La palabra Inca viene del quechua, Inka, cuyo significado es rey o príncipe, y es el nombre genérico que se les daba a los gobernantes cusqueños, soberanos que establecieron un vasto imperio en los andes hacia el siglo XV, poco tiempo antes de la llegada de los españoles. Por extensión este nombre se le da a todos los súbditos del imperio incaico o incanato. Arqueológicamente es el nombre de una cultura desarrollada durante el periodo prehispánico.
SU HISTORIA
Si bien el Cusco se constituyó en su área central durante el periodo de su apogeo, este pueblo provenía, posiblemente, del Altiplano, de donde llegó al Cusco hacia el año 1100 entablando desde entonces una relación con los pueblos de la zona que osciló entre las batallas y las alianzas. Con el tiempo este grupo alcanzó un gran poder, pero se mantuvieron en su territorio hasta la invasión chanca y el gobierno de Pachacutec Inca Yupanqui, cuando empezaron a expandirse por otras regiones.
Según una leyenda, fue durante el gobierno del inca Viracocha que aparecieron los chancas rodeando la ciudad de Cusco. Se trataba de un pueblo guerrero de la sierra central que atacó la ciudad destruyéndola, lo que provocó la huida de Viracocha. El general Yupanqui se presentó entonces ante las ruinas del viejo templo solar, el Inticancha, implorando la ayuda del dios Sol, quien accedió convirtiendo las piedras que rodeaban la ciudad en soldados a los que llamaron pururaucas, que derrotaron al enemigo. Yupanqui fue aclamado por el pueblo como su nuevo inca, y asumió el cargo con el nombre de Pachacutec (‘el que transforma el mundo’).
LA EXPANSIÓN
Con el gobierno en manos de un militar, este sector se vio favorecido y dio paso a la expansión. Pachacutec conquistó la meseta del Collao, Arequipa, el valle del Mantaro, a los chinchas (icas), Lima, entre otros territorios, y organizó el Tahuantinsuyo.
Túpac Yupanqui fue el sucesor de Pachacutec, y como auqui o príncipe heredero privilegió la continuidad en los planes de expansión que se extendieron hacia la costa y la sierra norte, dominando a los chachapoyas, los chimú y otros pueblos importantes hasta el actual territorio de Ecuador.
La campaña continuó, ya como inca, avanzando hasta el río Maule, donde se asentó la frontera sur del imperio. Pero la mayor extensión la alcanzaron durante el reinado del hijo de Túpac, Huayna Cápac, entre los años 1493 y 1525. Hacia 1525, el territorio bajo control inca se extendía por la zona más meridional de la actual Colombia, por Ecuador, Perú y Bolivia y por zonas de lo que hoy en día es el norte de Argentina y Chile, abarcando un área de más de 3.500 km de norte a sur, y de 805 km de este a oeste.
De acuerdo a las estimaciones realizadas por investigadores, se cree que la región llegó a tener entre tres millones y medio y dieciséis millones de habitantes pertenecientes a las distintas culturas andinas.
RUPTURA Y CAÍDA
En 1525 murió Huayna Cápac sin llegar a nombrar sucesor, y esto produjo la división del Imperio. Sus hijos, hermanastros entres sí, Huáscar y Atahualpa, disputaron por el trono hasta 1532, cuando Huáscar fue capturado. Para entonces el Imperio se encontraba seriamente debilitado. Este momento de crisis fue aprovechado por Francisco Pizarro, quien desembarcó en la costa del actual territorio de Perú con 180 hombres equipados con armas de fuego, y apoyados por grupos de indígenas que se oponían a la dominación inca. Así fue como llegaron a controlar el Imperio y hacer prisionero a su jefe, Atahualpa. Atahualpa temía que Pizarro ordenara su destitución para favorecer a su hermano Huáscar, por lo que dio la orden de ejecutarlo, lo que se convertiría, al año siguiente, en una de las causas por las que fuera sometido a proceso por los españoles. El 26 de julio de 1533, cuando todavía se estaba acumulando un enorme depósito de ornamentos de oro procedentes de todos los rincones del Imperio para entregárselo a Pizarro a cambio de la liberación de Atahualpa, el Inca fue ejecutado al garrote por orden del conquistador español.
