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Encuentro entre Dorrego y Bolívar

El año 1825 marca para Dorrego un acontecimiento trascendente derivado del viaje que realiza al Alto Perú. Los motivos de su traslado al norte no aparecen del todo claros, si bien un negocio de minas es la finalidad visible del mismo, pero las consecuencias de este viaje son para Dorrego muy importantes, pues introducen un elemento nuevo en su concepción de la situación política.

¿Qué impulsa a Dorrego a dirigirse hacia donde Bolívar saborea el manjar del poder ilimitado y de la adoración de los pueblos? Nada hasta el momento ha indicado en él una inclinación por el ídolo de varias nuevas naciones americanas. Su preocupación dominante parece ser la de la defensa del suelo oriental y la lucha por los ideales del partido popular que lo tiene como líder.

De pronto, cuando la situación con el Brasil ha llegado a un punto en el que una definición tiene que ser inminente, Dorrego se siente acuciado por el deseo de dedicarse a los negocios mineros, y abandona todo lo que constituye su interés inmediato para viajar al Alto Perú, que se independiza con el nombre de República Bolívar.

Algún plan secreto lo mueve, pues le hubiera sido fácil aceptar el ofrecimiento de Rivadavia para desempeñar la legación en Colombia, o el que le formula el nuevo gobernador para las mismas funciones en el mencionado país, combinadas con tareas en Perú. (1)

Este hombre inquieto busca a la distancia lo que en su propia tierra no existe: un libertador para la provincia oprimida, un jefe militar que no conozca obstáculo capaz de oponerse a sus designios. Y Dorrego no es el único que ha pensado en Bolívar. Hay en Buenos Aires una corriente favorable a su venida. Los periódicos claman por la intervención de Bolívar, a lo que el gobierno se niega rotundamente, temeroso de su arrolladora política continental. El mismo Dorrego ha escrito en “El Argentino”:

“No hay que temer; los vencedores de Ayacucho están sobre el Desaguadero. ¿Qué no vengan para arrojar también a los portugueses!… Hagan las Provincias del Río de la Plata lo que deben. Apresuren la libertad de su territorio de todo poder extranjero…” (2)

Cuando Dorrego viaja al norte, las tramitaciones están bastante maduras, porque, además, Bolívar tiene en Buenos Aires un agente que trabaja activamente en su favor. Es el Deán Funes, encargado de negocios de Colombia. Para anunciar el viaje de Dorrego le escribe al libertador del norte:

“Yo no puedo malograr la ocasión que se me presenta de saludar a V. E. partiendo de esas regiones uno de nuestros más recomendables compatriotas, y de los sujetos cuyos sentimientos están más en contacto con los míos. Este es el señor coronel Manuel Dorrego, quien tendrá el honor de hacer a V. E. una visita en mi nombre. Yo nada puedo añadir a lo que la fama ha publicado en cuanto al espíritu marcial de este militar, y creo que el tacto fino de V. E. en materia tan de su fuero, valdrá más que cuanto yo pueda decirle. Por lo demás, entiendo que no son los negocios públicos los que lo llevan a esos destinos, con todo, siempre que V. E. tenga a bien tocárselos, yo puedo asegurarle que encontrará en su exposición ideas muy exactas y de mayor interés”.

Como se aprecia, es en su carácter de militar que Dorrego es presentado a Bolívar por Funes, es decir, como un hombre útil para una campaña libertadora, aunque el motivo del viaje sea de índole particular.

Y en verdad no hay que desdeñar este móvil comercial, porque Dorrego está indudablemente decidido a emprender el negocio minero que en esa época se ofrece como seguro medio de hacer fortuna, gracias al fomento que Rivadavia da a este tipo de inversión, atrayendo para ello a los capitales ingleses.

La situación económica de Dorrego, al contrario de la de su hermano, es siempre precaria, en razón de su vida irregular originada por guerras, revoluciones y hechos similares en que siempre está envuelto. Jamás está en condiciones de atender sus intereses en la forma debida, y por ello busca un rumbo distinto a las tareas agropecuarias.

En julio de 1825 vende su campo de San Antonio de Areco a José María de Achával, con la finalidad de reunir fondos para la nueva empresa, que ya está en marcha desde poco antes. En efecto, su socio Mariano Gainza tiene poder otorgado ante escribano para comprar “cualesquiera terrenos y minas” a nombre de la sociedad, que integra también Gregorio Lecoq. (3)

Dorrego, que ya ha vislumbrado la identidad que liga a su partido con los grupos federalistas del interior, va a aprovechar también el viaje para ponerse en contacto con los caudillos que halle en su camino. A Facundo Quiroga le escribe con antelación, el 24 de marzo. Luego de hablarle de la necesidad de la organización nacional, terminada ya la guerra de la independencia, le dice: “Si acaso Ud. consintiere en visitarnos, estimaré a Ud. que me traiga el contrato que el gobierno de La Rioja ha hecho con cierta compañía sobre minas y si Ud. puede suspender cualesquiera otro que pudiera hacerse sobre el mismo particular hasta que nos veamos…”.

En este plan político-comercial, Dorrego visita a Bustos en Córdoba, a Quiroga en La Rioja y a Ibarra en Santiago del Estero. Luego continúa viaje, y se encuentra en Potosí antes de la llegada de los enviados argentinos Alvear y Díaz Vélez, que van a entrevistarse con Bolívar con iguales propósitos que Dorrego, es decir, interesarlo en su participación en una posible guerra con el Brasil.

