Mi amigo tiene una granja. Como le encanta hacer las cosas a la antigua, no posee ningún equipo mecánico y usa un caballo para arar su campo. Un día, mientras estaba arando, el caballo se desplomó, muerto. En el pueblo todos compadecieron a mi amigo.
-¡Oh, qué terrible que le haya sucedido eso! -le dijeron.
Él se limito a contestar:
-Veremos.
Estaba tranquilo y en paz, y admirábamos tanto su actitud que nos pusimos de acuerdo y le regalamos un caballo. Entonces la reacción general fue exclamar:
-¡Qué hombre de suerte!
Y él dijo:
-Veremos.
Unos días después el caballo, que aún desconocía la granja, saltó una cerca y escapó, y todos exclamaron:
-¡Oh, pobre hombre!
-Veremos -dijo él de nuevo.
Y lo mismo repitió una semana después, cuando el caballo regresó seguido por una docena de potros sin domar.
Al día siguiente, su hijo salió a pasear a caballo, se cayó y se rompió la pierna.
-¡Pobre muchacho! -se compadeció todo el pueblo.
Y mi amigo dijo:
-Veremos.
Pocos días después llegó al pueblo el ejército, para reclutar a todos los jóvenes en edad de prestar el servicio militar, pero a su hijo lo dejaron porque tenía la pierna rota.
-¡Vaya chico con suerte! -comentaron los vecinos.
Y mi amigo dijo:
-Veremos.
También nosotros tenemos que aprender a dar un paso atrás, tomar distancia y decir: "veremos", en vez de juzgar lo que nos sucede en la vida y decir qué es bueno y qué es malo, justo o injusto. Debemos reconocer que en sí mismo nada es bueno o malo, y que cualquier cosa puede ayudarnos a entrar nuevamente en armonía con el plan del universo.