Amores y pasiones
Simón Bolívar, El Libertador, el genio de América, el creador de Repúblicas, a pesar de todas las idealizaciones que de él se han hecho, amó a muchas mujeres o muchas pasaron por su vida, unas con más fuerza que otras, pero en fin, se aprecia la pasión de Bolívar en cuanto a las damas se refiere. Sólo una fue su esposa, María Teresa. Y sólo una fue su cómplice en su pasión política, Manuelita Sáenz.
Su esposa, María Teresa
Hija de Bernardo Rodríguez del Toro y Ascanio natural de Caracas, y de Benita de Alayza y Medrano, oriunda de Valladolid, España, había nacido en Madrid el 15 de octubre de 1781. Estuvo profundamente vinculada a la sociedad caraqueña colonial, pues su padre era hermano del tercer Marqués del Toro, cuyo título heredaría el primo hermano de María Teresa, Francisco José Rodríguez del Toro e Ibarra, amigo íntimo de Bolívar.
Al morir su madre, se encargó de su padre y sus hermanos, a quienes educó y protegió. Asistía regularmente a los oficios religiosos y ayudaba a su padre y a su primo en lo relativo a la administración de bienes y haciendas.
María Teresa conoció a Simón Bolívar en Madrid, en 1800, habiendo éste sido enviado a España para continuar sus estudios. Su vida cambiaría definitivamente en la casa del Marqués Gerónimo de Ustáriz, a quien Simón Bolívar llamaba "tutor", y en cuya mansión residió por algún tiempo. Sería en ella donde habría de conocer a María Teresa, con quien estaba emparentado por varias líneas.
La joven cautivó a Bolívar a tal punto que, a pesar de su edad, rápidamente le declaró su amor. En agosto de 1800 María Teresa aceptó el noviazgo y su padre, al enterarse, les propuso esperar hasta que Bolívar, entonces de 17 años, cumpliese su mayoría de edad. Por motivo de que la herencia de Bolívar dependía de que éste tuviese un matrimonio bien asentado, éste reportaba con orgullo su noviazgo, describiendo a María Teresa como «una joya sin defectos, valiosa sin cálculo».
Don Bernardo, el viudo padre de María Teresa, llevó a su hija a Bilbao y al poco tiempo, en marzo de 1801, decepcionado de Madrid, Bolívar se mudó a esa ciudad. De regreso a España, luego de una estadía en París, Bolívar le propuso formalmente matrimonio a María Teresa el 5 de abril de 1802. El padre de María Teresa, aplacado por el compromiso formal y, probablemente también por los bienes del novio, dio su permiso y bendición a la pareja.
Simón le propuso a María Teresa casarse aquel mismo año en el Puerto de La Coruña. En Santander, España, el 30 de marzo de 1802, Bolívar le otorgó poder a Pedro Rodríguez del Toro para suscribir en su nombre las capitulaciones matrimoniales.
En consideración de su distinguido nacimiento, su virginidad, sus cualidades personales y su disposición de dejar España para acompañar a Bolívar, los abogados del futuro libertador le pusieron un valor a su prometida de 100.000 reales, aproximadamente una décima parte de la fortuna de Bolívar, según las costumbres propias de la época, a las cuales Bolívar respondía con naturalidad, convencionalismos que en nada desmerecían el amor entre los novios.
Bolívar y María Teresa contrajeron matrimonio el 26 de mayo de 1802, en la primitiva Iglesia Parroquial de San José, en Madrid, después de haber obtenido permiso del Rey para hacerlo y de lograr la dispensa de amonestaciones. Al cabo de unos 20 días, que la pareja empleó en despedirse de los suyos, se trasladaron a La Coruña, y el 15 de junio de 1802 partieron hacia Caracas, desembarcando el 12 de julio en La Guaira.
Después de una corta estadía en Caracas se trasladaron a la "Casa Grande" del ingenio Bolívar en San Mateo. María Teresa enfermó poco después de "fiebres malignas", hoy en día identificadas indistintamente como fiebre amarilla o paludismo, por lo que el matrimonio regresó a Caracas a su Casa del Vínculo, donde ella murió el 22 de enero de 1803. Tras ocho meses de matrimonio y dos años de noviazgo, Bolívar perdía así a su amada María Teresa.
