La atracción y repulsión que hemos observado alguna vez en los imanes es tan sólo el principio de un cautivante mundo regido por principios atómicos y aplicado a un sinfín de posibilidades.
Pocos fenómenos físicos naturales ofrecen tanta utilidad para el hombre como la que brinda el magnetismo. Su manipulación ha permitido el diseño de multitud de productos tecnológicos, al punto de resultar imprescindible en la actualidad para nuestras vidas cotidianas. El altavoz que nos permite escuchar radio, el micrófono utilizado para realizar una grabación, los motores de los electrodomésticos, el alternador del automóvil, el timbre, la electroválvula y el relé, son tan sólo algunos de los ejemplos que se fundamentan en esta curiosa propiedad presente en ciertos materiales naturales denominados magnéticos.
Sin embargo, a pesar de estar familiarizados con muchos de los productos que se valen de este fenómeno para funcionar, lo cierto es que el común de las personas sabe poco y nada acerca de las causas y efectos que se esconden detrás de él. En este artículo descubriremos todos los secretos sobre el magnetismo para comprender su naturaleza.
Propiedades
Al hablar de magnetismo es frecuente que pensemos en los imanes y en su capacidad de atracción y repulsión con la que alguna vez habremos experimentado. La asociación no es incorrecta, ya que se trata de la fuerza que permite precisamente que se den estos fenómenos; sin embargo, debe tenerse presente que es una cualidad inherente a todos los materiales que conocemos, y no sólo a unos pocos. Esto quiere decir que no existen objetos sin propiedades magnéticas, lo que convierte en especial a los imanes es el hecho de que cuentan con una potencia mucho mayor que los demás. Y siguiendo este razonamiento, un imán sería entonces todo cuerpo con un campo magnético significativo.
En este punto arribamos al encuentro de un nuevo término. Denominamos campo magnético a la zona de influencia que se encuentra alrededor de los objetos imantados y que se representa por medio de líneas de fuerza que nos indican la forma de los mismos y su intensidad.
Una segunda característica de los imanes es el hecho de que todos ellos tienen dos polos. Cada uno se encuentra en un extremo diferente y se conocen como Norte y Sur debido a que tienden a orientarse en este sentido según los polos magnéticos de la Tierra (fenómeno que permite el funcionamiento de las brújulas). Recordemos que nuestro planeta también es un gran imán y cuenta con un campo magnético de 36 mil millas en el espacio.
Convencionalmente se dice que las líneas de fuerza son trazos imaginarios que van de polo a polo: de norte a sur por fuera del imán y en sentido contrario por su parte interna. Es posible ver sus efectos, así como su distribución y densidad, disponiendo elementos metálicos de reducidas dimensiones, como limaduras de hierro, en la zona de influencia de un imán. Las líneas de fuerza de un campo magnético son cerradas, y el conjunto de todas ellas constituye el flujo magnético.
Los fenómenos de atracción y repulsión que pueden verse al jugar con dos imanes también están íntimamente relacionados con los polos y sus posiciones: cuando se atraen es porque son opuestos (norte y sur), cuando se repelen es porque son de igual signo (dos norte o dos sur).
Otra característica de los imanes es que si dividimos cualquiera de ellos en dos partes, en el punto de rotura se forman nuevos polos opuestos. Se obtienen así dos nuevos imanes, con idénticas propiedades que la pieza completa original. Este fenómeno se produce porque es imposible obtener un polo magnético aislado debido a que el magnetismo es una curvatura del espacio: el espacio es “comprimido” en una parte y “expandido” en la otra a modo de sistema, no puede existir uno sin el otro.
De la misma manera, al producirse el fenómeno de atracción entre imanes, puede decirse que en lugar de dos pegados obtenemos uno. Piénsese por ejemplo en el conocido experimento que se realiza al acercar un imán a una aguja y luego esta última a otra. Descubriremos que continúan atrayéndose más allá de la cercanía o lejanía del imán: esto quiere decir que el campo magnético se unifica, sólo hay un polo norte y uno sur que atraviesa a todas las piezas pegadas.
