Piratas

Bandidos crueles dedicados al saqueo de naves en altamar, estos personajes, ambiciosos y sin escrúpulos, se vieron rescatados del naufragio desolador al que los condenaban sus delitos por la construcción de un relato tan poderoso que hizo de ellos románticos aventureros.

No hay datos concretos acerca de su origen, posiblemente tan antiguo como la navegación, ya que la ambición y el deseo por lo ajeno se mueven en el corazón del hombre como mar embravecido desde siempre. Pero sí hay registros que nos hablan de la piratería desde la antigüedad, del tiempo en el que, en la Antigua Grecia, Homero recurre en sus obras a la palabra leistes, derivada de leis, botín. Luego del periodo clásico (500 a. C.-300 a. C.), aparece en documentos escritos la palabra peirates, derivada de peiras, tentativa, y que derivaría en peirao, que significa “el que emprende” o “el que intenta”.

La palabra peirates aparece por primera vez a mediados del siglo III a. C. cuando Epichares, encargado de la defensa costera de Peithidemos, castiga por decreto a “aquellos que trajeron a los piratas a nuestra tierra”.
Más allá de la etimología de la palabra, y más acá en el tiempo, la piratería fue padecida en todo lugar donde se ejercía el comercio y las mercancías se transportaban en navíos. Hacia fines de la República los romanos soportaron el asedio de piratas que habían establecido sus bases en el sur de Asia Menor, y luego en las escarpadas costas de Cilicia, extendiendo su actividad por todo el Mediterráneo y poniendo en jaque el abastecimiento de Roma.

Estos piratas de la antigüedad no se interesaban sólo en las joyas y los metales preciosos, sino también en personas. En sociedades esclavistas la captura y venta de seres humanos resultaba un negocio altamente lucrativo. Esto hizo crecer su actividad hasta despertar el enojo de Roma. En el año 67 a. C. Pompeyo fue nombrado por el senado como procónsul de los mares con el mando supremo sobre el Mediterráneo y sus costas hasta 75 km hacia adentro, con el objetivo de terminar con los piratas. Con una fuerza de 150.000 hombres y una flota bien pertrechada, le tomó 49 días acabar con todos los piratas de la región, incluidos los temibles cilicios.

PIRATAS MEDIEVALES

Durante la época medieval, dividida por los historiadores en Alta y Baja, se destacaron los piratas vikingos y árabes durante la Alta, en tanto en la Baja la actividad se desplazó hacia el Mediterráneo Oriental dado el desarrollo que habían obtenido para ese tiempo los pueblos islámicos.

Los nórdicos

Los vikingos castigaron con sus ataques las costas de Inglaterra, Irlanda, los Países Bajos, el curso de los ríos Sena y Loria y la península Ibérica. Tenían por costumbre atacar con grandes flotas de hasta cientos de embarcaciones, ataques que realizaron constantemente desde fines del siglo VIII hasta comienzos del X.

Los piratas vikingos fueron atenuando sus correrías a partir del año 1000, un cambio de actitud que se debió a su conversión al cristianismo, y sobre todo a su deseo de comerciar con el resto de los países europeos y no gastar sus energías en atacarlos. Esto llevó a que el rey castellano Alfonso X, El Sabio, conviniera en 1252 el casamiento de su hermano Fernando con la princesa Cristina de Noruega, una unión que lo favorecía tanto a él como a Haakon IV.

Los árabes

Excelentes navegantes, los árabes abrieron en el siglo IX una ruta comercial entre la península Arábiga y China, lo que habla de aptitudes muy superiores a las de los vikingos.

Los árabes en sus incursiones buscaban principalmente materias primas para vender o trabajarlas, y productos de Oriente y esclavos con los que comerciaban en los mercados. En sus continuas correrías llegaron a abrir rutas por Persia, India y China, además de toda la costa africana.

En África sus más preciado botín eran los africanos, lo que trajo como consecuencia el debilitamiento de los reinos del continente, lo que habría de facilitar luego las incursiones de los esclavistas europeos; a su vez se produjo la conversión de muchos nativos al islam, ya que esta religión prohíbe el esclavismo, lo que ponía a salvo a los conversos.

