Juan Manuel Fangio

Juan Manuel Fangio nació el 24 de Junio de 1911 en la ciudad de Balcarce, provincia de Buenos Aires, Argentina. Es, sin duda, el mejor automovilista de velocidad de la historia de dicho país y uno de los mejores de la historia.

Tras su exitoso paso por el turismo de carretera, Juan Manuel Fangio comenzó en 1949 su excepcional carrera como piloto en pruebas de circuito, que lo convirtió en uno de los nombres esenciales de la historia del deporte argentino. Se puede asegurar que en muchos rincones del mundo el nombre de Argentina se oyó por primera vez asociado a los trofeos automovilísticos ganados por este campeón irrepetible. Debutó aquel año en Mar del Plata, donde consiguió su primera conquista. Meses más tarde, en San Remo, Italia, obtuvo su primer triunfo europeo.

Fue campeón de la Fórmula 1 en cinco oportunidades.

Comenzó así su indiscutible hegemonía en la Fórmula 1, la más alta categoría de competencia automovilística internacional. En 1951, a bordo de un Alfa Romeo, ganó su primer título mundial, imponiéndose al italiano Alberto Ascari. El año 1954, con un Maserati primero y con un Mercedes Flecha de Plata después, ganó su segundo título, dejando en segundo lugar a otro gran piloto argentino: José Froilán González.

Al año siguiente, con el mismo modelo de vehículo, aventajó al británico Stirling Moss, uno de sus más enconados y persistentes rivales. En 1956 volvió a obtener la corona como piloto de Ferrari y al año siguiente, otra vez con Maserati, se consagró por quinta vez campeón del mundo, en una inolvidable faena en el circuito alemán de Nürburgring.

En 1958 se retiró de las competencias automovilísticas. Todavía a principios del siglo XXI seguía siendo el más ganador de los 22 argentinos que hasta entonces habían competido en Fórmula 1.

Sudáfrica 2010, el primer mundial en tierras africanas.

La República Sudafricana fue el primer país de África en acoger la fase final de la Copa Mundial de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), cuya XIX edición quedó inaugurada en el estadio Orlando de Soweto (Johannesburgo) el 11 de junio de 2010.

Sudáfrica, principal economía de su continente con un PIB superior a 270.000 millones de dólares, era en 2010 uno de los países emergentes en el contexto global, además de un Estado de marcados contrastes sociales. Para empezar destaca la heterogeneidad de su población, integrada por africanos de ascendencia europea (en su mayoría afrikaneers, descendientes de colonos neerlandeses), asiáticos (sobre todo indios), negros (divididos a su vez en varias etnias, predominando en número los bantúes) y mestizos. Una variedad racial que poco se corresponde con la distribución de la riqueza nacional, pues los blancos (apenas el 10 % de los 50 millones de sudafricanos) acaparan un 70 % de la misma. De la población negra (78 %) se nutren en su práctica totalidad las filas de desheredados (alrededor de 25 millones de personas) que viven por debajo del nivel de pobreza.

Estas desigualdades son consecuencia del ya extinto régimen del apartheid, basado en la segregación civil y económica de la mayoría negra, legalmente reglado a partir de 1913, que perduró hasta su abolición en 1994. Desde la recuperación de las libertades plenas, las clases populares han experimentado importantes avances sociales, aunque no con la velocidad suficiente para satisfacer todas las carencias derivadas de décadas de dominación blanca, ni tan profundas como para nivelar la situación económica de los distintos grupos étnicos.

Otras lacras sufridas por el país y directamente relacionadas con la marginación de amplias capas de su población son la incidencia del sida, que afecta a seis millones de sudafricanos (la inmensa mayoría de ellos, negros), y la criminalidad, una de las más elevadas del mundo.

Durante el período democrático inaugurado por las elecciones multirraciales de 1994, el deporte ha sido uno de los principales vehículos no sólo de promoción social para los negros, sino también de integración nacional entre todos los sudafricanos. Así se explica la euforia patriótica desatada en torno a una selección de fútbol donde por igual jugaban afrikaneers, mestizos y bantúes (aunque con predominio numérico de estos últimos, puesto que el deporte mayoritario entre los blancos es el rugby). Otra de las esperanzas colectivas estriba en los beneficios económicos del evento, máxime si se tiene en cuenta que el Estado sudafricano gastó alrededor de 17.000 millones de rands (unos 1.800 millones de euros) tan sólo en la construcción o rehabilitación de la decena de estadios donde se jugó la competición.

