La necesidad de conocer cabalmente la cantidad de personas que habitan un Estado, y sus rasgos sobresalientes en cuanto a sexo, edad y origen étnico, ha constituido una preocupación constante de los gobernantes desde la Antigüedad. Tal interés está sustentado en la certeza de que uno de los factores determinantes de las posibilidades de desarrollo de un país es la relación entre sus recursos productivos naturales y las características de la población. Está admitido que tanto su distribución en el territorio como sus necesidades biológicas y de consumo constituyen el principal factor desencadenante de la actividad económica, por lo cual siempre fue imperioso conocer los recursos humanos reales y potenciales con que se contaba.
Antecedentes del Primer Censo Nacional
Las fuentes de información anteriores al Primer Censo Nacional son numerosas pero sumamente imprecisas y contradictorias: tentativas de recuentos de orden provincial y municipal, registros de las parroquias y estimaciones de geógrafos de la época. En el actual territorio argentino le cupo a Juan de Garay el primer esfuerzo en este sentido; en 1573, después de la fundación de la ciudad de Santa Fe, realizó un recuento de soldados y familiares. Dos siglos más tarde, en 1744, la Corona española efectuó el primer empadronamiento de la población que habitaba la región aledaña al río de la Plata. Después de la Revolución de Mayo fueron varios los intentos de saber cuántos habitantes se distribuían en el extenso territorio argentino. El primero de los inventarios poblacionales lo dispuso el Primer Triunvirato en 1811 con muy poco éxito; en 1821 se publicó el Registro Estadístico del Estado de Buenos Aires.
La Constitución de 1853 determinó la necesaria realización de censos poblacionales cada diez años; a través de éstos se podría establecer la base electoral de representación para conformar la Cámara de Diputados.
Para cumplir con lo establecido, en 1856 se llevó a cabo un relevamiento general dispuesto por el presidente de la nación, general Justo José de Urquiza, a cuyo efecto se creó la Mesa Central de Estadística. Si bien el mismo obtuvo resultados parciales, fue el antecedente inmediato del Primer Censo Nacional de Población, efectuado en 1869 -durante la presidencia de Sarmiento-. Éste abarcó la totalidad del país y sus resultados se publicaron tres años más tarde.
La población hasta 1869
Recientes estudios arqueológicos indican que los primeros pobladores del actual territorio argentino tuvieron sus asentamientos en la zona patagónica, probablemente procedentes del continente asiático. Existen diferentes estimaciones sobre la cantidad de aborígenes que habitaba el país con anterioridad a la conquista; si bien el número varía entre cien mil y trescientos mil individuos, se considera la última cifra como la más aproximada. A pesar de las discrepancias respecto a la cantidad, se coincide en señalar que en el momento de la llegada de los españoles a América el mayor asentamiento indígena se encontraba en la región del noroeste argentino, mientras que la región pampeana y el litoral se encontraban prácticamente despoblados.
La conquista y subsecuente colonización española, si bien provocaron una disminución de la población nativa -a consecuencia de diversos factores, como guerras, enfermedades desconocidas, trabajos forzados, traslados masivos de pueblos, etcétera-, también produjeron un rápido proceso de mestizaje debido a la reducida cantidad de españolas que viajaba a los nuevos territorios en la primera etapa del dominio hispano. Se calcula que durante el primer siglo de establecimiento español en el Río de la Plata, la población aborigen mermó en un 25 por ciento.
Por otra parte, la llegada de los colonizadores blancos a esta región tampoco fue masiva, ya que el actual territorio argentino no brindaba las riquezas metalíferas que ofrecían otros lugares del continente. Algunas fuentes consideran que en los primeros años del siglo XVII no había en territorio argentino más de dos mil quinientos europeos puros, cantidad que asciende a seis mil en 1810. De esta forma, de acuerdo a datos que han dejado diversas fuentes estadísticas e historiográficas de la época colonial, se ha llegado a inferir que la población total del territorio argentino en la segunda mitad del siglo XVIII -blancos, mestizos, indígenas, negros y mulatos, sin contar los indios no integrados que vivían en forma salvaje más allá de las fronteras marcadas por el colonizador- alcanzaba los cuatrocientos mil habitantes.
Se estima que, al producirse la Revolución de Mayo, la población era de casi medio millón de habitantes y que, en los cuarenta años que transcurrieron hasta la Constitución Nacional de 1853, la misma se duplicó. Desde entonces hasta el primer censo de 1869 creció en una proporción cercana al 70 por ciento. Este considerable aumento en menos de dos décadas se debe a que ya había comenzado a manifestarse el singular y sorprendente proceso inmigratorio que transformó íntegramente el país en las décadas posteriores.