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Combate de la Vuelta de Obligado.
Óleo del general Lucio Norberto Mansilla, comandante de las fuerzas argentinas.
Sitio del río Paraná en donde tuvo lugar el encuentro.

La batalla de la Vuelta de Obligado



El 20 de noviembre de 1845, en pleno régimen rosista, tuvo lugar el enfrentamiento con fuerzas anglo-francesas conocido como la Vuelta de Obligado. La escuadra anglo-francesa intentaba obtener la libre navegación del río Paraná para auxiliar a Corrientes, provincia opositora al gobierno de Juan Manuel de Rosas, y permitir que la sitiada Montevideo pudiera comerciar tanto con Paraguay como con las provincias del litoral. El encargado de la defensa del territorio nacional fue el general Lucio N. Mansilla, quien tendió de costa a costa barcos sujetos por cadenas. La escuadra invasora contaba con fuerzas muy superiores a las locales. A pesar de la heroica resistencia de Mansilla y sus fuerzas, la flota extranjera rompió las cadenas colocadas y se adentró en el Río Paraná.

CONTEXTO PREVIO

En 1845, el general Juan Manuel de Rosas gobernaba por segunda vez la provincia de Buenos Aires, mientras que Uruguay se encontraba en medio de una guerra civil entre los caudillos Manuel Oribe y Fructuoso Rivera. El reconocimiento de Oribe como presidente legal del Estado oriental le dio a Rosas motivos para intervenir en las tensiones políticas de la otra banda del Río de la Plata. De este modo, los acontecimientos se precipitaron: tras participar en numerosos enfrentamientos; Oribe acudió a Rosas, buscando apoyo para recuperar el gobierno que había perdido ante Rivera quien, a su vez, era ayudado por Brasil; a lo demandado, Rosas accedió con aporte de tropas y armamento. Con esta ayuda, Oribe invadió la Banda Oriental y sitió la ciudad de Montevideo.

La intervención de fuerzas extranjeras exaltó los ánimos y motivó que el Reino Unido y Francia intervinieran en el conflicto, apoyando así al autodenominado "Gobierno de la Defensa", protegido de Brasil. El prolongado conflicto regional afectaba los intereses comerciales británicos y, conjuntamente con Francia, mediaron para dar fin a los enfrentamientos. Rosas fue intimado a retirar sus tropas, pero rechazó la orden, con lo cual inmediatamente la escuadra porteña que bloqueaba Montevideo fue capturada por la flota combinada.


Retrato de Juan Manuel de Rosas, Gobernador de Buenos Aires y líder de la Confederación Argentina.

El empeño de ambas potencias en la acción conjunta se puso de manifiesto en el incremento de sus flotas en las radas montevideanas. La obviedad de sus intenciones motivó a Rosas a decretar, el 8 de enero de 1845, el cierre de los puertos de Corrientes y Asunción, a lo que los aliados europeos respondieron con el bloqueo de todos los puertos de la Confederación.

LA BATALLA

El escenario estuvo listo para que avanzara la flota anglo-francesa, integrada por 22 barcos de guerra; detrás se apiñaron 92 embarcaciones comerciales, con un despliegue nunca visto en estas latitudes, pero que ratificó los propósitos de la flota conjunta: demostrar que no existía soberanía sobre los ríos interiores, que los mismos debían estar abiertos a la libre navegación y, además, libres de cualquier derecho aduanero, desde Buenos Aires hasta Asunción. De este modo, once buques de combate de la escuadra comenzaron a navegar por el río Paraná desde los primeros días de noviembre; estos navíos poseían la tecnología más avanzada en maquinaria militar de la época, impulsados tanto a vela como con motores a vapor. Una parte de ellos estaban parcialmente blindados, y todos dotados de grandes piezas de artillería forjadas en hierro y de rápida recarga, como también de granadas de acción retardada.

Esto obligaría a que Rosas encomendara al general Lucio N. Mansilla la defensa del río. Después de dudas y cambios, se determinó que el sitio estratégicamente más adecuado para resistir el avance sería la Vuelta de Obligado, un paraje situado al norte de la ciudad de San Pedro y próximo a Ramallo, donde el Paraná presentaba un recodo de 700 metros de ancho, entre barrancas pronunciadas, con una curva que obligaba a las naves a recostarse para pasar por allí.