En el ámbito puramente deportivo, cinco eran las selecciones que aficionados y comentaristas consideraban favoritas en la lucha por el título: Italia (campeona en 2006), Brasil, Argentina, Alemania, Inglaterra y España, que se sumaba a este selecto grupo gracias a su condición de campeona de Europa y por el buen juego demostrado en la fase previa de clasificación, mérito que compartía con el combinado carioca. Alemania e Italia se aferraban a sus virtudes como conjunto, sin duda muy notables. Para compensar su decepcionante juego previo, la Argentina entrenada por Diego Armando Maradona, que a punto estuvo de quedar eliminada en la etapa clasificatoria, confiaba en la calidad de sus numerosas figuras, entre las cuales sobresalía Lionel Messi, el mejor jugador del mundo de los años 2009 y 2010. Por su parte, los ingleses aportaban una saludable mixtura entre el juego de equipo y la calidad de sus principales estrellas.

Otras selecciones llamadas a desarrollar un buen papel, aunque no se contase con ellas para los cuatro primeros puestos, eran Portugal, Holanda, Francia, Estados Unidos (potencia futbolística emergente de América) y la propia Sudáfrica. Se esperaba igualmente que algún conjunto de nivel teóricamente inferior diera una sorpresa a los grandes y se colocase en una meritoria posición final. Y cómo no, más de mil millones de espectadores en todo el mundo esperaban la consagración de grandes figuras del balón como Xavi, Iniesta, Kaká, Cristiano Ronaldo, Higuaín y Rooney, aparte del ya citado Messi.

A la postre, España cumplió con las aspiraciones depositadas en la precisión de su juego distintivo y la calidad sobresaliente de sus principales jugadores. Pese a la decepcionante derrota inicial ante Suiza (0-1), el combinado hispano alcanzó la final tras derrotar en semifinales a Alemania (1-0). Su último rival, Holanda, hizo valer durante todo el campeonato un juego duro y táctico, muy alejado del espectáculo brindado por anteriores selecciones de los Países Bajos, que le valió para eliminar en semifinales a la poderosa Brasil. En el duelo definitivo, los españoles se impusieron en la prórroga (1-0), ganando así su primer Mundial.

España se consagró campeona del mundo tras vencer por 1-0 a Holanda en la final.

Yelena Isinbáyeva

Yelena Isinbáyeva nació el 3 de junio de 1982 en Volgogrado (antigua Stalingrado), ciudad de la Unión Soviética que hoy se halla en territorio de la Federación Rusa.

Siendo niña se inició en la práctica de la gimnasia, disciplina a la que atribuye su gran elasticidad. Sin embargo, un excesivo crecimiento la obligó a cambiar de deporte. A los 15 años comenzó su andadura en el atletismo, en una de cuyas modalidades técnicamente más complejas iba a especializarse, el salto con pértiga.

El debut internacional de Isinbáyeva tuvo lugar en los mundiales junior de Annecy (Francia), en 1998, en los que ya saltó por encima de los cuatro metros, aunque sin obtener medalla. Al año siguiente alcanzó los 4,20 m en el campeonato nacional ruso.

Apenas tenía 19 años cuando, tras haber ganado tres mundiales junior, debutó en competiciones internacionales absolutas con un séptimo puesto en el Campeonato del Mundo Indoor de Lisboa (2001). Pronto obtuvo sus primeras medallas en este tipo de certámenes, sendas platas en los campeonatos de Europa de Munich, en 2002, y en el mundial indoor de Birmingham, en 2003, y ese mismo año, el bronce en el Campeonato del Mundo de París. Fueron el preludio a su primera plusmarca mundial, obtenida en Gateshead (Reino Unido) en julio de 2003, cuando la atleta rusa alzó el listón hasta los 4,82 m; meses después (febrero de 2004) hizo lo propio con el récord del mundo indoor, que dejó en 4,83 m. En apenas dos años, Isinbáyeva había mejorado su marca personal en 61 cm, progresión que puede calificarse de espectacular.

