Fue un prócer de la independencia de Quito, que lideró la revolución de los Marqueses y la Primera Junta de Gobierno Autónoma de Quito en 1809. Fue también alcalde de Quito, comandante de las tropas quiteñas y tío de Carlos Montúfar, otro destacado héroe de la libertad. Su vida fue una aventura de valor, patriotismo y nobleza.
1778
Contrajo matrimonio con Maria Nicolassa Guerrero y Matheu, hija del conde de Selva Florida.
1793
Fue elegido como alcalde de segundo voto del cabildo de Quito.
1808
Formó parte de la Revolución de los Marqueses, que estableció la Primera Junta de Gobierno Autónoma de Quito.
1809
Asumió como alcalde de primer voto y presidente del Cabildo.
1812
Participó en la batalla de San Antonio e Ibarra, en la que el Estado de Quito fue derrotado por las fuerzas realistas.
1822
Al terminar la batalla de Pichincha, que marcó definitivamente la independencia de Quito, se unió a la Gran Colombia de Bolívar.
1830
Reconoció la creación de la República del Ecuador bajo el mando de Juan José Flores.
PRIMERA JUNTA AUTÓNOMA DE GOBIERNO
Se estableció el 10 de agosto de 1809 con la destitución del presidente de la Real Audiencia de Quito, Manuel Ruiz Urriés de Castilla, y la formación de la primera Junta de Gobierno Autónoma de Quito. Montúfar era el alcalde de primer voto y presidente del cabildo de Quito, y junto a otros nobles quiteños, proclamó la soberanía de la ciudad y fidelidad al rey Fernando VII, que había sido depuesto por Napoleón Bonaparte.
Esta Primera Junta fue el primer grito de independencia de las colonias españolas en América, y se inspiró en la Junta Central Suprema que se había formado en España para resistir la invasión francesa. La Junta de Quito envió cartas al virrey de Nueva Granada y a los Infantes de España, solicitando el reconocimiento de su autonomía y lealtad al rey. Sin embargo, la junta fue disuelta por las fuerzas realistas en noviembre del mismo año, y Pedro de Montúfar fue capturado y enviado como prisionero a lima.
¿Sabías qué?
Pedro de Montúfar fue el único prócer de la independencia de Quito que vivió hasta ver la creación de la República del Ecuador en 1830, bajo el mando de Juan José Flores. Montúfar reconoció la nueva nación y se mantuvo al margen de las luchas políticas que siguieron a la separación de la Gran Colombia.
Aunque la lucha iniciada el 10 de agosto de 1809 en Ecuador no culminó con el triunfo definitivo de los independentistas, constituyó el primer intento por derrocar al sistema colonial español. El ejemplo de los precursores de la independencia fue seguido por otros patriotas que dieron nacimiento al Estado Ecuatoriano.
Antecedentes
En 1808 reinaba en España Carlos IV, quien el siete marzo de ese año, se vio obligado a renunciar al trono en favor de su hijo Fernando VII. Napoleón, emperador francés, con ambiciones de dominar los territorios coloniales españoles, hizo prisionero al monarca. Este hecho provocó la organización de las Juntas Supremas Provinciales que establecieron la lucha del pueblo hispano contra la Francia imperial.
Las noticias de lo acontecido en Europa llegaron con rapidez a América, inquietando a los habitantes de Quito. El 25 de diciembre de 1808, Juan Pío Montúfar, rico hacendado del Valle de Los Chillos, convocó para su hacienda “El Obraje”, a influyentes vecinos de la ciudad. El tema de discusión era la búsqueda de una solución para evitar que los franceses dominaran el país. La conclusión fue imitar a España, creando la Junta Soberana.
Por la fecha en que se desarrolló la reunión se le llamó “La Conspiración de la Navidad”.
Primeros pasos de la conspiración
En los meses que siguieron a la convocatoria del Marqués de Selva Alegre se sumaron otros conspiradores. El gobierno colonial descubrió sus intenciones y apresó a la mayoría de los participantes.
