Sudáfrica 2010, el primer mundial en tierras africanas.

La República Sudafricana fue el primer país de África en acoger la fase final de la Copa Mundial de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), cuya XIX edición quedó inaugurada en el estadio Orlando de Soweto (Johannesburgo) el 11 de junio de 2010.

Sudáfrica, principal economía de su continente con un PIB superior a 270.000 millones de dólares, era en 2010 uno de los países emergentes en el contexto global, además de un Estado de marcados contrastes sociales. Para empezar destaca la heterogeneidad de su población, integrada por africanos de ascendencia europea (en su mayoría afrikaneers, descendientes de colonos neerlandeses), asiáticos (sobre todo indios), negros (divididos a su vez en varias etnias, predominando en número los bantúes) y mestizos. Una variedad racial que poco se corresponde con la distribución de la riqueza nacional, pues los blancos (apenas el 10 % de los 50 millones de sudafricanos) acaparan un 70 % de la misma. De la población negra (78 %) se nutren en su práctica totalidad las filas de desheredados (alrededor de 25 millones de personas) que viven por debajo del nivel de pobreza.

Estas desigualdades son consecuencia del ya extinto régimen del apartheid, basado en la segregación civil y económica de la mayoría negra, legalmente reglado a partir de 1913, que perduró hasta su abolición en 1994. Desde la recuperación de las libertades plenas, las clases populares han experimentado importantes avances sociales, aunque no con la velocidad suficiente para satisfacer todas las carencias derivadas de décadas de dominación blanca, ni tan profundas como para nivelar la situación económica de los distintos grupos étnicos.

Otras lacras sufridas por el país y directamente relacionadas con la marginación de amplias capas de su población son la incidencia del sida, que afecta a seis millones de sudafricanos (la inmensa mayoría de ellos, negros), y la criminalidad, una de las más elevadas del mundo.

Durante el período democrático inaugurado por las elecciones multirraciales de 1994, el deporte ha sido uno de los principales vehículos no sólo de promoción social para los negros, sino también de integración nacional entre todos los sudafricanos. Así se explica la euforia patriótica desatada en torno a una selección de fútbol donde por igual jugaban afrikaneers, mestizos y bantúes (aunque con predominio numérico de estos últimos, puesto que el deporte mayoritario entre los blancos es el rugby). Otra de las esperanzas colectivas estriba en los beneficios económicos del evento, máxime si se tiene en cuenta que el Estado sudafricano gastó alrededor de 17.000 millones de rands (unos 1.800 millones de euros) tan sólo en la construcción o rehabilitación de la decena de estadios donde se jugó la competición.

En el ámbito puramente deportivo, cinco eran las selecciones que aficionados y comentaristas consideraban favoritas en la lucha por el título: Italia (campeona en 2006), Brasil, Argentina, Alemania, Inglaterra y España, que se sumaba a este selecto grupo gracias a su condición de campeona de Europa y por el buen juego demostrado en la fase previa de clasificación, mérito que compartía con el combinado carioca. Alemania e Italia se aferraban a sus virtudes como conjunto, sin duda muy notables. Para compensar su decepcionante juego previo, la Argentina entrenada por Diego Armando Maradona, que a punto estuvo de quedar eliminada en la etapa clasificatoria, confiaba en la calidad de sus numerosas figuras, entre las cuales sobresalía Lionel Messi, el mejor jugador del mundo de los años 2009 y 2010. Por su parte, los ingleses aportaban una saludable mixtura entre el juego de equipo y la calidad de sus principales estrellas.

Otras selecciones llamadas a desarrollar un buen papel, aunque no se contase con ellas para los cuatro primeros puestos, eran Portugal, Holanda, Francia, Estados Unidos (potencia futbolística emergente de América) y la propia Sudáfrica. Se esperaba igualmente que algún conjunto de nivel teóricamente inferior diera una sorpresa a los grandes y se colocase en una meritoria posición final. Y cómo no, más de mil millones de espectadores en todo el mundo esperaban la consagración de grandes figuras del balón como Xavi, Iniesta, Kaká, Cristiano Ronaldo, Higuaín y Rooney, aparte del ya citado Messi.

A la postre, España cumplió con las aspiraciones depositadas en la precisión de su juego distintivo y la calidad sobresaliente de sus principales jugadores. Pese a la decepcionante derrota inicial ante Suiza (0-1), el combinado hispano alcanzó la final tras derrotar en semifinales a Alemania (1-0). Su último rival, Holanda, hizo valer durante todo el campeonato un juego duro y táctico, muy alejado del espectáculo brindado por anteriores selecciones de los Países Bajos, que le valió para eliminar en semifinales a la poderosa Brasil. En el duelo definitivo, los españoles se impusieron en la prórroga (1-0), ganando así su primer Mundial.

España se consagró campeona del mundo tras vencer por 1-0 a Holanda en la final.