Hoy conoceremos un acontecimiento que marcó a la sociedad: el 13 de octubre de 1972, un accidente aéreo en la cordillera de los Andes enfrentó a un grupo de personas a la difícil tarea de sobrevivir en penosas condiciones. Frío, hambre, heridas y aislamiento fueron solo algunas de las adversidades que debieron resistir para luchar durante 72 días por sus vidas.
CRONOLOGÍA DEL ACCIDENTE
El jueves 12 de octubre de 1972, el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, el Fairchild F-227, partió desde el Aeropuerto Internacional de Carrasco con destino a Chile. Transportaba 45 personas, entre ellos el equipo de rugby Old Christians que estaba conformado por los alumnos del colegio charrúa Stella Maris -Christian Brothers de Montevideo. Se dirigían al país cordillerano para enfrentar al club Old Boys de Santiago de Chile.
El coronel Julio César Ferradas era el piloto del avión, acompañado por el teniente coronel Dante Lagurara, que era su copiloto. En el momento del viaje, había una gran inestabilidad climatológica en la zona central de la cordillera. Estas desfavorables condiciones obligaron a los pilotos a detenerse en el aeropuerto de El Plumerillo, ciudad argentina de Mendoza.
El Fairchild F-227, vu 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que se accidentó en la Cordillera de Los Andes con 45 personas a bordo.
Un día después, luego de asegurarse que el clima les permitiría continuar el viaje, y teniendo en cuenta la inminencia del partido, decidieron seguir. Es así que despegaron a las 14:18 y volaron rumbo a Paso del Planchón. El copiloto estimó que llegarían a ese lugar aproximadamente una hora después el despegue, pero la situación se complicó.
Las nubes se extendían por debajo del avión, y el viento de cola moderado, se había vuelto más fuerte. Al no poder vislumbrar tierra firme, los pilotos estimaron su ubicación por el tiempo transcurrido desde el despegue, pero no tuvieron en cuenta que los vientos aminoraban su velocidad y también su altitud. De esta manera, a las 15:21, el copiloto informó a los controladores aéreos, erróneamente, que sobrevolaban el Paso del Planchón, y que llegarían a Curicó en pocos minutos.
EL OLD CHRISTIANS CLUB
Este club uruguayo, específicamente de la ciudad de Carrasco, se fundó con la intención de que aquellos jóvenes ex alumnos del colegio Stella Maris-Christian Brothers de la ciudad de Montevideo, siguieran ligados entre sí y practicando el deporte emblema de la institución educativa: el rugby.
Este club creció, llegando a consagrarse campeón nacional de Uruguay en 1968. No fue sino hasta 1971 que decidieron competir contra equipos de Chile, viajando y disfrutando del encuentro deportivo. Fue tal el éxito del viaje, que decidieron volver a organizarlo para el año siguiente.
Para ello rentaron un chárter de las Fuerzas Aéreas de 40 plazas, que completaron vendiendo pasajes a amigos, familiares y simpatizantes. Fue así que el 12 de octubre de 1972, todos los viajeros se encontraron en el aeropuerto de Carrasco para emprender el vuelo.
En realidad, el vuelo 571 estaba mucho más al norte de lo que pensaban, donde las montañas son más altas. En una comunicación con Santiago de Chile, fueron autorizados a descender, interpretando a través del reporte recibido, que se dirigían al aeropuerto de esa ciudad desde Curicó. Pero en verdad, la nave estaba sobrevolando en medio de dos cordones montañosos de gran altura, cerca del volcán Tinguiririca.
Comenzaron a descender y atravesaron las nubes, pensando que ya estaban sobre Chile. Mil metros abajo, el aeroplano comenzó a sacudirse debido a la cercanía con las montañas y las corrientes que allí se generan. Los pozos de aire hicieron descender aún más el avión. Una vez que pasaron la cubierta de nubes, los pasajeros pudieron ver lo cerca que el ala estaba de la montaña, y así comenzó el pánico. De un momento a otro se disipó la niebla, y los pilotos constataron que el choque sería inminente.
Una vez que se activó la alarma de colisión, uno de los pilotos, en un acto desesperado, desvió el avión intentando atravesar una zona que aparentaba ser más baja. Si bien pudo evitar que se estrelle el frente de la nave, en dos golpes perdió el ala derecha y también la cola, que se desprendió expulsando varias filas de asientos. Un tercer golpe le hizo perder el ala izquierda, y solo se mantuvo en vuelo el fuselaje, que cayó en terreno nevado y se deslizó hasta detenerse en un banco de nieve.