La posición privilegiada de los acusados y el robo de pruebas documentales permitió que, los excelentes abogados contratados, lograran la libertad de los reos.
No hay apoyo para Quito
Cuenca, Guayaquil y Pasto no apoyaron el movimiento quiteño del 10 de Agosto.
La rebelión
Los conspiradores liberados se reorganizaron y, en la noche del 9 de agosto, se reunieron en la casa de la patriota quiteña Doña Manuela Cañizares. En la madrugada del siguiente día quedó conformada la Junta Soberana de Gobierno.
¿Sabías qué...?
Manuela Cañizares arengó a los quiteños el 10 de agosto con una dura frase: “Cobardes…hombres nacidos para la servidumbre, ¿de qué tenéis miedo…? ¡No hay tiempo que perder…!”.
Composición de la Junta
Presidente: Juan Pío Montúfar, Marqués de Selva Alegre.
Vicepresidente: Obispo José Cuero y Caicedo.
Secretario de Estado: Doctor Juan de Dios Morales.
Secretario de Despacho: Doctor Manuel Rodríguez de Quiroga.
Secretario de Interior: Doctor Juan Larrea.
Los marqueses y el pueblo
Los cabecillas del movimiento del 10 de agosto en Quito fueron los dueños de latifundios, la mayoría de ellos con nombramientos nobiliarios de marqueses y condes, que se separaron de la burocracia colonial y la sustituyeron. Entre las medidas tomadas estaban la supresión de los impuestos de los blancos y no de los indios y el perdón de las deudas que tenían con la Corona por la compra de tierras. Los activistas y organizadores de la Junta eran intelectuales, abogados, medianos terratenientes y algunos sacerdotes. Más tarde, no lograrían despertar entusiasmo por su gobierno, ni en el pueblo de la ciudad ni en los indígenas ya que no los beneficiaron en nada. Sin embargo, el 2 de agosto, cuando estos habían sido perseguidos y apresados, artesanos, vendedores, tenderos y el pueblo urbano se habían levantado para defenderlos sufriendo la represión y la muerte. A pesar de luchar por sus intereses, los actores de la Revolución de Quito fueron verdaderos patriotas, porque se levantaron contra las autoridades coloniales y establecieron un gobierno, se sacrificaron por mantenerlo y muchos de ellos perdieron la vida por defenderlo.
De la Real Audiencia a la Junta de Gobierno
El mismo 10 de agosto, en horas tempranas, el Secretario General de la Junta, Doctor Antonio Ante, como comisionado se dirigió al despacho del Don Manuel Urriez, Conde de Castilla y Presidente de la Real Audiencia de Quito, para informarle la decisión de ser relevado en su cargo por la Junta de Gobierno. Por su parte el Coronel Juan de Salinas, Jefe Máximo de las fuerzas militares, juró lealtad a la Junta y al Rey.
Con la toma del poder, la Junta inició las primeras acciones ejecutivas y legislativas.
El 16 de agosto se convocó a un Cabildo Abierto que se efectuó en la sala capitular del Convento de San Agustín, donde se ratificó lo acordado seis días antes.
Reacción en la Península
Las autoridades coloniales reaccionaron enviando tropas desde Guayaquil, Pasto y otros lugares para reconquistar Quito y tomar el control apresando a los sublevados.
Por su parte, la Junta organizó un ejército de 3.000 colaboradores bajo las órdenes de Ascázubi y Zambrano, con la misión de avanzar al Norte y frenar el avance de los realistas comandadas por Miguel Tacón, en ese momento Gobernador de Popayán.
Combates de Sapuyes y Cumbal
La falta de disciplina e inexperiencia de los milicianos hizo que, luego de cruzar el río Carchi y adentrarse en Pasto, fueran diezmados en los combates de Sapuyes, en el caso de Juan Ascázubi y de Cumbal, en el de Manuel Zambrano. El primero hecho prisionero y el segundo escapó con lo que quedó de su tropa.