Isinbáyeva ganó su primera medalla de oro en un campeonato mundial senior en la edición indoor de Budapest de 2004. Desde entonces y hasta 2008, su supremacía ha sido incontestable, como atestiguan una decena de oros consecutivos en campeonatos mundiales y de Europa (cuatro indoor y otros tantos al aire libre) y en los Juegos Olímpicos de Atenas (2004) y Pekín (2008). En este mismo período batió 14 veces la plusmarca mundial al aire libre y otras 10 el récord indoor.

Logró la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, y revalidó su título cuatro años más tarde, en Beijing. (Foto: AFP)

Su fallida participación en el Campeonato Mundial de Berlín de 2009, en el que quedó descalificada, alzó rumores sobre el inicio de su ocaso deportivo, pese a que ese mismo año había superado en dos ocasiones consecutivas su propia plusmarca indoor, que alcanzó los cinco metros. Estas suposiciones fueron pronto desmentidas con un nuevo récord mundial al aire libre, obtenido en el Mitin de Zurich: 5,06 m.

A unas condiciones físicas admirables, rebosantes de fuerza y agilidad, Isinbáyeva suma la depurada técnica en el salto que perfeccionó junto a su entrenador, Vasili Petrov, antiguo preparador de otro mito de la pértiga, el ucraniano Sergéi Bubka. Según Petrov, las posibilidades de su pupila no estaban agotadas con las plusmarcas mencionadas, pues situaba su techo máximo de salto entre los 5,15 y los 5,20 m, una altura jamás soñada por ninguna atleta femenina. Téngase en cuenta que la plusmarquista mundial precedente, la también rusa Svetlana Feofanova, dejó el listón en 4,88 m, 18 cm menos que la marca actual.

Isinbáyeva ostenta el récord mundial, con una marca de 5,06 m.

Los triunfos de Isinbáyeva han sido reconocidos por la Federación Internacional de Atletismo con la nominación a la mejor atleta del año en 2004, 2005 y 2008, y con el Premio Laureus a la mejor deportista femenina del año en 2007 y 2009. El día 2 de septiembre de 2009 se le otorgó el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes.

Usain Bolt

Citius, altius, fortius (Más rápido, más alto, más fuerte), reza el lema olímpico. Una tríada de conceptos idónea para describir las proezas de Usain Bolt (n. Trelawny Parish, Jamaica, 1986), que destaca por su superioridad física sobre sus competidores de la elite de la velocidad mundial.

Así quedó demostrado en los Campeonatos Mundiales de Atletismo de Berlín (Alemania), celebrados en agosto de 2009, cuando el jamaicano rebajó las marcas mundiales de las pruebas de 100 y 200 m lisos, respectivamente, hasta los 9,58 y 19,19 s.

Con una anatomía que parece expresamente diseñada para la carrera (1,96 m de estatura, 86 kg de peso), las fibras músculares de Bolt tienen una capacidad explosiva superior a la de grandes figuras aún recientes del atletismo mundial, como el ya legendario estadounidense Carl Lewis. Así se demostró precozmente, cuando a la edad de 15 años ya registraba un tiempo de 10,20 segundos en la distancia de los 100 m lisos, marca equivalente al récord del mundo logrado por el también estadounidense Jesse Owens -otro mito de la historia del atletismo– en junio de 1936.

Campeón del mundo junior en 2002 en la prueba de 200 m, la consagración de Bolt llegó en los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008 (China), donde ganó el oro en las carreras de 100 m, 200 m y 4×100 m, pruebas todas ellas en las que batió la plusmarca mundial. Los resultados obtenidos en Berlín (2009) confirmaron su supremacía en el Olimpo del atletismo.