SOBREVIVIR
Los golpes del avión y la caída, se llevaron la vida de varias personas. Trece fallecieron durante el accidente o poco tiempo después, y en los siguientes días otros 5. El 21 de octubre, perdió la vida Susana Parrado en los brazos de su hermano Nando, uno de los sobrevivientes. Por lo que 26 personas se encontraron en un paisaje inhóspito intentando sobrevivir a las duras heladas.
Los sobrevivientes debieron enfrentar duras heladas, que superaban los -30°C.
Los primeros días, Roberto Canessa, en aquel momento un joven de 19 años estudiante de medicina, intentó aliviar las dolencias de los sobrevivientes gracias a su corta, pero muy útil experiencia. Aquellos cuya salud se los permitía, se dedicaron a buscar o crear abrigos con restos de asientos para evitar morir congelados, debido a que las temperaturas eran de unos 30° bajo cero en promedio. Entre otras cosas, también fabricaron anteojos de sol para protegerse los ojos.
Dormían con toda la ropa que encontraban a su alrededor e intentaban mantener contacto para que la temperatura corporal no descendiera y les provocara hipotermia. Pero, esta desesperada búsqueda por sobrevivir se vio truncada cuando, al onceavo día de la colisión, escucharon en una radio a pilas que las autoridades ya no buscaban a los accidentados. Esta noticia los decepcionó y truncó sus esperanzas.
UN NUEVO GOLPE
Pasaron 16 días desde la tragedia, hasta que una nueva desgracia azotó al grupo. El domingo 29 de octubre, cerca de las 23:00, un alud cayó sobre los restos del avión, sepultando a los sobrevivientes que dormían en su interior. Esa noche, ocho personas más perdieron la vida bajo la nieve.
16 días después del accidente, se desató un alud que dejó una parte del fuselaje del avión bajo la nieve. Ocho personas que dormían dentro murieron.
CONDICIONES EXTREMAS
Durante el mes de noviembre, dos jóvenes fallecieron debido a complicaciones con sus heridas, quedando así 16 sobrevivientes. Disponían de pocos alimentos, y enfrentaban fríos de alta montaña. La zona en que el avión se estrelló era desértica, sin vegetación ni animal alguno a su alrededor. Solo la nieve bajo sus pies.
La situación desoladora que les tocó padecer desde el momento en que cayeron en las montañas, sería la que los llevaría a tomar la decisión de alimentarse de los restos de quienes habían muerto en el accidente para evitar así morir de hambre. Muchos de los jóvenes se negaban a hacerlo, pero al poco tiempo comprendieron que ésta era la única opción que les posibilitaría seguir con vida. Así pudieron sobrevivir durante 72 días, hasta que fueron rescatados.
La nieve se encontraba por doquier, y esto hacía más difícil la movilidad de los sobrevivientes. Descubrieron que podían atar almohadones a los pies y así evitar hundirse al caminar.
Las condiciones climáticas de cada día los enfrentaban a la muerte, pero a la vez, aquel frío evitaba que posibles infecciones se generaran en sus cuerpos lastimados. Los últimos días de noviembre intentaron utilizar la radio de la cabina para pedir ayuda, pero necesitaban baterías para alimentarla de energía. Divisaron la cola del avión a 2 km de altura, y treparon hasta allí. El peso de las baterías hacía imposible trasladarlas, por lo que desmontaron la radio e intentaron conectarla en la cola. Esto fue en vano, ya que la radio estaba dañada. Una vez más, parecía imposible pedir auxilio.
EN BÚSQUEDA DE AYUDA
El 12 de diciembre del mismo año, desesperados ante la situación y en vistas de que nadie se acercaría, tres sobrevivientes decidieron partir en búsqueda de auxilio hacia el oeste. Roberto Canessa, Antonio Vizintín y Nando Parrado partieron rumbo al poniente, suponiendo que se encontraban en territorio chileno. Esto los enfrentó al encadenamiento principal de la cordillera, debiendo afrontar terribles condiciones ambientales y territoriales, sin vestimenta ni elementos para tal misión.
Luego de tres días de ardua caminata, Antonio Vizintín emprendió el regreso al lugar del accidente, dejando a sus dos compañeros su ración de comida para que pudiesen sobrevivir en el camino. Caminaron más de 55 km en el transcurso de 10 días desde que partieron desde el fuselaje, hasta que Canessa y Parrado arribaron a la precordillera de San Fernando. Allí, un río les impedía el paso, tornando imposible el cruce debido a la crecida del deshielo. Más de un día lo recorrieron, sin encontrar la manera de pasar a través.