Habiendo perdido a sus padres durante su infancia, María Teresa representó para Bolívar un último y definitivo intento de arraigo signado por la tragedia. El dolor causado por esta muerte inesperada y prematura lo llevaría a evadir en el futuro cualquier vínculo raigal. El juramento de no volver a casarse que pronunció entonces fue un acto de rebeldía contra el dolor al que puede conducir la entrega incondicional de los sentimientos.
Según sus propias palabras, esta tragedia personal le haría seguir el "carro de Marte" en lugar del "arado de Ceres". En 1828, analizando la influencia que la muerte de su esposa había tenido en él, Bolívar confesó: «Si no hubiera enviudado, quizás mi vida hubiera sido otra; no sería el General Bolívar ni el Libertador, aunque convengo en que mi genio no era para ser Alcalde de San Mateo».
Manuelita Sáenz, la libertadora del libertador
La pareja se conoce el día en que Bolívar entra a la ciudad de Quito, el 16 de junio de 1822.En los eventos de entrada triunfal de Simón Bolívar a Quito, Manuela Sáenz de Thorne lo ve por primera vez, en un evento narrado por ella en su diario de Quito:
"Cuando se acercaba al paso de nuestro balcón, tomé la corona de rosas y ramitas de laureles y la arrojé para que cayera al frente del caballo de S.E.; pero con tal suerte que fue a parar con toda la fuerza de la caída, a la casaca, justo en el pecho de S. E. Me ruboricé de la vergüenza, pues el Libertador alzó su mirada y me descubrió aún con los brazos estirados en tal acto; pero S. E. se sonrió y me hizo un saludo con el sombrero pavonado que traía a la mano". Manuela Sáenz.
En la noche, en un baile ofrecido por las autoridades en honor del venezolano, Don Juan Larrea los presenta. Desde ese momento entre el héroe y Manuelita se inició ese amor entre tempestuoso y apasionado que no fue superado por ninguno de los muchos que adornaron el prontuario amoroso del Libertador. Manuela era hija de don Simón Sáenz de Vergara y de doña María Aispuro.
Esta cercanía y la conjugación de sus talentos físicos con sus habilidades políticas le permitieron a Manuela saber de la conspiración para matar al general en el año 1828, conspiración que tomó fuerza por el descontento en casi todos los estratos. Los soldados se quejaban por el atraso en los pagos, las mujeres, de la carestía, la aristocracia, de la pérdida de privilegios, los comerciantes, por el detrimento en sus negocios, y los intelectuales, por la falta de libertad. En la conspiración, se rumoraba, estaba implicado Santander. El primer intento fue en el mes de agosto, en la fiesta de máscaras en el teatro El Coliseo (Colón), del que se salvó gracias a la acción involuntaria de Manuela. El segundo intento fue el 25 de septiembre, en el Palacio de San Carlos. Esta vez fue la acción premeditada de Manuela la que hizo que saliera ileso, y por ello fue llamada por Bolívar «la libertadora del Libertador». El 20 de enero de 1830, Bolívar presentó su renuncia a la presidencia.
En los últimos días de 1830, Manuela emprendió el viaje hacia Santa Marta para cuidar la salud de Bolívar, pero sólo llegó hasta Honda. Allí recibió una carta de Louis Perú de Lacroix, un joven veterano de los ejércitos de Napoleón, edecán del general hasta hacía poco, que decía: «Permítame usted, mi respetada señora, llorar con usted la pérdida inmensa que ya habremos hecho, y que habrá sufrido toda la república, y prepárese usted a recibir la última fatal noticia» (18 de diciembre de 1830). Desde ese momento, Manuela perdió su objetivo en la vida. Con la muerte de Bolívar, el desprecio por ella se desbordó. El 1 de enero de 1834 Santander firmó el decreto que la desterró definitivamente de Colombia. Fue a Jamaica, y de allí a Guayaquil, a donde llegó en octubre de 1835. También tuvo que partir de Guayaquil, pues el gobierno de Ecuador no la quería allí. Viajó entonces a Paita, un puerto en el desierto peruano sin agua y sin árboles, y formado por una sola calle y un muelle al que sólo llegaban balleneros de Estados Unidos. La pobreza la acompañó durante los últimos años, y finalmente también la invalidez. Así, inválida, acompañada por Simón Rodríguez (el Maestro del Libertador), quien también terminó su vida en Paita (1854), y las cartas del General O'Leary, acabó la vida de Manuela Sáenz, víctima de una extraña epidemia que llegó al puerto en algún ballenero, el 23 de noviembre de 1856.