El suelo, un recurso que debemos cuidar

El suelo es un recurso natural de gran importancia para el desarrollo de la vida. Significa una fuente de alimento para las plantas, cultivos, animales e incluso para el hombre que se sirve de ellos para satisfacer sus necesidades.

Composición del suelo

El suelo es la capa más superficial de la corteza terrestre está formado por una mezcla de materia mineral, materia orgánica, agua y aire.

Materia mineral

Está constituida por los componentes inorgánicos del suelo: arcilla, limos, arena, piedras, gravas, etc.
Los tipos de minerales presentes en el suelo dependen fundamentalmente del tipo de roca del que se ha formado el suelo. Los suelos arcillosos no drenan ni se desecan fácilmente y tienen buenas reservas de nutrientes para las plantas; en tanto, los limosos son bajos en nutrientes.

Materia orgánica o humus

La materia orgánica del suelo está formada por animales y plantas muertos. Al unirse con la arcilla, forma un material muy absorbente, con gran capacidad de retención de agua y nutrientes.

Agua

Todos los organismos del suelo y las plantas necesitan agua para vivir. Cuando un suelo presenta escasez de este recurso, las plantas dejan de crecer y se marchitan. A su vez, un exceso de agua desplazará el aire del suelo e impedirá la respiración de las raíces y la absorción de nutrientes.

Aire

El aire del suelo es esencial para la respiración de las raíces. Se localiza en los poros entre los agregados de varias partículas minerales.

Formación

Podemos sintetizar las etapas de formación del suelo en cuatro puntos:

1. Meteorización
La roca madre, material de lecho rocoso, comienza a disgregarse por la acción de los factores ambientales y por el crecimiento de raíces que rompen la superficie de la roca. Este proceso se denomina meteorización.

2. Crecimiento de las plantas
Continúa la meteorización y aparece una capa de arena. Crecen algunas plantas, que al ir descomponiéndose, se mezclan con la arena formando un mantillo.

3. Suelo maduro
La vegetación prolifera a medida que el suelo se va enriqueciendo con los restos de las plantas. Aumenta el grosor de la capa del mantillo. En el nivel más profundo quedan las rocas intactas.

Clasificación

Ciertas características como la humedad, la temperatura y la presencia de los seres vivos influyen en las propiedades del suelo y, por consiguiente, en su clasificación.

Si nos detenemos a observar la textura del suelo podemos notar que existen partículas de diferentes tamaños como: arena, arcilla y limo. De acuerdo a su composición, un suelo tendrá textura arenosa, arcillosa o limosa, según tenga mayor o menor proporción de alguno de estos compuestos.

En relación al grado de compactación, las raíces y el agua tienen mayor o menor capacidad de atravesarlo. Esta propiedad se define como porosidad y hace referencia al espacio de suelo que no está ocupado por los sólidos. Un suelo poroso permite una mayor circulación de agua y la posibilidad que se desarrollen más especies vegetales.

Los suelos también pueden clasificarse de acuerdo a la presencia de materia orgánica. Se denominan suelos no desarrollados aquellos que están formados por arena y roca, sin materia orgánica.

Por el contrario, los suelos desarrollados, poseen materia orgánica y son ricos en humus, es decir, en materia orgánica parcialmente descompuesta. Tienen un alto nivel de fertilidad y presentan gran variedad de formas de vida que contribuyen a su enriquecimiento.

¿Qué es la lombricultura?

La lombricultura es la crianza de lombrices de tierra, ellas son las encargadas de procesar en su tubo digestivo restos de la huerta. Al cabo de aproximadamente un año su materia fecal se convierte en un abono llamado humus de lombriz. Es un producto orgánico de textura granulosa, húmedo, que no fermenta ni presenta olor, no tiene adulteraciones de ningún tipo, ni mezclas con otros abonos no orgánicos.

Este abono realiza en el suelo una acción biodinámica que permite la recuperación de sustancias nutritivas contenidas en el propio suelo y elimina los elementos contaminantes. Con esta mejora se aumenta la producción agrícola en pequeña escala.

En las zonas de cultivo, el humus se agota por la sucesión de cosechas, para suplir esta carencia y restaurar el equilibrio orgánico se añade humus de lombriz al suelo.

Otra tarea importante que llevan a cabo las lombrices en la tierra es la de remover. De este modo, reparten la materia orgánica y los nutrientes facilitando la entrada de aire y el drenaje.

Capas del suelo

El suelo tiene varias capas u horizontes.

Horizonte 0: Está conformado por materia orgánica como hojas.

Horizonte A: Es la capa más superficial, rica en humus y sustancias minerales.