Las fuerzas al mando de Mansilla se instalaron con sus pertrechos y fortificaron sus posiciones tras túmulos de tierra apisonada, a la espera de la flota que, enterada de la resistencia que se estaba montando, echó anclas para coordinar la estrategia. En apoyo a la fortificación en tierra, Mansilla había hecho instalar un “cerrojo” con tres tramos de gruesas cadenas que, ancladas en sus extremos, cruzaban de lado a lado el río, sostenidas por 24 barcazas y cinco chalanas provistas de material incendiario las que, liberadas y arrastradas por la corriente, debían complicar las operaciones de la flota al aproximarse.

La única nave de guerra disponible era un bergantín de 75 toneladas, el Republicano, equipado con seis cañones, que se instaló en la ribera opuesta a las fortificaciones de tierra. En la ribera derecha del río, Mansilla montó 4 baterías artilladas con 30 cañones, muchos de ellos de bronce, de poco calibre, los que eran servidos por una dotación de 160 artilleros. La primera, denominada Restaurador Rosas, estaba al mando de Álvaro José de Alzogaray; la segunda, General Brown, al mando del teniente de marina Eduardo Brown, hijo del almirante; la tercera era la General Mansilla, comandada por el teniente de artillería Felipe Palacios; y la cuarta, de reserva y aguas arriba de las cadenas, se denominó Manuelita y estuvo al mando del teniente coronel Juan Bautista Thorne.

El armamento que pudo ser reunido por Mansilla era poco, obsoleto y con escasa provisión de municiones. Sus hombres, también deficientemente equipados, tuvieron que ser apoyados, por vecinos voluntarios provenientes de San Pedro, Baradero y San Antonio de Areco. Sumaban, en total, unos dos mil efectivos.

La escuadra invasora, en cambio, estaba provista de 99 cañones modernos que formaban parte del equipamiento de las naves inglesas y que, por primera vez, se usaban en combate, y que disparaban proyectiles de gran poder destructivo, desconocidos por las tropas defensoras.


La armada anglo-francesa fuerza su paso a través de la Vuelta de Obligado.

El día 17 de noviembre la flota invasora se aproximó a lo que sería el campo de batalla. Los reconocimientos y las primeras escaramuzas dilataron el enfrentamiento hasta el 20 de noviembre. Poco después de las 8:00 de la mañana las naves encararon el paso vedado y recibieron una sostenida andanada de las baterías argentinas. El vapor inglés al mando de Charles Otham comenzó a cañonear las posiciones argentinas sin mucho efecto, pero a las 10:30 la flota invasora reunida, con su diluvio de proyectiles, comenzó a tener eficacia tras un intenso cañoneo y fuertes descargas de proyectiles. Las baterías argentinas respondieron de inmediato, pero estaban en inferioridad de condiciones, ya que contaban con cañones de mucho menor alcance, mucho menor precisión y notable lentitud de recarga, en comparación con las piezas que poseían los invasores.


La medida de defensa tomada por Mansilla fue tender tres gruesas cadenas de costa a costa, sobre 24 lanchones.

Aquella mañana el general Lucio N. Mansilla, cuñado de Rosas y padre del escritor Lucio Víctor Mansilla, arengó a las tropas: “¡Vedlos, camaradas, allí los tenéis! Considerad el tamaño del insulto que vienen haciendo a la soberanía de nuestra Patria, al navegar las aguas de un río que corre por el territorio de nuestra República, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos. ¡Pero se engañan esos miserables, aquí no lo serán! Tremole el pabellón azul y blanco y muramos todos antes que verlo bajar de donde flamea”.

El poderío tan dispar hizo mermar paulatinamente la resistencia que oponían las baterías argentinas ya sea porque eran silenciadas por el poder de fuego enemigo o enmudecían a causa del agotamiento de la escasa munición. Sin embargo, a medida que se enardecía la lucha, cuatro naves enemigas quedaron disminuidas o directamente fuera de combate. Pasadas las 14:00, y mientras arreciaba todavía la lucha, los aliados –impacientes– intentaron un desembarco que fue rápidamente abortado por una veloz batida de la caballería. Para colmo, la flota seguía detenida porque el cinturón de cadenas no cedía. No obstante, con la considerable disminución en los disparos de la escuadra defensora, los atacantes volvieron sobre las cadenas, y desde el Firebrand, uno de los buques impulsados a vapor, se desprendieron dos pequeñas lanchas que, equipadas con yunque y grandes mazas, lograron cortarlas.

