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Vista aérea de una de las grandes avenidas que cruzan la ciudad de San Pablo, Brasil.
Vista nocturna de Avenida 9 de Julio, Plaza de la República y el Obelisco, tres hitos de la arquitectura de Buenos Aires.

Las capitales latioamericanas



La gran mayoría de los países que conforman América Latina cuentan con ciudades donde se nuclea un alto porcentaje de la población, alcanzando en muchas de ellas un estimado del 75%. Estas modernas metrópolis que abarcan enormes dimensiones y se encuentran entre las ciudades y áreas urbanas más extensas del mundo, ofrecen en sus calles un panorama multicultural de la riqueza de cada país. Aquí conoceremos su importancia y peso en la región, además de las razones que han llevado a la población a concentrarse en estas grandes áreas urbanas.


Brasilia, capital federal del Brasil y la sede del Gobierno del Distrito Federal, localizada en la parte central del país.

UN CRECIMIENTO SOSTENIDO

El proceso de formación de las grandes capitales de Latinoamérica hasta conformarse como las actuales mega-ciudades y aglomerados urbanos tiene sus raíces en los procesos históricos sobre los cuales se fueron construyendo. Ejemplos históricos se pueden rastrear en Tenochtitlán, antigua capital del imperio azteca que, a su vez, contaba con varios municipios en su área, y Cuzco, la capital del vasto imperio incaico en Sudamérica. Con el proceso de conquista, estas ciudades fueron parcialmente destruidas, construyéndose sobre sus cimientos las bases de la ciudad de México, en el caso de Tenochtitlán y la ciudad de Nueva Toledo, en el caso de Cuzco. Estos dos ejemplos nos ayudan a entender que ya en ese entonces existía en el territorio latinoamericano una tendencia a la centralización en grandes ciudades para la administración de recursos.


Catedral Metropolitana de la Ciudad de México en el Zócalo, principal punto turístico de la ciudad.

Con el proceso de la conquista española, las ambiciones colonialistas establecieron nuevas redes urbanas que reproducían la lógica de las ciudades europeas, incorporando los numerosos avances científicos que se dieron entre los siglos XVI y XIX, aunque manteniendo esencialmente una estructura aldeana. Tras los procesos de emancipación que se gestaron a lo largo de todo el siglo XIX en la región, las ciudades entraron en un proceso de modernización que, a raíz de los enfrentamientos en las guerras internas, marcaron una dicotomía en una nueva formación del espacio rural y el espacio urbano. Es en el establecimiento del Estado moderno cuando las capitales de Latinoamérica van a adquirir importancia como centros poblacionales, tomando influencia de la cultura francesa en torno a la disposición de las ciudades bajo los lemas del orden y el progreso.


Vista panorámica de la ciudad de Santiago de Chile en invierno.

Estos procesos de reestructuración, que comenzaron a gestarse a lo largo del siglo XIX, fueron inspirados por el cambio planteado desde las reformas del Barón Haussmann (1809 – 1891) a la ciudad de París. Entre las características más notables se encuentran el ensanchamiento de las avenidas y bulevares, y la incorporación de nuevos medios de transporte en las calles y, esencialmente, una división que advirtió Le Corbusier respecto al trabajo de Haussmann: una zona para la circulación, otra para alojamiento y la última para el trabajo. De esta forma quedaba bien diferenciada la centralización de los edificios históricos y administrativos más importantes respecto a las zonas periféricas destinadas a la clase trabajadora.

Pero además, esta nueva disposición de los espacios urbanos se encontraba en función de las políticas influenciadas por las corrientes de pensamiento del positivismo y el higienismo, intentando paliar la aparición de epidemias como la fiebre amarilla, disentería o cólera a través de obras como alcantarillado, apertura de calles y la designación de espacios verdes que permitieran “airear” las zonas donde hubiera mayor concentración de habitantes. De este modo se modernizaron los sistemas de iluminación y se le dio mayor entidad a edificios administrativos desde los cuales se pudiera ejercer poder político, permitiéndoles mayor visibilidad. No obstante, a pesar de las notorias mejoras, en las ciudades comenzarían a polarizarse ciertos sectores que representaban al poder político y económico en el centro, respecto a los sectores menos acaudalados y trabajadores del proletariado en la periferia, hecho que se acrecentaría en las décadas siguientes. La modernización mostraba imágenes bifrontes, ambivalentes, que se expresaron con mayor nitidez en las capitales.


Bogotá, capital de la República de Colombia.