Horizonte B: Es la capa donde se acumulan los materiales lavados del horizonte A que llegan por procesos de infiltración. Predominan las partículas minerales y los componentes orgánicos procedentes de restos de plantas y materiales en descomposición.

Horizonte C: Es la roca madre sin alterar. Está constituido por rocas de gran tamaño.

Un gran problema: la erosión

La erosión es el proceso que rompe y arrastra las rocas y el suelo. Se pueden distinguir dos fases: desprendimiento de partículas individuales de la masa del suelo y transporte de las mismas por la acción de las precipitaciones y el viento.

La principal consecuencia de la erosión es la reducción de la fertilidad del suelo porque provoca la pérdida de minerales y materia orgánica, y contamina aguas superficiales.

La capa de vegetación del suelo protege a la tierra de la erosión. Cuando ésta desaparece, ya sea por causas naturales como por la acción del hombre, el riesgo de erosión se incrementa. Sin vegetación, la tierra queda expuesta directamente a las precipitaciones y puede deslizarse por las pendientes y las corrientes de agua. El agua de lluvia se acumula en estas áreas y este flujo concentrado empieza a arrastrar el suelo.

Generalmente, el suelo arrastrado llega a los arroyos y ríos. Se genera allí un exceso de sedimento que destruye el hábitat de ese ecosistema acuático.

Las principales causas que conducen a la erosión son:

Cultivo intensivo

Con el crecimiento de la población se ha incrementado la demanda de alimentos, por lo que ha sido necesario aumentar el uso de los suelos para la agricultura. Como consecuencia, el suelo no consigue recuperar sus nutrientes entre cosecha y cosecha.

Esta situación provoca una disminución de la productividad agrícola, inseguridad alimentaria, daños a recursos y ecosistemas básicos, y la pérdida de biodiversidad debido a cambios en los hábitat tanto a nivel de las especies como a nivel genético.

Desertización

El sobrepastoreo que puede realizar el ganado también significa un riesgo para la fertilidad del suelo. En estos casos la vegetación desaparece y queda expuesta a la erosión del viento lo que genera pérdida de la capa fértil de la tierra.

Una de las consecuencias principales del uso intensivo del suelo, tanto para el cultivo como para el pastoreo, es la compactación debido al tráfico animal o de las maquinarias. La compactación puede ser definida como el aumento en la densidad o la disminución de la porosidad del suelo. En estas condiciones las raíces de las plantas carecen de lugar para desarrollarse y el rendimiento agrícola baja considerablemente.

Deforestación

La deforestación es la tala de árboles a gran escala que realiza el hombre con fines económicos. Una de las consecuencias es la desaparición de sumideros de dióxido de carbono, esto es perjudicial para el medio ambiente porque éste pierde la capacidad para absorber dióxido de carbono y convertirlo en oxígeno. De este modo se genera el famoso “efecto invernadero” contribuyendo al calentamiento global.

Contaminación por deshechos

Hay diversas fuentes de contaminación como basurales o desechos industriales que significan una gran amenaza para los seres vivos. En las grandes ciudades los basurales suelen estar a pocos kilómetros de las viviendas, esto conlleva a que aquellas personas estén expuestas a las consecuencias de la descomposición de los residuos.

La basura y los desechos materiales orgánicos e inorgánicos que se arrojan en la naturaleza, modifican sus condiciones y provocan cambios que pueden ir desde la erosión hasta la extinción de las especies. Algunos suelos fértiles se pueden volver pobres para el cultivo de ciertas plantas debido a la acumulación excesiva de sustancias químicas provenientes de los pesticidas y otros productos de desecho absorbidos por el suelo.

La erosión de los suelos

Cada año miles de millones de toneladas de suelo son desplazados por el viento o arrastrados por el agua de lluvia hacia los lechos de los ríos y hasta el mar o los lagos. Este proceso es conocido como erosión.

Este tipo de erosión se inicia cuando la superficie del suelo queda desnuda de vegetación, sea a causa de un incendio, la tala abusiva, el sobrepastoreo o un sistema de cultivo inadecuado. Una vez privado de su cubierta vegetal, el humus se descompone rápidamente a la intemperie, se reseca y es fácilmente arrastrado por el agua o el viento. El pisoteo del ganado y la acción de la maquinaria contribuyen también a que la erosión sea aún más intensa, al quedar mucho más disgregada la capa superficial de tierra.

