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Cancionero de Dorrego y Lavalle


Dígame, señor Lavalle,

le pregunta un forastero:

¿Cuáles fueron los motivos

que lo fusiló a Dorrego.


Yo lo fusilé por mi orden.

A mi nadie me gobierna,

yo soy dueño de las vidas

y también de las haciendas


Dorrego fue elegido gobernador de Buenos Aires el 12 de agosto de 1827, apoyado por el Partido Federal. Su ejecución fue llevada a cabo por orden de Lavalle el 13 de diciembre de 1828. La total responsabilidad por el fusilamiento de Dorrego es asumida por el propio Lavalle quien escribe: “el coronel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden (…) la Historia juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha debido o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo (…) puedo estar poseído de otro sentimiento que el bien público”.


Este es el cielo de los cielos

que hemos todos de cantar,

porque ya los unitarios

nos quieren esclavizar.(1)


Cielito, cielo que sí,

cielo de Carlos Alvear

que con Lavalle a Dorrego

se han propuesto fusilar.


Ellos con baja traición

del puesto lo derribaron,

sin mirar que las provincias

su poder le delegaron.(2)


Cielito, cielo y más cielo,

cielo de honor ultrajado,

mas ellas se han de vengar

su derecho al ser violado.


Si generosas obraron

con la facción abatida,

prueba es de su dignidad

el no haber sido homicida.


Cielito y gloria del cielo,

cielito de federales

que han de triunfar animosos

como en todas las edades.


El trece lo ejecutaron

al gobierno nacional,

temiendo que a las provincias

él se fuese a refugiar.


Cielito, cielo de Rosas,

el general de campaña,

que en venirse a Santa Fe

hizo una gallarda hazaña.(3)


Si Lavalle ha fusilado

a Dorrego en el Navarro,

campo infausto, la Nación

castigará tal desbarro.


Cielito de los civiles,

cielo de vías legales,

que siempre secta unitaria

reclama de federales.


En el siglo de las luces,

que tanto han vociferado

vemos atentados bruscos

de un pueblo incivilizado.


Cielito, cielo de plata,

cielo de la montonera,

aunque no tienen cultura

no harán acción tan grosera.


La sangre que derramó

Lavalle, sin miramiento,

en Navarro de Dorrego,

despide un fatal aliento.


Cielito, cielo de errores,

cielo de los levantados,

renacen, como el pelícano,

de ellas miles de soldados.


Vive López, vive Bustos,

Corvalán, Ortiz, Quiroga,

solo Ibarra y Ferré

sobran para aquella droga.


Cielito, cielo y más cielo,

cielito del Delegado,

Almirante que lo han hecho

creyendo haberle ganado.(4)


Vente, pues, vano Lavalle,

si quieres medir tu espada,

que con Dorrego indefenso

acción fue muy degradada.


Cielito y cielo nublado

por la muerte de Dorrego,

enlútense las Provincias,

lloren cantando este cielo.


Es verdad que en el Empíreo

debe hallarse este pimpollo

de valor, que honrará siempre

su alma grande, el fiel criollo.


Cielito, cielo de “acasos”

que en este mundo suceden,

pues vemos cosas tan raras

que esperarse no se pueden.


1) Una vez establecida la paz con el Brasil, comienzan a circular rumores acerca de un posible golpe unitario cuyo jefe sería Juan Lavalle. Los unitarios pudieron conseguir, en efecto, que éste creyera a Dorrego el causante de los “males de la nación”. En consecuencia enfrenta al gobierno y Dorrego, sin fuerzas para resistir, abandona el fuerte. El choque entre ambos se produce en Navarro, y allí las milicias del gobernador son derrotadas. Poco después éste es incapaz de enfrentar sus órdenes.


2) A partir de la asunción de Dorrego, se restablece el sistema de autonomías provinciales, destruido durante la presidencia de Rivadavia. Las provincias, por su parte, confían en el nuevo gobernador la conducción de las relaciones exteriores y de la guerra.

3) Ante el peligro, el mismo Rosas aconsejó buscar el apoyo de Estanislao López. La negativa de Dorrego hace que Rosas se dirija a la provincia de Santa Fe en busca de apoyo.

4) Se trata de Guillermo Brown, en quien Lavalle delegó el gobierno de Buenos Aires mientras perseguía a Dorrego.


