Literatura hispanoamericana: del Renacimiento al Modernismo

La vasta extensión americana ha dado luz a una de las expresiones artísticas más sublimes a través de la literatura. Producto del feroz choque entre el Viejo y el Nuevo Mundo, esta expresión ha dado lugar a nuevas formas que identificaron a la América hispana.

Antes de internarnos en un tema tan extenso como complejo es preciso definir qué es lo que entendemos como literatura hispanoamericana, una definición que puede resultar tan abarcadora como confusa. Específicamente, con literatura hispanoamericana de lo que estamos hablando es de la obra literaria que fue concebida en aquellos pueblos de habla hispana en Norteamérica, Centro América, el Caribe y Sudamérica, teniendo en cuenta que deba estar escrita en español.

De esta forma se integra al Viejo Mundo europeo con su herencia cultural al Nuevo Mundo con su cultura originaria a través del lenguaje adoptado a lo largo de los siglos por el sangriento proceso de conquista y colonización primero, y la creación de los estado nación después. Esta herencia puede apreciarse en los rasgos que identificaron e hicieron que esto no aparezca meramente como una contribución de otros tiempos, sino como la herencia de una cosmovisión completamente distinta y única que definió la historia de cada territorio. Por lo tanto, plumas tan ilustres como la de El Inca Garcilaso de la Vega, Sor Juana Inés de la Cruz, Andrés Bello, Domingo Faustino Sarmiento, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda o Gabriel García Márquez, entre otros, se encuentran hermanados por este complejo proceso histórico y no sólo por el idioma que comparten entre sí.

Conociendo esto, ahora sí, nos internamos en la apasionante historia de la literatura hispanoamericana, desde las primeras manifestaciones en el Renacimiento hasta el primer movimiento que tuvo su origen en Latinoamérica: el Modernismo.

El Renacimiento

La primera fase de la literatura hispanoamericana se puede enmarcar dentro del Renacimiento, que se caracterizó por la preeminencia del movimiento Humanista. El Humanismo comenzó en Italia en el siglo XV y se extendió al resto de Europa en el siglo XVI. Este movimiento es netamente antropocéntrico, es decir, existe una revaloración de la cultura clásica grecolatina por lo que el hombre pasa a ser centro de las reflexiones filosóficas. Dios ya no será el centro ni la razón de todas las cosas sino que la mirada humana tendrá algo que decir al respecto. Se caracteriza por el auge de las artes y la importancia central que toma el hombre. Son siempre obras de gran riqueza en las que la novela se convierte en el género más cultivado, apareciendo también la lírica y el teatro. Hay que destacar la invención de la imprenta en el siglo XV, que trae con ella una democratización de la literatura acercándola por fin al pueblo.

La crónica

La obra que a menudo se entiende como fundacional de la literatura hispanoamericana dista de haber sido pensada como una obra artística. Su intención era, al contrario, cumplir con una función, una utilidad, pero a pesar de ello el diario del Viaje de Cristóbal Colón o las Crónicas de Indias han adquirido con el paso del tiempo un valor estético que influyo a numerosos escritores a la posteridad. Como se entiende a partir del nombre se trata de crónicas, narraciones objetivas que describían exhaustivamente el paisaje que Colón y otros navegantes encontraban a su paso. Otras figuras que se destacaron en este género fueron fray Bartolomé de las Casas, Hernán Cortés y Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que a menudo incurrían en elementos fantásticos para explicar aquello que desconocían y minimizaban los actos de violencia hacia los pueblos aborígenes (salvo el caso excepcional de Bartolomé de las Casas, cuyos documentos sirvieron de denuncia). Aquí vemos un ejemplo de los rasgos que definen a las crónicas de Colón, creyendo haber encontrado Cipango (Japón):

Colón y Fray Bartolomé de las Casas, dos de las figuras históricas que con sus documentos inauguraron la literatura hispanoamericana.
Martes, 23 de octubre
“Quisiera hoy partir para la isla de Cuba, que creo que debe ser Cipango, según las señas que dan esta gente de la grandeza de ella y riqueza, y no me detendré más aquí ni…esta isla alrededor para ir a la población, como tenía determinado, para haber lengua con este rey o señor, que es por no me detener mucho, pues veo que aquí no hay mina de oro; y al rodear de estas islas ha menester muchas maneras de viento, y no vienta así como los hombres querrían (…)”