Una última propiedad común a todos los imanes es el hecho de que pueden perder su potencia o quedar desmagnetizados completamente si:
1) Se exponen a un campo magnético que está alineado en la dirección opuesta.
2) Se exponen al calor, energía que distorsiona el material y excita las partículas de magneto, causando que los dominios se salgan de la alineación.
3) Son golpeados causando que las partículas cambien de orientación.
4) Se exponen a presiones muy elevadas.
A modo de curiosidad, es interesante destacar que los griegos probablemente conocían el segundo modo de desmagnetizar un imán, ya que el propio término proviene de “adamas”, una palabra que se compone del prefijo de contrariedad o de negación “a”, y de la segunda parte (damaoo) que quiere decir “quemar”.
Tipos de imanes
¿Son iguales todos los imanes? La respuesta es no. De hecho se trata de un descubrimiento tan antiguo que sus usos y formas a lo largo de la historia han ido variando de forma increíble.
Los primeros fenómenos magnéticos observados de los que se tiene algún registro fueron en Magnesia del Meandro hace más de 2 mil años, ciudad de Asia menor donde se cree que se encontraron por primera vez con imanes naturales a los que denominaron magnetitas. Hoy en día sabemos que se trata de un mineral formado por óxido de hierro.
Sin embargo, la mayor cantidad de imanes utilizados actualmente son artificiales. En la mayoría de los casos se trabaja con aleaciones de acero, níquel y cobalto, mediante las cuales se obtienen materiales que se magnetizan al ser sometidos a la acción de la corriente eléctrica o a la de campos magnéticos intensos.
También pueden clasificarse los imanes según el tiempo de conservación de sus propiedades magnéticas. Hablamos de imanes permanentes cuando el material imantado puede conservar durante años su capacidad de atracción y repulsión, un fenómeno que ocurre por ejemplo con el acero. En cambio, utilizamos la expresión “imán momentáneo” para denominar a aquellos que manifiestan propiedades magnéticas sólo mientras se encuentran en las proximidades de un imán, como por ejemplo, el hierro dulce.
Con respecto a las formas de los imanes hay que tener presente que es totalmente variable. Si bien los formatos clásicos son la barra rectangular y la herradura, dependiendo de la utilidad que se le vaya a dar, los imanes artificiales pueden fabricarse de cualquier configuración y tamaño. De este modo hallamos pequeños imanes, como las agujas magnéticas que se aplican a la detección de campos magnéticos utilizadas en la brújula y en los inclinómetros, y grandes imanes, como los que se disponen en los relés y en los altavoces destinados a la transformación de impulsos eléctricos en ondas acústicas. En los aceleradores de partículas atómicas también pueden encontrarse imanes de dimensiones considerables y gran potencia destinados a crear campos magnéticos constantes.
Lo mismo se puede decir de los materiales. Las aleaciones más comunes son de metales ferromagnéticos como el hierro, el níquel y el cobalto, pero lo cierto es que existen muchas y muy distintas que permiten usos diversos. Por ejemplo, los imanes cerámicos, fabricados a partir de partículas muy finas de óxido de hierro, son muy frágiles y pueden romperse con facilidad. En cambio, los imanes flexibles, realizados con hierro y estroncio, son increíblemente flexibles.
Sin embargo, no todos los materiales pueden formar parte de un campo magnético. Entre los fierros y aceros que pueden ser colocados dentro, deben identificarse tres tipos o clases de acuerdo con sus reacciones:
1) Aquellos que se magnetizan inmediatamente. Dentro de este grupo se encuentran los fierros dulces o blandos, que adquieren las propiedades magnéticas por inducción y los pierden inmediatamente que se saca del campo magnético.
2) Aquellos que se van magnetizando gradualmente y, una vez saturados, conservan la propiedad permanentemente. Entre ellos se encuentran los fierros duros o aceros.
3) Aquellos que actúan como fierros duros o dulces de acuerdo con las circunstancias. A esta clase se la conoce como fierro intermediario y se dice que reciben magnetismo subpermanente.
