La economía marítima ha sido históricamente una de las fuentes más importantes del comercio, siendo a menudo el núcleo sobre el cual sentaron sus bases numerosos imperios de la antigüedad. Actualmente esta actividad constituye casi el 90 por ciento del comercio mundial.
La importancia del comercio marítimo en el desarrollo de la economía ha llevado a que el hombre busque y tome iniciativas para incorporar el océano como un medio para unir distintos puntos geográficos desde tiempos remotos. El valor de los barcos se vio inmediatamente en las ventajas que este transporte representaba frente a los medios terrestres, otorgando mayor velocidad y capacidad. Las rutas marítimas que se han ido estableciendo se diferenciaron inmediatamente de las rutas de exploración porque sus vías son permanentes y aseguran un flujo constante de viajeros y mercancías.
Al igual que las rutas aéreas y terrestres, que operan en su propio espacio, las rutas marítimas operan teniendo en cuenta el factor geográfico por los atributos físicos del territorio, el factor estratégico por el control ejercido y el factor comercial por el uso que finalmente se le da. Si bien el factor geográfico tiende a mantenerse en el tiempo de forma constante, el factor estratégico y sobre todo el comercial tiende a ser mucho más dinámico. A la noción que se tiene de la existencia de itinerarios regulares para el transporte marítimo es a lo que finalmente se llama rutas marítimas.
La utilización de este término hace referencia históricamente a un lugar que se encuentra al otro lado del mar, teniendo en cuenta como punto de referencia el lugar desde donde se habla. A lo largo de la historia el término comercio ultramarino hizo referencia a todo intercambio que se hiciera al otro lado del mar, conectando dos puntos. Durante la etapa colonial era común hablar de colonias ultramarinas por aquellos territorios que se encontraban situados atravesando el mar, tomando como referencia a las potencias coloniales europeas (España, Portugal o Gran Bretaña, por ejemplo).
La importancia y la configuración de las rutas marítimas ha cambiado con el desarrollo económico y los avances técnicos. Por ejemplo, la containerización (ver infografía de Comercio de Ultramar) –es decir, el uso del container como medio de almacenamiento- modificó la configuración de las rutas de navegación proporcionando nuevos servicios. Antes del proceso de containerización, que comenzó a utilizarse masivamente en la década del ´80, cargar o descargar un barco era muy caro y consumía mucho tiempo, haciendo que el navío este más tiempo atracado que en el mar.
Uno de los primeros pueblos que supo aprovechar las ventajas del comercio marítimo fue el egipcio, que ya hacia el año 1500 a.C. generó una fluida ruta con el legendario país de Punt, que se cree que debió haber estado ubicado en la costa africana del océano Índico. Este comercio se basaba en el intercambio de productos exóticos y manufacturas, utilizándose embarcaciones con madera que era transportada desde el Líbano. Sin embargo, las intenciones comerciales se basaban en un mero intercambio que partía exclusivamente del deseo del faraón, siendo poco alentado un comercio más fluido. Al contrario, en Mesopotamia se fomentaba el comercio a través de múltiples rutas que favorecieron el establecimiento de colonias en el Asia Menor. Los mercaderes asirios habían logrado tal progreso en el comercio que lograron una modernización de la economía, dando lugar a términos corrientes en la actualidad como “cuenta corriente”, “orden de pago” o “cheque”.
Sin lugar a dudas fue la civilización minoica (3000 – 1400 a.C.), cuyo epicentro se situaba en la isla mediterránea de Creta, la cultura que mejor supo aprovechar las posibilidades del comercio marítimo. Pueblo eminentemente marino, sus naves atravesaron el Mediterráneo enlazando a las culturas más importantes de la antigüedad, influyendo de forma decisiva sobre pueblos posteriores como el fenicio o el griego. El comercio de productos manufacturados por mercancía exótica de oriente era el intercambio más común, siendo particularmente codiciados el vino, el aceite, las especias o los minerales.
Sin embargo, el producto más buscado de esta etapa de la Edad de Bronce fue el estaño, que resultaba fundamental para desarrollar la tecnología de ese entonces. Por esta razón eran fundamentales destinos como las enigmáticas islas Casitérides –situadas en el Atlántico, sin que aún pueda definirse su ubicación exacta-, que contaban con este material en grandes cantidades. Otro núcleo importante para el comercio de metales era Tartessos, que se cree que pudo estar localizada al sur de la actual España y rivalizó con los fenicios por el comercio marítimo en el Mediterráneo. Posteriores a los fenicios, los cartagineses extendieron su poderío marítimo desarrollando sus rutas más allá del Peñón de Gibraltar y utilizando las rutas ya exploradas por la civilización minoica para afianzar el comercio.
Sobre estas bases los avances más significativos se hicieron durante la Era de los descubrimientos (principios de siglo XV),permitiendo que Portugal llegara a las indias atravesando el Cabo de Buena Esperanza, actual Sudáfrica, para evitar la ruta terrestre habitual –la “Ruta de las Especias”- debido a que se prefería evitar atravesar el territorio dominado por el Imperio Otomano. Las rutas comerciales se extendieron hasta el extremo oriente y abrieron la necesidad de buscar una nueva ruta marítima, que fue el móvil económico de Cristóbal Colón para llegar al “Nuevo Mundo”, es decir, el continente americano. El monopolio de las rutas marítimas ejercido por Portugal y España a mediados del siglo XVI estaba focalizado principalmente en la obtención del oro y la plata que era extraído desde las nuevas colonias, dando lugar a un intercambio y un comercio cada vez más fluido que apuntaló con la intervención de otras potencias centrales europeas (como Gran Bretaña, Francia u Holanda) el comercio marítimo tal como lo conocemos en la actualidad.