Conflicto ideológico de envergadura internacional, la Guerra Fría dividió el mundo generando conflictos armados y tensiones prolongadas durante más de cuarenta años, siempre al borde de un enfrentamiento nuclear entre superpotencias.
Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, un nuevo periodo se inició enfrentando a la Unión Soviética y los Estados Unidos, ambas superpotencias con intereses contrapuestos y una fuerte influencia en extensas regiones del planeta. Sin embargo, esta rivalidad nunca derivó en una lucha directa entre ambos Estados (razón por la cuál se la denominó Guerra Fría), sino que se ubicó más bien en el plano ideológico, con momentos de grandes tensiones debido a la acumulación de cuantiosos arsenales nucleares que se utilizaron fundamentalmente como elementos de disuasión.
El arsenal acopiado durante estos años resultó tan importante que un enfrentamiento directo entre los Estados Unidos y la Unión Soviética hubiese dado lugar a una verdadera catástrofe nuclear a nivel global. Por esta razón se evitó constantemente llegar a ese punto, valiéndose de diversas técnicas para intentar conseguir el predominio por sobre la otra: la propaganda, la intimidación y el apoyo a fuerzas enfrentadas para instaurar regímenes políticos, fueron algunos de tantos mecanismos.
El término “Guerra Fría” fue empleado por primera vez en 1947 por Bernard Baruch, asistente del entonces presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, y a partir de allí comenzó a emplearse en la prensa y en numerosas publicaciones para hacer referencia al período que se inició con el reparto del sistema político internacional después de la Segunda Guerra Mundial, y que se extendería hasta la caída del muro de Berlín en 1989 y la posterior disolución de la Unión Soviética en 1991.
Ideologías contrapuestas
La lucha política e ideológica llevada a cabo por los Estados Unidos y la Unión Soviética tuvo su origen en las diferentes concepciones que tenían ambas superpotencias en cuanto al modo de administrar el Estado y su rol en la sociedad.
Por un lado, los Estados Unidos bregaban por un sistema liberal capitalista, en el cual el mercado sea el mecanismo a través del cual se asignen los recursos y se distribuyan las riquezas.
En este sentido, consideraba que el Estado no debía intervenir en el curso de la economía, por lo que los distintos países debían levantar las medidas proteccionistas que pudieran llegar a impedir el desarrollo de un mercado a nivel global.
Sin embargo, lo cierto es que estas medidas nunca fueron llevadas a cabo en su totalidad en el propio territorio estadounidense, donde la inversión de empresas foráneas ha sido severamente controlada por el gobierno, al tiempo que a través de los organismos internacionales impulsaban la apertura de mercados en el exterior.
Por otro lado, la Unión Soviética proponía un sistema en el que se defendiera la existencia de un Estado fuerte, capaz de desarrollar una economía centralizada y planificada. La propiedad privada no debía ser reconocida según estas ideas, por lo que las viviendas, industrias y territorios tendrían que ser administrados por el Estado o el Partido Comunista en su totalidad, con el fin de alcanzar el mejor nivel de vida posible para la población.
En la Unión Soviética no existía la democracia ni la división de poderes, y la oposición política no se encontraba legalizada. Toda la economía se encontraba estatizada para poder ser controlada, incluyendo a la banca, la industria, los medios de transporte, los recursos naturales, la infraestructura, etc. Los trabajadores no poseían libertades para decidir su modo de trabajo, y debían seguir las directivas emanadas desde el poder central, lo cual solía desembocar en la utilización de las fuerzas de seguridad para forzar a los individuos a cumplir con las tareas asignadas. Los elementos de control social incluían desde el empleo de la violencia hasta la presencia en centros de producción de agentes secretos encargados de detectar actos contrarios a los ideales del Partido.
Carrera armamentista
Como ya se mencionó anteriormente, en ningún momento de la Guerra Fría una unidad soviética atacó a una estadounidense o viceversa. Sin embargo, ambas superpotencias reforzaron sus respectivas fuerzas armadas durante este periodo y almacenaron miles de ojivas nucleares y sistemas de cohetes listos para ser usados en caso de que la situación se tensara lo suficiente.
