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Envejecer es obligatorio



Estas palabras han sido divulgadas en memoria de Rosa, una alumna universitaria. Es una historia real que sucedió en la Universidad de Antioquia, en Medellín, Colombia.

El primer día de clases en la Universidad, nuestro profesor se presentó a los alumnos y luego nos pidió que nos presentáramos a alguien a quien no conociéramos todavía. Me quedé de pie para mirar alrededor, cuando una mano suave tocó mi hombro. Miré para atrás y vi una pequeña señora, viejita y arrugada, sonriéndome radiante, con un gesto que iluminaba todo su ser. Dijo:

— Hey, muchacho... Mi nombre es Rosa. Tengo ochenta y siete años de edad. ¿Puedo darte un abrazo?

Me reí y contesté:

— ¡Claro que puede! —

Y ella me dio un gran apretón.

— ¿Por qué está usted en esta Facultad a tan tierna e inocente edad? —pregunté.

Ella respondió juguetona y sonriente:

— Estoy aquí para encontrar un marido rico, casarme, tener un montón de hijos y entonces jubilarme y viajar.

— Está bromeando —le dije. Yo estaba curioso por saber qué la había motivado a enfrentar este desafío con su edad, y ella repuso:

— Siempre soñé con tener estudios universitarios, y ¡ahora estoy teniendo uno!

Después de clase caminamos hasta el edificio de la Unión de Estudiantes y compartimos una malteada de chocolate. Nos hicimos amigos instantáneamente. Todos los días en los siguientes tres meses teníamos clase juntos y hablábamos sin parar. Yo quedaba siempre extasiado oyendo a aquella “máquina del tiempo” compartir su experiencia y sabiduría conmigo.

En el curso de un año, Rosa se volvió un icono en el campus universitario. Hacía amigos fácilmente dondequiera que iba, adoraba vestirse bien, y se reflejaba en la atención que le daban los otros estudiantes. Estaba disfrutando la vida...

Al final del semestre invitamos a Rosa a hablar en nuestra fiesta de despedida. Fue presentada y se aproximó al podio. Cuando comenzó a leer su charla escrita, dejó caer tres de las cinco hojas al suelo. Frustrada, tomó el micrófono y dijo simplemente:

— Discúlpenme, ¡estoy tan nerviosa!... Nunca conseguiré poner mis papeles en orden de nuevo, así que déjenme hablar a ustedes sobre aquello que sé.

Mientras nos reíamos, ella despejó su garganta y comenzó:

— A mi edad he descubierto que existen solamente tres secretos para que continuemos jóvenes, felices y exitosos:

“Primero, se necesita reír y tomarse las cosas con humor cada día.

Segundo, se necesita tener uno o varios sueños, pues cuando éstos se pierden, uno muere... ¡Hay tantas personas caminando por ahí que están muertas y ni siquiera lo sospechan!

Tercero, se necesita conocer la diferencia entre envejecer y crecer... Envejecer es obligatorio, crecer es opcional. Si usted tiene diecinueve años de edad y se queda tirado en la cama por un año entero sin hacer nada productivo, terminará con veinte años. Si yo tengo ochenta y siete años y me quedo en la cama por un año y no hago cosa alguna, quedaré con ochenta y ocho años... Cualquiera puede hacerse más viejo: eso no exige talento ni habilidad.”

Y continuó:

— La idea es crecer a través de la vida y encontrar siempre oportunidad en la novedad. Los viejos generalmente no se arrepienten por aquello que hicieron, sino por aquellas cosas que dejaron de hacer. Las únicas personas que tienen miedo de la muerte son aquellas que tienen remordimientos. Por eso no dejamos de jugar porque envejecemos; envejecemos porque dejamos de jugar.

Al finalizar ese año, Rosa terminó el último semestre de la carrera que había comenzado años atrás.

Una semana después de graduarse, Rosa murió tranquilamente durante el sueño. Más de dos mil alumnos de la facultad fuimos a su funeral en tributo a esa maravillosa mujer que nos enseñó, a través del ejemplo, que “nunca es demasiado tarde para ser todo aquello que uno puede y probablemente quiere ser”.

¿No crees que estás a tiempo para hacer lo que siempre quisiste hacer y para aprender lo que siempre quisiste aprender?