El escritor argentino Miguel Cané es más conocido por su libro Juvenilia, pero su experiencia como ensayista y diplomático quedaría registrada en un libro ameno hoy ya olvidado: Notas de viaje sobre Venezuela y Colombia (La Luz, 1907). Conozcamos en detalle esa faceta desconocida de este político y ensayista representante de la famosa generación del 80.
LA LITERATURA DE VIAJES
A mediados del siglo XVIII se pusieron en boga ciertos relatos, difundiéndose así una nueva literatura que tendría buena acogida en toda Europa: la literatura de viajes.
Este género había tenido su origen en los diarios de Cristóbal Colón y en las crónicas de los primeros adelantados a la conquista del Nuevo Mundo.
En el siglo XVI se leían las crónicas de aquellos primeros exploradores, y ya en el siglo XVII aparecería el relato de viajes de la mano del científico y naturalista sueco Carlos Linneo; ya no de exploración sino con propósitos científicos. Del mismo modo, Charles Darwin llegaría al canal de Beagle y su recorrido por la Patagonia daría lugar a su teoría de la evolución.
Sin embargo, el relato de viajes por excelencia sería el del viaje que realizara Alexander von Humbolt por el continente americano en vísperas de su independencia. Esta narración anclaría para siempre la imaginación europea en la idea del continente americano provisto de un componente salvaje y exótico; como tierra de posibilidades económicas con un sesgo definitivamente romántico.
LA EXPERIENCIA DIPLOMÁTICA EN RELATOS DE VIAJES
Los pocos trabajos literarios producidos por Miguel Cané son, en su mayor parte, ensayos. Su labor política en la diplomacia argentina lo llevaría a reunir una profusión de notas, crónicas y relatos de viajes. El más destacado de ellos es su escrito Notas de viaje sobre Venezuela y Colombia de 1907. Lo curioso de este trabajo es que había sido publicado también como En viaje –edición europea– pero la publicación que se hizo en 1907 cambiaría el nombre original y cercenaría algunas partes, centrándose en el recorrido que hiciera por los países de Venezuela y Colombia.
El libro consta de catorce capítulos que describen la etapa en la que Miguel Cané estaría ejerciendo como diplomático argentino en ambos países durante los años de 1881 a 1883; en él cuenta brevemente su paso por Venezuela y pone mayor énfasis en Colombia. Además, junto a él relata la experiencia junto a su compañero de viaje y colaborador diplomático Martín García Merou, este último también perteneciente a la generación del 80.
Las descripciones son pormenorizadas y detalladas; es un panorama histórico-geográfico del país, sobre todo geográfico. Si bien no sigue un orden y se ven altibajos en la exposición, el estilo del autor está cargado de animación, de un acercamiento que establece una conexión con el lector.
En líneas generales, presenta la rudeza de la tierra y el clima, además de hacer un boceto de la capital colombiana: Bogotá. Miguel Cané se asombra por la poca cantidad de personas en una capital de origen español como aquella, en pleno siglo XVIII.
En su escrito queda plasmado el sentimiento religioso bogotano, como así también la hospitalidad y el carácter escéptico de su pueblo –según juicio del escritor–, destacando principalmente el valor del indio colombiano. De hecho, Cané realiza una semblanza del cachaco, algo así como el “calavera” porteño, los abundantes duelos en defensa del honor. Considera atractiva y espiritual a la mujer de Bogotá pero finalmente concluye que no es una ciudad que fuera apta como residencia para extranjeros aunque más tarde la calificara como “tierra de poesía”.
Ese conocimiento profundo de América puede verse en su visión de las “dos Américas”: la América atlántica del este, de características innovadoras, y la América pacífica del oeste, más conservadora. Ese concepto sería desarrollado en 1940 por el ensayista e historiador colombiano Germán Arciniegas en un estudio más detallado. Esta comparación de ideas es desplegada por el estudioso Emilio Carillas en 1986 quien, a su vez, opone al periodista y poeta Martín García Merou.
Miguel Cané publicaría su libro de viajes primero en el viejo continente porque allí existía un amplio mercado que había inaugurado Alexander von Humbolt. El mérito de estos escritos radicaría en que fueron los primeros consumados sin un fin científico o utilitarista. Viendo minuciosamente los escritos de Cané, el dejo sentimental y clasista se filtra en sus páginas; la repugnancia estética que le provoca la esclavitud habla de un espíritu con tendencia a las ideas liberales. De Venezuela dirá que es dueña de una delicadeza exquisita en sus letras y citará como prueba a Andrés Bello.