Quito volvió al pasado
Los quiteños al conocer de la derrota de sus combatientes reaccionaron con discusiones inútiles y divisionismo. Pío Montúfar renunció al cargo de presidente. Juan José Guerrero y Mateu lo sucedió en el cargo. Su postura fue buscar acercamiento con el conde Ruíz de Castilla hasta llegar la capitulación, el 24 de octubre, bajo la promesa de olvido del pasado y la inmunidad de los miembros de la Junta.
El engaño
Los primeros días que siguieron a la rendición resultaron normales y la Junta de Gobierno continuó en su actividad. Sin embargo, con la llegada de las tropas guayaquileñas y cuencanas, del Batallón Real de Lima y de los vencedores de Sapuyes y Cumbal las cosas cambiaron. El conde ordenó restablecer la Real Audiencia y perseguir a los que apoyaron la sublevación. Uno de los pocos en escapar fue Juan Pío Montúfar.
El proceso
El fiscal actuante en el proceso seguido contra los rebeldes pidió la pena de muerte para más de cuarenta acusados. Le tocó al virrey de Santa Fe dictar sentencia.
Se busca un caudillo
El grito libertario del 10 de Agosto constituyó un movimiento débil, frágil, desarticulado y carente de un verdadero líder.
El pueblo quiteño organizó el rescate que terminó en la matanza del 2 de agosto de 1810.
Las causas de la derrota
La ausencia de un verdadero líder con conocimientos militares, las contradicciones internas, la falta de respaldo popular al movimiento, especialmente en las ciudades de Cuenca y Guayaquil, y la falta de unidad fueron las causas del fracaso.
Más allá del fracaso
Para Ecuador y América el 10 de agosto de 1809 constituyó un hecho trascendental a pesar de los errores cometidos en su organización. Para los organizadores estaba claro el interés de tomar el poder en medio de los complejos procesos que se estaban dando en la metrópoli para así delimitar mejor los territorios ocupados por los virreinatos vecinos.
Esa fecha significó el inicio de una lucha que no terminaría hasta conquistar la independencia de la patria y el continente.
¿Sabías qué...?
Los sucesos del 10 de Agosto constituyeron el Primer Grito de la Independencia de Ecuador.
La crónica que relata el atentado de Berruecos, en el cual muere Antonio José de Sucre, describe sin proponérselo todo cuanto representaba el Mariscal para la política de la América independentista. Las hipótesis en torno al esclarecimiento del asesinato arrojan tantos nombres como títulos de diversa naturaleza pudo cosechar este hombre. El 4 de junio de 1830 no sólo cae abatido El Héroe de Ayacucho y El Redentor de los Hijos del Sol, también muere el “hombre más importante de Colombia” después del Libertador. Su captor principal pudo haber sido cualquiera: José María Obando, Juan José Flores o el propio Francisco de Paula Santander, pues para los intereses políticos que cada uno de ellos defendía, por su cuenta o en alianza con los otros, Sucre era su principal amenaza. Los acontecimientos decretarían así la desaparición de un gran político y estadista, el cual, en medio de las luchas caudillistas y nacionalistas, siempre se mantuvo aliado al Proyecto de la Gran Nación Colombiana.
La tesis que más anima para comprender la vida de Antonio José de Sucre es la que sostiene que el personaje “vivió y murió por la política, o lo que es lo mismo, por el poder”, dice Inés Quintero. Su biografía transcurre casi en su totalidad en el ámbito de la esfera pública y los acontecimientos que la construyen serán, por lo tanto, inseparables de aquellos que marcaron la independencia de Hispanoamérica y el derrumbamiento de la Gran Colombia. Claro está que los sucesos en cuestión deben comprenderse tanto más como una lucha por el poder económico y político, cuanto menos como un episodio de guerras justicieras. La guerra era, en este sentido, uno de los instrumentos políticos de la emancipación y Sucre estuvo en las más importantes, como, por ejemplo, en la de Ayacucho.