Luego de la ejecución los españoles marcharon sobre Cusco. Al llegar a mitad de camino, en Jauja, conocieron a Túpac Hualpa o Toparpa, quien se presentó como hijo de Huayna Cápac y legítimo heredero del cargo de inca, lo que fue reconocido por Pizarro. Pero al llegar a Cusco el conquistador se enteró de que Toparpa había sido asesinado, por lo que nombró a Manco Inca como su sucesor. Este en 1536 se rebeló contra los españoles y avanzó sobre Cusco y Lima cercándolas durante algunas semanas, pero finalmente fue derrotado en la fortaleza de Sacsayhuamán.
Después de la derrota Manco Inca se escapó hacia el oriente y fundó Vilcabamba, un centro de resistencia donde él y sus descendientes se hicieron conocidos como los incas de Vilcabamba. A su muerte le sucedió su hijo Sayri Túpac, quien firmó la paz con el virrey Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, pero falleció en 1561, siendo reemplazado por Titu Cusi Yupanqui, que reinició las hostilidades; finalmente, en 1570, asumió el poder Túpac Amaru, quien fue derrotado y decapitado en 1572 por orden del virrey Francisco de Toledo.
ORGANIZACIÓN POLÍTICA
El gran mérito de los incas fue el de recopilar y extender las costumbres ancestrales de los pueblos andinos. No tenían una gran capacidad creativa pero sí una llamativa capacidad para ordenar, difundir y administrar el sistema andino en un extenso territorio. El parentesco al que llaman ayllu, que es el conjunto de personas que se consideran parientes, pues desciende de un pasado común, es la base de su cultura y organización. Estos parientes tienen un vínculo de reciprocidad lo que los obliga a ayudarse mutuamente en las labores cotidianas; este tipo de trabajo es conocido como ayni. También tienen la obligación de trabajar juntos para el beneficio de todo el ayllu; este trabajo se conoce como minga.
Cada ayllu tiene una autoridad a la que llaman curaca, en español, cacique, que son los que se encargan de regular las relaciones sociales, llevar a cabo las fiestas, almacenar recursos, repartir tierras y disponer de la mano de obra.
En la plenitud de su civilización, los incas habían logrado la construcción de un sistema político y administrativo superior al de cualquier otra cultura americana. Eran un imperio teocrático basado en la agricultura y en el sistema de ayllus, y gobernado por el inca, a quien el pueblo adoraba como a un dios viviente.
En la plenitud de su civilización, los incas habían logrado la construcción de un sistema político y administrativo superior al de cualquier otra cultura americana. Eran un imperio teocrático basado en la agricultura y en el sistema de ayllus, y gobernado por el inca, a quien el pueblo adoraba como a un dios viviente.
EL ESTADO INCAICO
El carácter teocrático del estado se lo daba el hecho de que creían que el Inca era hijo del sol, el dios más importante en sus creencias. El Inca a su vez era asesorado en cuestiones de gobierno por un consejo de nobles y sacerdotes llamados orejones, que pertenecían a la familia real. Su fuerza militar, perfectamente organizada y entrenada, fue la que permitió su expansión. Esto se vio facilitado por la vasta red de caminos que construyeron, en los que existían tambos o postas que servían para el descanso de las tropas movilizadas, y para cambiar allí animales y armamento. Los pueblos del imperio tenían la obligación de tributar al Estado una cantidad determinada de materia prima o productos manufacturados, según las características de cada zona. La población tenía la obligación de realizar trabajos para el Estado, los curacas o los sacerdotes. Por eso es que el llamado Camino del Inca tenía tanto tránsito.
El encargado de recibir los tributos de cada ayllus era el curaca respectivo. Los bienes tributados eran acumulados en depósitos reales ubicados en las aldeas, caminos y ciudades. Funcionarios designados para la tarea se encargaban de contabilizarlos, y luego comunicaban a los administradores del Cusco las cantidades de cada producto. Para hacerlo se valían de quipus, instrumento hecho con tiras de cuero que se anudaban para certificar la cuenta. De este modo, el Inca conocía las cantidades de excedente y en qué regiones del imperio sobraban o faltaban determinados productos. Esto facilitaba la redistribución y la asistencia cuando alguna región era afectada por una catástrofe y perdía su cosecha, entonces el Estado acudía en auxilio con alimentos, materias primas y manufacturas de las que tenían almacenadas. Los bienes acumulados también se aplicaban para costear las campañas militares.
EJÉRCITO
Los incas lograron la expansión a fuerza de una cuidada organización militar. Entre los 25 y los 50 años los hombres tenían la obligación de servir al ejército. Los altos mandos eran siempre miembros de las panacas nobles de Cusco, y la jefatura suprema del ejército la tenía el propio Inca, que podía delegarla en alguno de sus generales o parientes cercanos.