Los berberiscos

Se llamaba así a un conglomerado de hombres de distintas nacionalidades, religiones, convicciones políticas, unidos por el afán de enriquecerse o simplemente de conservar su vida. Renegados cristianos llegados de Europa con sus conocimientos; esclavos escapando de su condición; jenízaros o esclavos turcos de origen cristiano sometidos al servicio del Sultán Otomano; moriscos expulsados de España, se dedicaron a recorrer el Mediterráneo para asaltar embarcaciones y apoderarse de mercancías y pasajeros. Partían de Argel, Túnez y Marruecos, estados corsarios sometidos a la autoridad del Imperio Otomano, y canjeaban sus prisioneros por suculentos rescates o los vendían como esclavos en los principales puertos.

Estos piratas consolidaron sus posiciones en Argel y desde allí fueron conquistando otros puertos del norte de África. Entre ellos se destacó el llamado Barbarroja, quien llegó a conquistar Túnez, aunque luego fue obligado a abandonarla.
Moriscos que huían de España se asentaron en Rabat creando una República Pirata desde donde atacaban los puertos españoles. Los navíos españoles llegaban de América trayendo a sus puertos los más preciados tesoros, lo que atraía a los piratas que pronto se convirtieron en corsarios al servicio del Imperio Turco, quien a cambio les ofrecía su apoyo y protección.

En este tiempo de guerra entre musulmanes y cristianos, los piratas camuflaron su actividad en la Guerra Santa, y como muchos, tanto de un bando como del otro, se sirvieron del enfrentamiento para satisfacer sus intereses y nutrir el nefasto mercado de esclavos, conveniente tanto para moros como para cristianos. Europa consiguió así mano de obra para remplazar una población diezmada por la peste negra, y los berberiscos fortalecer su economía con un negocio organizado como era el cobro de rescates, que tenía delegados en cada puerto que se ocupaban de la negociación, y cuando esta fracasaba, las mujeres se vendían para los harenes, y los niños para servir como eunucos.
Las acciones de los piratas berberiscos alcanzaron tal magnitud que las poblaciones del litoral español tuvieron que trasladarse hacia el interior para fortalecer sus defensas. Zonas como las huertas de Valencia fueron evacuadas perdiendo los cultivos de las tierras más fértiles.

ESPLENDOR PIRATA

El esplendor de la piratería llegó con la firma del Tratado de Utrech, en 1713, que terminó con la guerra por la sucesión española, poniendo fin a un prolongado conflicto bélico que tuvo como principal escenario el mar. El reconocimiento hecho por España al derecho de Inglaterra y los Países Bajos para comerciar en el Caribe, intensificó las actividades comerciales y el tráfico marítimo devenido del traslado de mercancías. Pero la paz también trajo consigo la desocupación para miles de marinos expertos en combates navales que habían servido en las armadas de los países en conflicto. Del mismo modo, las potencias tampoco necesitaban ya los servicios de los corsarios que atacaban las embarcaciones enemigas recibiendo su protección como aliados circunstanciales. Entonces, unos y otros, marinos desocupados y corsarios desprotegidos, sobrevivieron en los mares haciendo lo que sabían: combatir. Así las rutas marítimas, sobre todo aquellas que unían América y Europa, se vieron repentinamente infestadas de embarcaciones piratas. Las islas Jamaica y Tortuga, antaño refugio de corsarios protegidos por la corona británica, se convirtieron en base de operaciones piratas.

¿Sabías qué...?
La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar es calificada como la Constitución de los océanos. En el artículo 101 define la piratería.

El nacimiento de la leyenda

Este tiempo de auge pirata es el que sirve de inspiración para la construcción de un relato de aventuras que tiene como personaje central al pirata romántico, que ama la libertad tanto como a su barco y al mar. Implacable, leal, valiente, curtido en mil batallas pero capaz de enamorarse de una doncella, o de entregar su vida por evitar una injusticia, el pirata se alza en las narraciones de grandes escritores, principalmente del siglo XIX, como el libertario señor de los mares.

Pero la realidad de estos hombres fue muy distinta de la que cuentan las ficciones.

¡Nave a la vista!

Un tráfico marítimo constante alimentó la voracidad de los piratas, que durante esta época atacaron miles de embarcaciones sin hacer distinción de banderas: naves inglesas, españolas, holandesas y francesas padecieron sus asaltos.

Los piratas operaban fundamentalmente en tres rutas: América-Europa, donde interceptaban naves que trasladaban oro y productos agrícolas; Europa-África, utilizada por embarcaciones que llevaban armas y productos manufacturados; África-América, por donde circulaban los navíos de los esclavistas.

