La danza

La danza es una forma de expresión corporal que consiste en una serie de movimientos rítmicos, por lo general acompañados con música, que el ser humano utiliza para comunicar sus sentimientos. Para ello se vale de movimientos habituales, a los que les da un ritmo concreto dentro de un contexto especial, logrando así expresar estéticamente sus estados de ánimo.

La danza puede ser recreativa, ritual o artística; puede contar una historia, servir a propósitos religiosos, políticos, económicos o sociales; o puede ser una experiencia agradable y excitante con un valor meramente estético. Todo a través de acciones como estirarse, saltar y girar o rotar y doblarse, pero utilizando una dinámica que permite crear una cantidad ilimitada de movimientos corporales en los que cada cultura acentúa sus rasgos característicos estableciendo su propio estilo.

Para aumentar el potencial que el cuerpo ofrece normalmente para los movimientos dancísticos, hay que pasar por un entrenamiento especializado y sostenido durante largos periodos. En el ballet, una expresión fundamental dentro de las danzas artísticas, el bailarín necesita practicar ejercicios para poder rotar o girar hacia fuera las piernas a la altura de la cadera, de modo que pueda levantar considerablemente la pierna en un “arabesque”. En tanto en danzas típicas de la India los bailarines utilizan en la práctica sus ojos y cejas. Además del entrenamiento, un vestuario adecuado también puede aumentar las posibilidades físicas: Los bailarines utilizan zapatillas de puntas, zancos y arneses para elevarse y sostenerse en el aire.

Tipos de danza

La danza puede ser de participación o de representación. Las primeras son aquellas que no necesitan de espectadores; las otras son las diseñadas para el público.

Entre las participativas se incluyen las de trabajo, religiosas y recreativas que, con el objeto de lograr la participación suelen presentar esquemas de pasos repetitivos y fáciles de aprender.

Las danzas de representación por lo general se ejecutan en templos y teatros (antiguamente también en las cortes) y están a cargo de bailarines profesionales, siendo esta una actividad netamente artística. Sus movimientos son complejos y precisan de un entrenamiento especializado.

Los bailarines deben seguir un régimen estricto de entrenamiento para rendir todo su potencial.

La danza y el arte

La danza como expresión artística tiene un valor universal y simbólico. A través de ella se hacen visibles los sentimientos más profundos, mientras se representan los mitos elaborados por el hombre desde sus inicios; mitos que lo vinculan con la naturaleza y los misterios del origen de la vida.

Todo comienza con la más primitiva excitación estética: el ritmo. Allí encontró la danza su expresión desde los tiempos prehistóricos, cuando los seres humanos empezaron a prestar atención a los sonidos repetidos de la naturaleza. De ahí que las primeras expresiones rítmicas fueran ejecutadas por el repetido golpear de los bastones, el batir de palmas o el choque continuado de los pies contra el suelo. Con el tiempo se agregó la cadencia acompasada del cuerpo, los movimientos de brazos y piernas y la asociación de la voz. Pero hubo un momento culminante que fue cuando a las manifestaciones externas se les incorporó el significado pasional, en ese instante la danza comenzó a ser la expresión más completa de los sentimientos humanos.

Esta es la razón que explica que su evolución no esté vinculada con la incorporación de instrumentos musicales a su representación. De hecho, muchas veces resulta más emotivo y profundo el acompañamiento de los tambores que el de instrumentos perfectamente desarrollados. Es que la danza es pura expresividad, y es la sensibilidad y el contenido estético que le dan sus ejecutantes, lo que subyuga de ella. Por eso la idea de evolución es más compatible con la música que con la danza, ya que la música es el producto de una elaboración consciente, en tanto la danza es un producto del inconsciente.

Por eso, además del valor estético que conlleva la danza, tiene como agregado el de su espontaneidad. En cambio la música sigue el camino de lo consciente, y si bien suele revelar los sentimientos con más precisión que las palabras, solo la danza llega a aquellas pasiones tumultuosas que brotan de lo más profundo del inconsciente.

El hombre ha estado siempre dispuesto a la danza, por eso la tomó para sus rituales, porque solo a través de ella podía expresar su misticismo. Con la danza pantomímica, por ejemplo, buscaban, imitando las actitudes de los animales, que el destino les fuera propicio para la caza. Pero a pesar de esto, nunca dejó de ser arte.

El vínculo del ser humano con la danza es ancestral.

La danza durante el Renacimiento

El movimiento cultural originado en Europa hacia finales del siglo XV, conocido como Renacimiento, motivó una vuelta al interés por la cultura clásica. Este movimiento fue impulsado por los príncipes de los Estados del norte del actual territorio italiano, quienes además de poseer una amplia cultura, buscaban resaltar su imagen y el esplendor de su corte. Además de ser un soldado valiente, el príncipe debía ser un gobernante justo y un gran artista, sobre todo músico y bailarín. El baile concedía el toque de gracia y elegancia a la figura firme del estadista.

Durante el periodo renacentista, la mirada de los artistas se vuelve hacia la cultura clásica.

La atmósfera renacentista alcanzó de tal manera a la danza, que los maestros de baile adquirieron jerarquía dedicándose a crear danzas con elaborados esquemas espaciales como principal característica, según marcaban las pautas de la época. Para hacer posible este tipo de propuestas era menester limitar el número de bailarines y hacer desaparecer las formaciones de estos en filas y círculos, tan comunes en la Edad Media. Así se consolidaron durante esta época dos tipos de danza, la bassa danza, derivada de la danza cortesana medieval de pareja, en compás de 6/8, para dos o tres bailarines, y el ballo, danza con mezcla de ritmos y la incorporación, en algunas ocasiones, de elementos de la mímica.