Con el tiempo y el ejercicio se fue formando un grupo de militares profesionales, incluso en los niveles medio y bajo de la tropa, que provenían de etnias vencidas que eran reclutados para esta tarea. Cuando estaban por comenzar una acción militar, la encabezaban con un desfile para impresionar al enemigo. Los soldados marchaban con sus distintivos mientras el generalísimo iba en su litera llevando en su mano el emblema de su mando. Así alardeaban de su poder a la vista del ejército enemigo. Luego el general o el Inca pasaba revista a sus tropas mientras se hacían sonar instrumentos musicales, completada esta tarea venía la arenga y finalmente se efectuaba el ataque.
Dos elementos fueron claves para el poder militar inca: la intendencia y la disciplina. Sus caminos con las postas fueron estratégicos y su disciplina sumamente rígida. Un soldado no podía abandonar la formación bajo ninguna circunstancia.
NOBLEZA REAL
La nobleza fue bautizada por los españoles como “orejones”, impresionados por sus enormes orejas, las que se veían ampliadas por los grandes pendientes que usaban.
Los orejones recibían una educación especial durante cuatro años. En sus cursos aprendían lengua quechua, religión, quipus, historia, geometría, geografía y astronomía. Cuando terminaban los estudios participaban de una ceremonia de graduación, en la cual debían superar las pruebas que se les planteaban. Los candidatos se presentaban en la plaza central de Cusco vestidos de blanco y con el pelo corto y un llautu negro con plumas rodeando la cabeza. Tras unas plegarias al Sol, la Luna y el Trueno, subían a la colina de Huanacaui, donde guardaban ayuno, participaban de competencias y bailaban.
Después pasaban a la presencia del inca, quien les entregaba unos pantalones ajustados, una diadema de plumas y un pectoral de metal. Para terminar se ocupaba de perforarles personalmente las orejas con una aguja de oro, con el fin de que pudieran colgarse sus característicos pendientes. Los orejones constituían el cuerpo de funcionarios del Imperio. En el lugar más alto estaban los cuatro apu, que eran los administradores de las cuatro regiones y asesoraban de manera directa al emperador. En orden jerárquico les seguían los tucricues, que eran los gobernadores de provincias, que residían en sus provincias y eran periódicamente inspeccionados. Todos ellos gozaban de privilegios como el de poseer tierras y poder optar por la poligamia. Era habitual que recibieran regalos del emperador, como mujeres, objetos preciosos, llamas, permisos para ir en andas o usar tronos.
CURACAS
La nobleza estaba constituida por los curacas, en algunos casos sus ancestros era aún más antiguos que los emperadores. Cuando sus comunidades fueron conquistadas por los incas, aceptaron sumarse a la estructura imperial a cambio de que se les permitiera conservar sus privilegios. Entre estas prerrogativas estaba el derecho a cobrar tributo a los miembros de su comunidad. El pacto incluía como garantía la manifestación pública de adhesión al inca, y el envío de su hijo y sucesor a Cusco para recibir educación. Aprendían la lengua quechua, la religión y las costumbres del Imperio. El intercambio de los curacas con el emperador solía incluir la oferta que estos hacían al monarca de una hija o una hermana para que la tomara como esposa secundaria, en tanto recibían de él mujeres y servidores. Esta costumbre estrechaba los lazos entre ellos.
Los curacas tenían obligación de peregrinar cada año a la ciudad capital para ofrecer parte de los bienes producidos.
Pero sobre los curaca se encontraban los jefes de provincia, y debajo de ellos lo que los españoles llamaron “segunda persona”, que era el huatunruna, que era quien intermediaba ante el pueblo. Los curacas no se casaban con los demás miembros del ayllu sino que formaban, dentro de él, un grupo privilegiado de principales, enlazados con otras familias curacales de la provincia o del mismo Cusco.