Pero no es menos cierto afirmar que Sucre era mucho más que un soldado entrenado para la guerra. Su ascenso a general no sólo ocurriría por sus virtudes militares, sino por su visión política. Comulgaba con las ideas de Bolívar, defendía la idea de la gran potencia colombiana y apostaba por la modernización de las sociedades americanas.
La carrera militar del también llamado Libertador del Sur, la inicia Antonio José de Sucre desde muy joven y quizá sin saber que estaba formándose exactamente para ello. Después de haber realizado sus primeros estudios en la escuela fundada por su tía, María de Alcalá, en la ciudad natal de Cumaná, se trasladó a Caracas, donde ingresó en la Escuela de Ingenieros del coronel español Tomás Mires. Como joven perteneciente al sistema militar de la monarquía española, se formó en los valores de orden, disciplina y autoridad, al ritmo de sus estudios de matemáticas, agrimensura, fortificación y artillería. Estos conocimientos y principios serán vitales para el desempeño de Sucre en una carrera que estaba a punto de comenzar. Estalla la revolución de 1810 en Caracas.
Las clases dirigentes de Cumaná, entre las que se encontraba la familia Sucre y Alcalá, se hallaban en la tarea de organizar el gobierno local, toda vez que se pronunciaran a favor de Caracas. Su madre, Manuela de Alcalá, había muerto cuando él tenía siete años, pero su padre, Vicente Sucre, era uno de los organizadores de la Junta Suprema y de la milicia en esa ciudad; junto a él, su vasta familia. Es fundamentalmente por esta razón que Sucre marcha hacia Cumaná para formar parte de la Comandancia de armas del gobierno recién constituido, en calidad de subteniente del Cuerpo de Milicias Regladas del Ejército de Oriente. “Empezada la revolución diría Bolívar de Sucre, se dedicó a esta arma y mostró desde los primeros días una aplicación y una inteligencia que lo hacían sobresalir entre sus compañeros. Por esta razón, una vez empezada la guerra en 1811, es convocado al Estado Mayor del Ejército de Miranda, sirviendo a su mando hasta 1812. Entre tanto, se pierde la Primera República.
La lealtad hacia Bolívar
La participación de Sucre en la empresa de reconquista de los territorios orientales, adelantada por los generales Mariño, Piar, Bermúdez y Valdés, y su posterior servicio al Estado Mayor General de Oriente, entre 1814 y 1817, le significaron al joven oficial, no sólo el desarrollo de sus habilidades y destrezas militares (“En los célebres campos de Maturín y Cumaná diría Bolívar de Sucre, se encontraba de ordinario al lado de los más audaces, rompiendo las filas enemigas, destrozando ejércitos contrarios, con tres o cuatro compañías de voluntarios que componían todas nuestras fuerzas. La Grecia no ofrece prodigios mayores”), sino además una toma de postura política frente a las diferencias que existían entre los generales orientales y Bolívar. Más tarde, todo ello se traduciría en el compromiso de Sucre con el futuro político de la Gran Nación Colombiana.
La Guerra de Independencia continuaba y en 1815, tras la derrota de Cumaná y Maturín, Sucre pasó a la isla de Margarita, desde donde, a raíz del desembarco de las fuerzas expedicionarias de Pablo Morillo, se trasladó a Cartagena. Bajo las órdenes de Lino Pombo, participó en la defensa de esta ciudad como ingeniero auxiliar. En diciembre se dirigió a Haití, en compañía de los generales José Francisco Bermúdez y Carlos Soublette, y luego a Trinidad, donde permaneció durante varios meses.
