Se trata de un conjunto de etnias amerindias de la Patagonia y de la región Pampeana de América del Sur, que tenían en común rasgos culturales, aunque con lenguas diferentes emparentadas entre si. Se los conoció como tehuelches, patagones o aonikenk, palabra del mapundungun que significa gente bravía.
HISTORIA
ORÍGENES
Los primeros indicios datan de 9.000 años atrás, cuando aparece la industria Toldense, productora de puntas de proyectil sub-triangulares bifaciales y raspadores laterales y terminales, cuchillos bifaciales y herramientas de hueso. Entre los 7.000 y 4.000 años a. C., desarrollan la industria Casapedrense, caracterizada por una mayor proporción de instrumentos líticos confeccionados sobre láminas, probablemente como una muestra de la especialización en la caza del guanaco, lo cual también está presente en los desarrollos culturales posteriores de los patagones.
Hasta la llegada de los conquistadores españoles, a principios del siglo XVI, llevaban un modo de vida propio de los pueblos dedicados a la caza y a la recolección, siguiendo el estilo de la movilidad estacional que los llevaba a desplazarse en busca del guanaco. En los inviernos recorrían las zonas bajas como las orillas de los lagos, los mallines, las vegas y las costas, y en el verano subían las mesetas centrales de la Patagonia o de la cordillera de los Andes donde tenían, entre otros sitios sagrados, el cerro Chaltén.
LA LLEGADA DE LOS ESPAÑOLES
El primer contacto que los tehuelches tuvieron con los españoles se produjo en marzo de 1520 cuando la expedición al mando de Fernando de Magallanes desembarcó en la bahía de San Julián en busca de refugio donde soportar el invierno.
El escribano de la expedición, Antonio Pigaffetta tomó nota del encuentro y los nombró como patagones gigantes. Los europeos, en ese tiempo, eran de talla menor a la actual; en tanto los patagones llegaban a medir dos metros y además llevaban sus pies envueltos en pieles por lo que para los españoles eran patones.
La llegada de los españoles a la vida de los tehuelches provocó cambios culturales en este grupo indígena y los llevó a soportar pestes hasta entonces desconocidas por ellos como el sarampión, la gripe y la viruela.
INFLUENCIA MAPUCHE
Nuevos cambios culturales ocurrieron entre los siglos XVII y XVIII al producirse la penetración mapuche, aborígenes que llegaban en busca de trueques y alianzas. Las costumbres de ambos pueblos se vieron influenciadas una por la otra, a tal punto que con el tiempo terminaron fundiéndose y sus descendientes se autodenominan mapuche-tehuelches.
Pero entre ellos no fue un proceso completamente pacífico. Durante el siglo XIX hubo diversos enfrentamientos entre tehuelches y mapuches hasta que, a partir de 1821, y luego de su triunfo en los vados de Choele Choel, los mapuches lograron desplazar a los tehuelches hacia el río Negro y hacia la provincia de Buenos Aires.
Es también durante esta época que aparecen los bandoleros realistas conducidos por los hermanos Pincheira, quienes se alían con los vorogas o voroas o voroganas, para desalojar a los tehuelches o pampas serranos, de las zonas de Salinas Grandes, Guaminí (Laguna de Monte), Carhué y Epecuén; los pampas huyeron hacia Sierra de la Ventana, antiguo asiento de gobierno del cacique Cangapol. Allí fueron atacados por los Pincheira y sus aliados voroganos, quienes concretaron una matanza en la que cayó el cacique Curitripay, junto con sus dos hijos y sus capitanejos, Catrileu y Lomo Colorado.
Las acciones violentas hicieron que los tehuelches septentrionales casi desaparecieran en las provincias de Buenos Aires, La Pampa y Neuquén, permaneciendo allí solo algunos grupos minoritarios que se fusionaron con los mapuches después de la expedición militar del general Conrado Exelso Villegas en 1886.
El fenómeno de la formación de la etnia puelche con linajes tehuelches, tiene diferentes lecturas. Mientras algunos creen que se trató de una invasión violenta de parte de los mapuches, otros sostienen que detrás de lo evidente hay un fenómeno más complejo ya que, la invasión fue usada como justificación política para negarle legitimidad al reclamo aborigen por las tierras, identificándolos como invasores chilenos y no pueblo originario.
Para la cultura tehuelche la adopción del caballo tuvo tal profundidad que puede mencionársela como una verdadera revolución que cambió definitivamente el patrón de sus desplazamientos. Hasta el siglo XVII sus movimientos seguían una línea este – oeste en busca del guanaco, pero con la incorporación del caballo a sus costumbres comenzaron a desplazarse hacia el norte y sur, extendiendo notablemente sus circuitos de intercambio.
ECONOMÍA
La base de su economía la constituía la caza. Para ello empleaban boleadoras, instrumento con el que eran muy hábiles, y se servían del auxilio de los perros. Andariegos, caminaban un promedio de veinticinco kilómetros diarios, distancia que comenzaron a realizar a caballo cuando incorporaron este animal a su cultura.
Las mujeres levantaban el campamento, alzaban a los bebés e iniciaban la marcha seguidas por los ancianos y los niños, en tanto fuera del camino los jóvenes procuraban la caza. Se movían por cañadones donde podían conseguir agua y refugio con relativa facilidad, rutas que también fueron usadas por el hombre blanco.
Los hombres se ocupaban de la fabricación de armas, la guerra y como ya fue dicho, la caza. A las mujeres les tocaba la preparación de las pieles y sus pinturas, la recolección de la leña, la comida y el agua. Cuando estaban embarazadas, trabajaban con más ahínco, ya que la tradición decía que esto fortalecía al bebé y aseguraba su futura dedicación al trabajo.