Electrodinámica
Muy a pesar de lo que se creyó durante mucho tiempo, en la actualidad sabemos que el magnetismo no constituye una esfera de fenómenos independientes, sino que no es más que una manifestación del movimiento de las cargas eléctricas. Por este motivo, la disciplina que se encarga de su estudio es la electrodinámica, rama de la física que trata las acciones dinámicas de las corrientes eléctricas. Esto quiere decir, entonces, que no existe ninguna diferencia esencial entre la atracción magnética que ejerce una bobina recorrida por una corriente eléctrica y la que ejercen los imanes permanentes a los que hemos estado aludiendo.
Algunos de los temas que estudia la electrodinámica son el campo magnético, las propiedades magnéticas de la materia y de la inducción electromagnética, así como otros que ya hemos tocado en este artículo. Pero, además, abarca otros tópicos como las corrientes alternas, los aparatos de medida y las máquinas eléctricas.
La relación entre los diversos fenómenos eléctricos y el magnetismo fue descubierta en la tercera década del s. XIX. Para ello fue fundamental el experimento realizado en 1820 por el físico y químico danés, Hans Christian Orsted (1777-1851), a partir del cuál se pudo deducir que las fuerzas magnéticas son causadas por el movimiento de la electricidad.
La experiencia consistió en colocar cerca de un conductor recorrido por una corriente una aguja imantada. Esta última tendía a orientarse en dirección perpendicular al conductor y, si posteriormente se invertía el sentido de la corriente, la aguja giraba un ángulo de 180°, es decir, que seguía orientada perpendicularmente al conductor pero con sus polos norte y sur invertidos.
El trascendental experimento fue presenciado en la ciudad de Ginebra por el físico francés François Jean Dominique Arago (1786-1853), quien lo comunicó a la Académie des Sciences de París. De esta manera, llegó a ser conocido por el reconocido científico André-Marie Ampère (1775- 1836), quien formuló en 1827 la teoría del electromagnetismo.
Adelantándose a su época (aún no se conocía la existencia del electrón), Ampère supo comprender que las acciones de los imanes se deben a corrientes cerradas existentes en la masa de la sustancia imanada.
A modo de resumen, puede explicarse la hipótesis de Ampère desde la teoría atómica. Todos los imanes están formados por átomos y cada uno era concebido como una espira, esto es, un conductor cerrado por el que circula corriente eléctrica y que tiene la capacidad de aumentar el campo magnético al incrementar su intensidad. Si las espiras atómicas en cada plano se alinean, formarían una espira macroscópica. Como resultado de todas las espiras resultantes se obtendría un solenoide.
En la actualidad, se sabe que los electrones que se encuentran en órbita alrededor del núcleo atómico forman espiras y que su rotación intrínseca también produce un campo similar. Esto se debe a que el electrón no es solamente una partícula con la carga eléctrica minima sino que además es un imán. La intensidad del magnetismo de un electrón es miles de veces mayor que la intensidad del magnetismo del núcleo atómico formado por protones y neutrones, por lo que las propiedades magnéticas de la materia son consecuencia fundamentalmente del magnetismo de estas partículas.
De esta manera, podemos arribar a una conclusión: El proceso de magnetización consiste en el alineamiento de los átomos en una dirección determinada. Cuando por la acción de un campo magnético externo se logran estas condiciones, el material queda magnetizado.
¡Vamos A hacer un experimento!
Manos a la obra, para realizar este experimento necesitas un imán en forma de U, una aguja, cinta adhesiva, un corcho y un recipiente con agua. ¿Descubriremos dónde está el polo norte?
1. Prepara un recipiente con agua.
2. Imanta la aguja frotándola en la misma dirección contra uno de los extremos del imán unas 30 veces.
3. Pega con la cinta adhesiva la aguja al corcho y haz que flote en el recipiente con agua.
¿Qué puedes observar? ¿Cómo se comporta el corcho con la aguja imantada?