GRUPOS NO PRIVILEGIADOS
En el ayllu se agrupaban como comunidad los campesinos unidos por vínculos familiares y que compartieran territorio y antepasados. El Estado los asistía entregando tierras para la subsistencia de la comunidad. Cada año el curaca se ocupaba de asignar las parcelas a cada familia, de acuerdo con el número de componentes. La comunidad trabajaba las tierras de manera colectiva. Tenían que solventar con el producido los fuertes tributos que les aplicaban el Estado y los curacas. Las comunidades campesinas que quedaban desposeídas de sus tierras recibían el nombre de mitimaes. Los incas solían enviar estas comunidades a regiones rebeldes para que se instalaran allí a colonizar y de paso controlar e informar los movimientos de la región. Allí reproducían sus ayllu y sus costumbres. Podía tratarse también de pueblos que se hubieran rebelado, en cuyo caso, luego de someterlos se los enviaba al confín más lejano a su lugar de origen. El grupo de los yanas o siervos provenía de diferentes estratos. En su mayoría eran prisioneros de guerra, aunque también podían ser jóvenes reclutados por el emperador. Los yanas no poseían vínculos ni atributos étnicos, ni gozaban de los beneficios los ayllu. La mayoría servían en el palacio imperial o los templos, aunque también podían ser entregados a los nobles para que trabajasen su tierra. La situación de estos servidores no era exactamente la de esclavitud, ya que les estaba permitido poseer tierras, ganados y bienes, aunque solo los podían transmitir a uno de sus hijos.
ECONOMÍA
Los incas se destacaron por lo avanzado de su agricultura. Llegaron a desarrollar una estrategia para cada zona obteniendo así el mayor de los provechos. Utilizaron andenes o terrazas de cultivo para aprovechar las laderas de los cerros, camellones o Waru Waru en zonas altas inundables e irrigaciones.
Entre las herramientas de las que se valían para trabajar la tierra estaba el chaki-taclla, un arado de pie.
Sus principales cultivos eran la papa y el maíz, y luego el ají, la chirimoya, la papaya, el tomate y el frijol. Para el transporte utilizaban las llamas, en tanto que la vicuña y la alpaca eran domesticadas para aprovechar su lana. Otros animales domesticados fueron guanacos, perros, cobayas y ocas.
En cuanto a sus manufacturas, se destacaron la cerámica, los tejidos, los ornamentos metálicos y las armas con bellas ornamentaciones.
Las comunicaciones de las autoridades residentes en Cusco, con el resto del Imperio, eran buenas, aunque no contaban ni con caballos, ni transportes de ruedas ni sistema de escritura. Tenían era una importante red de caminos empedadros que conectaban las regiones permitiendo una ágil comunicación utilizando mensajeros entrenados, los chasquis, que actuaban con un sistema de relevos recorriendo 402 km al día. Los registros de tropas, suministros, datos de población e inventarios generales se llevaban a cabo mediante los quipus, juegos de cintas de diferentes colores anudados según un sistema codificado, que les permitía llevar la contabilidad. Botes construidos con madera de balsa constituían un modo de transporte veloz a través de ríos y arroyos.
RECIPROCIDAD Y DISTRIBUCIÓN
El funcionamiento del sistema social incaico estaba basado en la reciprocidad y la redistribución. El tema de la reciprocidad ya era practicado por las tribus andinas en sus comunidades campesinas. Consistía en la práctica solidaria entre todos los miembros de una comunidad. Por ejemplo, los habitantes de un ayllu se ayudaban entre sí a sembrar y a cosechar en las parcelas de subsistencia; y, en ocasión de un matrimonio, toda la comunidad ayudaba a levantar la casa de los recién casados. Los incas incorporaron el principio de reciprocidad de los ayllus como una de las bases del funcionamiento económico y social de su imperio.
Para que funcionara la redistribución, los campesinos debían reconocer los niveles de autoridad que existían en la sociedad. Los ayllu aportaban sus tributos entregándolos a los curacas; estos bienes se acumulaban en depósitos reales situados en aldeas, caminos y ciudades. La contabilidad de estos recursos estaba a cargo de funcionarios especializados que se valían de quipus, instrumentos hechos con tiras de cuero que se anudaban para entregar información fehaciente sobre las cantidades a los administradores de Cusco. Así el inca se mantenía informado de los excedentes y de donde provenían, así como de donde faltaban productos. Cuando algunos pueblos del imperio no podían satisfacer sus necesidades básicas porque las regiones en las que vivían habían sido afectadas por malas cosechas u otras catástrofes, el Estado incaico redistribuía una parte de los alimentos, materias primas y productos manufacturados almacenados. También utilizaba los bienes acumulados para costear los gastos de las constantes expediciones militares, y para premiar los servicios realizados por algunos funcionarios generalmente nobles.
Los tributos de las comunidades campesinas dados al Estado eran de tres tipos:
1. Trabajos colectivos en las tierras del Inca.
2. Trabajos individuales periódicos y rotativos a los que llamaban mita, sistema con el que se construían puentes y caminos.