La mañana siguiente se sorprendieron al ver al otro lado del río a un hombre que los observaba. Intentaron hablarle, pero el fuerte sonido causado por las aguas del río lo impedían. Fue así que el arriero ató hojas de papel y un lápiz a una piedra, y la arrojó a la otra orilla del río. Nando escribió un pedido de ayuda, que llegó nuevamente a las manos del hombre a través del mismo método.
EL PEDIDO DE AYUDA QUE LOS SALVÓ:
“Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?”
VOLVER A CASA
El arriero, llamado Sergio Catalán, se dirigió a pedir ayuda a los Carabineros de Chile. Más de 66 misiones de búsqueda se habían llevado a cabo para encontrar a los uruguayos, pero éstas no habían tenido éxito, es por ello que la noticia los sorprendió enormemente. Un piloto chileno solicitó 3 helicópteros para dirigirse a Los Maitenes, donde Nando y Roberto se encontraban, exhaustos.
En aquel momento, una densa niebla se cernía sobre las montañas, pero aun así se decidió proceder a rescatar a los sobrevivientes, con las indicaciones de los jóvenes como guía.
El camino hasta llegar al lugar del accidente fue difícil, pero el júbilo llegó cuando los helicópteros sobrevolaron la zona, y los 14 sobrevivientes los vieron. Saltaron y gritaron de felicidad. Por fin, la pesadilla llegaba a su fin.
Ese 22 de diciembre, los helicópteros se llevaron a 6 de los jóvenes que residían en la montaña. Los demás debieron permanecer una noche más junto a los rescatistas. Al día siguiente, otro helicóptero trasladó a los sobrevivientes restantes para ser atenidos en el hospital de San Fernando, “San Juan de Dios”.
Luego de 72 días de penurias, los sobrevivientes vieron llegar al equipo de rescate. Esta imagen que muestra el júbilo del grupo en ese momento, recorrió el mundo.
LA VIDA DESPUÉS DE LOS ANDES
Para los 16 sobrevivientes, José Pedro Algorta, Roberto Caness Alfredo Delgado, Daniel Fernández, Roberto François, Roy Harle José Luis Inciarte, Álvaro Mangino, Javier Methol, Carlos Páe Rodríguez, Fernando Parrado, Ramón Sabella, Adolfo Strauc Eduardo Strauch, Antonio Vizintín y Gustavo Zerbino, la vida después del accidente ha tomado diversos rumbos, pero siempre en contacto con el resto.
Hoy en día, la Fundación Viven, es una clara muestra de la fuerza de vida que los motiva a seguir. Creada en 2006 por sobrevivientes, sus familiares y las familias de los fallecidos, trabaja independientemente en pro de la vida. Entre sus objetivos, busca “liderar el cambio cultural que permita mejor calidad de vida a mayor número de personas, mediante donación y trasplante de células, órganos y tejidos” y también, preservar la historia y las enseñanzas que dejó la tragedia.
Los medios de comunicación se hicieron eco de la increíble noticia. Los 16 jóvenes se encontraban con vida. Foto: Tapa del diario argentino Clarín.
LA TRAGEDIA EN PRIMERA PERSONA
"(...) El rugby te enseña a sufrir, y el puesto en el que yo jugaba, el pilar, te enseña a empujar, a no desfallecer, a golpearte, una vez, dos y cien veces contra la pared, que es el pilar contrario, generalmente un tipo cuadrado de más de cien kilos. Y cuando no puedes más, tienes que seguir, porque el límite de tu esfuerzo siempre es flexible y puede estirarse un poquito más. Te acostumbras a que ese esfuerzo suplementario es tu condición natural. Sobre todo esto pensé mucho en la montaña. Desde el momento del accidente me impuse un objetivo, que proviene del rugby: si me iba a morir, si nos íbamos a morir, lo haríamos actuando, dando más de los que podíamos. Es decir, iba a morir de pie, no postrado sobre esas chapas contraídas del avión."
Antonio José Tintín Vizintín, sobreviviente de los Andes, en el libro “La sociedad de la nieve”.
En el lugar del accidente, una cruz se cierne sobre los restos del avión. Este memorial, sirve como homenaje a quienes perdieron la vida.