La ambición de estos bandidos que ya no respetaban bandera alguna, hizo que Gran Bretaña los desalojara de Jamaica, por lo que situaron su nueva base en las Bahamas, en la isla New Providence, cuya capital, Nassau, pasó de ser un pequeño poblado a convertirse en uno de los centros piratas más importantes del mundo.

Abordaje cruel

Los piratas se movían en embarcaciones ligeras y ágiles, en la que cargaban lo indispensable, apenas provisiones y armas, para que sus naves estuvieran livianas y así tener más chance de alcanzar sus presas.
Durante su estadía en puerto reparaban meticulosamente las velas y limpiaban el casco de la embarcación para que se deslizara por el mar.

Otro punto fundamental en sus labores diarias era el mantenimiento de sus armas, que eran para ellos herramientas de trabajo. Las de fuego, mosquetes, trabucos, arcabuces, eran muy inseguras por eso debían tomar todas las precauciones. Debían mantenerlas secas para que la pólvora no se humedeciera y les diera una sorpresa en pleno abordaje.

Cuando detectaban a su víctima cambiaban la bandera para no ser reconocidos y de esa manera poder acercarse aún más sin despertar sospechas. Una vez que los tenían a tiro colocaban nuevamente su característica bandera negra, los amenazaban y exigían la rendición. Si no obtenían respuesta, colocaban la bandera roja e iniciaban el ataque.
Por lo general atacaban buques mercantes que no llevaban soldados y cuya tripulación era poca, eso hacía que encontraran poca resistencia.

El ataque comenzaba con unos cañonazos para inutilizar las velas y luego ametrallaban la cubierta con culebrinas . Los blancos más buscados eran el timonel y la tripulación, para que no intentaran ninguna maniobra. Una vez que la situación estaba bajo control, se lanzaban al abordaje. En el caso de que hubiera habido resistencia, solían tomar represalias matando y torturando a los sobrevivientes.

Los amigos de la muerte

Solo los desesperados o los ambiciosos pueden elegir la muerte por compañera. Los piratas lo hicieron, y aquí definitivamente la visión romántica se da de frente con la verdad. Eran tan crueles y despiadados con los otros como desconsiderados con su propia vida, jugándosela de manera temeraria en cada ataque, en cada tempestad, sabiendo que ni el sueño podía ser tranquilo porque la soga de la horca los seguía siempre de cerca. Morían miserablemente. Tal como habían vivido.

HUNDIDOS

Las mismas razones que llevaron al esplendor de la piratería hicieron que se iniciara su declive. El Tratado de Utrech, instrumento de paz entre las potencias europeas permitió el aumento del comercio, lo que generó un gran caudal de tráfico marítimo y consecuentemente de la actividad pirática, lo que a su vez significó la ruptura definitiva de los Estados con los piratas. Estos aliados circunstanciales que hostigaban al enemigo dejaron de ser necesarios. Era tiempo de paz, y si había algo que los piratas no tenían, era paz. Había entonces que aniquilarlos.

Durante los siglos siguientes fueron perseguidos, al tiempo que se reducían sus posibilidades de abastecerse por la construcción de fortificaciones en las zonas costeras, donde además se colocaron tropas para rechazar cualquier incursión.

Por otro lado se produjo un salto cualitativo en la flota de las armadas de los principales países, quienes comenzaron a reforzarse con naves de metal, lo que hizo que la confrontación con los viejos navíos de madera se volviera muy despareja. Además contaban con modernos cañones que los mantenían a distancia de los piratas sin permitirles sus clásicos abordajes.

Los piratas, acorralados, empezaron a caer. Mientras tripulaciones enteras eran juzgadas en las metrópolis y encerradas en viejos navíos de desguace, las principales figuras eran ahorcadas y colgadas en lugares públicos como advertencia. El cadáver del capitán Kidd fue exhibido durante cuatro años en el Támesis, para que fuera visto por cada tripulación que pasase navegando por allí.

Aquellos que lograban escapar se trasladaban hacia otras rutas, por entonces más accesibles a sus pretensiones de pillaje. India, China, Japón, Malasia, ofrecían cargamentos de seda, marfil y especies y hacia allí fueron, sin tanto tatuaje ni lorito en el hombro; sin amores ni ilusiones; sin garfios ni patas de palo. Fueron como siempre, vestidos de crueles a buscar riquezas acompañados por la muerte.

