El grado de inmadurez con el que nacemos exige que los demás nos brinden asistencia de un modo absoluto para que podamos sobrevivir. Y no se trata solo de inmadurez psicológica sino también física. Al nacer poco dotados para ser autónomos, remplazamos la falta de potencia por inteligencia, madurando en sociedad, paso a paso.
Seres sociales
Ya en la Antigua Grecia los filósofos como Aristóteles reflexionaban sobre la función social del ser humano.
El filósofo de la Antigua Grecia, Aristóteles (384-322 a. C.), ya se ocupaba de destacar la función social del ser humano en el mismo nivel que su función lingüística. Siendo animales sociales agrupados en familias, comunidades y Estados, pero además seres hablantes. Aristóteles da el ejemplo de las abejas, que forman colectivos en forma de panal o colmena, no equiparándolas con los humanos sino por el contrario, para mostrar la enorme diferencia a pesar de ser también ellas animales que viven agrupados. Porque la sociedad humana es mucho más compleja, se define formando culturas. La cultura se define como un conjunto de elementos que incluyen objetos, costumbres, reglas e ideas, que el hombre ha creado y serán aprendidos porque no se nace con ellos, no pertenecen a lo instintivo. El ejemplo más significativo es el lenguaje.
Las abejas no tienen cultura sino que actúan por conductas repetitivas que acarrean de modo instintivo desde hace millones de años.
En el contexto de las sociedades humanas, civilizarse es adquirir habilidades y conocimientos que integran al ser humano con grupos de diversa extensión, con los que tendrá diferente grado de identificación.
Los grupos funcionan como agentes de socialización; se estructuran para influir en nuestra formación social, identificados con un conjunto de elementos culturales. Hay grupos más cercanos, como la familia y los amigos, y otros que influyen de un modo menos personal, como ocurre con los medios de comunicación o las empresas culturales.
Para concretar la socialización, el ser humano cuenta con dos atributos: la racionalidad y la emotividad. Eso nos permite reconocer los problemas y resolverlos.
Seres emocionales
El ser humano, como otros seres vivos, especialmente los mamíferos, tiene emociones. Estas emociones se clasifican en seis básicas: tristeza, alegría, miedo, ira, aversión y sorpresa. Estudios realizados durante el siglo XX han llevado a los psicólogos a la conclusión de que hay expresiones instintivas universales en el ser humano para cada una de las emociones básicas.
Las emociones se componen de un estado fisiológico y una vivencia mental. Transitar de noche por una calle solitaria y escuchar pasos detrás, darse vuelta y no ver a nadie hace que los músculos se contraigan y aumente los latidos del corazón (componente fisiológico), mientras la imaginación intentará elaborar lo que está ocurriendo. Es el miedo.
Así descripta la emoción se ve como elemental, reacción fisiológica, vivencia intensa pero breve. De allí deriva el sentimiento, que es un estado emocional más duradero y complejo.
Seres racionales
La inteligencia es la capacidad para resolver problemas que no están programados en el modo instintivo. Para llegar a una conducta que sea el resultado de un aprendizaje, el animal debe adquirirla antes, ya sea por sí mismo o con la ayuda de otros animales. El ser humano es el más capacitado entre los animales para adquirir conductas nuevas, puede decirse que es el más inteligente. Su cerebro es el más complejo, la inteligencia humana tiene una especial capacidad simbólica que le permite aprender por observación e imitación, o interpretando símbolos en los libros.
Gracias a la inteligencia se adquieren destrezas y conocimientos. Tanto unos como otros sirven para resolver problemas relacionados con la supervivencia, o con el bienestar y la felicidad.
El ser humano piensa, es decir, usa imágenes para representar el mundo.
La complejidad del cerebro humano tiene que ver con la corteza cerebral, mayor que la de cualquier otro animal. Allí se encuentran, entre otras funciones, las del pensamiento y el lenguaje. Pensar es usar imágenes mentales recordadas o inventadas para representar el mundo. El ser humano tiene la capacidad de utilizar símbolos, esta cualidad permite suponer el futuro, imaginar consecuencias. La inteligencia realiza tres operaciones básicas:
La conciencia y la intencionalidad
La memoria abarca lo que llamamos vivencias y que son recuerdos de hechos, y a lo que asociamos con esos hechos. Pero además de recordar, también podemos anticiparnos a los hechos planificando la vida, haciendo proyectos. La historia personal se construye proyectando desde el pasado.
La unidad de recuerdos y anticipaciones la otorga el yo, ese yo que filósofos y estudiosos dedicados a la conducta llaman “la conciencia” o “el sujeto consciente”. René Descartes, filósofo francés del siglo XVII, decía que aquello que más definía al ser humano era el darse cuenta de la individualidad de su mente. No hay consciencia sin autoconsciencia.