ORGANIZACIÓN POLÍTICA Y SOCIAL
Se movían en grupos recorriendo circuitos que iban de oeste a este y viceversa. En cada temporada tenían lugares determinados en los que instalaban sus campamentos, a los que llamaban aik o aiken, y que los españoles denominaron tolderías.
Los grupos se formaban por nexos de parentesco con un territorio determinado para la caza y la recolección, los límites de estos territorios estaban determinados ancestralmente por accidentes como una loma, un abrevadero o un árbol destacado. Podía ocurrir que un grupo no pudiera autoabastecerse en su zona, en cuyo caso debía pedir permiso a las agrupaciones vecinas de la misma etnia para buscar en su territorio el sustento. Esta norma de ser violada podía ocasionar una guerra. Sostenían la práctica de la exogamia, lo que hacía que los varones buscaran compañera en otros grupos practicando el trueque de mujeres. Podía ocurrir que en lugar del trueque recurrieran al rapto, lo que por lo general terminaba en una guerra.
VIVIENDA
Construían sus viviendas con estacas y cueros extendidos para que fueran fácilmente desarmables y transportables, un sistema práctico para su estilo de vida nómade. El interior lo dividían y colocaban allí sus lechos. Las viviendas se agrupaban formando poblados que los blancos llamaron tolderías.
COSMOVISIÓN
Los tehuelches tenían un sistema de creencias basado en ritos y mitos, pero no una estructura religiosa vertical y con liturgia como ocurre con las religiones occidentales. Tal como sucedía con otros pueblos pámpidos, no existía entre ellos el sacerdocio sino los chamanes, quienes ejercían la medicina contra los espíritus dañinos.
Los tehuelches creían en una entidad superior creadora del mundo pero que no intervenía en su desarrollo, y en los espíritus de los matorrales. Parte de sus cosmogonía era el mito de Kóoch, dios encargado de poner orden en lo confuso diferenciando las cosas. Esto guarda similitud con el mito de los selkman de Tierra del Fuego, quienes creían en una deidad a la que llamaban Kenos, lo que parece una variante de la palabra Kóoch, o al menos con raíz común, enviado del espíritu Temáukel. Luego de creado el mundo, habría llegado a la Patagonia El-lal (o Elal), hijo del gigante Nosjthej, quién creó a los tehuelches y les enseño a fabricar el arco y la flecha.
La existencia de un espíritu dañino al que llamaban Gualicho, también está presente en la mitología mapuche más austral. De esto se deduce que el concepto de Gualicho habría sido introducido a la cultura tehuelche por el contacto con pampas y mapuches. Pero según se cree, con elementos propios de las creencias tehuelches, por lo cual otros postulan que su origen podría provenir de este pueblo, o bien como una contrapartida de la cultura tehuelche que habría dejado su impronta en los mapuches.
CULTURA
Su cultura no era adelantada, por lo cual hoy sólo quedan leves vestigios de esas poblaciones (depósitos funerarios, cuevas, escrituras rupestres, lugares de labores de piedras o conchillas).
Las mejores referencias de los antiguos pobladores se han obtenido en los yacimientos arqueológicos de El juncal, lugar cercano a la ciudad de Viedma, en el este de la provincia de Río Negro. Allí fueron hallados los “cráneos negros”, así llamados por la impregnación de sales que recibieron en su largo entierro.
LENGUA
Los distintos grupos de tehuelches hablaban varias lenguas, aunque todas pertenecientes al grupo tshonk. Los tehuelches propiamente dichos o aonikenk tenían una lengua que estaba estrechamente ligada con la de los teushen, a su vez emparentadas con la lenguas de la isla Grande de Tierra del Fuego, y de manera más lejana con la lengua de de los gününa küne (tshonk septentrional). Los lingüistas consideraron que todo el complejo tehuelche tenía un tronco lingüístico común, que denominaron ken ‘gente’.
APARIENCIA
Las mujeres medían en promedio 1,65 m. Eran corpulentas y de piel curtida por el frío y el viento. Se tapaban desde el cuello hasta los pies, generalmente con cueros de guanaco, con la piel hacia adentro y el cuero pintado, prenda a la que llamaban quillango. Como variante podían hacerlo con piel de zorro o liebre.
Los hombres eran altos, su estatura promedio oscilaba entre 1,75 m y 1,80 m; eran de cuerpo esbelto y proporcionado, el cabello oscuro, lacio y duro; su piel era cobriza y sus ojos grandes. El rostro era de pómulos salientes y nariz aguileña. Usaban como calzado sandalias de cuero de guanaco atadas con correas, y para andar a caballo botas hechas con garrones de los equinos. Tanto los hombres como las mujeres con el tiempo adoptaron las vestimentas de los blancos usando ropas de género.
El arma preferida de las tribus que poblaban la Patagonia y la Pampa era la boleadora de dos bolas que usaban para cazar y para el combate, y que fue la que conocieron los conquistadores españoles cuando llegaron a sus tierras. Pero desde tiempos precolombinos, con una antigüedad que se estima en 10.000 años, utilizaban la bola de tres piedras.
Con el tiempo los tehuelches comenzaron a fabricar sus bolas con piedras encontradas en sitios de asentamiento o de cacería, y que ya habían sido utilizadas. En su mitología eran bolas preparadas por un enano, Tachwüll, que tenía, supuestamente, su taller en los cañadones o quebradas de las sierras. En la zona se oía el constante repiqueteo de la uña con la que marcaba la piedra, pero nadie podía verlo. Sin embargo cuenta la leyenda que un día lograron capturarlo, pero fue tal la tormenta que se desató que atemorizados lo dejaron ir. En cuanto el enano recuperó la libertad cesó la lluvia.