Pueblo indígena que habitó el territorio delimitado por el Río de la Plata y el río Uruguay hasta el río Ibicuy, conformando junto a sus vecinos chanaes, guenoas y yaros, los primeros grupos que poblaron el territorio actual de Uruguay, extendiéndose posteriormente a la invasión española hacia la Mesopotamia argentina. Pero ¿de dónde venían? ¿Cuándo llegaron?
Aunque no se puede afirmar fehacientemente, se presume que los primeros pobladores del actual territorio uruguayo ingresaron en oleadas que llegaban desde el norte unos 9.000 años a. C. Los primeros pobladores de la zona fueron los llamados Fuéguidos, Láguidos y Pámpidos. Justamente de estos últimos descendieron los Charrúas, a quienes antecedieron en el territorio algunos grupos de recolectores, pescadores y agricultores incipientes, de los que quedaron restos de cerámicas. Entre estos grupos se cuentan los que construyeron los cerritos1 al este del Uruguay, indios sedentarios y nómades que no pertenecían a la etnia charrúa.
Los Charrúas, entonces, pertenecían a la familia pámpida (cazadores superiores) y por tanto sus característica físicas eran las de este grupo, bien desarrollados, altos, estéticos y de carácter firme. Ellos mismos se nombraban como “Chonik”, palabra tehuelche que en español significa “nosotros los hombres”. Se cree que provenían de la primera oleada que llegó al continente Americano desde la llamada ruta australoide, y sus distintos desprendimientos fueron ocupando las llanuras argentinas (Pampas), la zona de Neuquén (Puelches), Chaco (Guaycurúes), Tierra del Fuego (Onas) y Mesopotamia y Banda Oriental (Charrúas).
Los Pámpidos tenían una altura entre 1,70 y 1,83 m, el cráneo voluminoso con pómulos y mentón salientes, la nariz larga y delgada. Eran de corte atlético, armonioso desarrollo muscular, cutis y ojos oscuros y pelo lacio y duro. Este tipo anatómico los diferenciaba de sus vecinos guaraníes, que eran más bajos, de cabeza redondeada, cuello grueso, brazos musculosos y piernas cortas y débiles, además de pómulos poco salientes y piel más amarillenta, ya que pertenecían a un tronco racial diferente al que se denominó Brasílidos o Amazónidos. En cuanto a los charrúas, a través de los relatos de distintas épocas se puede observar pequeñas evoluciones en su tipología física, lo que indicaría el mestizaje que se fue produciendo a través del tiempo, fundamentalmente con integrantes de otros grupos de indígenas que pertenecían al mismo tronco racial, aunque también hubo mestizaje con guaraníes y blancos.
La lengua
Los últimos estudios realizados por especialistas se inclinan por considerar la lengua de los Charrúas como una lengua aislada y de familia desconocida, dadas las diferencias sustanciales que tiene con la de otros grupos de la región. Se dice que era nasal, gutural y distinta a todos los dialectos. Por lo duro y gutural se acercaba a la de Puelches, Tobas y Mocovíes, aunque fuera de estas coincidencias no tenían nada en común.
Todo lo que se ha rescatado de esta lengua no llega a 60 palabras y un sistema de numeración basado en los primeros cuatro números que se nombraban como yu, sam, deti, bétum; cinco era bétum yu, seis bétum sam y así hasta nueve al que llamaban baquiú y al diez guaroj. Todo esto fue compilado en el Códice Vilardebó, como las palabras hué (agua), luai (caballo), belerá (vaca), quillapí (capa), guidaí (luna). Pero vale aclarar que pese a su buena intención, el Códice no es absolutamente confiable ya que al escribir las palabras en español perdían su sonoridad gutural.
¿CUÁNTOS ERAN LOS CHARRÚAS?
Si bien no se puede calcular exactamente cuántos eran cuando llegaron los conquistadores españoles, se estima que el número global de las diferentes tribus charrúas ascendía a 4.000 integrantes. Pero con el correr de los siglos y hasta el momento de su extinción, esa cifra fue variando dados los movimientos que se produjeron hacia adentro y hacia fuera. Minuanes, guenoas, boanes, chanaes y otros grupos que no aceptaban la aculturación se refugiaron en las tolderías charrúas; españoles que llegaron solos a América formaron familia con mujeres de la etnia, mientras los hombres en algunos casos se afincaron en reducciones o ingresaron al ejército regular. Por todo esto se cree que cuando se produjo su extinción en 1831, se podían contar alrededor de 1.000 individuos.