PIRATAS MODERNOS

La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho en el Mar del 10 de diciembre de 1982 definió la piratería en el artículo 101 como:

a) Todo acto ilegal de violencia o de detención o todo acto de depredación cometidos con un propósito personal por la tripulación o los pasajeros de un buque privado o aeronave privado y dirigidos: 1) contra un buque o una aeronave en alta mar o contra personas o bienes a bordo de ellos; 2) contra un buque o una aeronave, personas o bienes, que se encuentren en un lugar no sometido a la jurisdicción de ningún Estado.

b) Todo acto de participación voluntaria en la utilización de un buque o de una aeronave, cuando el que lo realice tenga conocimiento de hechos que den a dicho buque o aeronave el carácter de buque o aeronave pirata.

c) Todo acto que tenga por objeto incitar a los actos definidos en el apartado a) o el apartado b) o facilitarlos intencionalmente.

La intervención de las Naciones Unidas fue oportuna porque los piratas siguen activos. Aunque en menor cantidad y concentrada en determinadas zonas del llamado Tercer Mundo, la piratería es aún hoy una actividad delictiva vigente. La mayoría de los piratas se encuentran en Somalia, Indonesia y Malasia, y se mueven especialmente en torno a Asia, sobre todo en el estrecho de Malaca, canal que se encuentra entre los dos últimos países.

Estos piratas modernos se sirven de la tecnología, usan GPS para localizar sus víctimas, casi siempre turistas, y robarles sus objetos de valor. En cuanto al asalto de barcos de gran tonelaje, son muy pocos en el Atlántico, algo más frecuentes en el Pacífico y muy frecuentes en la costa oriental de África.

La situación en esta última región llevó en el año 2009 a la decisión de crear, por iniciativa de Estados Unidos, una fuerza marítima especial con la participación de 20 países, con el objetivo de terminar con los actos piráticos. Esta fuerza denominada CTF-151 se encuentra en actividad realizando operaciones en el Golfo de Adén, el Mar Rojo, el Océano Índico y el Mar Arábigo.

En las aguas del sureste asiático es Japón quien lidera la lucha contra la piratería que se ha convertido en un mal endémico para la zona.

El caso de los somalíes

Los somalíes no se reconocen como piratas sino que se llaman a sí mismos Guardia Costera Voluntaria de Somalia, formada por una mayoría de pescadores que acusa como verdaderos y únicos piratas a los pesqueros clandestinos de países desarrollados, y a quienes, también provenientes de esos países, contaminan sus aguas vertiendo material radioactivo.

Los piratas somalíes capturaron en 2008 el buque petrolero Sirius Start, con una carga de dos millones de barriles con destino a Estados Unidos.

DE PIRATAS Y CORSARIOS

La piratería se diferenciaba cuando los hechos de pillaje eran llevados adelante con patente de corso, que era la autorización otorgada por un país beligerante a particulares para que, con sus navíos, atacaran barcos que enarbolaban la bandera de sus enemigos.

Piratas
Actuaban por su propia cuenta no dependiendo de nadie ni teniendo que rendir cuentas a nadie por sus acciones. Su única ley era la codicia y no conocían límite para su actividad.

Corsarios
Se denominaba así a aquellos que actuaban protegidos por algún país que les entregaba patente para que atacasen solo los barcos de países enemigos. Debían mantenerse al servicio del Estado protector y a él le rendían cuentas y entregaban una parte del botín En 1856 se abolió la práctica de las patentes de corso en la Declaración de París.

DE BUCANEROS Y FILIBUSTEROS

Nombrados de distinta forma, no son más que el mismo grupo ampliando sus actividades.

Bucaneros
Hombres perseguidos por distintas causas que se refugiaron en las zonas deshabitadas de la isla La Española. Allí aprovechaban la abundancia de ganado para cocinar la carne ahumada (bucán), con la que aprovisionaban a los piratas.

Filibusteros
Eran los bucaneros que, tentados por los tesoros que circulaban a su alrededor, se volcaron al pillaje en las poblaciones de la isla. Arrasaban los pueblos atacándolos sorpresivamente y llevándose todo lo que podían.

LOS HERMANOS BARBARROJA

Hijos de un señor feudal turco y una cristiana, los cuatro hermanos Barbarroja nacieron en la isla de Lesbos. En su juventud se dedicaron al comercio de objetos de cerámica producidos por su familia, en el Mediterráneo Occidental. Pero el acoso de los cristianos obstaculizaba el comercio marítimo, por lo que los hermanos Aruj y Jairedin, por entonces cristianos, se convirtieron al islamismo y se unieron a las fuerzas turcas como corsarios. Con el apoyo del sultán consiguieron tomar Argel y desde allí hostigar a los cristianos que operaban desde Rodas.