Durante el siglo XVI primaron en el panorama de la danza los esquemas espaciales, tal como puede verse en los trabajos de Fabritio Caroso, maestro que creó importantes ballets en los que los bailarines realizan con sus movimientos complejos dibujos.

Si bien las danzas italianas fueron conocidas en Francia e Inglaterra durante la segunda mitad del siglo XVI, estos países siguieron con sus populares danzas procesionales. En la corte la velada daba comienzo con la majestuosa pavana, una danza en la que los bailarines mostraban sus joyas y riquezas. Luego continuaban con la gallarda, danza que daba lugar a la demostración de las condiciones técnicas del hombre, en tanto la dama lo seguía con pasos más sencillos y suaves. Un buen bailarín de gallarda era capaz de improvisar sus propias variaciones, que podían incluir grandes saltos, batidos y giros.

La danza durante el Barroco

Durante el siglo XVII la danza fue impulsada por el joven rey Luis XIV de Francia, un apasionado bailarín que en 1653, con apenas 15 años, bailó el papel de Sol en el Ballet Royal de la Nuit, razón por la que fue apodado como el Rey Sol. Unos años después, en 1661, fundó la Real Academia de la Danza, nombrando como director a su maestro de baile, Pierre Beauchamp. Fue justamente Beauchamp quien alrededor de 1660 ideó una forma de notación de la danza, aunque quien dio a conocer el sistema al mundo fue su contemporáneo Raoul Auger Feuillet, quien en 1700 publicó Chorégraphie, obra que fue inmediatamente traducida al inglés, alemán, italiano y español. Con este instrumento los maestros de danza pudieron intercambiar coreografías a la distancia. En la actualidad se conservan unas 400 coreografías notadas.

Durante esta época quien dominaba el panorama de la danza en Francia era Jean Baptiste Lully, violinista y bailarín, maestro de música de la familia real. Por entonces el rey organizaba en la corte ligeros divertimentos en los que los nobles bailaban los papeles principales. Para que el público en general pudiera ver estas creaciones, Lully arrendó un salón y allí llevó sus producciones a cargo de bailarines profesionales en lugar de los cortesanos. Este magnífico artista es considerado el creador de la ópera francesa.

Luis XIV, impulsor de la danza en Francia durante el siglo XVII

En la corte de Luis XIV los bailes se abrían con los branles, danzas de gusto refinado y no las antiguas y simples danzas campesinas que iban quedando en desuso. Luego se danzaba el courante, en forma alternativa por una pareja, de acuerdo a su rango social. Este baile fue luego sustituido por el minué, que mantuvo su supremacía durante más de 100 años. Otras danzas populares fueron los bourrées, rigodones o gavotas. Estas danzas originadas en Francia, se extendieron rápidamente por todas las cortes europeas.

Durante el siglo XVII en la danza teatral se utilizaba el vocabulario de los bailes de salón, viéndose allí la influencia de los italianos en los esquemas espaciales. Sin embargo, a medida que los bailarines profesionales tuvieron mayor participación en las óperas y en los ballets, el vocabulario se vio ampliado debido a las exigencias técnicas, constituyendo la base del que se utiliza en el ballet clásico actual.

La danza contemporánea

Hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX, un grupo de bailarines rompió con las convenciones, desarrollando un estilo con nuevas técnicas, teorías y estética de la danza. Se sumaron así al movimiento modernista que llegaba para renovar las artes, poniendo el centro en la individualidad, la abstracción y la entrega al arte. Sin embargo, muchos de los pioneros del Modernismo en la danza tenían poco que ver entre sí, salvo el rechazo por las tradiciones y el deseo de rever los principios de la danza como medio de comunicación.

En Estados Unidos se destacaron figuras como Loie Fuller e Isadora Duncan, cuyas creaciones influyeron sobre Europa, en tanto en el “Viejo Continente” Rudolf von Laban y Mary Wigman fueron quienes marcaron tendencia entre sus pares. Fuller aprovechó los avances tecnológicos bailando en una nube de seda iluminada por los nuevos sistemas eléctricos de iluminación teatral, mientras Duncan se inspiró en el antiguo arte griego que la inducía a formas más naturales de danza. Dos estilos opuestos en el mismo movimiento.

En cuanto a los maestros europeos, Rudolf von Laban se destacó en su condición de teórico y maestro por sobre sus habilidades como bailarín y coreógrafo. Sus análisis del movimiento humano y su sistema de notación de la danza, dotaron a artistas de todo el mundo de una sólida base teórica para el estudio. También se animó a las grandes representaciones con grupos numerosos de bailarines aficionados, ocupando importantes escenarios e incluso al aire libre.

Con el maestro von Laban trabajó muchos años como asistente en la enseñanza en Suiza, Mary Wigman, quien tiempo después se consagró como una de las más importantes bailarinas de la danza contemporánea. Su trabajo contribuyó a consolidar la autonomía de la danza como expresión artística, creando un estilo muy emocional que exploraba la naturaleza humana en sus facetas más oscuras.

La estadounidense Martha Graham quiso también expresar la emoción a través del cuerpo en movimiento, para lo que desarrolló un coherente sistema de entrenamiento técnico que le permitía llegar a sus metas coreográficas. Algunos rasgos característicos de la técnica de Graham fueron la utilización de la contracción muscular y de la relajación para producir energía motora, y el juego con el peso del propio cuerpo.