COSTUMBRES
Poco se sabe de la vida de los charrúas antes de la llegada de los españoles, pero luego de su aparición aquello que se conserva como testimonio está teñido por el interés de quien hacía el relato. De ahí que se encuentren varios aspectos contradictorios al respecto. Hay quienes los han descrito como feroces, en cambio otros los mencionan como amistosos, y así los encontramos como ladrones u honestos, sucios o limpios y otras consideraciones que siempre encuentran una contraparte antagónica. Lo cierto es que los charrúas no tenían escritura, por tanto lo que se cuenta proviene de aquellos que se relacionaban con ellos impulsados por un interés como quedarse con sus tierras, alimentos y mujeres, usarlos como guerreros, o bien evangelizarlos. Según aceptaran o no las imposiciones, o lo hicieran con más o menos resistencia, era como se los consideraba.
Pero sin dejarse llevar por estos testimonios contradictorios, están aquellas señales de sus costumbres que van más allá de lo que es opinable.
La vivienda
Levantaban sus tolderías allí donde la naturaleza les garantizaba la subsistencia.
Hasta la llegada de los colonizadores los charrúas levantaban sus viviendas en las proximidades de ríos y arroyos, que eran los lugares donde la naturaleza les garantizaba la alimentación.
Estas viviendas eran simples, levantadas con cuatro palos clavados en la tierra sobre los que se colocaban travesaños horizontales. En los laterales ataban esteras de juncos o totoras que los protegían del viento, y en invierno cuando aumentaban el frío y las lluvias formaban un techo plano. La simpleza era para facilitar el armado, desarmado y traslado, imprescindible para facilitar el movimiento propio de los nómades.
En el siglo XVII aparecen en la región el ganado vacuno y equino traído por los españoles, y eso cambia sus costumbres. Las esteras son reemplazadas por cueros y se forman las tolderías, con ramas arqueadas y techos de toldos abovedados.
De acuerdo con algunos testimonios los toldos eran semejantes a los de los Patagones, con 1,80 m de largo, de 60 a 90 cm de ancho y otro tanto de altura. Allí dormían las familias, compartiendo el hábitat niños, adultos y animales domésticos. Sobre el suelo colocaban cueros que podían ser de vaca o caballo, jaguar o ciervo y no encendían jamás el fuego en su interior. Las levantaban alejadas unas de otras para que así fuese más fácil la obtención de alimentos y el aprovechamiento de las pasturas para sus caballadas. En algunas ocasiones, sobre todo cuando debían mantenerse alerta de posibles ataques, las levantaban sobre lomas o cerros.
Los charrúas tenían la costumbre de dormir boca arriba y en la toldería no tenían ningún tipo de mueble.
Las armas
Durante la época prehispánica se servían de cuchillos hechos de piedra, arcos y flechas, rompecabezas fabricados con piedras talladas de forma esférica atadas a una rama o tira de cuero de unos 40 cm. de largo. También utilizaban las boleadoras, tanto para la caza como para la guerra. Las había de dos tipos: de dos y tres bolas. Unas y otras estaban confeccionadas con piedras duras de grano fino, bien pulidas y de formas variadas en las que tallaban un surco circundante o una doble ranura para ceñirles un tiento retorcido de entre 1 y 1,5 m. Las de dos piedras llevaban bolas de igual tamaño, pero cuando agregaban una, la tercera era más pequeña y con un ramal más largo para usarla de manija. Contaban además con la llamada “bola perdida”, que era una bola sujeta a un solo ramal. Era un arma que usaban con gran precisión y potencia: la arrojaban a 100 m. Pero fue reemplazada por la honda, arma que manejaban con gran destreza y con la que podían acertar a un pájaro al vuelo o derribar animales corpulentos.