Cielito cielo que sí,

cielito de los leales;

con el sartén por el mango

ahora están los federales.


¿No decían que la muerte

de Dorrego concluiría

Federación, federales

y la unidad triunfaría?


Cielo, cielito, ya es tiempo

hagámonos respetar,

porque si no volveremos

a ser mulas de collar.


Fusilan a un bienhechor.

Las leyes han derogado.

Una hora de plazo han dado

a Dorrego ¡ay, qué dolor!


que lo hizo sacrificar

le dice: “¡Vas a pagar

la sangre que has derramado!”

después de tenerle hincado
Todavía ese traidor



El paso más doloroso,

que traspasa el corazón,

es ver a Dorrego hincado
para hacerlo fusilar.


Escribe Dorrego a Estanislao López, una vez comunicada la sentencia de muerte: “Ignoro la causa de mi muerte, pero de todos modos perdono a mis perseguidores. Cese usted por mi parte todo preparativo. Que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre”.


Ese fúnebre aparato

con su pompa y magestad,

consagra nuestra lealtad

a Dorrego, el gefe grato.
Fue general muy sensato,


en su gobierno eficaz,

y patriota pertinaz,

cortó la guerra y la trama,

por esta gloria y su fama,
murió mártir de la Paz.


De Dorrego las cenizas

trasladas, pueblo virtuoso,

a un sepulcro más honroso,

en que su nombre eternizas:

sus méritos analizas,

según el arte decora;

y si una mano traidora

cortó de su vida el hilo;

el glorioso en ese asilo

su honor y fama atesora.


Pueblo ilustre y generoso,

¿qué zozobra o qué cuidado,

te tiene tan angustiado,

consternado o pesaroso?

Si es que falta a tu reposo,

el espíritu marcial,

de Dorrego el General,

que, infortunado, perdiste;

no lo llores, él existe,

en la Patria Celestial.


Por ciudadanos lucidos,

el cuerpo Legislativo,

y Poder Ejecutivo,

son tus manes conducidos;

¡Oh Dorrego! Son debidos

honores a tu memoria,

perpetua, no transitoria;

y ya que tu cuerpo encierra

esa caja, acá en la tierra,

tu alma descansa en la gloria.


Llégate al templo, argentino,

y hallarás depositado,

el cadáver destrozado,

de Dorrego, el gefe digno,

del gobierno su destino;

violentamente arrojado,

perseguido y calumniado;

murió, justo y con honor,

y nuestro Supremo Autor,

de gloria lo ha coronado.


Si el crimen más horroroso

cometí según se ha visto.

¿Por qué me tienes con vida

Señor mío Jesucristo?


Como a terrible asesino

me desprecia el mundo entero,

y hasta vos me despreciáis,

mi Dios y Hombre verdadero.


La ambición de gobernar,

junto con mi desvarío,

me han llevado al precipicio,

Criador y Redentor mío.


Conociendo mis delitos

por bien servido me doy

que me hechéis a los infiernos

si quien por ser quien sois.


Dejé yo de ser Lavalle

porque verdugo me llamo,

y así conocedme todos

por lo mucho que yo os amo.


La piedad que usó conmigo

el benemérito Rosas

es una acción propia de él

y en mi sobre todas las cosas.


No siento los males que hizo

mi despotismo y rigor.

Pero de aquellos que no hice

a mí me pesa, Señor.


Con ultraje de las leyes

formé una revolución,

sacrificando a la Patria

de todo mi corazón.


Aunque la América llore

la sangre que he vertido,

no me mueve a contrición

el haberos ofendido.


Si tuviere quien me siga

entrando en otra contienda,

haría nuevos sacrificios

aunque propongo la enmienda.


Tengo entendido que es justo

que me debieran ahorcar,

porque así me libraré

de ya nunca más pecar.


En donde quiera que estoy

no hallo quietud ni sosiego,

y solo encuentro clamores

para que me aparte luego.


No sé ya que debo hacer

entre tantas confusiones,

no pudiéndome librar

de todas las ocasiones.


De mi desgracia fatal

no debéis compadeceros,

porque teniendo ocasión,

he de volver a ofenderos.


Con mis fieles partidarios

haré toda resistencia

para poderme librar

de cumplir la penitencia.