La epopeya

Desde la perspectiva del colonizador la llegada a América era una gesta heroica que aparecía retratada como la conquista de una tierra indómita, lejana y salvaje. Es así que surgieron varias obras destinadas a realzar en un tono épico las campañas que se realizaban en el continente americano. Una de las obras más emblemáticas es La araucana, de don Alonso Ercilla y Zúñiga (1533 – 1594), donde narra el enfrentamiento entre españoles y mapuches en la Guerra de Arauco, abrevando en la mitología clásica para describir el conflicto (se encuentran referencias a La Eneida o La Odisea, por ejemplo).

El Barroco

Esta corriente literaria se dio a fines del siglo XVII y comienzos del XVIII; es una extensión del Renacimiento pero con una perspectiva negativa que devino de la crisis mundial, tanto económica como social. En este período Europa, especialmente España, parece querer ocultar la crisis social: los intelectuales y el pueblo mismo utilizan un lenguaje rebuscado, oscuro y difícil de comprender. Se habla del barroco como la expresión de lo inútil pues se pierde el sentido del texto y se vuelve un juego de inteligencia donde es importante la belleza de la palabra y la conjugación de palabras extrañas: sobresale la búsqueda de la novedad y de lo extraño. La palabra barroco tuvo inicialmente la concepción de ser algo exagerado y extravagante. Por otro lado, a diferencia del humanismo hay una descentralización del hombre, cultivando el escepticismo social y la búsqueda de respuestas en la religión.

Poesía

Durante esta etapa se destacó de forma excepcional la escritura de sor Juana Inés de la Cruz (1651 – 1695), que con su poesía lírica logro elaboradas estructuras influenciadas por el culteranismo de Góngora (utilizando recursos como el hipérbaton, la perífrasis, la intertextualidad, etc.). Otros poetas que fueron asimilados dentro del barroco fueron el español Bernardo de Balbuena (1562 – 1627) y el argentino Luis de Tejeda y Guzmán (1604 – 1680).

Teatro

Durante la etapa barroca el teatro comenzó a destacarse en tierra americana a través de la pluma de, nuevamente, sor Juana Inés de la Cruz, con obras como Amor es más laberinto. Sin embargo, la figura excluyente fue Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza (1580 – 1639), que con sus obras se vuelca a una finalidad moralizadora y edificante, como en el caso de La verdad sospechosa.

Sor Juana Inés de la Cruz, gran poetisa hispanoamericana de ideas progresistas que defendió el papel de la mujer en su formación intelectual.

Neoclasicismo

El Neoclasicismo del siglo XVIII es una corriente literaria y artística europea que representa un retorno a los valores clásicos greco-romanos, buscando ese equilibrio y serenidad que los caracterizaban. Existe también un interés por reformar al ciudadano, educarlo para el Estado (Didactismo), distribuyéndose rápidamente desde Francia a España y luego al continente americano. La literatura neoclásica refleja los conflictos políticos, económicos y religiosos, la búsqueda de la independencia y la autenticidad del pueblo. Aspiraba, a diferencia del Barroco, el predominio de la razón. Los escritores eran partidarios de los movimientos independentistas y de las ideas de la Ilustración, caracterizándose por exaltar los ideales del pueblo de libertad e igualdad.

Andrés Bello, autor humanista y emblema revolucionario de Hispanoamérica que se encuentra entre las figuras intelectuales más importantes del continente.

Poesía

Durante esta etapa se destacan tres nombres que fueron los que lograron mayor relevancia. Estamos hablando del ecuatoriano José Joaquín Olmedo (1780 – 1847), que expone su retorno a las formas clásicas en obras como el poema épico Canto a Bolívar, publicado en 1825; el venezolano Andrés Bello (1781 – 1865), que cuenta con una extensa obra y dos poemas que demuestran la cuidada estructura de su poesía con la Alocución a la poesía (1823) y la Agricultura en la zona tórrida (1826); y el cubano José María Heredia (1803 – 1839), que preanuncia el romanticismo en la descripción de la naturaleza impetuosa y el fervor de su melancolía en la Oda al Niágara (1824).

