Santo Tomás de Aquino: la fe y la razón

Si bien a la Edad Media se la caracterizó como oscurantista, de ese período puede rescatarse el desarrollo de la escolástica. El máximo representante de esta rama de la filosofía es, sin duda alguna, Tomás de Aquino. En este artículo abordaremos algunos aspectos de su pensamiento.

INTRODUCCIÓN

«Para empezar a entender la filosofía tomista, o la católica, se debe caer en la cuenta de que su elemento primero y fundamental radica enteramente en la alabanza de la Vida, en la alabanza del Ser, en la alabanza de Dios como creador del mundo. Todo lo demás viene mucho después, y está condicionado por múltiples complicaciones, como la caída o la vocación de ser héroes.»
Gilbert K. Chesterton

En la historia del conocimiento humano, la relación entre la razón y la fe nunca fue fácil; los estudiosos de cada vertiente siempre buscaron, a la manera de los sofistas, tratar de prevalecer uno sobre otro. Esto sería así hasta la aparición de Santo Tomás de Aquino, quien buscaría la manera de conciliar ambas posturas.

Para comenzar a entender cómo es que pudo llegar a abordar estos problemas, se hace necesario conocer un poco el pensamiento medieval del que abrevó. En éste aparecen tres grandes religiones monoteístas de profunda tradición filosófica: la judía, cuyo máximo representante fue Maimónides; la musulmana, de la mano de Averroes; y el mismo Tomás de Aquino, que surge del cristianismo. A esta rama de la filosofía se la conoce como escolástica.

LA ESCOLÁSTICA

El término proviene de “escolástico” y alude a quien enseña en una escuela, más específicamente, a quien enseñaba artes liberales –como ciertas orientaciones filosóficas– en las escuelas monacales.

La escolástica es la fase principal –aunque no la única– del pensamiento filosófico medieval que predomina durante el siglo VII hasta el siglo XVI; algunos autores afirman que incluso llega a parte del siglo XVII.

Generalmente se encuentra dividida en tres períodos: el primero, que puede ser considerado como teológico; el último, que desemboca en el empirismo; y el segundo, fuertemente influido por el pensamiento aristotélico y en donde se encuadra Tomás de Aquino, quien establece claramente la línea divisoria entre filosofía y teología.

El marco doctrinal del que parte Tomás de Aquino se basa en San Agustín, el neoplatonismo y la dialéctica de Aristóteles; éste había irrumpido en el siglo XIII de la mano de las primeras traducciones griegas, judías y musulmanas. Así las cosas, sus ideas se encontrarían enfrentadas a la Escuela Franciscana. Algunos autores considerarían a este eclesiástico como el padre de la llamada Alta escolástica.

Ilustración de San Agustín. Además de las fuentes propiamente religiosas (las Escrituras y las definiciones dogmáticas de la Iglesia Católica), Santo Tomás se apoyaría en las obras teológicas de este autor.

LOS CAMINOS DE LA FE Y LA RAZÓN

«Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est.»
(“Toda verdad, dígala quien la diga, viene del Espíritu Santo”)
Santo Tomás de Aquino

El mayor aporte de Tomás de Aquino fue la autonomía relativa de la razón con respecto a la fe; a partir de él, la teología se separaría definitivamente de la esfera del razonamiento humano, por lo que este último quedaría apartado de la posibilidad de refutar a la fe.

Una de sus afirmaciones establece que la fe y la razón coinciden, pues tanto el saber revelado como el saber racional tienen el mismo origen y que, por ello, no pueden contradecirse. El teólogo y filósofo va explicar, pues, que los conflictos que se originan entre ambas devienen entonces de los errores de la razón. Así, argumenta que en el hombre intervienen tanto espíritu como cuerpo, y que debido a ello, estaría integrado por problemas psicológicos y filosóficos; el cuerpo aprehende a través de los sentidos y el alma o espíritu por medio del intelecto, ergo, nuestro conocimiento procede tanto de las cosas sensibles como de las inteligibles: conocemos tanto a través de los sentidos como del intelecto.