Bolt obtuvo tres medallas de oro en los JJOO de Pekín 2008

Bolt ocupa la cumbre de una saga de grandes velocistas jamaicanos inaugurada por Don Quarrie, plusmarquista mundial de los 100 m lisos en 1976 (9,9 s), y continuada por Asafa Powell, que batió el récord del mundo de la misma prueba en 2006 (9,77 s), 2007 (9,74 s) y 2008 (9,72 s). La tripleta jamaicana ha desbancado de la cima del podio a los velocistas estadounidenses, cuyas últimas grandes figuras fueron Carl Lewis (9,86 s en 1991), Leroy Burrell (9,85 s en 1994) y Maurice Greene (9,79 s en 1999). La descalificación por dopaje del récord mundial de Tim Montgomery (9,78 s en 2002) y por deficiencias de cronometraje de Justin Gatlin (9,77 s en 2006) empañaron los últimos triunfos de la gran maquinaria atlética de Estados Unidos.

Bolt ostenta el record mundial de los 100 metros libres con una marca de 9,58 s. (foto: AFP)

 

Desde Owens hasta la actualidad, han hecho falta 73 años de competición para restar 48 centésimas de segundo a la lucha del atleta contra el reloj en la prueba reina del atletismo. Un intervalo de tiempo imperceptible para nuestros sentidos, tan sólo mensurable gracias al cronometraje electrónico (aplicado desde 1968) y alcanzado merced a los avances en las técnicas de alto rendimiento físico y los materiales de competición. Dadas las limitaciones del cuerpo humano, tan nimia fracción de tiempo representa un avance formidable en la historia del deporte, hasta el punto de que no se esperaba un registro como el de Bolt hasta mediados del siglo XXI. Téngase en cuenta que para rebajar tres décimas y dejar la plusmarca mundial por debajo de los 10 s hicieron falta 32 años de competición desde los tiempos de Owens (el logro correspondió al estadounidense Jim Hines, que dejó el cronómetro en 9,9 s en junio de 1968).

Con sus proezas atléticas, Usain Bolt ha incorporado su nombre a la lista de modernos héroes de la historia del deporte.

Juegos Olímpicos de Pekín 2008

El 8 de agosto de 2008 comienzan en Pekín, la capital de la República Popular China, los XXIX Juegos Olímpicos, uno de los acontecimientos deportivos con mayor repercusión mundial, tanto por su cobertura mediática como por las connotaciones políticas y económicas que implica. China, elegida en 2001 como país anfitrión del evento, ha realizado un ingente esfuerzo económico y humano para el desarrollo de las infraestructuras necesarias y en el acondicionamiento de la capital y sus servicios. Para el régimen autoritario chino, los Juegos Olímpicos suponen la ocasión excepcional de mostrar al mundo una nueva imagen de modernidad, implícita al papel de potencia mundial que China reclama para sí.

Un escaparate político y económico

El 13 de junio de 2001, el Comité Olímpico Internacional (COI), reunido en Moscú (Rusia), confió a Pekín la organización de los Juegos Olímpicos de 2008. La capital china se impuso en la votación final a París (Francia), Osaka (Japón), Estambul (Turquía) y Toronto (Canadá). Desde entonces, el gran país asiático ha realizado un enorme esfuerzo, tanto social como económico, para estar a la altura de un evento de tamaña magnitud.

Los Juegos Olímpicos adquieren singular importancia para su país anfitrión, la República Popular China, que aspira tanto a reformar su imagen internacional, desfavorecida por las numerosas violaciones de los derechos humanos que se achacan a su régimen, como a ofrecer una demostración de su poderío económico, que registra crecimientos anuales superiores al diez por ciento.

Por todo ello, no resulta extraño que la inversión oficial en campañas publicitarias supere los 20.000 millones de dólares. En cualquier caso, la gestación del proyecto olímpico no ha estado libre de problemas y polémicas, tanto a nivel medioambiental como por lo referente al recorte de libertades que ejerce el gobierno chino, y con especial relevancia a tenor del conflicto por la soberanía del Tibet, recrudecido con ocasión de los Juegos.

Los Juegos de Pekín fueron la vigésimo novena edición de las Olimpiadas.

La preparación de los juegos

Más de 17.000 trabajadores han participado en la preparación de los Juegos Olímpicos de Pekín. A falta de datos oficiales, será esta la Olimpiada más cara de la historia, pues el coste total del evento alcanza los 40.000 millones de dólares, según estimaciones de la Asociación de Investigación Olímpica de Pekín.

