Desde las llanuras de Sudamérica iba a tomar forma a finales del siglo XVIII una de las figuras icónicas de su paisaje: el gaucho. Sobre las páginas que se escribieron comenzó a gestarse la leyenda que tiene en el Martín Fierro a su obra cumbre.
Hablar de la literatura gauchesca nos sumerge en un territorio donde la leyenda y la historia se encuentran para dar forma a los rasgos más conocidos del gaucho. Se trata de un subgénero literario que utilizó como escenario a grandes regiones de espacios abiertos no urbanizados de Sudamérica, siendo el más paradigmático la llanura pampeana. Pero el surgimiento de esta forma de literatura no está sujeto o aislado exclusivamente a la ubicación geográfica. El momento histórico de su surgimiento corresponde al romanticismo europeo, que contiene varios de los rasgos que definieron a la literatura gauchesca.
El gaucho
Pero antes de continuar conociendo este subgénero literario, debemos conocer al sujeto al que hace referencia, es decir, el gaucho. La Real Academia Española lo define como un “mestizo que, en los siglos XVIII y XIX, habitaba la Argentina, el Uruguay y Río Grande del Sur, en el Brasil, era jinete trashumante y diestro en los trabajos ganaderos.” Incluso los estadounidenses los han denominado como un tipo de “cowboy” o “vaquero”. Sin embargo, más allá de la ubicación geográfica y la cultura en torno a la explotación ganadera, el gaucho comparte semejanzas con los campesinos que han habitado zonas rurales y sobre los cuales se desarrollaron valores culturales a nivel global a lo largo de los siglos (un ejemplo es el charro mexicano o el mencionado cowboy estadounidense).
Asado
La denominación “gaucho” comenzó a utilizarse para referirse a aquellos habitantes que vivían en las Sierras del Este de lo que se denominaba como Banda Oriental, es decir, todos los territorios al este del río Uruguay y el norte del Río de la Plata, que correspondían a la frontera entre los dominios coloniales españoles y portugueses. Sin embargo, en ese entonces aún no se utilizaba la palabra tal como la conocemos, sino que se optaba por las palabras vagabundo o forajido para referirse a este grupo social que para subsistir convivía con distintos grupos de pueblos originarios de la región. El término gaucho comenzó a utilizarse a finales del siglo XVIII, haciendo referencia a aquel grupo que no aceptaba las normativas impuestas por las autoridades y su primera mención figura en un documento de 1771 dirigido al virrey Juan José Vértiz. Allí se especificaba sobre un pequeño grupo que había logrado arrendar ganado con el cual subsistir, pero que además se había instalado en fortificaciones que eran de guaraníes. En todo caso, el uso de esta palabra tenía una carga despectiva para referirse a un poblador común del Cono Sur, dándole también a esta denominación un sustrato popular que el mismo Charles Darwin resaltó en 1833 al ver a Juan Manuel de Rosas vestido como gaucho.
Empanadas
Es importante discriminar que en las primeras décadas del siglo XIX la denominación que hacía referencia al gaucho de Uruguay y sur de Brasil, y la que hacía referencia al gaucho de Argentina, diferían en modos de vida y costumbres. Mientras que en Uruguay y Brasil su denominación continuó con la tradición del siglo XVIII, en Argentina hizo referencia a una figura de naturaleza errante que vivía al margen de la ley, fugándose constantemente de la justicia. Esta connotación que construiría su leyenda, también lo llevaría al desprecio de algunos intelectuales como Domingo Faustino Sarmiento, que le indicará a Bartolomé Mitre en una carta “No trate de economizar sangre de gauchos; éste es un abono que es preciso hacer útil al país; la sangre es lo único que tienen de seres humanos”. Esto se contradice con otras voces contemporáneas que hablaban positivamente de su estilo de vida, como uno de los principales narradores de la literatura gauchesca, Hilario Ascasubi, que los describe como libres e independientes, con hábitos hospitalarios y dotados de prudencia e inteligencia a la hora de dirigirse a extraños.
Mate, una de las infusiones más popularizadas por la cultura gauchesca, heredada de los indígenas.
Al formar parte indispensable de los acontecimientos históricos que se dieron en las guerras internas del siglo XIX, su imagen estaba sujeta al bando que emitiera su opinión respecto a este sector social (por ejemplo, blancos y colorados en el Estado Oriental –primera denominación de Uruguay-, o Unitarios y Federales en el caso de Argentina). Sin embargo, lo que no se ha modificado es el legado cultural que le ha dado esa imagen mítica al gaucho: la habilidad en la cría extensiva de ganadería, la vida a caballo y la habilidad en la doma; la alimentación centrada en carne -que tiene en el asado un elemento tradicional que permanece hasta la actualidad-; la vestimenta (como la bota de potro o el poncho); la cultura gastronómica en torno a infusiones como el mate o comidas como el locro, la empanada o la torta frita; el amor por la guitarra; un largo repertorio de palabras que continúan utilizándose en países como Argentina, Chile, Uruguay y Brasil; e incluso la utilización de un arma que también utilizaban como herramienta, el facón.