Santo Tomás de Aquino fue el principal representante de la escolástica y una de las figuras más importantes de la teología sistemática, una disciplina teológica cuyo fin era formular una coherente y racional presentación de la fe y creencias cristianas.
Estatua de Aristóteles. El gran filósofo griego fue una enorme influencia en el pensamiento de Santo Tomás.

Así las cosas, Tomás de Aquino va a partir de la Metafísica del Ser de Aristóteles, la nueva estructura de Avicena con respecto a la distinción entre esencia (essentia) y ser (esse) además de las ideas de Platón sobre la participación, causalidad y los grados del Ser.

Esta base lo lleva a establecer determinados principios básicos:

  • Dios es el tema primero, es decir, la teología.
  • La finalidad del hombre es la salvación.
  • El fin último o principio está en los principios anteriores; la teología y la salvación.
  • La filosofía no es sabiduría sino que ésta radica en Dios.
  • Lo racional descansa en saber algo, de alguna manera; pero las revelaciones o saber revelado no se avienen a la razón.
  • Lo revelado y las ideas no reveladas constituyen el saber en su conjunto.
  • El esfuerzo por saber parte de la razón.

A partir de estos principios, va a desarrollar sus argumentaciones, la base de su pensamiento, por lo que sería más conocido: las cinco vías expuestas en Summa Teologicæ que intentan demostrar la existencia de Dios.

Estatua de Averroes en Córdoba (España). Sus escritos sobre filosofía y leyes islámicas fueron de gran trascendencia en el pensamiento cristiano de la Edad Media y el Renacimiento.

LAS CINCO VÍAS TOMISTAS

«Nuestro conocimiento natural empieza por los sentidos. De ahí que nuestro conocimiento natural sólo pueda llegar hasta donde le lleva lo sensible. Lo sensible no puede llevar a nuestro entendimiento hasta ver la esencia divina, pues las criaturas son efectos de Dios que no se pueden equiparar al poder de la causa. De ahí que el conocimiento que se tiene a partir de lo sensible no puede llegar a conocer todo el poder de Dios. Consecuentemente, tampoco puede ver su esencia. Pero, como quiera que son efectos dependientes de Él como causa, en este sentido podemos partir de los efectos para saber que Dios existe; así como lo que es necesario que haya en El por ser la primera causa de todo, por encima de todo lo causado. Por lo tanto, podemos conocer la relación existente entre Él y las criaturas, esto es, la relación de causa en todas ellas; y también podemos conocer la diferencia existente entre Él y las criaturas, esto es, que Él no es nada de lo que ha sido causado por El. Y no es nada de todo eso porque le falte algo, sino porque lo supera todo.»
Santo Tomás, Summa Teologicæ I, cuestión 12, artículo 12

La Summa Teologicæ es considerada por muchos la mejor obra de Santo Tomás de Aquino y en la cual aborda la demostración de la existencia de Dios; evidente para el creyente, pero no así para todos los hombres. No lo hace apelando exclusivamente a la fe, sino a la razón, en consonancia con  la tradición filosófica medieval sobre el problema.

La demostración de la existencia de Dios, ofrecida en una formulación sintética a través de las así llamadas “Cinco Vías”, es uno de los aspectos más innovadores de la doctrina tomista.

Para comprender su pensamiento debemos partir de la idea de Dios. La demostración de su existencia se hace necesaria y posible. Necesaria, porque la existencia de Dios no es algo evidente; la evidencia sólo sería posible si tuviésemos una noción apropiada de la esencia divina, entonces, su existencia estaría necesariamente incluida en su esencia. Dios es un ser infinito, y como no tenemos concepto del infinito, nuestro espíritu finito no puede ver la necesidad de existir que su infinitud misma implica; no se puede razonar esta existencia que no podemos comprobar. La existencia de Dios no es vista y tampoco es evidente. Sólo se puede preguntar a la experiencia sensible, la cual nos llevaría a esta verdad fundamental gracias a razonamientos que capten lo real existente. Hay que buscar en las cosas sensibles, cuya naturaleza nos proporcionaría un punto de apoyo para elevarnos a Dios.