Particularmente en el caso del armamento de destrucción masiva, el incremento se volvió alarmante. Por un lado, los Estados Unidos ya habían desarrollado y empleado bombas atómicas sobre ciudades japonesas, por lo que empezaron a realizar sus primeros ensayos con bombas de hidrógeno en 1952. Al año siguiente los soviéticos harían lo propio, igualando la capacidad ofensiva tras haber conseguido desarrollar su primera bomba atómica en 1949. Con el correr de los años, otros países llegarían a contar con este tipo de artefactos, por lo que, dadas las sólidas alianzas existentes entre los países de los distintos bloques, un ataque nuclear hubiera desencadenado un enfrentamiento que prometía hacer desaparecer la existencia humana tal como la conocemos en la actualidad. Previendo esta posibilidad, el desarrollo de este tipo de armamentos funcionó más como factor de disuasión que como elemento ofensivo.
En este contexto, ambos bloques destinaron importantes recursos a la actualización y ampliación de sus capacidades ofensivas, una carrera armamentista en la que el Estado más perjudicado fue la Unión Soviética debido a que contaba con una economía más frágil, y cada aumento en el presupuesto de defensa significaba un duro revés para la calidad de vida de sus habitantes.
Un mundo dividido
En un panorama internacional sumamente tenso, los diferentes Estados se vieron obligados a tomar posicionamiento frente al conflicto. Bajo el predominio de los Estados Unidos fue gestada a fines de la década de 1940 la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), un ente político y militar conformado por Canadá y diversos países de Europa Occidental. Por otro lado, los países alineados tras la postura soviética se congregaron en el Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua, popularmente conocido como Pacto de Varsovia, creado a mediados de la década de 1950 para hacer frente a la formación liderada por Estados Unidos y a la militarización acelerada del bloque occidental.
Sin embargo, también apareció un tercer grupo de Estados que no se sentían interpelados por ninguna de las tendencias ideológicas en pugna y que defendían su neutralidad en una disputa que consideraban como asunto de los Estados Unidos y la Unión Soviética. Por esta razón, a mediados de la década de 1950 una treintena de representantes de Estados del denominado Tercer Mundo se reunieron en Indonesia para establecer políticas concretas a llevar a cabo en el nuevo escenario surgido con la división del mundo, formando finalmente en 1961 el Movimiento de Países No Alineados.
El conjunto se comprometió a no formar parte de ninguna de las alianzas militares con presencia de los países hegemónicos y a trabajar por la autodeterminación de los pueblos, la reorganización de la economía mundial, la democratización de los organismos multilaterales y el rechazo al imperialismo, entre otros puntos.
Focos de tensión
Los escenarios en los que se montó la Guerra Fría fueron diversos, llegando a darse conflictos en mayor o menor medida en todos los continentes del planeta, algunos de los cuales se extendieron durante varios años.
El sudeste asiático, zona con una poderosa influencia de la Unión Soviética, sufrió dos enfrentamientos importantes. Por un lado, la invasión de la República Democrática de Corea (Corea del Norte, Estado socialista) a la República de Corea (Corea del Sur, aliado liberal) en junio de 1950, una guerra que duró tres años y que concluyó con las negociaciones de las partes, estableciendo la frontera entre ambas en el paralelo 38, es decir, en el mismo punto que se consideraba desde antes del conflicto.
Otro de los conflictos de la región se inició en Vietnam, donde al igual que en Corea, el país se encontraba dividido en la República Democrática de Vietnam (“Vietnam del Norte”, de tendencia comunista), y la República de Vietnam (“Vietnam del Sur”), que apoyada por los Estados Unidos, intervino militarmente en 1965 para detener el debilitamiento del territorio liberal vietnamita. Sin saberlo, habían ingresado en un conflicto para el cual no se encontraban realmente preparados, y tras diez años de enfrentamiento armado debieron retirarse del país.
Medio Oriente también fue un escenario de importantes hostilidades entre ambos bloques. La ocupación militar soviética de Afganistán (1979) y el enfrentamiento, tanto en su territorio como en Pakistán e Irán, con las fuerzas de resistencia entrenadas y financiadas por los Estados Unidos, provocó numerosas bajas hasta 1989, año en que la Unión Soviética se retira.
En América Latina, la Guerra Fría se trasladó a modo de dictaduras militares y movimientos guerrilleros que azotaron al continente durante décadas. Una de las principales causas que llevó a este escenario fue el triunfo de la revolución cubana en 1959 y la implementación en la isla caribeña de un gobierno de carácter socialista a escasos kilómetros del territorio estadounidense, quienes consideraron que ese suceso sería inspirador para una serie de revoluciones en el resto del continente.
