El 24 de junio se cumple un nuevo aniversario del nacimiento del titiritero y escritor argentino Javier Villafañe. Murió el 1 de abril de 1996.
Por Alejo Prudkin
Un escucha de oficio
“Javieres habrá muchos. Pero un Javier como el que vive en Buenos Aires, en la casa de Almagro, hay uno solo” (Laura Devetach, La casa de Javier, Colihue, 1990).
Javier Villafañe nació el 24 de junio de 1909, en el barrio de Almagro, Buenos Aires. Desde niño anidó un especial gusto por la escucha de relatos –ya fueran clásicos narrados por su madre, o populares por una empleada española–; por sentir y palpitar la poesía callejera, y se maravillaba con el mundo de los títeres. Personajes como el clown norteamericano Frank Brown, o como el titiritero Dante S. Verzura, impresionaron y estimularon la imaginación de un chico que soñaba en grande.
Con un paso esquivo por los rígidos marcos de la escuela primaria y secundaria, su juventud estuvo signada por lecturas punzantes, la visita asidua a espectáculos de títeres y marionetas en el barrio de La Boca –comandados por artistas de origen italiano como Bastián de Terranova, Carolina Ligotti y Vito Cantone–, por sus primeras novias y el cultivo de la amistad con individuos de la talla de Enrique Wernicke, José Luis Lanuza y Juan Pedro Ramos. Cabe destacar que este último se irá perfilando como su primer compañero de viajes y andanzas.
La(s) vuelta(s) al mundo
Cumplido el servicio militar obligatorio, donde materializa sus primeras piezas literarias –como Don Juan Farolero, publicado en 1936–, y ya empleado de Obras Sanitarias de la Nación, a los 24 años asiste a una escena determinante para su vida. Transcrita por su amigo Pablo Medina, en Javier Villafañe. Antología. Obra y Recopilaciones (Sudamericana, 1990), el propio Villafañe comenta:
“Un día estábamos en el balcón de la casa de mi hermano, Oscar, en la calle Azcuénaga, con Juan Pedro Ramos, el poeta y amigo, y pasó un carro conducido por un viejo, y sobre el heno que llevaba iba un muchacho mirando el cielo mientras masticaba un pastito largo y amarillo. Pensamos en ese momento con Juan qué hermoso sería poder viajar toda la vida en un carro y que el caballo nos llevara adonde quisiera”.
Seducidos por el ideal de libertad, por la voluntad artística y la celebración de la vida, ambos compañeros dan origen a “La Andariega”, aquella mítica carreta devenida hogar y teatro de títeres ambulante. Nacida de un carro hielero y remozada por manos propias y amigas, se pobló de personajes legendarios como el mentado Maese Trotamundos.
Un creador trashumante
“Un día llegó a la ciudad un titiritero. Un hombre que tenía barba y había caminado el mundo con sus títeres” (Javier Villafañe, El caballo celoso, Colihue, 1993).
Habiendo perfeccionado la confección y el manejo de los títeres, y con aportes artísticos de Emilio Pettorutti, Raúl Soldi, Carybé, Enrique Molina y Norah Borges, entre otros, Ramos y Villafañe dan su primera función en un baldío del barrio de Belgrano, el 22 de octubre de 1935.
Primero hacia el sur de la provincia de Buenos Aires, en compañía de Juan Pedro Ramos, y luego hacia el norte –donde quedaría particularmente impactado por la gente, la fauna y la geografía entrerrianas–, acompañado fugazmente por Justiniano Orozco López, Villafañe da comienzo a su infinito derrotero de artista ambulante. A esos primeros viajes seguirían otros por el interior profundo de la Argentina y países como Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay, en gran parte acompañado por su amigo Liberto Fridman.
Con el tiempo llegaron sus distintas nupcias, sus hijos, el oficio periodístico y una profusa obra literaria. Pero nunca se truncó su vida andariega. Sus pies y “sus manos” hollaron Europa, África y América. En 1967 se exilia en Venezuela, hace escuela en la Universidad de Los Andes (ULA) y desde allí se lanza a los caminos manchegos tras los pasos de Don Quijote. En Venezuela, España y donde lo encuentre el tiempo, se dedica a recuperar cuentos e historias de niños y reyes. “Yo les robo cosas a los niños. Aunque en realidad no debería decir robar, porque las cosas no tienen dueño. ¿Acaso la palabra no anda en el aire y es de todos?”, supo comentar con picardía (Pablo Medina, Javier Villafañe. Antología. Obra y Recopilaciones, Sudamericana, 1990).
La(s) casa(s) de Javier
“Toda mi vida fue buscar el lugar donde quería morir. Aún sigo viajando” (Javier Villafañe, “El anciano viajero” en Los ancianos y las apuestas, Sudamericana, 1990).
En 1980 se muda a España y en 1984 retorna a nuestro país. Nunca dejó de crear, de vivir con plenitud y de viajar. Poeta, titiritero, amigo, conversador y amante de la vida, fue reconocido por reyes y plebeyos, y supo cultivar la amistad de grandes figuras como Federico García Lorca, Julio Cortázar y Atahualpa Yupanqui. El 1 de abril de 1996, la muerte lo busca y encuentra, como ya había prefigurado poéticamente en “El viejo titiritero y la muerte” (en Los ancianos y las apuestas, Sudamericana, 1990).
Bibliografía utilizada:
-Devetach, Laura. La casa de Javier. Buenos Aires, Colihue, 1990.
-Medina, Pablo. Javier Villafañe. Antología. Obra y Recopilaciones. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
-Villafañe, Javier. Los ancianos y las apuestas. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
-Villafañe, Javier. El caballo celoso. Buenos Aires, Colihue, 1993.
Fuente: http://www.educ.ar/sitios/educar/recursos/ver?id=106686&referente=docentes
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