Los trabajos preliminares han tenido cuatro ejes principales de actuación: la construcción o, en su caso, remodelación de las infraestructuras civiles y deportivas necesarias para el evento; el desarrollo de redes de transporte capaces de atender los movimientos del público asistente; la consolidación de sistemas de seguridad eficientes, tanto policiales como de protección civil, y la gestión de la problemática medioambiental, muy presente en toda la forja del proyecto, que ha pretendido contar con la sostenibilidad como uno de sus valores fundamentales. Dicha estrategia ha sido aplicada fundamentalmente a Pekín, sede central de los Juegos, pero también a las restantes sedes olímpicas: Hong Kong (equitación), Qingdao (vela), Shanghai, Tianjin, Shenyang y Quinhuangdao (cuatro escenarios para los encuentros de fútbol).

Entre las infraestructuras civiles construidas o remodeladas con ocasión de los Juegos Olímpicos destaca la ampliación del aeropuerto de Pekín, mediante la construcción de su Terminal 3, obra del renombrado arquitecto británico Norman Foster. La nueva instalación tiene casi tres kilómetros de longitud y una superficie de 986.000 m2. Su diseño, realizado en vidrio y metal, evoca la silueta de un dragón, uno de los seres más significativos de la mitología y la cultura china. Gracias a esta ampliación, más de 700 compañías aéreas operan en el gigantesco aeropuerto pekinés, que puede recibir hasta 76 millones de pasajeros al año. En cuanto al coste de las obras, se elevó a más de 3.500 millones de dólares.

También se han construido o acondicionado 59 vías de comunicación, tres puentes, y más de cien hoteles de diferentes categorías, con el fin de asegurar la cobertura de la demanda turística generada por los Juegos.

Pekín ha remodelado y expandido sus sistemas de transporte urbano, tanto el ferrocarril metropolitano, con la creación de 10 nuevas líneas de metro de alta velocidad, como los autobuses y el número de taxis disponibles en la ciudad.

El último de los ejes fundamentales en la gestación del proyecto olímpico de Pekín ha sido el desarrollo y afianzamiento de una red de seguridad que asegurase el normal desarrollo del evento y pudiera hacer frente al peligro del terrorismo. Aunque la ciudad partía con uno de los índices de criminalidad más bajos a nivel mundial y pese a que los Juegos no cuentan con la oposición declarada de ningún grupo armado, las autoridades chinas han puesto especial interés en dar una imagen de solidez garantizada, para lo cual se creó un gran dispositivo de control policial, que aúna a más de 150.000 miembros de distintos cuerpos de seguridad, destinado a velar por la seguridad de la ciudad durante la celebración de los Juegos Olímpicos.

Instalaciones deportivas

Sin embargo, el mayor esfuerzo constructivo ha tenido como centro las infraestructuras de carácter deportivo, esenciales para los Juegos Olímpicos. Once de las 31 instalaciones que acogerán las distintas pruebas son de nueva construcción, otras 11 existían ya pero han sido remodeladas y en nueve casos se trata de instalaciones temporales. También se han creado 41 centros de entrenamiento y cinco instalaciones adicionales relacionadas con la preparación de los deportistas.

Los Juegos necesitaron de una inversión de 40.000 millones de dólares.

Entre todos estos proyectos destaca el Estadio Olímpico Nacional de Pekín, también llamado Estadio Nido, debido a su estructura exterior de mallas metálicas, dispuestas en torno al estadio en forma de nido. Obra de los arquitectos suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron, en su interior tendrán lugar las ceremonias de inauguración y de clausura de los Juegos Olímpicos, así como distintos eventos de las competiciones de fútbol y atletismo. La faraónica construcción, de 258.000 m2 de superficie y con capacidad para 100.000 espectadores, ha requerido del Estado chino una inversión de 500 millones de dólares.

