Existen personas cuyo espíritu pasa a formar parte del legado cultural de la humanidad a través de sus composiciones; una de ellas es, indudablemente, este genial compositor alemán. Las composiciones musicales de su creación trascendieron el tiempo y el espacio. Conozcamos un poco más a uno de los artistas que forman parte del magnífico legado musical europeo.
La vida de Ludwig van Beethoven está estrechamente unida a su obra musical; tal es así que las huellas de sus vivencias pueden apreciarse en las personalísimas composiciones de cada etapa en la que se divide su obra. Sus composiciones derribarían las convenciones musicales clasicistas y serían las que acercarían al mundo el romanticismo que vendría y, de esta manera, poder comprender a músicos como Richard Wagner y Johannes Brahms. Abrevar en su estilo daría paso a músicos de la talla de Alban Berg, Béla Bartók y Arnold Schönberg que irrumpirían a principios del siglo XX. Su personalidad encarnaría también al artista romántico defensor de la libertad y la fraternidad, pero a la vez sumido en la tragedia y víctima de sus propias pasiones.
Los primeros años
En 1770 nace en Bonn –en la actual Alemania – en una familia de origen flamenco, Ludwig van Beethoven. La elección de su nombre sería un reconocimiento a su abuelo, verdadero pilar familiar ya que su padre sería presa del alcoholismo durante toda su vida; esto llevaría a la familia a la miseria y el abandono a la muerte del abuelo.
En los primeros años, cuando el padre vio el talento musical de Ludwig, intentaría hacer de él un segundo Mozart, pero la vocación musical del pequeño no se iniciaría sino hasta 1779 de la mano del organista Christian Gottlob Neefe quien se transformaría en su maestro y lo introduciría en el conocimiento de Johann Sebastian Bach, una de sus mayores influencias durante su formación. Este mentor sería quien rescatara a ese niño taciturno del ambiente sórdido del hogar y le daría las bases musicales para su futura obra.
En junio de 1784 con catorce años, pasaría a ser el segundo organista de la corte; incluso Wolfgang Amadeus Mozart elogiaría su talento cuando tuviera la oportunidad de escucharlo. Una anécdota cuenta que el virtuoso músico no creía en el talento de improvisación del joven Beethoven hasta que éste le dio a seleccionar la partitura que ejecutaría; fue todo lo que Mozart necesitó para valorarlo. En este período Beethoven se conectaría con los ideales de la Revolución Francesa rompiendo con las formas corteses en su trato a la nobleza; a pesar de sus accesos de ira y sus maneras toscas, siempre se vería favorecido por amores, mecenas y amistades dentro de la nobleza ilustrada. De esta manera, por ejemplo, su amistad con el conde Waldstein sería decisiva para establecer los contactos que le permitirían instalarse en Viena en noviembre de 1792.
Vista de la actual ciudad de Bonn, lugar de nacimiento de Ludwig van Beethoven.
El estilo beethoveniano
Tradicionalmente se divide la obra de Beethoven en tres grandes etapas creativas. El musicólogo Wilhelm von Lenz sería el primero, en 1852, en dividir la carrera musical de Beethoven en estas tres grandes fases estilísticas.
La primera abarca desde 1793 a 1802, es conocida como su período clasicista pues se encuentra bajo la influencia de la obra de Joseph Haydn y de Wolfgang Amadeus Mozart. En este período se aprecia el clima melancólico de su estilo del que subyace una fuerza interna que se manifiesta por primera vez en las composiciones de la época. Su fama como compositor y su reputación como un gran pianista le abrirían las puertas de las casas más nobles. Seguro de su propio valor, se caracterizaba por su obstinación y sus explosiones de ira que eran legendarias. Su grosería deliberada cimentaba la idea de una postura independiente y así se mantendría hasta el día de su muerte. En 1794 comenzarían a afectarlo los primeros síntomas de una sordera que avanzaría irremediablemente hasta dejarlo sin la facultad de oír. De esta primera etapa se destacan sus primeras sonatas para piano y sus cuartetos. La Patética y Claro de Luna, representan grandes innovaciones en la ejecución de sonatas para piano. Otras obras memorables de este período son su primera sinfonía y las arias de concierto Prüfung des Küssens, Mit Mädeln sich vertragen y Primo amore; el divertido Septimino, opus 20 y el lied Adelaida.
Imagen de la portada de la partitura de la sonata N° 14, Claro de Luna, compuesta para la joven condesa Giulietta Guicciardi, uno de sus grandes amores.
La segunda etapa abarca desde 1801 hasta 1814, la mayoría de críticos coinciden en señalar este período como el de su madurez. Técnicamente consiguió de la orquesta recursos hasta el momento inexplorados, sin modificar la composición tradicional de los instrumentos, revolucionando con ello la escritura para piano. En estas composiciones refleja al artista como héroe trágico que intenta cambiar su destino. Obras maestras de este tiempo son, entre otras, el Concierto para violín y orquesta en re mayor, Opus 61 y el Concierto para piano número 4, las oberturas de Egmont y Coriolano, las sonatas A Kreatzer, Aurora y Appassionata, y la Misa en do mayor, Opus 86. Sin embargo, sus sinfonías le darían el renombre en la historia de la música pues no serían jamás superadas. Entre ellas tenemos las Sinfonía nº 3 y la Sinfonía nº 5. La intensidad de esta etapa se repetiría en otras composiciones y en su única ópera, Fidelio.
