A pesar de ser muy poco habitados, los desiertos son ecosistemas que a diario sufren las consecuencias de la actividad humana, la cual perjudica notablemente tanto su flora como su fauna.
La importancia de la vida subterránea en el desierto es tan grande que representa el ochenta por ciento de la biomasa; en cambio, el material verde puede ser tan sólo el uno por ciento de una producción ya de por sí muy baja.
De ello se deduce que cualquier actividad humana que afecte a la biomasa vegetal que emerge del suelo puede cambiar el ecosistema de forma radical.
El apacentamiento de animales domesticados, especialmente de cabras, que consumen los brotes tiernos de las plantas, afecta enormemente a la biomasa y, por lo tanto, no es de extrañar que el apacentamiento intenso en áreas colindantes sea una de las causas principales del avance del desierto. No obstante, el pastoreo de animales como el camello o la llama puede originar un ecosistema estable en los desiertos.
La extrema fragilidad del ecosistema desértico
Por sus complicadas adaptaciones e interacciones, los desiertos constituyen un bioma frágil y sensible al impacto humano. La presencia del hombre altera fácilmente este ecosistema, sobre todo en lo concerniente a temperatura, humedad y nutrientes.
Se comprende entonces que la eliminación de un árbol, un arbusto o un cacto supone una grave alteración para el abigarrado biotopo de animales invertebrados y vertebrados que se guarecen o alimentan a sus expensas.
Esto explica las nefastas consecuencias que han tenido en ciertos casos los programas técnicos de abertura de pozos o de creación de sistemas de riego mediante tendido de una red de tuberías sin estudios previos de impacto ambiental, sobre todo en regiones saharianas de Argelia y Mali, al originar la desaparición de la vegetación natural, incrementar la erosión eólica y la evaporación de los nuevos campos de cultivo, y favorecer la acumulación de sales que envenenan irreversiblemente el terreno.
Mucho más grave aún es el proceso de desertización que se produce, no en el interior de los desiertos, sino en los ecosistemas colindantes, particularmente en las estepas y las sabanas.
Se calcula que los desiertos, junto con las tierras que actualmente muestran tendencia a la desertización, ocupan en la actualidad el 35 % de la superficie terrestre del planeta. La progresiva extensión del desierto, sobre todo en las regiones africanas del Sahel, se produce a un ritmo vertiginoso. Los estudios realizados sobre el tema del avance de los desiertos aportan datos realmente alarmantes. Se calcula que los desiertos del planeta avanzan anualmente unos veinte millones de hectáreas.
El impacto de la actividad humana en los desiertos
El llamado “turismo alternativo” y las competiciones deportivas del tipo del rally París-Dakar, cuando se llevan a cabo en biomas tan extremadamente frágiles como los desiertos, originan irreversibles daños al ecosistema. Los automóviles todo terreno y las motos de trial causan graves destrozos en la vegetación, resultando especialmente afectadas las plantas suculentas. La desaparición de las hierbas de las dunas supone privar a plantas y animales de su principal fuente de alimento, a la vez que incrementa el efecto de erosión, ya que son precisamente las hierbas las responsables de estabilizar y retener la escasa humedad acumulada. Además, muchos pequeños animales mueren aplastados por las ruedas de los vehículos y muchas madrigueras se hunden bajo el peso de los automóviles.
Por otra parte, la frecuente utilización de esqueletos de cactos para hacer fuego significa una importante merma de aporte orgánico a los suelos, al tiempo que origina la destrucción de los escasos refugios de que disponen los pequeños invertebrados que moran en los desiertos.