3. Las comunidades debían entregar a los curacas alimentos, materias primas y productos manufacturados.
COSMOVISIÓN
DIOSES
El dios supremo de los Incas era el sol, llamado Inti y representado bajo la forma del dios Viracocha. De acuerdo a sus creencias en tiempos antiguos había creado el cielo, la tierra y la humanidad, cuya primera generación pecó contra él. Por este motivo Viracocha los castigó convirtiéndolos en piedra para crear después una nueva generación. Luego de cumplida su tarea se alejó hacia el este internándose en el mar. El dios sol era el que regía el ciclo agrícola y daba a la tierra la luz y el calor. Su representante en la tierra era el Inca. La luna, a quien llamaban Mama Quilla, era hermana y a la vez esposa del sol, y afectaba al mundo femenino. En su honor se construyeron templos con paredes revestidas con hojas de plata.
Los incas vinculaban a los animales con las estrellas, partiendo de la creencia de que estas últimas eran guardianes celestiales, de este modo cada especie animal tenía su propia estrella o constelación. Los arrieros de llamas oraban a la constelación de la llama, que conocemos como Lira. La constelación que en la actualidad se conoce como las Pléyades, fue identificada por los incas como Collca, palabra cuyo significado en español es “almacén”. Ella era la responsable de la preservación de las semillas. Tenían también diosas, que eran las encargadas de cuidar la reproducción. A estas diosas las conocían como Mama Cocha, que era la madre del mar, y Mama Pacha, que era la madre de la tierra. Ellos creían que gracias a la intervención de estas diosas tanto el mar como la tierra eran generosos e inagotables en la provisión de alimentos.
HUACAS
Los lugares y objetos sagrados estaban encarnados por una fuerza sobrenatural a la que llamaban huaca. Consideraban sagrados los cerros, ríos, rocas y otras manifestaciones singulares de la naturaleza, como así también los templos y los enterramientos. Tenían una fuerte relación con el culto a los antepasados, cuya máxima expresión era la momificación del cuerpo de cada Inca.
Una categoría especial de huacas eran los mallqui, cadáveres sagrados y momificados de los fundadores de los ayllu, y como las otras, estaban jerarquizadas. Las huacas tenían un orden y una jerarquía en el espacio, de acuerdo con sus funciones y a quien representaban, es decir, al prestigio de aquellos de los que recibían culto. El Cusco mismo era una huaca impresionante y en torno a él, orientados en líneas o ceques que partían en todas las direcciones, se organizaban en el espacio las huacas.
Por tratarse de entidades con poderes especiales, a las huacas se les hacían ofrendas solicitándoles ayuda. Se ofrecían sacrificios humanos, en especial niños y llamas, sacrificadas y enterradas junto a ellos. La expansión territorial de los incas mediante la conquista, generó la rivalidad entre sus divinidades y las de los pueblos conquistados que tenían sus huacas. Someter a un pueblo implicaba para los incas que su dios se había impuesto sobre las huacas de los adversarios. Esto devino en la persecución contra las huacas, aunque también hubo épocas en que se buscó la incorporación de estas a un panteón común.
SACERDOTES
Tuvieron especial importancia a comienzos del imperio, tiempo en que ejercieron cargos importantes e incluso intentaron apoderarse de la administración. Pero al ser derrotados por los nobles, perdieron privilegios y tuvieron que darle acceso en su oficio a gente del pueblo. El hermano o primo del Inca era quien ejercía como pontífice de los sacerdotes y se lo llamaba Villca Humu. Si bien debía mantener el celibato, se cree que tenía concubinas. Su alimento consistía en hierbas, bebía solo agua y realizaba ayunos de hasta ocho días seguidos. Su lugar de residencia era el campo, en zona próxima a Cusco. Allí se lo veía vestido con su característica túnica de lana, larga hasta los tobillos, y abrigado por una manta de color marrón, gris o negra. Para las ceremonias Villca Humu usaba una manta blanca, y un pectoral de oro en forma de media luna, además de otros adornos como brazaletes, ajorcas de oro y una tiara del mismo metal que llevaba el símbolo solar. Un consejo de ocho o diez altos sacerdotes acompañaba al pontífice en su tarea como juez supremo de todas las cuestiones religiosas. El alto clero era designado por el pontífice y designaba a sus subalternos. Quienes se ocupaban del culto y de los sacrificios eran los sacerdotes comunes. Cada amanecer mataban una llama blanca en el templo. Al animal degollado le arrancaban corazón y pulmones, y rociaban con su sangre la imagen del sol. Todo esto exigía gran cuidado, pues de cometer errores en su realización, podían tener consecuencias nefastas como sequías o lluvias torrenciales.