Habitaron desde tiempos inmemoriales el país de los montes, en su lengua, el mapudungun, mamül mapu. Con el tiempo su cultura fue absorbida por la araucana, etnia que invadió su territorio ancestral, pero su origen está entre het y tehuelches, del grupo gennakenk y huárpidos del grupo “mapuchizado” de los pehuenches.
Los españoles no respetaron ni su nombre, al que adaptaron a su lengua deformando el original rankulche o ragkülche, palabra del mapudungun que viene de “rabnkül” que es caña o carrizo y “che” es hombre o gente, por tanto ellos fueron “gente de los carrizales”. Nómades, se movieron por los actuales territorios del oeste de la provincia de Buenos Aires, el sur de Córdoba, Mendoza, San Luis y Santa Fe, en la República Argentina, dedicándose fundamentalmente a la caza.
LOS ORÍGENES
En tiempos ancestrales formaron parte de la nación puelche de los mamulche (gente del monte), que integraban junto a otros grupos como los salineros, jarilleros, medaneros, de los chañares, de las arcillas, y ellos, los del carrizal. Cuando el cacique Yanquetruz asumió el liderazgo de los ranqueles, los términos rankulche y mamulche se confundieron definitivamente al desaparecer los demás grupos, y fueron luego absorbidos por la cultura araucana que llegó a la región con los mapuches.
Pero esta no es la única versión de su origen, ya que algunos autores los identifican como descendientes de los pehuenches que se dedicaron al comercio con los mapuches, con quienes intercambiaban ganado vacuno por bebidas alcohólicas y azúcar. Por este motivo hacia 1725 unas 70 familias mapuches se habrían trasladado a la zona limítrofe entre las actuales provincias argentinas de Neuquén y Mendoza, lugar donde primaban los cañaverales o carrizales, conocida por entonces como Ránquil o Rankel. Los habitantes de dicha zona a partir de 1750 comienzan a ser identificados como ranqueles, para diferenciarlos de otros grupos pehuenches, vecinos de la zona de Malargüe y Vavarco. Estos grupos avanzaron desde los faldeos andinos hacia Mamül Mapu o tierra de la leña, para asentarse entre 1775 y 1790 entre los ríos Cuarto y Colorado, al sur de las actuales provincias de San Luis y Córdoba hasta el sur de la provincia de La Pampa.
EL APOGEO
En 1795 un grupo de más de veinte caciques, encabezados por Carripilun, alcanzó la paz con Simón de Gorordo, comandante de la frontera sur de la Intendencia de Córdoba del Tucumán. Fue un tiempo de prosperidad que permitió que los ranqueles pusieran a disposición del Virrey Sobremonte un contingente de 3.000 lanceros para enfrentar a los invasores ingleses, propuesta que el virrey rechazó.
Carripilun mantuvo el liderazgo hasta su muerte ocurrida en 1820. Prueba de la importancia que habían adquirido por entonces los ranqueles es el pedido que le hiciera Feliciano Chiclana, quien en 1819 le solicitó, en nombre del supremo Gobierno de las Provincias Unidas, que no permitiera el paso de tropas españolas por su territorio. Tras la muerte de Carripilun lo sucedió Yanquetruz, quien consolidó sus logros. Pero tuvieron que soportar entre 1833 y 1834 la expedición organizada por Juan Manuel de Rosas, por entonces ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, que buscaba someterlos al poder del Estado. Los ranqueles resistieron y consiguieron detener el avance las columnas de Ruiz Huidobro en San Luis, de Aldao en el paso de la Balsa y del propio Rosas en el Río Negro. Allí quedó plasmado su poder bélico y económico, que llevó a varios de sus líderes a comandar la alianza indígena de la Patagonia. Hasta que llegó la Campaña del Desierto promovida por Mitre, Alsina, Avellaneda y Roca, y entre pactos y traiciones, acabó sometiéndolos al destierro o desintegrando las familias, repartiéndolas entre haciendas de Buenos aires y el norte del país.
Clásicas boleadoras usadas para la caza y la guerra.
LOS GUERREROS
Los ranqueles se destacaron como temibles guerreros, sobre todo a partir de la incorporación del caballo a su cultura. Basaban sus estrategias en el aprovechamiento de las virtudes del animal. La agilidad, vigor, resistencia y conocimiento del terreno de los animales se potenciaba con la relación que mantenía con él. Lo amansaban, lo que implicaba una actitud distinta a la de la doma; luego lo hacían galopar subiendo paulatinamente las distancias a recorrer y llevándolo por todo tipo de terrenos, ya fueran cenagosos, en el fango o en el monte. Les enseñaban a saltar atándoles las patas, a quedarse inmóvil y a pasar días sin comer ni beber.