Como todo representante de la generación del 80 tiene al continente europeo como faro y vuelve sobre la dicotomía “Atraso vs. Progreso”. No verá demasiado piadosamente a Bolívar, a diferencia de Merou que lo piensa como hijo de la Revolución francesa en América. Y es que Miguel Cané hará algo que José Martí evitará: intentar comprender Venezuela, cayendo inevitablemente en las comparaciones con su propio país. Aunque el cariño que profesa por Colombia se trasluce en cada página.
Notas de viaje sobre Venezuela y Colombia, 1907, Capítulo XII, El regreso. Miguel Cané.
BIOGRAFÍA DEL AUTOR
Miguel Cané nace en la actual Montevideo el 27 de enero de 1851. Sus padres fueron Miguel Cané y Eufemia Casares, y fue el segundo hijo del matrimonio. Su padre le trasmite la admiración por Europa y el gusto por la escritura. En 1863 ingresa al Colegio Nacional de Buenos Aires y el recuerdo de esos años originaría uno de sus mejores trabajos: Juvenilia (1882). Subtitulada Memorias de un estudiante, es un relato en primera persona; se trata de una obra marcada por la nostalgia, en la que el acento coloquial construye un puente sesgado e irónico al mundo de la infancia, un cuadro de las costumbres y los hábitos de la clase social argentina a la que pertenecía.
Darían forma a su personalidad la lectura de folletines y el contacto con el profesor y luego rector del Colegio Nacional, Amadeo Jacques. De hecho, Jacques lo acercaría al análisis de las modernas corrientes del pensamiento, en especial el Positivismo, haciéndolo un ávido lector. Más tarde se descubrirá ateo, melómano y periodista. El periodismo le aporta sencillez a su estilo y lo forma como cronista de su generación.
A los 17 años comienza su carrera de abogado y pasa a ser redactor de La Tribuna, lo que le posibilita que en febrero de 1870 acompañara a Domingo Faustino Sarmiento a Entre Ríos para entrevistarse con Urquiza. Poco después conoce Europa. En 1972 se doctoró en Jurisprudencia.
No cumplía aún los 20 años, cuando publica en La Tribuna una sección que titula “Párrafos”. Páginas breves, casi fragmentos. Esta designación inicial incluye toda la prosa de Cané. Casi todas sus obras son colecciones de artículos periodísticos nacidos en el mismo acontecimiento. Sus espontáneas páginas, sin reelaboración, deben leerse como una agradable charla entre el escritor y el lector.
Aunque Cané no escribe para las muchedumbres como sus admirados Dickens y Shakespeare, no restringe su auditorio sino que lo amplia e incluye al lector culto porteño.
En 1873 dirige El Nacional, que apoya a la candidatura presidencial de Nicolás Avellaneda. Con el triunfo de éste iniciará entonces su segundo viaje a Europa. A su regreso, se casa con Sara Beláustegui y será elegido diputado provincial. En 1876 ocupa una banca en el Congreso Nacional. Así, Cané desarrollaría una importante actividad política como legislador, intendente de Buenos Aires, ministro de Relaciones Exteriores y ministro argentino en París.
En 1876 edita sus Ensayos; en ese mismo año nace su primer hijo. Luego asumió la representación diplomática ante los gobiernos de Colombia y Venezuela, cargo en el que permanecería por dos años. Como resultado de esa salida del país surgió su libro En Viaje.
En 1898 presentó un proyecto legislativo que proponía deportar a los inmigrantes que tuvieran militancia política o sindical; propuesta conservadora y radical para alguien quien se describía con tendencias liberales. En 1900 fue nombrado decano de la Facultad de Filosofía y Letras.
No era un escritor profesional; hombre culto, distinguido, partidario del humor cargado de cierto escepticismo, escribió sobre las impresiones de sus viajes, de los países en los que le había tocado residir debido a sus cargos diplomáticos, de sus lecturas, y de los acontecimientos a los que fue testigo o protagonista; esos apuntes serían los que después formarían la mayor parte de su producción. No puede decirse que fuera un escritor que originara grandes obras literarias del canon pero su espíritu de hombre de mundo dejaría un registro que bocetaría de manera fiel el retrato de una época.
Falleció en Buenos Aires en 1905.