NI EL CÉSAR

Si algo caracterizó a los piratas de todas las épocas, fue la discrecionalidad con que elegían sus víctimas. Su actitud temeraria no reconocía límites a la hora de dar un golpe. La historia da fe en el testimonio de Plutarco, registrado en su obra Vidas paralelas. Cuenta allí el historiador griego que en el año 75 a. C. el joven Julio César, quien con el tiempo llegaría a ser cónsul de Roma, fue tomado prisionero por los piratas cilicios quienes exigieron por su liberación un rescate estimado en 20 talentos. Dijo entonces, César a su captor: « ¿Veinte? Si conocieras tu negocio, sabrías que valgo por lo menos 50». Después de 38 días el rescate se pagó y César fue liberado, despidiéndose con la amenaza de volver para crucificarlos. Cumplió. Con una expedición pagada de su peculio, fue por los piratas, los redujo y los crucificó.

La civilización Bizantina

El Imperio Bizantino se originó como consecuencia de la división del Imperio Romano, realizada por Teodosio en el año 395. Este imperio lograría así sobrevivir a la amenaza germánica que había hecho sucumbir al Imperio Romano de Occidente en el año 476 y lograría perdurar por más de diez siglos hasta 1453; año en el que los turcos otomanos ocuparon su capital, Constantinopla.

Bizancio y Occidente se distanciaron progresivamente, a pesar de contar con un pasado común y con muchos puntos de contacto, conformando universos distintos. De hecho, en el terreno político contuvieron por largos siglos el avance del Islam sobre Europa oriental.

Los bizantinos, que eran en realidad una pluralidad de pueblos, lograrían fusionar la cultura de griegos y romanos, los elementos religiosos de cristianos y paganos y las costumbres orientales y occidentales. De esta manera, conservaron adquisiciones de la antigüedad y las reelaboraron bajo nuevas formas. Por lo demás, aunque hablaban griego, se autodenominaban romanos para así indicar su carácter de herederos del antiguo y prestigioso Imperio Romano.

Restos de antigua muralla bizantina.

 

LA EXTENSIÓN DEL IMPERIO

Las fronteras del Imperio Bizantino fueron fijadas, en un principio, por el emperador Teodosio en el año 395, cuando había dividido el Imperio Romano. Así, estaba formado por la península Balcánica, Asia Menor, Siria y Egipto. Estas últimas eran las provincias más pobladas, más ricas y con mayor tradición cultural. Sin embargo, los límites del imperio estuvieron sujetos a constantes fluctuaciones, que dependían de la capacidad de resistencia interna y del vigor de las potencias rivales. Así, cuando en el siglo VII, el imperio perdió a manos de los árabes Siria y Egipto, la pérdida fue compensada por el grado de homogeneidad que se ganó. De este modo, integrado el imperio por distintas etnias y culturas, sólo lo unían la religión y el acatamiento al emperador.

EL IMPERIO DE JUSTINIANO

Desde la caída del Imperio Romano de Occidente, los gobernantes bizantinos añoraban los tiempos en que este imperio dominaba todo el mar Mediterráneo. Uno de ellos, el emperador Justiniano (527-565) constituyó un fuerte Estado centralizado e intentó restaurar toda la grandeza del viejo imperio. Hijo de un campesino, tuvo una excelente formación gracias a su tío, el emperador Justino, que lo nombraría sucesor. De este modo, una vez en el trono, Justiniano compartió la idea de que el mundo cristiano, así como tenía una sola religión y una sola Iglesia, debía tener también una única autoridad política: el emperador bizantino.

Con estas ideas dirigió sus miras hacia Occidente, que en manos de reyes germánicos se había alejado de la influencia imperial. De hecho, llevaría a cabo un ambicioso plan de conquistas con la cual se apoderaría del reino vándalo instalado en África; más tarde venció a los ostrogodos que dominaban la península itálica y, por último, ocupó el sur de Hispania, desplazando temporalmente a los visigodos. No obstante, más trascendencia tuvo la reforma interior del Estado bizantino, que buscaba renovar las bases en las que se asentaba el Imperio. Para ello reformaría la administración central, residente en Constantinopla, que supervisaba a los funcionarios de provincia.