Facón tradicional
Sin embargo, uno de los legados que cobró más trascendencia y que mejor ha transmitido las costumbres de este sector social ha sido la literatura gauchesca.
Historia de la literatura gauchesca
Antes de los grandes nombres que surgieron a lo largo del siglo XIX, existe una literatura primitiva gauchesca, cuya influencia dio lugar a que aparezcan los grandes autores. Algunos rasgos básicos se pueden observar en textos del siglo XVIII, donde también se utiliza un dialecto propio del gaucho como en el poema “Canta un guaso en estilo campestre los triunfos del Excmo. Señor D. Pedro Cevallos” (1777), de Juan Baltasar Maziel, o Una crítica Jocosa (1798), de José Prego de Oliver, entre otros relatos, destacándose la Salutación gauchiumbona, texto atribuido a Pedro Feliciano Pérez Sáenz de Cavia que prefigura toda la tradición de la literatura gauchesca posterior, publicado en 1821. Otra figura prematura, que se considera como el “primer poeta gaucho”, fue Bartolomé Hidalgo (1788 – 1822), en particular por los Cielitos y los Diálogos patrióticos. También se destaca en esta primera etapa al poeta Juan Gualberto Godoy (1793 – 1864) con su obra Poesías, a la que Domingo Sarmiento (hijo) resaltó por sus “versos notables, ya por la dulzura y el sentimiento de que están impregnados”.
Pero será recién para el gobierno de Rosas, a mediados del siglo XIX, que la literatura gauchesca se terminaría consolidando, teniendo a menudo una carga de crítica social y política. Entre las figuras destacables se encuentra el poeta Hilario Ascasubi (1807 – 1875), que tiene una ferviente participación en diarios opositores de la época y realizó sus mejores obras en el extranjero, destacándose Santos Vega o Los Mellizos de la Flor. También se encuentra Estanislao del Campo (1834 – 1880), poeta opositor que se consagró en 1866 con su propia versión gauchesca del Fausto, publicada como Fausto, Impresiones del gaucho Anastasio el Pollo en la representación de la Ópera, pero conocida como el Fausto Criollo. Cabe aclarar que “Anastasio el Pollo” era un amigo de del Campo que presenció la ópera Fausto en una ocasión y que no entendió que lo que ocurría en el escenario era una representación, intentando intervenir en la obra cuando la artista se encontraba en un momento dramático. Otra figura fundamental de este periodo fue el uruguayo Antonio D. Lussich (1848 – 1928), del cual se cree que tuvo influencia sobre José Hernández su obra Los tres gauchos orientales, de 1872.
Precisamente ese mismo año fue publicada una de las obras cumbres de la literatura gauchesca, el Martín Fierro, de José Hernández, cuya primera parte El gaucho Martín Fierro será continuada por La vuelta de Martín Fierro, texto publicado en 1879. La importancia de este relato, donde la figura del gaucho aparece con un tono épico utilizando un lenguaje popular, radica no solo en la delicadeza formal de su autor sino también en la construcción de un mito que trascendería a la obra. El sustrato popular contado en primera persona (permitiéndoles a los lectores sentirse identificados con lo que Hernández narraba) y el agudo tono de denuncia contra las políticas del gobierno de Sarmiento hacia los gauchos, la harán una de las piezas claves de la literatura argentina. Posteriormente se publicaría otra obra fundamental de la literatura gauchesca, Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez (1851 – 1889), que problematizaba en torno a una figura marginal que es llevada a volverse un ser violento y aislado.
José Hernández (izq), autor de la obra más importante de la literatura gauchesca, el Martín Fierro.
Eduardo Gutiérrez (der), autor de Juan Moreira.
Finalmente, a comienzos del siglo XX se publicarán algunas obras emblemáticas de la mano de figuras como Leopoldo Lugones (La guerra gaucha, de 1905), Benito Lynch (El romance de un gaucho, de 1936) y Ricardo Guiraldes (Don Segundo Sombra, de 1926).
¿Qué es la payada?
Uno de los legados de la literatura gauchesca es la payada, un arte poético que se desenvuelve con la música y que presenta distintas variantes según la cantidad de personas que vayan recitando. Si participa solo un recitador se trata de una improvisación en rima que es cantada y acompañada por la tradicional guitarra criolla. Por otro lado, si intervienen dos personas se trata de un contrapunto, que bien puede realizarse con composiciones improvisadas o basarse en preguntas y respuestas que definen la temática. El contrapunto era todo un desafío entre dos payadores que mostraban durante la payada su capacidad de improvisación, hasta que uno de los dos ya no encontraba la forma de responder, dándolo como perdedor. Las temáticas iban desde cuestiones cotidianas hasta existenciales, siendo los temas más recurrentes el amor y la muerte. El desarrollo de estas composiciones estuvo ligado a la cultura gauchesca, que se puede enmarcar como un patrón común a varias culturas donde ya existía este tipo de “discusión” entre dos partes como fuente de entretenimiento.