Pueblo aborigen asentado en las márgenes del río Pilcomayo, sobre territorio argentino, boliviano y paraguayo, que ha sufrido en su historia dos grandes conmociones que afectaron profundamente su cultura: la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay y el ingreso de las misiones evangélicas.
El contacto sistemático con la población no indígena había comenzado no mucho tiempo antes, apenas iniciado el siglo XX, pues hasta entonces la falta de atractivo de sus tierras ancestrales, situadas en la árida región chaqueña, los habían mantenido aislados e independientes de los colonizadores y de las sucesivas corrientes migratorias. Pero ese ambiente hostil para la población blanca era su hábitat y allí cazaban, pescaban y recolectaban aprovechando los recursos que les brindaba la naturaleza, en tanto desarrollaban su compleja concepción de la condición humana, su relación con la naturaleza proveedora y con lo sobrenatural. Pero este eje fundamental para otras culturas, la relación entre el hombre, la naturaleza y lo sobrenatural, no es importante para su cosmovisión que interpreta un vínculo interactivo entre los tres ámbitos, con conocimientos que son adquiridos y resguardados a través de los más sabios, frecuentemente los más ancianos. Así el poder del conocimiento se transforma en la posibilidad de curar o de dañar, o incluso en el don profético.
Pero en esa relativa calma en la que se mantenían irrumpió la guerra. No su guerra, la guerra de otra civilización, la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, ocurrida entre los años 1932 y 1935. Esta situación inesperada afectó especialmente a los chorotes del norte, llamados también montaraces o iyowújwa, que fueron desplazados hacia el sur, hacia la zona en la que estaban emplazados los chorotes del Pilcomayo o iyosújwa. Y luego llegaron las misiones evangélicas instalando su influencia para torcer la concepción del mundo chorote con la cosmología y la teología cristiana.
Las consecuencias de estas influencias se manifiestan en un proceso de adaptación de la cultura regional, pero ocurrida desde una posición de subordinación. El resultado ha sido que el pueblo chorote, considerado como extremadamente pobre desde una visión etnocéntrica, se ha convertido de manera efectiva en uno de los más pobres entre la población del norte de la Argentina.
La resistencia
A pesar de las dificultades el pueblo chorote no renunció a sus orígenes y se mantuvo en pie defendiendo sus tierras y su libertad. Eso trajo aparejada una guerra de resistencia que se dio contra el hombre blanco antes de que se desatara la Guerra del Chaco. Esta resistencia se mantiene viva en la memoria colectiva del pueblo, que conserva su historia mediante el relato oral que se transmite de generación en generación.
Así cuentan como las mujeres apoyaban a sus parejas cuando salían a la guerra, preparaban su ropa, sus armas, y luego en conjunto hacían silencio por aquellos que no volverían, para completar finalmente su ritual guerrero y salir a combatir. Los chorotes iban a la guerra con la cara y el cuerpo pintados, y plumas de loro adornando la cabeza.
Los enfrentamientos con los blancos se dieron en su mayoría en la zona de Pozo La China y de ahí hasta más allá del río Pilcomayo. En estos combates los guerreros aborígenes solían perseguir a los soldados siguiendo sus huellas y otro tipo de señales que les indicaban el rastro del enemigo.
La guerra fue catastrófica para el pueblo. Por eso ante la adversidad daban especial cuidado a los niños, cavando trincheras de cinco metros donde los ocultaban, muchas veces sin sus madres, que también llegaron a colaborar en las batallas.
Después de la confrontación tenían unos meses de calma, pero los golpes eran tan duros y tantas las bajas que los hombres en muchas ocasiones se vieron obligados a formar familias hasta con tres mujeres.
Cuando los ataques recomenzaban los chorotes se organizaban dividiéndose en tres grupos: uno a la espera del enemigo y otros dos escondidos para atrapar al jefe, sabiendo que ante la caída del mismo la tropa de soldados huía.
La Guerra del Chaco (1932/1935)
La Guerra del Chaco, entre Paraguay y Bolivia, se libró desde el 9 de septiembre del año 1932 hasta el 12 de junio de 1935, por el control del Chaco Boreal. Fue la guerra más importante en Sudamérica durante el siglo XX.