Para contrarrestar el malestar general en la población latinoamericana, implementaron un programa de ayuda económica y social denominado Alianza Para el Progreso, a través del cual el gobierno estadounidense llegó invertir más de 2.000 millones de dólares para financiar viviendas, servicios educativos, sanidad, frenar los altos índices inflacionarios, mejorar la balanza de pagos y proveer asistencia técnica en el continente.
Por el otro, para intentar frenar el avance de las ideas socialistas, se implementó la Doctrina de Seguridad Nacional, medida por medio de la cual se instaba a los diversos gobiernos de la región a emplear sus respectivas fuerzas armadas para combatir los movimientos que favorecieran la instalación de un foco marxista en América. Bajo este programa, agentes estadounidenses comenzaron a entrenar a numerosos militares de los distintos países en la Escuela de las Américas, una institución emplazada en Panamá, donde se instruía a los miembros de las fuerzas sobre el modo de actuar contra la subversión, enseñándose desde tácticas militares y modos de hacer propaganda hasta técnicas de tortura que serían ampliamente utilizadas por las diversas dictaduras y gobiernos democráticos latinoamericanos.
Sin embargo, el hecho de que los Estados Unidos viera su zona de influencia vulnerada por el líder guerrillero Fidel Castro, quien buscaba apoyo de la Unión Soviética a escasos kilómetros de su territorio, llevó a que se diera uno de los conflictos más tensos de la Guerra Fría en Cuba.
La denominada Crisis de los Misiles, se inició en 1962 cuando aviones espías estadounidenses descubrieron que la potencia comunista había desplegado tropas en la isla caribeña y había emplazado rampas de lanzamiento de misiles apuntando hacia el norte. En este contexto, el presidente de Estados Unidos, John Kennedy, dispuso en forma inmediata de numerosos recursos militares para iniciar un bloqueo sobre Cuba, impidiendo que las embarcaciones soviéticas finalizaran la construcción de las plataformas nucleares. La amenaza era clara: si las naves de la Unión Soviética intentaban llegar a la isla o forzar el bloqueo impuesto por los estadounidenses, serían atacadas, lo que desencadenaría un enfrentamiento abierto entre las dos superpotencias y una probable guerra nuclear.
Finalmente, el 26 de octubre las partes llegaron a un acuerdo que comprometía también otros escenarios sensibles de la Guerra Fría. La Unión Soviética se comprometió a retirar en forma inmediata sus instalaciones en Cuba a cambio de la promesa de los Estados Unidos de no invadir dicha isla ni permitir que ningún aliado lo haga, levantar el bloqueo naval y retirar los sistemas de misiles que habían sido desplegados en Turquía. En base a dichos acuerdos, los soviéticos tampoco podrían invadir el territorio turco.
Pero es probable que uno de los símbolos más representativos de la Guerra Fría haya sido el Muro de Berlín, una extensa muralla de unos 160 kilómetros que dividía en dos a la capital alemana y al país entero, demarcando el límite entre la República Federal Alemana y la República Democrática Alemana.
La construcción fue pensada por los socialistas para evitar las migraciones masivas hacia el sector occidental, por lo que comenzó a construirse en forma sorpresiva en 1961, entre la noche del 12 y 13 de agosto, dividiendo calles, casas y familias.
En 1989, luego de 28 años de haberse construido, el muro sería derribado por miles de personas que se congregaron en una revuelta producida en un contexto de disgusto general por el gobierno de la Republica Democrática Alemana y que, en un clima de debilidad, arrastró la renuncia de una gran cantidad de funcionarios y el fin de las restricciones en el país.
Con la reunificación de Alemania, quedaba plasmada la debilidad del sistema soviético frente al capitalismo y las ideas liberales, y se iniciaba la cuenta regresiva para el final de la era soviética y por lo tanto, de la Guerra Fría.
Mientras tanto, el descontento popular que provocaba la situación social y económica en los territorios bajo dominio de la Unión Soviética, llevó a que Ucrania consiguiera su independencia en el mes de diciembre de 1991, siendo seguida por Estonia, Lituania, Moldavia, Letonia, Bielorrusia y Rusia. En este contexto de debilidad, Mijaíl Gorbachov, presidente ejecutivo, debe renunciar a su cargo, iniciándose una nueva etapa en la historia mundial, signada por la disolución de la Unión Soviética y el fin del mundo bipolar.