Todas las pruebas tomistas ponen en juego dos elementos distintos: la constatación de una realidad sensible que requiere una explicación, y la afirmación de una causalidad, que tiene por base a esta realidad sensible y por cúspide a Dios. Esto se comprobaría fehacientemente a través de las cinco vías, cinco argumentos a posteriori que muestran a las criaturas divinas como efectos (aunque el hecho de que los argumentos sean a posteriori sea una de las críticas a Summa Teologicæ), es decir, a Dios como causa de todo a través de la analogía y la reflexión detallada sobre la causalidad. Veámoslas en detalle:

Primera Vía o del Primer Motor Inmóvil: Podemos ver a través de los sentidos que existen cosas que se mueven. Todo lo que se mueve es movido por algo más. Todo movimiento tiene una causa, y esta causa debe ser exterior al ser que está en movimiento. No se puede ser motor y movido, hay que buscar el motor que es movido a su vez por otro, y así sucesivamente. De esta manera debe admitirse, o bien que la serie de causas es infinita y no tiene un primer término –pero entonces no habría explicación sobre la existencia del movimiento–, o bien que la serie es finita y existe un primer movimiento, un motor, y ese primer motor es Dios.

Segunda Vía o de Las Causas Eficientes: Nada puede ser causa eficiente de sí mismo. Así las cosas, toda causa eficiente supone otra, la cual, a su vez, supone otra. Pero estas causas no mantienen entre sí una relación accidental; por el contrario, se condicionan según un orden determinado, y precisamente por eso cada causa eficiente da verdaderamente cuenta de la siguiente. No es posible que la serie continúe hasta el infinito, tiene que haber, en definitiva, una causa eficiente que no tenga a su vez causa eficiente alguna, que sea la primera para poder explicar a la que está en el medio de la serie y a la última de la serie; y esta primera causa eficiente sería Dios.

Tercera Vía a partir de lo contingente o necesario, el argumento cosmológico: Afirma que vemos que hay cosas que, si bien existen o son, podrían no existir o ser; es decir: cosas contingentes. Poder existir o no existir es no tener una existencia necesaria; ahora bien, lo necesario no necesita de causa para existir y, precisamente porque es necesario, existe por sí mismo; pero lo posible no tiene en sí mismo la razón suficiente de su existencia; y si no hubiera absolutamente nada más que seres posibles en las cosas, nada habría. O bien todo es contingente o bien hay algo necesario. No es posible que todo sea contingente. Así pues, hay algo necesario. Para que lo que podría ser sea, es necesario antes algo que sea y que lo haga ser. Es decir, si hay algo, es que en alguna parte existe algo necesario. Ahora bien, también aquí este necesario exigirá una causa o una serie de causas que no sea infinita; y el ser necesario por sí mismo, causa de todos los seres que le deben su necesidad, no puede ser otro que Dios.

Cuarta Vía o de la jerarquía de las cosas, el argumento de los grados de perfección que se observan en los seres: Vemos que hay cosas más o menos verdaderas, más o menos buenas, más o menos nobles. Percibimos en lo sensible la existencia de tales grados. Pero el más y el menos suponen un término de comparación, que es lo absoluto. Hay pues, una verdad y un bien en sí, es decir, a fin de cuentas, un ser en sí que es causa de todos los demás seres, un ser sumamente perfecto, en acto puro, un ser por esencia y al que llamamos Dios.

Retrato de Maimónides. Su conciliación entre la fe y la razón dirigida a quienes vacilaban entre las enseñanzas de la religión judía y las doctrinas de la filosofía aristotélica fue de gran influencia en el mundo musulmán y en la escolástica cristiana tomista en particular.

