquezas del imperio, encomendando a un viejo sacerdote que llevara adelante la misión. El sacerdote tomó todos los recaudos que le fue posible, pero a pesar de eso cayó prisionero. Los conquistadores, teniéndolo a su merced, lo torturaron para que dijera dónde había escondido el tesoro, pero el sacerdote no rompió su juramento de silencio. Entonces apareció misteriosamente Quilla, quien le dijo al oído: “Supremo sacerdote, me envía tu dios Inti para salvarte, porque has sabido guardar los tesoros de nuestro pueblo, siendo fiel a nuestra religión y nuestra raza. Pide lo que desees que te será concedido”. El sacerdote luego de meditar unos minutos respondió: “Nada pido para mí pero sí para mi raza vencida. No pido armas ni riquezas, danos un bien con el cual podamos soportar el sometimiento, y que ese bien en manos del enemigo se transforme en un mal, un peligro para su raza opresora”. Quilla respondió: “Mirá hacia atrás, sigue con tu mirada el destello de luz detenido en esa planta de hojas verdes y ovaladas. Presta atención a ella, Inti le dio una secreta virtud, la de adormecer penas y mitigar fatigas. Que tu raza arranque sus hojas y las mastiquen, su jugo será el mejor remedio para soportar todo el sufrimiento. Si la raza invasora los imita, tendrá su castigo. Su jugo para nosotros es vida, para ellos será la muerte, vicio repugnante que con el tiempo los aniquilará”. Por la mañana el anciano convocó a su grupo y les anunció la voluntad de los dioses, contándoles el nacimiento de la planta llamada coca, de sus beneficios, y de la maldición que significaría su consumo para el pueblo invasor. Y así fue.