Debe con justa razón

en una causa como esta

ser la pena capital

la que a mí me fuera impuesta.


En venganza de las muertes

de que yo he sido homicida

de muy mala voluntad

ofrezco, Señor, mi vida.


Atropellando peligros

inconvenientes y atajos

esforcé contra la Patria

mis obras y mis trabajos.


Como supe conducirme

de mi mala indignación,

razón será que el desprecio

lleve yo en satisfacción.


Todos los hombres de bien

están conmigo agraviados,

y así no hay quien se conduele

de mis culpas y pecados.


La muerte más afrentosa

es aquella que me aplico,

porque es justo que yo muera

así como lo suplico.


En iguales circunstancias

se halla todo amigo mío,

mas les espera igual suerte

así como yo confío.


Me aproveché cuanto pude

mientras tuve autoridad,

porque yo en todo abusé

de vuestra suma bondad.


Por Señor Martín Cielito

mi amistad se precipita

al pedir por el maldito

misericordia infinita.


Esta y otra son la causa

del conflicto en que me veis,

y así no debo esperar

que me los perdonaréis.


Conocidos son de todos

mis allegados prosélitos,

más bien por su iniquidad

antes que no por los méritos.


Aunque mil víctimas hice

con injusticia horrorosa,

me quedé siempre sediento

de vuestra sangre preciosa.


Siendo como era Dorrego

intrépido, bravo y fuerte,

yo me debí complacer

en su pasión y en su muerte.


En la ruina de la Patria

puse toda mi eficacia,

por cuyo mérito espero

de que me darésis la gracia.


Tomen todos con razón

de mi ambición conocida,

que es mucha mi obstinación

para yo enmendar mi vida.


Ninguno de mí se fía

aún me atrevo a jurar,

que en la opinión de tirano

siempre he de perseverar.


Todo el mal que a mí se me haga

es un grande beneficio,

que la América conoce

por nuestro santo servicio.


Arriba, muchachos,

Que las cuatro son,

y ahí viene Lavalle

con su batallón.


Déjalo que venga,

déjalo venir,

que a fuerza de balas

lo hemos de rendir.


Cuando Lavalle vino

a estos destinos

en el Quebracho Herrado

fueron vencidos.


Cuando Lavalle vino

a estos destinos

este baile dejaron

los correntinos.


Dicen que viene Lavalle

en un caballo rabón.

¡Qué chasco que se llevó

que se fue a comprar jabón!


En noviembre de 1840, Lavalle se dirigía a Córdoba seguido de cerca por las tropas comandadas por Oribe. El 28 fue alcanzado en Quebracho Herrado, y una parte de su ejército fue obligada a rendirse. La caballería que dirigía el mismo Lavalle fue dispersada.

En Monte Grande o Famaillá, tuvo lugar el enfrentamiento entre Lavalle, a cargo del ejército “libertador”, y Oribe, del ejército federal. A éste se habían unido fuerzas de Mendoza y San Juan, además de apoyarlo los santiagueños de Ibarra. Las fuerzas unitarias fueron derrotadas el 19 de setiembre de 1842; de esta manera, con la derrota de estos ejércitos apoyados por la llamada “coalición del norte”, quedaba pacificado el interior.

En el Monte Grande

halló buen lugar

y una gran batalla

ganó el federal.


El traidor Lavalle

disparó sin tino

ganándose el monte

con los correntinos.


Y de allí marchamos

para Tucumán

con el solo objeto

de a la plaza entrar.


De aquí a Salta

nos marchamos, vamos

a concluir la guerra

con los unitarios.


Los unitarios

no quieren paz.

¡Lanza con ellos!

¡Qué mueran más!


Cielito poco conocido, posiblemente inédito. Papel suelto publicado por Imprenta Republicana. Se encuentra en el archivo particular de Federico Vogelius.


Murió la unidad

sin decir Jesús,

y el jefe ha corrido

como un avestruz.


Cielito, cielo que sí,

cielito del desconsuelo:

En ocasión unitarios,

que hagais vosotros el duelo.


Una casaca amarilla,

de bayeta apolillada,

os corresponde por luto

de la que está ya enterrada.


Cielito, cielo que no,

cielito de la ventura:

Asistieron al entierro

los carros de la basura.


Con la pena que han tenido,

y con motivos no pocos,

entre diez mil unitarios,

los nueve mil están locos.


Cielito, cielo y más cielo,

cielito de la paciencia:

Unos irán al presidio,

y otros a la Residencia.


Haciendo los funerales

de su total destrucción,

llevarán en el pescuezo,

cencerros por esquilón.


Cielito, cielo, cielito,

cielito del cementerio:

Por veinte y cinco unitarios,

no hay ninguno que dé medio.


A la cabeza del duelo

llevarán al Protector,(1)

y detrás irá el verdugo

con el chicote y farol.


Allá va cielo, y más cielo,

cielito no está de más,

que les zurre la badana

el que viene por detrás.


En seguida irá Madrid,(2)

en una yegua amarrado,

y su suegro el comilón

pregonando lo robado.


Cielito, cielo, cielito,

cielito de la calera:

con el mejor de los dos,

cargue el diablo cuando quiera.


Desa y Videla Castillo,(3)

e igualmente Pedernera,(4)

costearán entre los tres

para el entierro, la cera.


Cielito, cielo que sí,

cielito del Monigote:

abundantes van de cara,

los que han llevado cerote.


El pobre tuerto Bedoya(5)

entre la cruz y el pendón,

irá delante de todos

cantando el Kirieleisón.


Cielito, cielo que no,

cielito de la cucaña:

se acabará la función,

bailando la media caña.


Lavalle en Montevideo,

y los demás Generales,

bailarán el montonero

con panderos y timbales.


Allá va cielo y más cielo,

cielito del coscorrón:

Dejemos a estos bribones

con su maldita opinión.


El Relámpago, por cierto,

sin disparar ningún rayo,

conservará la memoria

del último día de Mayo.


Cielito, cielo, cielito,

cielito del Cacaseno:

Sin relámpagos ni rayos,

estalló por fin el trueno.


Las unitarias en grupo,

con plumas en la cabeza,

irán diciendo entredientes,

me pesa, Señor, me pesa.


Cielito, cielo que sí,

cielito diremos nos:

Miserables unitarias,

tarde conociste a Dios.


Concluyéndose el entierro

de la difunta unidad,

juntos irán al infierno

por toda la eternidad.


Allá va cielo y más cielo,

vaya un cielo en despedida

ya que en Mayo la unidad,

ha concluido con su vida.


1) Referencia a José María Paz.

2) Gregorio Aráoz de Lamadrid.

3) Deheza y Videla Castillo integraban el ejército unitario de José María Paz, y participaron en la ocupación violenta de las provincias del noroeste y centro del país, que llevó a cabo el general cordobés en el año 1830.

4) Juan Esteban Pedernera luchó en las filas de Juan Lavalle.

5) José M. Bedoya fue uno de los enviados del general Paz a firmar el tratado de paz con las provincias del litoral. El objetivo perseguido por aquél era provocar una ruptura entre éstas y Juan Facundo Quiroga.


Fuentes

Blomberg, Héctor Pedro – Cancionero Federal – Buenos Aires (1934)

Carrizo, Juan Alfonso – Cancionero popular de Catamarca – Buenos Aires (1987).

Chávez, Fermín – Juan Manuel de Rosas, su iconografía – Buenos Aires (1970).

Draghi Lucero, Juan – Cancionero popular cuyano – Mendoza (1938).

Fernández Latour, Olga – Cantares Históricos de la tradición argentina – Buenos Aires (1960).

Lanuza, José Luis – Cancionero del tiempo de Rosas – Buenos Aires (1941).

Moya, Ismael – Romancero – Buenos Aires 81941).

Oscar J. Planell Zanone / Oscar A. Turone – Agrupación Patricios Reservistas – Patricios de Vuelta de Obligado.

Rivera, Jorge B. – La primitiva literatura gauchesca – Buenos Aires (1968).

Rosa, José María – Historia Argentina.

Soler Cañas, Luis – Megros, gauchos y compadres en el cancionero de la Federación – Buenos Aires (1958).

Terrera, Guillermo Alfredo – Cantos tradicionales argentinos – Buenos Aires (1967)

Turone, Gabriel Oscar – Cantares de la Federación – Buenos Aires (2008).

Vignolo, Griselda y Nuñez, Angel – Cancionero Federal – Buenos Aires (1976).

Fuente: http://www.revisionistas.com.ar