En su visita al Tibet, un turista se encontró con un monje en meditación sentado a la sobra de un árbol. Pero éste, impresionado por la felicidad y la paz que irradiaba su rostro, se acercó muy respetuosamente para preguntarle:
- ¿Cómo es que usted, que ha renunciado a todo en el mundo, está en paz y feliz como si lo tuviera todo? ¿En que radica su capacidad de renuncia?
El monje, observando al turista, sonrió y dijo:
- También yo me asombro de la capacidad de renuncia de los hombres del mundo. Pues yo solo renuncio a cosas perecederas a cambio de tesoros de valor infinito, mientras ellos renuncian a lo infinito a cambio de cosas perecederas.
Dicho esto, el turista se alejó de la presencia del religioso. Pues era uno de los que había preferido las cosas perecederas a las cosas que tienen un valor infinito.