Prosa

Dentro de esta forma de narrativa se destaca de forma casi exclusiva al mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi (1776 – 1827), que manifiesta en su obra un claro fin didáctico y expone la problemática política, ética y social de su tiempo. Tal es el caso de obras como La Quijotita y su prima (1818) o Noches tristes y día alegre (1818).

Teatro

En esta manifestación fue fundamental la influencia de figuras como los franceses Nicolás Boileau (1636 – 1711) y Moliere (1622 – 1673). Debido a que solamente en México y Lima se representaban comedias, resulta lógico que el epicentro de esta actividad se encuentre en esos países. Se destaca el dramaturgo mexicano Manuel Eduardo de Gorostiza (1789 – 1851), que desarrolló un estilo influenciado por el dramaturgo español Leandro Fernández de Moratín (1760 – 1828), abocado tanto al disfrute como a la instrucción moral. Entre sus obras más relevantes se encuentran Las costumbres de antaño (1819) o Tal para cual o las mujeres y los hombres (1819). Por otro lado, en Lima se destacaba la figura del peruano Pedro Peralta y Barnuevo (1663 – 1743), que denota los principales rasgos del neoclasicismo en obras como Afectos vencen finezas (1720). También en esta época se representa la obra Ollantay, de la cual se desconoce el origen, pero contiene una temática neoclásica donde se conjuga el lenguaje hispánico con el mundo incaico.

Romanticismo

El Romanticismo es el movimiento literario que se originó a fines del siglo XVIII hasta mediados del XIX. Constituye una vuelta a la imaginación, abandonándose la frialdad del Neoclasicismo. Los sentimientos, la imaginación y la percepción individual son el núcleo de la nueva literatura de esta época. Tal como ocurriera con el nacimiento del Neoclasicismo que surgió reaccionando al exceso del Barroco; podemos decir que esta corriente se originó por el exceso de apego a las normas que caracterizó al Neoclasicismo: el mundo pasó del Absolutismo y Neoclasicismo a la democracia y el Romanticismo; de la estética a la emoción.

Este movimiento fue una revolución artística que aún perdura en nuestros días y, para ello, fueron necesarias tres revoluciones: la revolución industrial en Inglaterra que dio paso a la burguesía, la revolución francesa bajo la consigna de igualdad, libertad y fraternidad y la revolución americana que inspiraría el nacionalismo de todo un continente.

La Revolución Francesa, la Revolución Industrial y la Independencia de Estados Unidos fueron los sucesos que fomentaron el romanticismo en las letras hispanoamericanas.

Poesía

El romanticismo encontraría en torno a la zona del Río de la Plata algunas de las voces más elocuentes de este movimiento. Sin lugar a dudas, una de las figuras excluyentes es el argentino Esteban Echeverría (1805 – 1851), escritor perteneciente a la Generación del 37 que además de destacarse en la prosa logró el reconocimiento con su poema épico La cautiva (1837), donde se advierte una marcada dicotomía entre la civilización y la barbarie y un prototipo de héroe romántico característico de este movimiento (María). También de la región rioplatense van a surgir las figuras de los poetas argentinos José María Gutiérrez (1809 – 1878) y José Marmol (1817 – 1871). En Uruguay se destaca la figura de Adolfo Berro (1819 – 1841), notable poeta que murió prematuramente, a los 22 años.

Fuera de la región rioplatense encontramos a la gran poetisa cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814 – 1873), al chileno Guillermo Blest Gana (1829 – 1904) y al colombiano Rafael Pombo (1833 – 1912). Por otro lado, el retorno a la búsqueda de una identidad y el interés por el folklore se verá en la poesía gauchesca del siglo XIX, que encuentra uno de sus representantes más ilustres con el argentino José Hernández (1834 – 1886) y su Martín Fierro.

Prosa

Esencialmente, en los escritores románticos de prosa se destaca la búsqueda de plasmar la independencia intelectual respecto a Europa, dando lugar a una auténtica literatura nacional.