La inmediata filtración de las tres naves a vapor les facilitó el cañoneo de las defensas desde ambos flancos, lo que las diezmó fácilmente. A las 18:00, fuerzas de infantería comenzaron el desembarco cuando ya las baterías argentinas agotaron su munición. Los invasores se apoderaron o destruyeron cuanto armamento quedó en el campo de batalla al retirarse las tropas argentinas hacia San Nicolás.

Las fuerzas defensoras tuvieron 250 muertos y 400 heridos. Los agresores, por su parte, tuvieron 26 muertos y 86 heridos y sufrieron grandes averías en sus naves que obligaron a la escuadra a permanecer casi inmóvil –para reparaciones de urgencia– en distintos puntos del Delta del Paraná. Finalmente, los anglo-franceses consiguieron forzar el paso y continuar hacia el norte, atribuyéndose la victoria.

SAN MARTÍN Y LA BATALLA

Al conocer los pormenores del combate, y consultado sobre las posibilidades militares que –a su juicio– podrían tener los invasores, San Martín escribía desde su exilio francés:

“Bien es sabido la firmeza de carácter del jefe que preside la República Argentina; nadie ignora el ascendiente muy marcado que posee, sobre todo en la vasta campaña de Buenos Aires y el resto de las provincias. Y aunque no dudo que en la Capital tenga un número de enemigos personales, estoy convencido de que bien sea por orgullo nacional, temor, o bien por las prevenciones heredadas de los españoles hacia los extranjeros, ellos en su totalidad se le unirán y tomarán parte activa en la actual contienda. Por otra parte es menester conocer (como la experiencia lo tiene acreditado) que el bloqueo que se ha declarado no tiene en las nuevas repúblicas de América, y sobre todo en la Argentina, la misma influencia que tiene en Europa. Solo afectará a un corto número de propietarios, pero a la masa del pueblo que no conoce las necesidades de la de estos países, le será bien indiferente su continuación.


Retrato de San Martín hecho por el artista belga François Joseph Navez durante el exilio. Poco después de iniciarse el conflicto, el Libertador intentó desalentar la continuación de hostilidades por parte de Gran Bretaña y Francia. Poco después, calificó la intervención de “injustísima agresión y abuso de la fuerza de la Inglaterra y Francia” y manifestó su apoyo al gobernador de Buenos Aires, lamentando ya no poder ofrecer sus servicios por su deteriorado estado de salud.

Si las dos potencias quieren llevar adelante las hostilidades, es decir, declarar la guerra, yo no dudo un momento que podrán apoderarse de Buenos Aires con más o menor pérdida de hombres y gastos, pero estoy convencido que no podrán sostenerse mucho tiempo en posesión de ella: los ganados, primer alimento, o por decirlo mejor, único en el pueblo, puede ser retirado en muy pocos días a distancia de muchas leguas; lo mismo que las caballadas y demás medios de transporte, y los pozos de las estancias inutilizados. En fin, formar un verdadero desierto de doscientas leguas de llanura sin agua ni leña, imposible de atravesar por una fuerza europea, la que correrá más peligro a proporción que sea más numerosa si trata de internarse. Sostener una guerra en América con tropas europeas, no solo es muy costoso, sino más que dudoso su buen éxito. Tratar de hacerlo con hijos del país mucho más dificultoso, y aún creo que imposible encontrar quien quiera enrolarse con el extranjero.

En conclusión: 8.000 hombres de caballería del país y 25 o 30 piezas de artillería, fuerzas que con mucha facilidad puede mantener el general Rosas, son suficientes para mantener en un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires, y también impedir que un ejército europeo de 20.000 hombres salga a más de treinta leguas de la Capital sin exponerse a una completa ruina por falta de todo recurso. Tal es mi opinión, y la experiencia lo demostrará”.

LA CAMPAÑA NAVAL DESPUÉS DE OBLIGADO

Una vez rotas las defensas y finalizadas las reparaciones, la flota invasora inició el viaje remontando el Paraná hacia Asunción del Paraguay. Ahora bien, contra lo que las fuerzas anglo-francesas esperaban, no lograron concitar la simpatía de la población ribereña, especialmente en las provincias de Santa Fe –que fue defendida por tropas al mando de Pascual Echagüe– y Entre Ríos.


Fragmento de las cadenas utilizadas en la batalla, exhibidas en el Museo del Bicentenario.