Entre otros cambios que hicieron a partir del uso del caballo está el de las armas, ya que dejaron la flecha y la macana, aunque conservaron la flecha envenenada para situaciones especiales, lo mismo que las incendiarias, muy útiles para encender pajonales desde una distancia de hasta 300 metros. Además utilizaban lanzas y boleadoras, y en algunos casos yelmos y coletos, aunque no daban valor a las armas defensivas. Para el transporte de los heridos empleaban palos cruzados con tiras de cuero o cortezas de árboles improvisando una camilla.
Estrategias
Planificaban sus operaciones de guerra en una reunión realizada, por lo general, la primera noche de luna llena luego de tomada la decisión. Hasta el momento de entrar en acción escondían sus armas en cañaverales o pastizales y, una vez puestos en movimiento, su marcha era encabezada por bomberos que eran los encargados de adelantarse explorando el terreno e informando mediante el sistema de chasquis o señales de humo.
Se organizaban en grupos comandados por caciques entre los que había algunos que se destacaban con un poder mayor que el resto; la jerarquía seguía con capitanes y capitanejos. Cuando el jefe de un grupo moría, el grupo se dispersaba uniéndose a otros, o bien se podía elegir un nuevo cacique. El territorio que correspondía a cada grupo estaba delimitado en función a la caza existente.
Los jefes establecían acuerdos por medio de parlamentos en los que exponían con cuidada oratoria, don que les valía el respeto de sus pares. Usaban en sus discursos un estilo lleno de alegorías y algunos de ellos pasaron de la oratoria a la poesía, cantando a las hazañas de sus antepasados. A estos juglares se los llamó “entugli”.
LA VIDA EN LAS TOLDERÍAS
Levantaban sus tolderías cerca de las sierras y aguadas, en los montes o en aquellos lugares desde donde podían controlar los alrededores sin que les faltara leña y sombra. Entre las viviendas trazaban caminos a los que llamaban rastrilladas. En tanto entre tolderías dejaban distancias de aproximadamente dos leguas. Cada toldería era un pequeño pueblo habitado por entre diez y veinte familias. En algunas incluían ranchos para refugiados y cautivos cristianos.
Confeccionaban el toldo con pieles de caballo, guanaco, puma o zorro, aunque de ser necesario, utilizaban también otros materiales. Los toldos llevaban una abertura orientada hacia el este porque los vientos predominantes soplaban del oeste. En cada toldo vivían una o dos familias, por lo que el interior se hallaba dividido con pieles. Dormían sobre cueros de oveja y para los bebés armaban cunas donde los mantenían sujetos para evitar que se cayeran. Los hombres utilizaban como prenda el chamal, una manta doblada a la cintura y sostenida por una faja. Luego cambiarían esta prenda por el chiripá. Se abrigaban con un poncho y se calzaban botas hechas con cuero de potro. Llevaban el cabello largo.
Las mujeres también usaban una manta larga que dejaban al aire solo sus brazos, la prendían con ganchos y la sujetaban a la cintura con una faja. Para abrigarse usaban capa o poncho. Se peinaban el cabello con colas sobre la espalda, si eran solteras las colas iban atadas con cintas de colores adornadas con cuentas de vidrio, plata o cobre. Como ocurría con otros pueblos de zonas desérticas, se pintaban el rostro para protegerlo del sol.
Tanto hombres como mujeres llevaban adornos de plata.
Comían sentados en el suelo sobre platos de madera y usaban cuchillos. Como vasos usaban cuernos de vaca o madera.
Preparaban el asado en asadores de palos o hierro, los guisos y pucheros en ollas de cerámica o metal. El mate se cebaba en cuernos de vaca, con bombillas y pavas conseguidas por el comercio.
La esclavitud estaba permitida y era frecuente verla en las tolderías. Por lo general en esta condición se encontraban mujeres que recibían muy mal trato.