Quinta Vía o del orden o finalidad de las cosas, el argumento teológico: Todas las cosas se mueven hacia un fin, y ello aunque sean cosas carentes de conocimiento de su fin. La regularidad que manifiestan sus movimientos indica que su movimiento está ordenado a conseguir algo, que realizan un papel; en otras palabras, que hay un orden del mundo. Esta regularidad no puede ser más que intencional y deseada. Ahora bien, aquello que no tiene conocimiento sólo puede actuar por un fin si es dirigido por algo inteligente. Puesto que las cosas naturales carecen de conocimiento, es preciso que alguien conozca por ellos, y a esta inteligencia primera, ordenadora de la finalidad de las cosas, del mundo, llamamos Dios.

Como podemos observar, Tomás de Aquino concilia la fe y la razón quitando de la ecuación la invalidación implícita de una u otra. A través de las cinco vías pretendió, además, demostrar la existencia de Dios más allá de toda duda. De todos los filósofos que buscaron hacerlo fue, quizá, quien mayor éxito tuvo. Con todo, lo más destacable sería esa separación entre teología y filosofía que ya no daría marcha atrás.

VIDA Y LEGADO DE TOMÁS DE AQUINO

Nació en las inmediaciones de Aquino, al norte de Nápoles, en el castillo de Roccasecca, hijo y nieto de la nobleza guerrera. Sus padres, Landolfo de Aquino y Teodora de Teate, eran de origen lombardo y normando. Tuvo seis hermanos varones, guerreros y políticos, y cuatro hermanas, tres se casaron con condes y Marotta, la mayor, fue benedictina y abadesa. Reinaldo, un hermano de Tomás, es el primer poeta en lengua italiana, precursor del “dolce stil nuovo”.

Sus primeros estudios fueron en la abadía de Monte Cassino y más tarde en la Universidad de Nápoles. Allí ingresaría en 1243 a la orden dominicana. Entre 1245 y 1248 estudió en París bajo la tutela de Alberto Magno; siguió estudiando con él hasta 1252, pero esta vez en la ciudad de Colonia. Desde ese año y hasta 1259 enseñó en París como lector y recibió el título de maestro en teología. Ese mismo año regresaría a Italia y profesaría en Agnani, Orviento y Roma.

Fotografía actual de la abadía de Fossanova o Fossa Nuova, monasterio cisterciense italiano ubicado a unos 67 km. al sudeste de Roma, lugar en el que murió Santo Tomás de Aquino.
Alberto Magno, destacado teólogo, geógrafo y filósofo, cuya labor sentó las bases para el trabajo de su discípulo Santo Tomás de Aquino.

Profesó nuevamente en París de 1269 a 1272; ese mismo año se dirigió a Nápoles para organizar los estudios teológicos de su orden. El Papa Gregorio X lo llama para asistir al Concilio de Lyon y fallece mientras se encontraba en camino en el convento de cistercienses de Fossanova.

Fue canonizado por Juan XXII, en Aviñón, en julio del 1323. Pío V lo proclamó Doctor de la Iglesia, en 1567. De forma ininterrumpida, todos los Papas y Concilios han recomendado la doctrina y el estilo de Santo Tomás a los estudiosos católicos. Ya en 1323 Juan XXII lo presentaba como modelo de sabiduría.

Santo Tomás de Aquino vivió menos de cincuenta años pero dejó un legado de más de sesenta obras. Se encontraron diversas copias manuscritas en casi todas las bibliotecas de Europa; con la invención de la prensa, se multiplicarían las ediciones en Alemania, siendo la “Summa Teologicæ” una de las primeras obras importantes impresas.

Las obras de Santo Tomás pueden clasificarse como filosóficas, teológicas y apologéticas, la mayoría de ellas escritas entre los años 1252 y 1272. Dentro de sus obras filosóficas, podemos encontrar comentarios referentes a Aristóteles, así como también comentarios del teólogo escolástico y obispo del siglo XII Pedro Lombardo en la mayoría de sus escritos teológicos.