La consciencia madura cuando el individuo se plantea los contenidos mentales de los otros. De esa manera aprende a diferenciar su “yo” de otros “yo” diferentes, que se parecen a “mi” pero que no son “yo”.
La consciencia tiene una característica fundamental que es la intencionalidad. Un individuo consciente tiene intenciones, diferencia objetos y se propone objetivos.
Voluntad. Libertad. Identidad personal.
La vida nos enfrenta constantemente a situaciones en las que tenemos que elegir. Allí aparecen nuestras intenciones de elegir una cosa y no otra. Dentro de nuestras posibilidades optamos por lo que más nos interesa.
Las emociones nos motivan, tomamos consciencia de nuestros deseos y aversiones para razonar y poder representar nuestras intenciones y de ese modo elegir qué hacer, es decir, emplear nuestra voluntad. Para ejercer voluntad debemos tener intenciones, ser conscientes. Analizamos posibilidades, seleccionamos la acción a ejecutar y la llevamos adelante con mayor o menor éxito. Completar esa secuencia es “tener voluntad”.
Ahora se plantea otra cuestión ¿Cuándo elegimos, lo hacemos con libertad o influidos por las circunstancias? El ser humano es libre y su libertad no se pierde por tener que decidir en medio de determinadas circunstancias, porque esas circunstancias forman parte de su libertad. Es decir, siempre estaremos situados en un contexto que nos influye pero no nos impide completamente ser libres. La libertad es una propiedad de la voluntad y puede definirse como la independencia de nuestra voluntad para elegir aquello por lo que optamos. Al elegir somos independientes, es decir, no estamos obligados por otros, ni por circunstancias o factores externos, si bien éstos, en un caso extremo, pueden implicar nuestra propia vida; la opción podría llegar a ser la pérdida de ella o de lo que más amamos.
La convivencia en sociedad
Como el ser humano es un ser social, todos los problemas que se le puedan plantear tendrán indefectiblemente una vertiente grupal. Decimos “indefectiblemente” porque ya hemos visto que nuestro yo, nuestra consciencia, se forma en un proceso de socialización, que es justamente en este proceso en el que adquirimos destrezas y conocimientos en interrelación con los demás.
Las cuestiones que aquejan al ser humano a lo largo de su vida de una u otra manera, en algún punto están relacionadas con los demás, con las otras consciencias que lo rodean. También estarán el entorno natural, otros seres vivos y los objetos, pero también estos objetos y seres vivos, de modo directo o indirecto, están relacionados con otros seres humanos, incluso nosotros mismos. Esto nos lleva a afirmar que una de las cuestiones fundamentales en la conducta de los seres humanos es la convivencia con otros seres humanos.
Es en la vida en común, en su complejo entramado, donde alcanzamos satisfacción o padecemos la frustración. Conformamos grupos donde nos es posible desarrollar plenamente la naturaleza humana. Pero lógicamente, compartir con los otros no siempre resulta fácil. A veces aparecen dificultades que es necesario resolver. Allí es donde se desenvuelve nuestra inteligencia, aparecen las emociones y los sentimientos. Aunque también los de los demás, que tienen sus propias emociones, sentimientos e inteligencia.
La dinámica y la complejidad de la vida van generando cambios. Cambia uno y cambian los otros. Se pasa por situaciones que requieren soluciones y que conllevan diferencias, desacuerdos, a veces incomodidad, frustración y encono. Sin embargo, la dinámica del conflicto no debe generar resignación. La inteligencia permite encaminar las relaciones para que sean las mejores dentro de las circunstancias que tocan. Para tener resultados positivos hay que tener una actitud adecuada para la resolución de los conflictos.
La sociabilidad
Las maneras que tienen los seres humanos de relacionarse pueden clasificarse en dos tipos básicos: comunidades y sociedades.
Las comunidades son agrupaciones que están unidas por ciertos rasgos afines. Un ejemplo de ello son los grupos étnicos.
Las sociedades son grupos de personas que se juntan por una causa o interés común, cuyo propósito es desarrollar una tarea y alcanzar una finalidad.
Las normas
Las normas, de cualquier tipo, dan un marco al comportamiento del individuo en sociedad.
La convivencia se sustenta en normas que regulan las relaciones. Las normas son reglas a las que deben ajustarse las acciones o conductas. Se orientan desde un valor y pueden mandar o prohibir. Definen derechos y deberes y permiten que cada individuo sepa cómo actuar y qué esperar al iniciar una interacción. Las normas pueden clasificarse en cuatro tipos diferentes: