Samuel Haigh fue un inglés amigo de José de San Martín que tuvo el privilegio de viajar al Perú cuando éste era Protector de ese país. Allí, pudo comparar el antiguo esplendor que tuvo Lima durante la época virreinal en relación a la decadencia que presentaba ya en tiempos de San Martín como Protector (1821-1822). Volcó Haigh en su Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Perú, estas impresiones:
“Numerosos viajeros ya han descrito a esa Ciudad de los Reyes, sus magníficas iglesias llenas de oro y plata, y la vida lujosa y espléndida que llevaban sus habitantes, las pomposas procesiones, concurridos teatros y corridas de toros…la abundancia de sus alrededores y en suma, el mismo nombre asociaba todo lo rico, voluptuoso y alegre”.
En cambio, al describir a la Lima de 1826, a solo tres años de la salida de San Martín, dice: “¡Qué triste contraste presentaba! El nuevo gobierno en bancarrota y necesitado, los comerciantes insolventes, desaparecida la confianza, los templos despojados, vendidos los adornos de sus habitantes. Gente que vivía en palacios, reducida a la pobreza absoluta. Confiscaciones, exacciones, contribuciones, destierros en rápida sucesión, habían nivelado esta ciudad con sus vecinos”. Y bien, allí tenemos el asesinato del ladero de San Martín en ese país, hablamos del jacobino ateo Bernardo de Monteagudo, ultimado en las calles de Lima, como un perro, en 1825.
¿Hizo el gobierno de San Martín una “limpieza étnica” de españoles en el Perú? Hay algunas estadísticas que el propio Monteagudo dejó sentadas como para, al menos, pensarlo seriamente: “Cuando el ejército libertador llegó a las costas del Perú existían en Lima más de diez mil españoles distribuidos en todos los rangos de la sociedad, y por los estados que pasó el presidente del Departamento al Ministerio de Estado, poco antes de mi separación, no llegaban a seiscientos los que quedaban en la capital” (1). Vuelve a fallar la moral sanmartiniana, dado que al asumir el “Libertador” como Protector del Perú había dicho en su famosa “Proclama de Pisco” que iba a garantizarle a todos los peruanos, pero en particular a los nobles (casi todos de estirpe española), el respeto a eso que hoy se conoce como “el status”.
Otro testimonio del saqueo que hicieron los “libertadores” mientras administraron Lima, lo da Monseñor Echagüe y Andía en carta a Gregorio Funes: “Hoy se halla Lima sin otro dinero para su giro que el despreciable papel moneda y un poco de cobre, acuñado para suplir la falta de plata, que antes abundaba”. (2)
Se sabe, por otra parte, que en América la implementación del Sistema Educativo Lancasteriano fue el trampolín para la entrada forzosa en nuestras tierras de las pautas culturales masónicas y probritánicas. Lancasteriano fue el unitario salvaje Domingo Faustino Sarmiento…y también José de San Martín en Lima. El historiador Otero, así lo confirma: “A la inauguración de la biblioteca asoció San Martín la inauguración de un sistema de enseñanza conocido con el nombre de “sistema lancasteriano” y aprovechando la llegada a Lima de un profesor acreditado para su enseñanza. Con este motivo designó al Colegio de Santo Tomás para que se procediese allí a un ensayo experimental de ese sistema”. Omite decir José Pacífico Otero, que para la imposición de semejante sistema educativo, antes fue necesario darles un plazo perentorio a los sacerdotes del colegio Santo Tomás, por lo cual tuvieron que salir prácticamente con lo puesto del establecimiento antes de su persecución o ultimación.
Por último, quiero dejar sentado que casi todos los oficiales que compusieron el Estado Mayor del Ejército de los Andes fueron miembros de la Masonería:
- Antonio González Balcarce: de acuerdo al testimonio del general Enrique Martínez, fue masón.
- Enrique Martínez: aparece en el listado hecho por el Masón Grado 33 Alcibíades Lappas.
- Manuel de Olazábal: Iniciado masón en Mendoza, en tiempos de San Martín. Actuó en logias de Chile, tiempo después. Aparece su nombre en el listado hecho por el Masón Grado 33 Alcibíades Lappas.
- Bernardo de Monteagudo: Lappas refiere que en Lima, Perú, ayudó a fundar dos logias masónicas.
- Juan Gregorio de Las Heras: salvaje unitario escondido en Chile, cuando los tiempos de Rosas, tuvo intensa actividad masónica en Mendoza y en la Logia del Ejército de los Andes, de acuerdo a Lappas.
- Mariano Necochea: Miembro de la Logia del Ejército de los Andes. Integró en Lima, Perú, la Logia Perfecta Unión y el Capítulo Regeneración.
- Gerónimo Espejo: Iniciado en la Logia del Ejército de los Andes. Una vez introducido en Lima, Perú, ayuda a fundar una importante logia masónica. Agrega Lappas: “En 1822, en cumplimiento de una misión confidencial confiada por San Martín, viaja a Guayaquil donde aparece junto con los generales Guido y Luzuriaga y el coronel M. Rojas, como uno de los integrantes de la Logia Estrella de Guayaquil”.
- Rudecindo Alvarado: Iniciado en la Logia del Ejército de los Andes, fue fundador de la Logia San Juan de la Fe de Paraná.
Cita el historiador Montiel Belmonte: “Una breve revista de locuciones de cuño masónico en declaraciones y notas de altos jefes sanmartinianos nos facilita descubrir la secreta-no tan secreta hebra masónica de todos ellos. Veamos: Urdininea: “La libertad protegida POR LA FILOSOFIA”; Monteagudo: “Pido al SER SUPREMO el acierto”; Soyer: “a pesar de haberles sacado V.E. DE LA OSCURIDAD y hécholes conocer LA LUZ…sacándolos de LAS TINIEBLAS”; Alvarado: “habéis insultado A LA NATURALEZA…ya no es tiempo de que ultrajen impunemente A LA (Diosa, ¿o no?) RAZON…ES IMPOSIBLE VENCER A LA NATURALEZA”; Enrique Martínez al recibirse del mando de los restos del ejército de los Andes sucediendo al cobarde, inepto y amanerado Alvarado: “un gobierno ILUSTRADO, enérgico y generoso os acoge bajo su protección. Su voz es la del trueno para sus enemigos, porque HA REVELADO EL GRAN SECRETO para destruir a los tiranos”. Creemos que estas citas pintan de cuerpo entero la filiación masónica de los que acompañaron a San Martín, y no abrimos juicio sobre si el “Libertador” también estuvo adscrito a ella, aunque sea grande la sospecha.
Entrevista entre José de San Martín y Simón Bolívar
No hubo desprendimiento ni derroche de altruismo alguno en el abandono que hiciera San Martín después de la famosa Entrevista de Guayaquil, del 26 y 27 de julio de 1822, sino, más bien, un franco disgusto de San Martín contra Simón Bolívar porque éste le había ganado de mano en la posesión de un importante territorio que ambos se disputaban para sí. Para sustentar lo dicho aquí, citaremos una fuente inapelable e irrefutable, como ser lo vivenciado por el general Rufino Guido, hermano de Tomás, quien presenció los pormenores de aquella famosa cita en el Ecuador. Dice así:
“El general San Martín, salió del Callao para Guayaquil con el objeto ostensible, de tener una entrevista con el general Bolívar; pero muy reservadamente, CON EL DE APODERARSE de aquel importante Departamento que se había declarado en favor del Perú, anticipándose al general Bolívar, cuyas intenciones y movimientos de sus tropas al efecto, habían llegado a noticia del Gobierno Peruano. Para esta empresa se embarcaron DOS BATALLONES, Y CON PARTE DE LA ESCUADRA, zarpamos del Callao con dirección al referido Departamento, adelantándose del convoy la Goleta de guerra Macedonia, en que iba el general San Martín, y el autor de estas líneas.
“Llegados a la Puna (sic), se supo allí con sorpresa, QUE YA EL GENERAL BOLIVAR SE HABIA APODERADO DEL PUNTO CODICIADO; noticia que nos dieron varios jefes y oficiales del Ejército Argentino que se habían retirado de Guayaquil con motivo de aquel suceso inesperado para ellos.
“Entonces el general San Martín, variando de plan, PORQUE YA NO PODIA LLEVAR A CABO SU PROPOSITO, se decidió por la entrevista, que era lo que todo el mundo sabía y creía.
“A este fin hizo salir al momento una lancha de las que llevaba la goleta Macedonia, con órdenes para el convoy que aun debía estar muy distante, para que en el acto de recibirlas, cambiase de rumbo y regresase al Callao.
“En la noche del mismo día en que zarpó la lancha, como queda dicho, se embarcó en un bote de 12 remos, el que esto escribe y se dirigió a Guayaquil, comisionado por el general San Martín, para felicitar al general Bolívar por su feliz arribo a aquel punto, y asegurarle al día siguiente iría a tener el gusto de hacerle una visita. Después de navegar toda la noche a favor de la marea, y contra ella, a fuerza de remo y vela, llegamos a Guayaquil. Como a las doce del día me desembarqué y fui introducido a las habitaciones de dicho general Bolívar, quien me recibió y agasajó del modo más cumplido y caballeresco (…) y después de hacerme servir un gran almuerzo, y de dirigirme muchas preguntas (…) me embarqué en el momento que la marea era favorable para mi regreso. A las doce y media de la noche de ese mismo día divisamos la goleta, que había pasado ya la Punta de Piedras, y aunque con gran trabajo y peligro, pudimos ponernos a su costado y subir a bordo. Allí encontré a los ayudantes del general Bolívar. Me presenté a mi General (San Martín), y le di cuenta de la comisión que me había encomendado, instruyéndole de cuanto había visto y observado.
“Siguió la goleta navegando con marea y viento favorables, y a las doce del día siguiente, fondeó en el puerto. A los pocos momentos vinieron dos ayudantes más del general Bolívar, a felicitar de nuevo al General, y decirle, que el Libertador (Bolívar) deseaba verle cuanto antes (…)
“Al entrar a la casa hallamos al pie de la escalera que conducía a los altos al Libertador Bolívar de gran uniforme, y rodeado de su Estado Mayor, quien en el momento de ver al General, se adelantó hacia él, y dándole la mano le dijo: “Al fin se cumplieron mis deseos de conocer y estrechar la mano del renombrado general San Martín”.
“El General contestó dando las gracias por tan cordial sentimiento, pero sin admitir los encomios que le hacía el Libertador, y subieron a las escaleras, siguiendo todos hasta un gran salón que estaba preparado para su recibimiento”.
Ahora viene la parte del relato en la que el general Rufino Guido cuenta cuando San Martín y Bolívar se fueron a parlamentar a solas, y luego, la posterior bronca de San Martín por haber perdido los territorios que anhelaba para sí:
“Después de este singular acontecimiento se despidieron las señoras. Habiéndose despedido también los jefes y oficiales que acompañaban al Libertador, los dos ayudantes de campo del General nos retiramos, QUEDANDO SOLOS Y A PUERTA CERRADA AMBOS GENERALES, CUYO ENCIERRO DURO HORA Y MEDIA, saliendo en seguida el Libertador para su alojamiento, acompañado de sus ayudantes que le esperaban en nuestras habitaciones situadas al paso.
“(…) Después que se retiró el Libertador (Bolívar), recibió el General (San Martín) algunas visitas, y antes de comer, que lo hicimos en la misma casa en que parábamos, acompañamos al General al alojamiento del Libertador, donde permaneció media hora, y regresamos: la noche se pasó en recibir nuevas visitas, y entre ellas algunas señoras.
“Al siguiente día volvimos a la casa del Libertador a la una de la tarde, habiendo antes arreglado nuestro equipaje, y ordenado que a las once de la noche se embarcase a bordo de la goleta, pues según orden del General debíamos embarcarnos esa misma noche al salir del baile, a que estábamos convidados. Luego que estuvieron juntos SE ENCERRARON AMBOS PERSONAJES Y PERMANECIERON ASI HASTA LAS CINCO, hora en que salieron a sentarse a una gran mesa, dispuesta al efecto, en la que se sentaron también algunos generales y varios jefes del ejército de Colombia. Seríamos como cincuenta individuos los que asistimos a aquel suntuoso banquete (…)
“(…) A las nueve de la misma noche fuimos al baile a que estábamos convidados. La reunión era brillante por el número, belleza y elegancia de las señoras y lo suntuoso del salón, perfectamente adornado e iluminado (…) No estaba menos molesto nuestro General (San Martín), al verse envuelto en semejante laberinto, él que aun en sus reuniones más familiares y en la confianza de la amistad, observaba aquella moderación y decencia que siempre hay en gente bien nacida; así fue que determinó retirarse. Se acercó a mí y me dijo: “Llámeme usted a Soyer que ya no vamos; no puedo soportar este bullicio” (…)
“El General (San Martín) se levantó el día siguiente AL PARECER MUY PREOCUPADO, y paseándonos después del almuerzo sobre cubierta, me dijo: “¿QUE LE PARECE A USTED COMO NOS HA GANADO DE MANO EL LIBERTADOR SIMON BOLIVAR? Pero confío que NO SE QUEDARA CON GUAYAQUIL PARA AGREGARLO A COLOMBIA, cuando el pueblo en masa quiere ser anexado al Perú: DE GRADO O POR FUERZA LO SERA, LUEGO QUE CONCLUYAMOS CON LOS CHAPETONES QUE AUN QUEDAN EN LA SIERRA. Usted ha visto la alegría y entusiasmo de ese pueblo, y los vítores al Perú, y a mi persona”. En efecto esas demostraciones tan espontáneas de toda aquella población, mortificaron extraordinariamente al Libertador (Bolívar), y desde ese día empezaron los celos contra el General (San Martín)”.
Aunque todavía no se había consolidado el retiro de San Martín –repetimos: no por un acto de grandeza, como todos han repetido hasta el cansancio-, todavía faltaría la noticia final para la toma de esa decisión. Ello saltaría a la vista cuando, de regreso a Lima tras su fracasado viaje por Guayaquil, recibió la noticia “de la revolución contra su primer ministro Monteagudo, y más que todo LA CONNIVENCIA DE SUS PRINCIPALES JEFES QUE DEBIERON HABERLA SOFOCADO”. O sea, el jacobino Bernardo de Monteagudo había sido expulsado del Perú y los principales jefes de San Martín lo habían traicionado… Este fue el detonante, y no otro, por el cual José de San Martín decidió abandonarlo todo y fugar a Europa. Concluye categóricamente el general Rufino Guido, en que todo “fue un error del General (San Martín)”.
Todo este relato en primera persona de quien estuvo al lado de San Martín en Guayaquil, y luego en el momento en que su oficialidad lo traiciona en Lima, nos hace suponer que el mentado Ejército de los Andes aparte de estar compuesto por masones en sus altos rangos, también estaba compuesto por indisciplinados. El mismo Simón Bolívar dijo de todos ellos: “son en gran parte viciosos y facciosos”. Y hasta un conspicuo colaborador de San Martín, el general Rudesindo Alvarado, en nota remitida al gobierno del Perú, confiesa que la fuerza recibida de José de San Martín era una horda ingobernable, cuyos jefes de comando solo lo obedecían como amigo y no como jefe. (3)
Había dicho José de San Martín en 1819 una frase que fue tomada con excesivo alborozo: “Seamos libres, lo demás no importa nada”. ¿Qué decía, ya en Europa, el “Libertador” sobre la tan mentada libertad desprendida de todo orden y/o disciplina?: “¡Maldita sea la tal libertad, no será el hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona hasta que no vea establecido un gobierno que los demagogos llaman tirano y que me proteja contra los bienes que me brinda tal libertad!”.[4] ¿En 1834 se había dado cuenta que la libertad sin orden es libertinaje, como él la había planteado por 1819? Para pensarlo.
Todavía la historia tendría que esperar la venida de un hombre, el Ilustre Restaurador de las Leyes y brigadier general don Juan Manuel de Rosas, para que con orden, disciplina y principios católicos consolidara la patria, algo que ni San Martín ni Manuel Belgrano pudieron lograr.
Referencias
(1) Bernardo de Monteagudo fue secretario privado de San Martín, a quien acompañó en Chile y, a partir de 1821, en el Perú. Cuando dice en la cita trascripta “poco antes de mi separación”, se refiere al año 1822, cuando fue expulsado de ese país. Regresará dos años más tarde, en 1824, cuando Simón Bolívar fue nombrado Jefe Supremo de Perú. En 1825 lo ultiman en Lima, como se ha dicho.
(2) Citada por José Pacífico Otero en “Historia de San Martín”, Tomo VI, página 346.
(3) (Citado en “Biblioteca de Mayo”, Tomo II, páginas 1971/4.
(4) Carta a Tomás Guido, París, Febrero de 1834.
Fuente: http://www.revisionistas.com.ar