Además, decidió mejorar las leyes, con lo cual encargó a su colaborador, el jurista Triboniano, la redacción del Código de Derecho Civil, o Corpus Iuris Civilis, común para todos los habitantes del imperio. Por otra parte, Justiniano mejoró la situación de la hacienda pública y de la recaudación de impuestos, para sostener una organización civil y militar más eficiente.

La época de Justiniano no sólo destaca por sus éxitos militares o por la recopilación de leyes. Bajo su reinado, Bizancio vivió una época de esplendor cultural, a pesar de la clausura de la Academia de Atenas en el 529. Aquí se fueron destacando, entre otras, las figuras de los poetas Nono de Panópolis y Pablo Silenciario, el historiador Procopio, y el filósofo Juan Filopón. Sin embargo, el esplendor de la época encuentra su mejor ejemplo en una de las obras arquitectónicas más célebres de la historia del Arte: la iglesia de Santa Sofía, construida por los arquitectos Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto.

La Iglesia de San Marcos, en Venecia, se construyó en el siglo XI, durante la llamada segunda Edad de Oro del arte bizantino (siglos IX-XIII); el estilo de Bizancio influyó poderosamente en el arte románico europeo.

LOS SUCESORES DE JUSTINIANO: TIEMPOS DIFÍCILES

Poco después de la muerte de Justiniano, los bizantinos perdieron gran parte de sus posesiones conquistadas en Europa occidental. El agotamiento de recursos les impediría afrontar el avance de los ávaros, eslavos y búlgaros, que presionaban para internarse en los Balcanes. Los persas, por su parte, se adentraban cada vez más en las provincias orientales. Sin embargo, fue surgiendo un nuevo, y acaso más temible, adversario llegado desde Arabia: los musulmanes. En pocos años, estos últimos ocuparon Siria, Palestina y el norte de África, las mejores tierras agrícolas y las ciudades más ricas y comerciales del imperio, quedaron reducidas entonces a Grecia, Constantinopla, Asia Menor y algunas regiones de Italia.

Para defenderse, los sucesores de Justiniano crearon provincias fronterizas, gobernadas por militares, y entregaron tierras a los campesinos a cambio de que sirvieran en los ejércitos. De esta forma, los generales tuvieron cada vez más poder, y el imperio se militarizó. Este sistema de defensa fue efectivo y permitió frenar el avance musulmán en Asia menor, derrotar a los búlgaros que atacaban por el Norte y extender la influencia de Bizancio sobre los pueblos eslavos desde los Balcanes hasta Kiev. Sobre estas bases, hacia el siglo IX, accedió al trono una dinastía de emperadores macedónicos que gobernaría durante más de dos siglos y produciría un renacimiento del Imperio.

Sin embargo, durante el siglo XI, el Imperio Bizantino vio nacer un nuevo y mayor peligro: los turcos selyúcidas, que se apoderarían de parte de Asia Menor y de Palestina. Las guerras afectaron duramente la economía y cultura bizantinas: muchas ciudades fueron destruidas o abandonadas, la población disminuyó, y el comercio y la producción artesanal se debilitaron. Estos acontecimientos marcaron el inicio de la decadencia de Bizancio, que concluyó en 1453, cuando los turcos otomanos ocuparon Constantinopla.

Iglesia de Santa Sofía en Constantinopla, capital del Imperio Bizantino.

EL ESTADO IMPERIAL

Los bizantinos concebían al Estado imperial como parte del plan de Dios para el mundo. De la misma forma que Dios era único, sólo podía existir en la Tierra una única autoridad política: el emperador. Así, el imperio constituía una monarquía teocrática en la que el soberano estaba revestido de autoridad absoluta. Por esta razón, su ascenso al trono era bendecido por el patriarca de Constantinopla. Con todo, la sede del gobierno era el palacio, un enorme edificio que conformaba una especie de ciudad dentro de la misma ciudad.

Así las cosas, para su acción de gobierno, el emperador contaba con tres instrumentos:

• La burocracia civil, conformada por funcionarios y profesionales de la administración pública, cuyas características eran su reglamentación estricta y una específica diferenciación de funciones y jerarquías.
• El ejército, integrado por soldados de las más diversas nacionalidades, y en donde en las zonas de frontera se completaba con los estratiotas, soldados campesinos a los que se pagaba mediante entrega de tierras.
• La Iglesia bizantina, que a diferencia de lo que ocurría en Occidente se encontraba subordinada al emperador. Esta característica se conoce con el nombre de césaro-papismo.