Los chorotes quedaron en medio de una guerra que no les pertenecía, una guerra entre bolivianos y paraguayos que los reclutaban de manera forzosa como soldados y los colocaba en el frente de batalla donde muchos perdieron la vida. Esto hizo que una gran parte de los sobrevivientes migrara hacia la Argentina instalándose en la Misión La Paz, en la provincia de Salta, donde conviven con los matacos (wichis).
Celebraciones
El pueblo chorote tenía un festejo principal, llamado el festejo del pin pin. En este ritual, que se extendía por dos meses, hacia el final arrojaban los instrumentos musicales, que era una manera de tirar lejos el año que se iba.
Lengua
Su lengua es el chorote o tsoloti, perteneciente a la familia lingüística mataco-guaycurú, dividido en dos dialectos tan diferentes que pueden considerarse idiomas. Estos dialectos son el manhui y el manjuy, también conocido como chorote iyo’wujwa, que es hablado por 1.500 individuos en la Argentina, 500 en Paraguay y en Bolivia está prácticamente extinguido. Casi la totalidad de los chorotí hablan su lengua, o sea que el pronóstico de supervivencia para ésta es favorable. Sin embargo, por ser muy pequeño el número de sus hablantes, y por las influencias del castellano y del guaraní a que se halla expuesta, la lengua chorotí no deja de ver amenazada su perdurabilidad.
Sociedad
Los chorotes no celebran la unión de la pareja, a tal punto que en su lengua no hay palabra que se traduzca por matrimonio. Para ellos la pareja se da por hecha cuando la mujer elige entre los hombres a aquél al que considera con méritos para cazar y cosechar, es decir, al más apto para alimentarla, tanto a ella como a sus futuros hijos y a sus padres. Para las mujeres la viudez es crítica porque implica dificultades económicas.
Para este pueblo es común el término ikái jwenthli, cuyo significado es “el camino es uno solo”, lo que hace alusión a la casa materna, allí donde todos vienen de un mismo útero, desde la abuela hasta los hijos. Esto implica que para ellos el camino de la vida pasa por las mujeres y por las generaciones ascendentes, que son quienes están conectadas con los ancestros más antiguos, los iñol tepij.
Dentro de su organización tienen vínculos parentales con los wichis y los culupís, también de la familia mataco-mataguaya. Su tipo racial es el patagónico con influencia andina y brasílida.
El mito
Para este pueblo el periodo menstrual es un tabú al que consideran como violatorio de la pureza de la naturaleza. Pero una mujer, joven y bonita, cometió el imperdonable error de internarse en el monte durante su periodo de menstruación. Esta mujer, de nombre Ehéie, fue transformada por los dioses en un ser maligno, para lo que, previamente se la indujo a un sueño profundo. Así estaba cuando las víboras del monte la rodearon y anidaron en su vientre. La joven despertó sin saber lo que había sucedido pues a simple vista seguía tan bella como siempre.
Pero en el camino de regreso a su casa Ehéie vio la luna reflejándose en la selva y sintió deseos por su hombre. Al encontrarlo se abrazaron apasionadamente y en ese momento las serpientes salieron del cuerpo de la mujer y mataron a su marido. Ella enloqueció y se internó en el monte. Desde entonces, desde la profundidad de la selva empezó a seducir a quienes llegaban allí para luego matarlos. Por eso los chorotes, apesadumbrados por lo sucedido, acudieron a Ahóusa, el dios carancho, para que fuera quien les aclarara que era lo que pasaba. El dios investigó y así supo cuál era la razón por la que morían los hombres que se internaban en la selva. Convocó al pueblo y los instó a que incendiaran el monte para terminar con la maléfica mujer que lo habitaba.
El pueblo siguió las indicaciones del dios e incendió el monte y con él a Ehéie. Sin embargo Ahóusa, sospechando que podía quedar algo de maldad, buscó el cuerpo de la mujer y observó que un pequeño animal había nacido entre sus restos. Removió las cenizas y un vampiro levantó vuelo anunciado al dios que de ahí en más chuparía la sangre de animales y hombres mientras estos durmieran.
Actualidad
En la actualidad la mayoría de los chorotes viven en la Argentina, en la provincia de Salta, donde se asentaron principalmente en 1942, instalándose en las misiones evangélicas. Se calcula que viven allí unos 2.600 individuos de esta etnia. Los chorotes subsisten de la pesca, la caza, la recolección de frutos silvestres y del cultivo, aunque se ven amenazados por el deterioro del monte en el que viven.
La pesca en el río Pilcomayo continúa siendo vital para la subsistencia de los chorotes.