Además del mencionado Echeverría (que en prosa se va a destacar por El matadero), otra figura fundamental del romanticismo va a ser el argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811 – 1888), que con su obra Facundo o Civilización y Barbarie (1845) mantiene la dicotomía discursiva del romanticismo, incluyendo un profundo estudio sociológico e histórico donde aparece el enfrentamiento de federales y unitarios. El argentino José Marmol, con su obra Amalia, también se destacaría por la firme oposición al gobierno de Juan Manuel de Rosas. En Chile surge el nombre de José Victorino Lastarria (1817 – 1888), que adquiere gran relevancia gracias a su novela Don Guillermo.

Otros nombres que ilustrarían el romanticismo hispanoamericano son en Colombia Eugenio Díaz (Manuela) y Jorge Isaacs (María); el mexicano Ignacio Manuel Altamirano (Clemencia, El Zarco); en Bolivia Nataniel Aguirre (Juan de la Rosa); en República Dominicana Manuel de Jesús Galván (Enriquillo); en Ecuador Juan León Mera (Cumandá o un drama entre salvajes), quien fue influido fuertemente por Chateaubriand (1768 – 1848); y el argentino Eduardo Gutiérrez (Juan Moreira).

Teatro

En el teatro romántico cobra mayor relevancia el costumbrismo y se pierde el decoro neoclásico para adquirir mayor naturalidad. Entre los nombres que se destacan se encuentran los chilenos Daniel Barros Grez (1834 – 1904) y Salvador Sanfuentes (1817 – 1860), el colombiano Luis Vargas Tejada (1802 – 1829) y el argentino Martiniano Leguizamón (1858 – 1935). Es célebre y revolucionaria la adaptación de la obra Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez (1851 – 1889) por parte del uruguayo José “Pepe” Podestá (1858 – 1937), dando inicio a la representación de elementos criollos en la escena teatral.

Un punto de quiebre: el Modernismo

El Modernismo es el primer movimiento literario con origen en América Latina y es principalmente poético. Nace a finales del siglo XIX hasta la mitad del siglo XX, influido por el Parnasianismo y el Simbolismo francés (la búsqueda de la perfección y la expresión simbólica respectivamente) además de la línea anglosajona norteamericana de la mano de Edgar Allan Poe y Walt Whitman.

El imaginario de la obra modernista se va a caracterizar por una libertad formal que se ve en la métrica que compone sus poemas y el color de sus frases. De esta forma se trata de un movimiento que cuestiona y finaliza con la rigidez poética, renovando el vocabulario en el proceso y llevando la expresión metafórica a su máxima expresión, empleando la musicalidad a partir de la melodía de sus versos.

Entre las figuras fundamentales de este movimiento se encuentra el cubano José Martí (1853 – 1895), que con su obra influenciada por el simbolismo logró textos como Ismaelillo o sus Versos libres, prefigurando las bases del modernismo. Sin embargo, es imposible pensar este movimiento sin mencionar la figura del poeta nicaragüense Rubén Darío (1867 – 1916) y, más específicamente, su obra Azul…, donde aparecen motivos mitológicos y se exaltan los sentidos, la música y la búsqueda de una identidad plenamente americana. Es Darío quien logra consolidar las bases del modernismo a partir de su obra, apelando a una marcada subjetividad, la búsqueda de originalidad, el universalismo, la sensualidad y la evasión del mundo material.

Rubén Darío y José Martí, dos de las figuras fundacionales del modernismo y escritores fundamentales que con su obra se emanciparon del continente europeo.

En Argentina se destacó la figura de Leopoldo Lugones (1874 – 1938) y Enrique Larreta (1875 – 1961); en Uruguay Julio Herrera y Reissig (1875 – 1910); en Colombia José Asunción Silva (1865 – 1896); en México Manuel Gutiérrez Nájera (1859 – 1895) y Amado Nervo (1870 – 1919); en Perú José Santos Chocano (1875 – 1934) y Clemente Palma (1872 – 1946); en Venezuela Manuel Díaz Rodríguez (1871 – 1927) y en Chile Augusto d´Halmar (1882 – 1950).