¿Sabías qué...?
Bizancio fue la única potencia estable en la Edad Media.

LA RELIGIÓN

La sociedad bizantina era profundamente religiosa. De hecho, todo quehacer humano estaba impregnado de sentimiento religioso. Así, el particular modo de concebir la religión provocaría que se suscitaran querellas religiosas que envolvieron en sus discusiones a gran parte de la sociedad. Esto ocurrió con el monofisismo, una corriente religiosa que sostenía que Cristo poseía una sola naturaleza, la divina, y que contrariaba a la posición cristiana ortodoxa, que invocaba una doble naturaleza de Cristo: humana y divina. Así pues, el monofisismo tuvo hondo arraigo en Siria y Egipto, hecho que estimuló el separatismo de estas provincias y facilitaría la posterior conquista árabe.

Con todo, en el siglo VIII se suscitaría otra querella promovida por los iconoclastas. Éstos sostenían que las imágenes religiosas llevaban a prácticas supersticiosas, porque se adoraba en ellas a la imagen representada y no a Dios. Además, los iconoclastas buscaban disminuir el poder económico y social de los monjes. Ahora bien, como los iconoclastas fueron protegidos y estimulados por algunos emperadores, se inició un distanciamiento con el Papado romano, que se oponía a los iconoclastas. Este proceso culminaría así con el cisma entre la cristiandad occidental y la oriental, en el 1054. En tanto que la primera aceptaba como jefe espiritual al Papado romano, Oriente reconocía al patriarca de Constantinopla.

Una característica del arte bizantino fue representar a Cristo bendiciendo con la mano derecha, cuyos dedos índice y medio aparecen levantados.

CONSTANTINOPLA: LA NUEVA ROMA

Contrariamente a lo que sucedió en Europa occidental, las ciudades del Imperio bizantino prosperaron como centros administrativos, comerciales e industriales. A su vez, el centro más importante era su capital, Constantinopla, cuya trascendencia se debería, en gran parte, a su situación geográfica. Fundada en el año 330 en honor del emperador reinante Constantino el Grande, en ella confluían diversas rutas terrestres y marítimas. Así las cosas, debido a su emplazamiento, Constantinopla era fácilmente defendible. Un sistema de murallas terrestres y marítimas, la convirtió en una fortaleza casi inexpugnable. Fue, por mucho tiempo, una de las ciudades más pobladas del mundo, con numerosos y lujosos edificios públicos y gran cantidad de iglesias, pero la crisis producida en el imperio a partir del siglo XI causaría el descenso de su población.

Monasterios del monte Athos. Particularmente célebres, nada expresó mejor la intensidad de la vida religiosa del Imperio bizantino que la vitalidad de los monasterios. Los monjes gozaban de enorme popularidad, y muchos laicos acababan sus días en un convento al que donaban sus bienes.

CAUSAS DE SU DECADENCIA

En sus últimos siglos de existencia, el Imperio viviría una lenta y paulatina decadencia. Varias son las causas: una de ellas fue la invasión de los turcos selyúcidas en el siglo XI, que privaría al imperio de la zona más rica: el Asia Menor. Ahora bien, aun aquellos territorios que conservaban los emperadores se hallaban en una situación de inseguridad debido a las continuas incursiones de servios, búlgaros y otros pueblos bárbaros. De este modo, la agricultura redujo su producción, con lo cual Constantinopla debió alimentar a su población con productos importados. A su vez, los grandes dominios aumentaron sus dimensiones y, en ellos, los campesinos trabajaban en condiciones muy duras que los llevaron a la miseria, al abandono de los campos y a la rebelión. Otra causa de la decadencia fue el declinar del comercio. Los bizantinos descuidaron su armada, y el tráfico comercial cayó paulatinamente en manos de venecianos y genoveses.

La ruina del Estado bizantino se hizo inevitable, ya que sus principales fuentes de ingresos, los impuestos a las
tierras y los derechos de aduana, eran cada vez menores. Minado en sus bases, el Imperio debió ceder territorios
a distintas potencias. Por último, sufrió la invasión de los turcos otomanos. Cuando en el 1453 éstos tomaron
Constantinopla, el Imperio se hallaba reducido prácticamente sólo a la capital.