Entre las obras más importantes del proyecto olímpico figura también el Estadio Nacional Cubierto de Pekín, destinado a albergar las competiciones de gimnasia artística y balonmano. Su superficie ronda los 81.000 m2 y tiene capacidad para 18.000 espectadores. Esta instalación cuenta con los más modernos avances en materia de construcción, tanto por las técnicas empleadas -está diseñado para soportar y minimizar las altas temperaturas del verano chino- como por los materiales utilizados, gran parte de los cuales tiene su origen en el reciclado.

El Centro Acuático Nacional de Pekín, también llamado Cubo de Agua por su diseño cúbico, concita una atracción arquitectónica singular, ya que sus 80.000 m2 de superficie lo han convertido en el mayor edificio del mundo construido mediante estructuras de membranas. Gracias a sus membranas semitransparentes de textura mullida, el edificio está iluminado en un 90 % por la luz natural, demostración del compromiso de la organización de los Juegos con la sostenibilidad y el medio ambiente. El capital necesario para su edificación, 110 millones de dólares, fue aportado íntegramente por las regiones de régimen económico especial de Macao y Hong-Kong, así como por Taiwán, el Estado chino de régimen liberal que se separó de China tras la proclamación de la República Popular.

El Cubo de Agua fue una de las mayores atracciones de los Juegos.

Actividad deportiva

El programa de los Juegos Olímpicos de Pekín incluye un total de 37 disciplinas de 28 deportes diferentes, que suman un total de 302 eventos deportivos. En ellos participarán cerca de 11.000 atletas de 206 federaciones diferentes. Cabe señalar que el béisbol vivirá su última participación olímpica. Por el contrario, en Pekín podrá disfrutarse de cinco nuevas disciplinas, entre las que destacan la natación de larga distancia (10 km), el ciclismo acrobático (BMX) o los 3.000 m obstáculos femeninos.

La competición deportiva se presume como una de las más ajustadas de las últimas décadas. La supremacía estadounidense en los Juegos de Atenas de 2004, en los que la delegación norteamericana obtuvo 103 medallas (35 de oro), se ve amenazada en Pekín 2008 por una República Popular China que quedó segunda en la capital griega con 63 medallas, pero a solo tres oros de los estadounidenses. Si a ello se suma el papel anfitrión de China y su ya conocida intención de demostrar al mundo el poderío humano de su renovado país, puede inferirse que el medallero va a estar muy disputado. Por otra parte, tampoco puede subestimarse la concurrencia de otras potencias deportivas como Rusia, Australia o Alemania.

Algunos deportistas de probada talla mundial, por su trayectoria y palmarés llegan a estos Juegos Olímpicos con la consideración de claros favoritos. En atletismo sobresalen corredores como los jamaicanos Asafa Powell y Usain Bolt, que ostenta la plusmarca mundial en 100 m lisos. Otro rival a batir será el estadounidense Tyson Gay, que participará en los 100 m y en los relevos. Otros grandes favoritos son el chino Liu Xiang, campeón de 110 m vallas en Atenas; el etiope Kenenisa Bekele, que aspira a ganar en 5.000 y 10.000 m; y la rusa Yelena Isinbayeva, plusmarquista mundial de salto con pértiga. En natación despuntan el estadounidense Michael Phelps y la francesa Laure Manaudou, aunque no hay que olvidar al australiano Eamon Sullivan o al francés Alain Bernard. En cuanto a los deportes de equipo, Estados Unidos presenta en baloncesto un poderoso equipo, formado en su integridad con jugadores de la liga profesional norteamericana, la NBA, aunque España (actual campeón del mundo) y Argentina (subcampeona) también cuentan con opciones al oro. En el fútbol, Brasil y Argentina parten como favoritas.

Usain Bolt, ganador de tres medallas de oro, fue sin dudas una de las figuras de estos Juegos Olímpicos.

Pese a la presencia de estas grandes figuras del deporte mundial, la competición de los Juegos Olímpicos de Pekín se ha visto ensombrecida por la amenaza planteada por algunos atletas de no participar en sus respectivas disciplinas, debido a los altos índices de contaminación registrados en la capital china. Destaca entre ellos el plusmarquista etíope Haile Gebrselassie, que padece asma y ha renunciado a participar en el maratón para centrarse en los 10.000 m lisos.