Embriagado por los homenajes que recibe en la flamante república y por la humildad con que los enviados de las Provincias Unidas le solicitan su ayuda; Bolívar llega a decirle a Santander en una carta: “Todo el pueblo argentino, todos los buenos patriotas y hasta el gobierno mismo no esperan nada bueno si no de mí”. (4)

Dorrego, impulsivo como de costumbre, une su voz al coro de los adoradores de Bolívar. A partir de su encuentro con éste, no dejará de considerarlo como un mesías, como al único salvador posible de las Provincias Unidas. La diplomacia particular de Dorrego se dirige a convencer a Bolívar de la necesidad de que se ponga al frente de los ejércitos que han de aniquilar a los de don Pedro.

El negocio de minas pasa a segundo término, eclipsado por la política. También ocupa un plano secundario la situación de las provincias el Alto Perú que, conquistadas para la libertad por un general bolivariano, Sucre, se pierden, como la Banda Oriental, para la soberanía nacional.

Respecto de la actuación de Dorrego en estos momentos, Forbes informa a su gobierno: “Los comisionados de este gobierno, doctor Díaz Vélez y general Alvear, no han visto todavía al Libertador. El general (sic) Dorrego, bien conocido por su violenta oposición, se les ha adelantado y los diarios de aquí lo acusan de estar haciendo una campaña de propaganda contra los hombres que están en el poder”. (5)

No los comisionados del gobierno ni Dorrego alcanzan de Bolívar la ansiada colaboración contra el Brasil, porque Bolívar no puede decidir por sí solo tan grave como la iniciación de una nueva guerra. Por otra parte, el gobierno confía en que la diplomacia inglesa ha de solucionar el conflicto de manera que haga innecesaria la intervención de Bolívar, que de ningún modo desea.

En su viaje de regreso, Dorrego, todavía deslumbrado por la brillante personalidad que acaba de descubrir, le escribe cartas llenas de fervor, encabezadas con las palabras: “Señor de toda admiración y respeto”. Desde Chuquisaca, el 14 de marzo de 1826, le dice, al abandonar el país, y luego de agradecerle las atenciones:

“Yo me consideraría dichoso si, a pesar de mi inutilidad, V. E. se sirviese impartirme algunas órdenes, pues en el exacto desempeño de ellas podría manifestar hallarse mi aprecio, lo mismo que mi gratitud…”.

Desde Salta vuelve a escribir, el 11 de abril. Esta vez le informa sobre la situación de las Provincias Unidas, donde se aprecia el desagrado que ha producido la elección de Rivadavia para la presidencia. Critica acerbamente al nuevo mandatario y comenta el estado de la guerra con el Brasil. Respecto de ésta, se lamenta de la lentitud con que se desarrolla, y agrega: “En mi sentir, la destrucción del Imperio brasilero está solo a V. E. reservada”.

El 25 de mayo escribe desde Buenos Aires. Reitera sus ofrecimientos y le ruega que le dé sus órdenes para probarle su reconocimiento. Luego de relatar los pormenores de la situación política, vuelve a hablar de la guerra, y critica al general del ejército nacional, Martín Rodríguez. “V. E. que es el padre de la guerra… Todos claman porque V. E. se ponga al frente de la guerra por medio de una alianza americana, o solo de las repúblicas que tienen la dicha de ser presididas por V. E. con la República Argentina. Sí, señor Excmo., esto piensan todos, exceptuando el pequeño círculo ministerial, que llega al término de preferir comprar la independencia de la Banda Oriental por algunos millones, a que la arranque del poder de un déspota la espada vencedora en Carabobo y Boyacá, a que expela del suelo americano el brazo de V. E. al único déspota que lo está infamando”.

A otra carta, fechada el 15 de setiembre de ese año, pertenece estas palabras: “Las esperanzas de los libres de las provincias argentinas están fundadas en que tal vez no dista el día que se suplique a V. E. tome a su cargo nuestra defensa haciéndole conocer al ambicioso Emperador del Brasil, que, desde el momento en que V. E. ha mostrado una moderación sin límites, el pretender desplegar espíritu de ambición y conquista, es exponerse a la irrisión del ludibrio”. (6)

Resulta sorprendente esta pasión bolivarista de Dorrego, porque no guarda congruencia con el resto de sus actitudes, encaminadas generalmente a combatir despotismos y abusos de poder. El, que en la política nacional propugna el federalismo, admite el absorbente centralismo de la federación de estados americanos que es el sueño de Bolívar. Acepta sumisamente la superioridad del libertador del norte, cuando nunca ha bajado su cabeza ante ningún superior, prefiriendo más bien cualquier perjuicio antes que humillar su dignidad. Afirma Capdevila que Dorrego bebe el vino fuerte del congreso de Panamá y se embriaga con él. (7)

El negocio de las minas resulta por fin un fracaso, pero Dorrego saca de su viaje otras consecuencias de importancia, que afianza su carrera política.

Referencias

(1) John Murray Forbes – Once años en Buenos Aires.

(2) Vicente Fidel López – Historia de la República Argentina.

(3) Rodolfo Ortega Peña – Eduardo Luis Duhalde – El asesinato de Dorrego. Peña Lillo. 1965.

(4) Simón Bolívar – Obras Completas.

(5) Forbes. Obra citada.

(6) Arturo Capdevila – Dorrego. Este autor publica las largas cartas de Dorrego a Bolívar.

(7) Ibídem.

Fuente: http://www.revisionistas.com.ar