Entretenimientos
Sus diversiones juveniles comprendían las prácticas de cacerías, la simulación de esgrima con mazas, tiros de honda, de boleadoras, de flechas y el manejo de lanza a pie y a caballo. Todas las prácticas citadas anteriormente los preparaban para la caza y la guerra. A medida que se aculturaban iban incorporando los juegos de los criollos, como el juego del pato, las carreras a caballo, el tiro de boleadora (en el cual ganaban siempre y consistía en arrojar una boleadora de dos ramales para enredarla en una estaca a unos treinta pasos), el juego de naipes, y el “Pero”, que practicaban con una canilla de vaca.
ORGANIZACIÓN SOCIAL
La familia
Los matrimonios eran por lo general monógamos. Aunque aceptaban la poligamia, se daba raras veces ya que la mujer cuando descubría que no era la única, abandonaba al hombre por otro con el que pudiera serlo. Los matrimonios, sobre todo aquellos con hijos, eran duraderos, pero de ser necesario apelaban al divorcio, decisión que podían adoptar sin condicionamientos. El adulterio no era penado más que con el repudio de la parte ofendida.
Los matrimonios se formaban entre integrantes del mismo grupo, pero muchas veces de tribus diferentes. El procedimiento era sencillo: el hombre se presentaba ante los padres de la mujer y la solicitaba, si era aceptado, la llevaba. La mujer lo seguía sin resistir el mandato. Desde entonces se establecían y era él quien se ocupaba de alimentar a la nueva familia, de esa manera ganaba estatus y se convertía en un guerrero.
Entre los minuanes había algunas diferencias ya que los caciques acostumbraban a casarse maduros y con varias mujeres jóvenes.
Las mujeres se ocupaban de armar, desarmar y portar los toldos; de los niños; de pulir piedras, confeccionar quillapís y recolectar alimentos. Educaban a sus niños sin castigos enseñando a las mujeres sus tareas, en tanto los padres preparaban a los hijos varones en la cacería, el uso de la lanza, arco y flecha y boleadoras.
Los caciques
Tenían un cacique por toldería y nombraban un cacique general en caso de guerra, aunque trataban las demás decisiones en el Consejo de Familia. No había entre ellos jerarquías ni servicios de unos a otros. Los jefes de familia designaban en caso de necesitarlos a los centinelas. En las reuniones del consejo cualquiera podía presentar un proyecto y eso no lo obligaba ni a él ni a los demás a que, de ser aprobado, participara de su concreción. La ausencia no implicaba sanción.
Se cree que el cacicazgo fue adoptado cuando, tras la llegada de los españoles, necesitaron de un representante para parlamentar. Pero no se sabe cómo surgía el cacique, si era por elección, por herencia, si correspondía a un guerrero exitoso o a un sabio anciano.
Como a raíz de la acción de los conquistadores entraron en guerra permanente, la cantidad de caciques fue aumentando y su autoridad pasó a superar de hecho a la de los Consejos de Familia. A ellos correspondía alentar a los guerreros y mantener la disciplina y la justicia en la tribu. En tiempos de paz alcanzaron ante los gobernantes un rango que hacía que el trato fuera de igual a igual, concertando acuerdos en representación de todos los aborígenes.
En la historia han quedado los nombres de los caciques más antiguos como Zapicán, Abayubá, Tabobá y Magalona. Con el tiempo tomaron la costumbre de adoptar nombres de personajes: Caciques Brown, Lecor, Rondeau, Sepé, Barbacena, y otros nombres que sonaban por entonces.
A GOLPES
Las diferencias personales se resolvían en peleas a puñetazos, peleas que terminaban cuando uno de los dos abandonaba quedándose de espaldas en el suelo. Después de esto, del tema que había llevado a la confrontación no se volvía a hablar. No hay registro de duelos que incluyeran armas, ni de muertos a causa de estos enfrentamientos personales.
A CABALLO
Los charrúas se apoderaron del caballo y con él se perfeccionaron en el arte de la guerra. Cargaban sobre sus enemigos profiriendo alaridos, con sus lanzas de punta mecánica o chuzas, las boleadoras, hondas, rompecabezas, piedras y arcos y flechas como armas. Su destreza como jinetes asombraba a los españoles que, según lo consignan testimonios de la época, desistían de perseguir charrúas a caballo porque eran inalcanzables.
1 Montículos que constituyen vestigios arqueológicos del pasado aborigen en Uruguay.