De este modo, las tropas argentinas siguieron por tierra al convoy, hostigándolo con una batería de 10 cañones tirados a cincha, complicándole el abastecimiento y alejando al ganado de la ribera del río. El 6 de enero de 1846 la flota fue recibida con un fuerte cañoneo en el Paso de El Tonelero (hoy partido de Ramallo, al norte de la provincia de Buenos Aires, a unos 30 km al sur de San Nicolás de los Arroyos) y poco después al pasar por San Lorenzo y Angostura del Quebracho. En este último enfrentamiento en particular, la flota invasora perdió 6 barcos mercantes (2 incendiados por la artillería y cuatro incendiados por su propia tripulación al encallar) y 2 de sus buques de guerra sufrieron averías de importancia. La población civil, al parecer, apoyó firmemente la acción militar de las fuerzas de Lucio N. Mansilla y del coronel Martín de Santa Coloma.

Tres meses le tomó a la escuadra anglo-francesa la excursión por el Paraná. El 6 de mayo el gran convoy emprendió su regreso. Pese a que logró algunos resultados comerciales en la provincia de Corrientes –que desde hacía varios años permanecía rebelde a la autoridad nacional de Rosas–, y a que varios de los buques atracaron en los puertos de Goya y Corrientes y en algunos intermedios, el resultado comercial de la campaña fue muy escaso. A ello se sumó la decepción por no obtener la adhesión del Paraguay, cuya independencia se negaba a reconocer Rosas.

La empresa estuvo signada por el fracaso, tanto en Corrientes como en el Paraguay. La mayor parte de las mercaderías que portaban quedaron sin colocar, y el costo financiero, después de los daños infligidos por las fuerzas argentinas, se elevó enormemente. Por lo tanto, si bien lograron algunos resultados políticos, los beneficios económicos esperados se trocaron en un fuerte quebranto. Tras varios meses de haber partido, las fuerzas y naves agresoras debieron regresar a Montevideo “diezmados por el hambre, el fuego, el escorbuto y el desaliento”, al decir del historiador José Luis Muñoz Azpirí.

CONSECUENCIAS

Suele decirse que la victoria anglo-francesa resultó ser una victoria pírrica: tanto la decisión de las fuerzas defensoras, como las complicaciones que impuso el sinuoso cauce del Paraná a la navegación, hicieron excesivamente costoso intentar nuevamente la navegación del mismo en contra de la voluntad del gobierno argentino.

La batalla tuvo gran difusión en toda América. De hecho, Chile y Brasil cambiaron sus sentimientos hostiles a Rosas y se volcaron, momentáneamente, a la causa de la Confederación. Prueba de ello es una nota publicada por un diario carioca el 13 de diciembre de 1845: “Rosas, a pesar del epíteto de déspota con que lo difaman sus enemigos, será reputado en la posteridad como el único jefe americano del sur que ha resistido intrépido las violencias y agresiones de las dos naciones más poderosas del Mundo”.


Monumento a los héroes de la batalla de Vuelta de Obligado, obra de Rogelio Polesello. Este hecho histórico es recordado como feriado nacional a partir de la promulgación de la Ley 20.770, por la que el 20 de noviembre se declaró Día de la Soberanía Nacional, por iniciativa del historiador José María Rosa.

De esta manera, y pese a ser una derrota táctica, la Batalla de Vuelta de Obligado dio como resultado la victoria diplomática y militar de la Confederación Argentina, debido al alto costo que demandó la operación. Implícitamente, la resistencia opuesta por el gobierno argentino obligó a los invasores a entablar conversaciones para poner fin a la intervención conjunta. Las negociaciones fueron largas y embarazosas, y concluyeron en mayo de 1849 con la firma del Tratado Arana-Southern-Lépredour. Las potencias europeas reconocieron a Oribe como presidente del Uruguay, los extranjeros de Montevideo fueron desarmados y las divisiones argentinas retiradas, mientras que la navegación del Paraná quedó como un asunto reservado a los argentinos. El tratado fue ratificado en Buenos Aires y Londres, pero no ocurrió lo mismo en Francia, y el negociador Lépredour regresó para convenir una nueva paz en el año 1850. Como el gobernador de Buenos Aires no cedió a las pretensiones francesas, hacia agosto de ese mismo año firmaron un tratado idéntico al anterior.


Vista parcial del monumento a los héroes de la batalla de Vuelta de Obligado. Fue inaugurado en el marco de los Festejos por el Bicentenario Argentino por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

La firme actitud de Rosas durante los bloqueos le valió la felicitación del general San Martín y un apartado especial en su testamento: “El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sur le será entregado al general Juan Manuel de Rosas, como prueba de la satisfacción que, como argentino, he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.