Por otro lado, se agudizó el crecimiento demográfico tras la llegada de las grandes olas migratorias desde el viejo continente, dándole a los espacios urbanos una nueva configuración. Este nuevo sector se fue asentando principalmente en la periferia de las capitales debido a que era el lugar donde se presentaban las oportunidades de ascenso social, al mismo tiempo que se desarrollaba una migración interna, particularmente en países como Argentina o Perú. De esa forma el crecimiento se fue dando de manera exponencial: mientras que a comienzos del siglo XX apenas diez ciudades superaban los 100.000 habitantes, ya en la década del ´40 Buenos Aires y la ciudad de México superaban el millón, Santiago de Chile superaba los 700.000, Lima y Montevideo superaban los 500.000, y La Paz, Bogotá y Caracas superaban los 200.000. Esta nueva conformación llevaría a quienes se asentaban en la periferia a conformar villas miserias, pequeños pueblos y comunidades que extenderían el área geográfica de las ciudades, dando forma a los suburbios que las circundaban.

INCLUSIÓN Y EXCLUSIÓN EN LAS CAPITALES LATINOAMERICANAS

Las ciudades latinoamericanas –y más precisamente las capitales– asisten a un proceso dual donde la polarización y las desigualdades sociales son cada vez más evidentes, convirtiendo a estos espacios en zonas de articulación de distintas demandas sociales provenientes de sectores cada vez más disímiles. Las actividades locales tienden a la concentración y a la dispersión, ya que al mismo tiempo que concentran y tejen vínculos que fluyen hacia la economía global, experimentan en su interior elevados índices de pobreza urbana. Se produce entonces un fenómeno de desintegración social que solo exhibe el carácter asimétrico de la globalización.


Vista panorámica de Montevideo.

Las diferencias son tan evidentes en los niveles de empleo e ingreso que solo unos cuantos están capacitados para beneficiarse del progreso de la economía mundial, en contraste con la extensa población abandonada a las actividades de la economía informal, donde los bajos salarios y la mala calidad de vida son el común denominador. De esta manera, las grandes urbes latinoamericanas, con su doble carácter incluyente y excluyente, favorecen el que unos cuantos se vinculen a las redes de la economía global y unos muchos queden, localmente, desconectados. La interacción de lo global y lo local es parte de la dinámica propia que adquieren estos espacios urbanos.


Edificios financieros en el distrito de San Isidro, en Lima.

La fragmentación social se convierte, entonces, en una amenaza al modo y calidad de vida en las ciudades. Todo este panorama deja en claro que la magnitud de la explosión demográfica en Latinoamérica y el acelerado proceso de urbanización en que están inmersas rebasan, con mucho, la capacidad de las instituciones para hacerle frente. Así, como señala Celine Sachs-Jeantet, "la característica central del problema urbano no es la magnitud del crecimiento de la población, sino la amplitud de la falta de correspondencia entre el cambio demográfico y el cambio institucional".


El Panecillo, elevación natural de 3.000 msnm, enclavada en el corazón mismo de la ciudad de Quito (Ecuador).

LA INTERACCIÓN DE LAS CAPITALES LATINOAMERICANAS EN LA DINÁMICA INTERNACIONAL

Además de los efectos de carácter interno, la inserción de las grandes capitales latinoamericanas en el proceso de globalización está produciendo transformaciones de carácter externo que tienen una incidencia directa en la reestructuración del actual sistema internacional. Como parte de estos cambios, cabe señalar que tanto la nueva división internacional del trabajo como el acelerado movimiento de los flujos financieros mundiales tienen su anclaje en las ciudades globales. América Latina, como otras regiones del planeta, participa de manera importante en esta lógica, modificando sustancialmente la creciente interdependencia que las capitales establecen con los centros mundiales de poder.


Caracas, capital de la República Bolivariana de Venezuela.

El tipo de vínculos que estos espacios han desarrollado con el exterior, en la mayor parte de los casos, no corresponde al papel que su propio Estado-nación juega en el escenario internacional. De esta forma, las grandes capitales latinoamericanas dan cuenta de cierta autonomía en sus funciones, al grado de que se convierten en el lugar donde se concentra lo más productivo del país. Existe, entonces, una transferencia de las funciones representativas del Estado-nación, la cual llega a los espacios donde se encuentran las ciudades, otorgando a éstas la capacidad de competir e interactuar en el contexto internacional de manera independiente.


Panorámica de La Paz, capital administrativa y sede del Gobierno de Bolivia.

Así las cosas, y a modo de conclusión, los grandes centros urbanos y las capitales de Latinoamérica se han ido ordenando, dentro de la jerarquía internacional, a partir de un nuevo paradigma competitivo, el cual opera con relativa independencia de la nación en la cual se encuentren enmarcados. Su papel en el escenario internacional se definiría, entonces, por su capacidad de adaptación al cambio y por el éxito de las políticas públicas dirigidas a lograr una mayor cohesión social.