LOS RANQUELES Y LOS NIÑOS
Eran cariñosos con sus niños, esforzándose para que no pasaran privaciones. Al llegar a los cuatro años les abrían las orejas en una ceremonia en la que colocaban al niño sobre un caballo echado y atado para inmovilizarlo. Las orejas se perforaban usando un hueso de avestruz afilado. Las sangre que se derramaba era ofrecida a los espíritus para que fueran propicios con el niño, a continuación lo festejaban. Pero si los niños nacían defectuosos eran ahogados y abandonados en el desierto, como modo de evitar todas las dificultades que traía mantener de por vida un enfermo.
COSTUMBRES
Las mujeres se iniciaban con un día de encierro en un rincón del toldo cerrado con ponchos y durante ese tiempo no podía mirar a ningún varón. Pasado un día en esta situación la madre o pariente mujer más cercana la hacía salir y correr hasta cansarse, entonces la volvían a encerrar, esta vez hasta la puesta del sol, cuando recomenzaban el paseo forzado. De allí, otra vez al toldo. Al tercer día la enviaban a buscar leña tres veces y colocarla en tres direcciones distintas pero en los senderos que conducían a su tienda, para que todos supieran que ya era mujer.
Cuando llegaban a esta condición podían casarse. El casamiento se realizaba mediante la compra y el hombre podía tener todas las esposas que pudiera mantener. Ellas se ocupaban de preparar las pieles, trabajar la cerámica, cuidar el toldo y otras tareas hogareñas, en tanto los hombres trabajaban la plata y el cobre, guerreaban, amansaban caballos, cazaban o se dedicaban al ocio cuando no tenían tareas.
Eran aficionados al juego, sobre todo del tipo de los dados, que practicaban con ocho cubitos de hueso blanco y negro, o a lo que llamaban “la chueca”, que se jugaba con una bolita y con palos terminados en ganchos.
La salud era atendida por los hechiceros o brujos, quienes utilizaban hierbas, pócimas, ensalmos, sacrificios de animales, bocanadas de humo, succión de las partes afectadas, y todo tipo de recursos que consideraran de utilidad para sacar el mal de cuerpo.
Para los ranqueles la cacería era una fiesta popular de la que participaban hombres, mujeres y niños. Los hombres eran los que se encargaban de acorralar a la presa, por lo general avestruces y guanacos; cuando lograban cercarla uno la boleaba haciéndola caer, y ahí entraban las mujeres que daban muerte al animal y lo cuereaban.
Además de carne se alimentaban de maíz, frutos, hierbas, porotos y moluscos. Con el maíz tostado hacían harina. Su dieta también incluía manzanas silvestres y frutas ácidas y el llamado yahu-yehuin, un fruto similar a la papa.
ACTIVIDADES ECONÓMICAS
El malón fue una actividad que los unió a los araucanos para facilitar la administración de los recursos. Mediante este sistema de ataque sorpresivo y rapaz, obtenían gran cantidad de animales con los que se trasladaban a Chile para venderlos. De esta manera accedían a licores, vino, yerba y objetos de plata y otros metales.
Pero desarrollaban también otro tipo de actividades domésticas que ayudaban a la subsistencia en las tolderías. Una de ellas era el pastoreo para sus rebaños, de los que obtenían carne y lana. Otro recurso ya mencionado era la caza, en cambio la agricultura era esporádica y en pequeñas cantidades.
Entre la producción artesanal se contaban los tejidos, la metalurgia, sobre todo plata, y los trabajos en cuero, pieles y cerámica. Los utensilios los hacían de madera y los morteros, boleadoras y puntas de flecha de piedra.
REPARACIÓN HISTÓRICA
En 1879 los restos del cacique Mariano Rosas fueron robados de Leubucó por el coronel Rancedo que los hizo llegar a Estanislao Zeballos. Éste los donó al Museo de Ciencias Naturales de La Plata, donde permanecieron depositados en un anaquel desde 1889. En un acto de justicia el 22 de junio de 2001 se le restituyeron al pueblo ranquel en una ceremonia a la que asistieron 18 loncos o jefes de comunidades indígenas y Adolfo Rosas, descendiente de Mariano. Los restos fueron trasladados a caballo hasta Leubucó donde hoy descansan.
Continuando con los actos de reparación histórica, el 14 de agosto de 2007 el gobierno de la provincia de San Luis restituyó a los aborígenes 2.500 hectáreas en la localidad de Fraga, donde el 30 de mayo de 2009 se fundó el pueblo de Rancul Che, inaugurándose veintidós viviendas donadas por el gobierno a dos comunidades ranqueles asentadas allí.