El suelo también puede ser afectado por la erosión hídrica, que actúa de dos formas diferentes según las características del terreno. La primera consiste en el ataque del suelo en superficie por el agua de lluvia, el hielo y el deshielo, con formación de elementos finos susceptibles de ser arrastrados, y posteriormente el arrastre y transporte de estos elementos por la escorrentía. La segunda consiste en el ataque del suelo en toda la extensión de su perfil, dando lugar a movimientos en masa.

Los glaciares son una de las causas principales de la erosión hídrica.

La desnudez de los suelos

Los diversos aspectos que adoptan los terrenos afectados son: erosión en capas, regueras y torrentes en la superficie topográfica, o deslizamientos, coladas y derrumbamientos. El resultado final es la separación de cantidades considerables de tierra y el consiguiente arrastre (ablación en el lenguaje de los geólogos) de elementos químicos y orgánicos necesarios para la fertilidad, y, por último, una modificación del régimen de circulación de las aguas, ya que los suelos erosionados favorecen la escorrentía en perjuicio de la infiltración.

Una de las consecuencias de la erosión es la separación de cantidades considerables de tierras.

Las vertientes montañosas son especialmente vulnerables a la erosión, tanto más cuanto mayor sea su pendiente. Si están cubiertas de árboles o arbustos, éstos facilitan la absorción del agua de las lluvias, de modo que ésta va filtrándose hasta alcanzar los cursos fluviales y los mantos acuíferos subterráneos; al mismo tiempo, las raíces de las plantas fortalecen y sujetan el suelo, mantienen su humedad y su porosidad, le aportan materia orgánica y meteorizan la roca madre. Pero cuando estos suelos se sobreexplotan hasta el punto de que su estructura se disgrega o, peor aún, cuando se elimina su cubierta arbórea, quedan expuestos a los caprichos de la erosión, y en particular de las riadas o las grandes avenidas. La situación se agrava si se trata de regiones expuestas a las terribles tormentas tropicales, como es el caso de muchas vertientes andinas en Ecuador y Perú, así como de una gran parte de las vertientes de las cordilleras centroamericanas.

Barreras humanas para combatir la erosión

Tradicionalmente, las laderas se han protegido mediante el sistema de cultivo en terrazas, arando en surcos separados siguiendo las curvas de nivel, fijando con piedras el contorno inferior del campo, no dejando nunca la tierra en barbecho y conservando parte de la vegetación autóctona en las orillas de los campos, los caminos, las acequias y los ríos, así como en las barrancas, las cimas y los cañones.

Otra alternativa tradicional a la que apuntan nuevamente los científicos es la agrosilvicultura, consistente en practicar cultivos mixtos, arbóreos y herbáceos, con objeto de mantener el suelo siempre protegido y obtener productos diversificados con el mínimo impacto ambiental, al mismo tiempo que se amortiguan los problemas derivados de la excesiva simplificación que caracteriza a la mayoría de las comunidades agrícolas.

Practicar cultivos mixtos, arbóreos y herbáceos, permite mantener el suelo siempre protegido.

La amenaza de la creciente desertización

Muy pocas áreas del planeta sufren un proceso natural de desertización, pero la presión humana incontrolada convierte en nuevos desiertos determinadas zonas áridas y semiáridas en un proceso que se ha dado en llamar “desertificación”. Muchas de estas zonas se encuentran en los límites de los actuales desiertos, de forma que el fenómeno aparece en realidad como un auténtico avance del desierto. Es lo que ha ocurrido a lo largo del último medio siglo en la franja del Sahel, situada al sur del Sahara, y lo que también está ocurriendo a marchas forzadas en muchas áreas del globo donde suelos pobres y secos son sometidos a una sobreexplotación agrícola o a un excesivo pastoreo, a la tala de demasiados árboles o la corta de demasiada leña y, a veces, a una irrigación inadecuada que esteriliza la tierra. Si las tierras irrigadas no tienen un drenaje apropiado, las sales que contiene el agua se acumulan en la zona de las raíces de los cultivos, por lo que acaban salinizando o alcalinizando el suelo y haciéndolo estéril.

El agotamiento del suelo, un fenómeno antiguo

La desertización aparece en la forma de invasión de dunas, movimiento de la arena y erosión de los barrancos, fenómenos que suelen iniciarse con la excesiva roturación, la pérdida de la cobertura vegetal, la formación de costras en el suelo u otros procesos físicos. Se trata de un fenómeno que el hombre ha provocado desde tiempos remotos: la civilización mesopotámica, cuna de la civilización occidental, se hundió en gran medida por el agotamiento del suelo ligado al empleo de técnicas de irrigación que acabaron esterilizándolo.

El sobrepastoreo es uno de los problemas que pueden causar desertización y/o desertificación.