Representación alemana de Fidelio en la Ópera de Berlín 1950.
La tercera etapa va desde 1815 hasta su muerte y consta de sus obras más innovadoras, incomprendidas por sus contemporáneos debido a sus formas no convencionales. La Sinfonía nº 9, la Missa solemnis y los últimos cuartetos de cuerda y sonatas para piano representan la culminación de esta etapa y de un estilo único en donde prevalece el carácter religioso y el sentimiento de hermandad universal. La Sinfonía nº 9, llamada también Coral, es la obra más famosa de este período. Su extenso final con variaciones parte del texto de la Oda a la Alegría de Schiller y constituye una de las primeras incursiones de la voz humana dentro de una sinfonía. Beethoven se separa de lo tradicional y aborda las mayores dificultades técnicas de la composición a la vez que se expresa de forma cada vez más refinada. En la segunda etapa había expresado lo espiritual del mundo material, en este último tiempo expresaría el consuelo de lo espiritual.
Imagen que acompaña parte de la Novena Sinfonía en la película Amada Inmortal de 1994.
Si bien la grandiosidad de la Missa solemnis maravillaría a la audiencia, el paroxismo llegaría con la interpretación de la novena sinfonía aquel 7 de mayo de 1824. Beethoven, completamente sordo, había dirigido orquesta y coros en aquel histórico concierto organizado en su honor por sus viejos amigos. Acabado el último movimiento, la cantante Unger, comprendiendo que el compositor se había olvidado de la presencia del público, con suavidad lo obligaría a ponerse de cara a la platea; el rugir del clamor repercutió en la sala cuando lo hizo. Esta escena está bellamente recreada en la película Immortal Beloved protagonizada por Gary Oldman (como Beethoven) y dirigida por Bernard Rose.
El final
En su lecho de enfermo, solo lo visitaron los amigos, entre quienes se encontraba Franz Schubert, pero ningún familiar. El 26 de marzo de 1827 finalmente moriría uno de los más grandes compositores en medio de una gran tormenta. Sobre su escritorio se encontró la partitura de Fidelio. Además de ésta, los testimonios de sus grandes amores: el retrato de Therese von Brunswick, la miniatura de Giulietta Guicciardi y, en un cajón secreto, la carta de la anónima Immortal Beloved que sería el hilo conductor en la película homónima que se realizaría en 1994 sobre su vida.
El 29 de marzo se procedió al entierro y asistieron, de luto y con rosas blancas, todos los músicos y poetas de Viena; Schubert se encontraba entre los portadores de antorchas. El cortejo fue acompañado por cantores que entonaban composiciones del genial músico que transportaban en un cajón. En el año 1888 los restos fueron trasladados al cementerio central de Viena.
Ludwig van Beethoven, uno de los más grandes compositores de todos los tiempos, dejaba tras de sí una vida marcada por la soledad, las enfermedades y, tanto en su final como en sus comienzos, la miseria; tal vez por esos motivos su obra tendría el toque de la genialidad.
Este gran compositor no crearía ninguna de las formas musicales empleadas, pero ampliaría sus límites y modificaría profundamente su estructura estableciendo nuevos parámetros expresivos. Para él, la idea superaba ampliamente a la forma y la colocaba en primer lugar. Debido a estar inmerso en una época de grandes cambios, de intersección entre el Clasicismo y el Romanticismo, no se caracterizaría por imponer rupturas sino por reformar y utilizar las formas clásicas para capturar su ideal romántico pero con elementos tradicionales abriendo así el camino al romanticismo musical desde la forma clásica.
Junto a Joseph Haydn y Wolfgang Amadeus Mozart, Ludwig van Beethoven pertenece al trío de clásicos vieneses al que se debe la culminación de las formas instrumentales clásicas. Innovó en los conceptos de armonía, tonalidad y colorido instrumental llevando a la perfección al género sinfónico.
Una de las características técnicas por la que se lo recuerda es el desechar el clásico ritmo de minueto por el scherzo, más vigoroso, obteniendo contrastes más intensos y aumentando la sonoridad y variedad de texturas en las sinfonías y en la música de cámara. Esta técnica no es menor ya que impregna a la música de una emotividad más profunda y apasionada, después de todo, la influencia de Ludwig van Beethoven en la música es comparable al Hamlet de William Shakespeare ya que la faceta más apasionada y trágica de esta obra literaria sería por él construida desde los cimientos de la música más profunda. Sus notas dejarían huellas en el corazón de los hombres como las notas de la Amada Inmortal.