Cuentan que durante un banquete oficial celebrado en Inglaterra con la asistencia de personalidades de todo el mundo, un empleado del gobierno, concretamente el jefe de protocolo, observó cómo uno de los “ilustres” invitados se metía un valioso salero de oro en el bolsillo de su chaqueta.
El jefe de protocolo, responsable de los bienes oficiales, al no saber qué hacer en aquella delicada situación, se dirigió al Primer Ministro de Inglaterra, que por aquel entonces era Sir Winston Churchill (estadista y político inglés, nacido en Oxfordshire en 1874 y fallecido en Londres en 1965, uno de los protagonistas de la II Guerra Mundial), y le pidió un discreto consejo dada la notoriedad del personaje.
La gran agudeza que caracterizaba a Winston Churchill le hizo idear una estratagema infalible: le dijo al jefe de protocolo que no se preocupara, que él resolvería ese “pequeño incidente”.
Fue a la mesa más próxima, se introdujo otro salero de oro en el bolsillo del chaleco, se acercó al “personaje” que había sustraído el salero, y, mientras le mostraba el contenido de su bolsillo, le dijo al oído:
- El jefe de protocolo nos ha visto guardarnos el salero en el bolsillo. Será mejor que lo devolvamos, ¿verdad?
Y de esta manera ingeniosa resolvió una embarazosa situación diplomática.