Se extendía la Guerra de Independencia y Venezuela debía decidir en relación con la unidad de sus ejércitos. El general realista, el Pacificador Pablo Morillo, avanzó por los territorios, y las contradicciones entre los generales venezolanos no permitían dar con una estrategia para propugnar la reconquista. En este marco de circunstancias regresó Sucre, en 1816, dispuesto a unirse definitivamente al Ejército Libertador, y a declarar su alianza y lealtad, únicas e irrevocables, hacia Bolívar. En octubre de 1817, a propósito de los acontecimientos de Cariaco, marchó junto al general Rafael Urdaneta para pelear en Guayana al lado de Bolívar. Los argumentos de su adhesión al Libertador se encontraban asociados al principio del orden y las jerarquías que debían guardarse en el interior de los ejércitos; “Yo no dudo que el general Mariño se convertirá al orden, no encuentro otro árbitro sino éste o el de ser un guerrillero en los montes de Güiria”. Bolívar le confiere el grado de coronel. Posteriormente, con motivo del triunfo en Boyacá, asciende a general de brigada. Una vez nombrado jefe del Estado Mayor General y ministro interino de Guerra y Marina, fue designado para participar en las negociaciones de armisticio y regularización de la guerra, que se debían adelantar con El Pacificador: “Este tratado es digno del alma del general Sucre; la benignidad, la clemencia, el genio de la beneficencia lo dictaron” diría Bolívar, a propósito del resultado favorable de las conversaciones. Mientras tanto, la Gran Colombia es decretada en Angostura, y nuevas exigencias, políticas y militares, se le imponen a Sucre como jefe del ejército en la famosa Campaña del Sur.
La campaña tenía como objetivo liberar los territorios correspondientes a la Real Audiencia de Quito y promover su adhesión a Colombia. Esta conquista era de vital importancia para la nueva nación, pues debía consolidar su hegemonía. La misión de Sucre no fue fácil, en vista de la diversidad de intereses implicados en aquella guerra. Las provincias de Quito y Guayaquil se habían alzado en armas en contra del gobierno español; y si bien todos estaban de acuerdo con la Independencia, no todos estaban a favor de la adhesión a Colombia; algunos pugnaban por la unión con Perú, en vista de las relaciones comerciales, y otros preferían la Independencia llamada “absoluta”, es decir, la autonomía. Guayaquil era una de las principales adversarias de la adhesión, pero sin embargo necesitaba el apoyo del Ejército Libertador. Sucre llegó con las tropas en su ayuda, y firmó un armisticio con los españoles que le permitiría formar un ejército digno para la contienda; simultáneamente, pactó con los guayaquileños acerca de cómo debía ser llevada a cabo la conformación y manutención del llamado Ejército del Sur. Mientras durara el armisticio, el ejército se nutriría por recursos, tanto humanos como económicos, procedentes de Colombia, pero estaría claro que conforme se fueran reclutando hombres de la región, el ejército comenzaría a depender de los recursos locales. El 24 de mayo de 1822 se llevó a cabo la batalla de Pichincha, al occidente de Quito, en la cual cayó abatido el ejército realista. Pocas horas después, Melchor de Aymerich, presidente de la Real Audiencia de Quito, firmó la capitulación. Sucre se convirtió en el Libertador de las provincias del sur de Colombia, y junto a Bolívar fue recibido con todos los honores en Quito. Se creó entonces el Departamento de Quito como una extensión del territorio de la Gran Colombia.
La liberación del Perú
El siguiente movimiento politicomilitar en la campaña del sur consistía en la liberación del Perú. El gobierno de la Gran Colombia tenía muy claro que debía neutralizar este territorio en pro de su hegemonía; esta provincia se encontraba aún en poder de los realistas, aunque su independencia hubiera sido decretada por San Martín en 1820. Se sabía además de las pretensiones que tenía el gobierno peruano respecto a los territorios del Departamento de Quito. Sucre fue enviado a Lima y el general Santa Cruz, al alto Perú; el objetivo era estrictamente militar, y por eso Sucre aceptaría no intervenir en sus asuntos internos. La empresa no era fácil, pues la disposición hacia la libertad no era ampliamente compartida, y además existía desconfianza entre los ejércitos colombianos y del sur, por causa del poder sobre el territorio que se estarían jugando.
La batalla de Junín, el 6 de agosto de 1824, sería el último triunfo de Bolívar en América. A Sucre le quedaba aún trecho por recorrer. Liberada Lima, fue enviado en auxilio al Alto Perú. Después de la travesía, las tropas se hallaban desmejoradas físicamente; se trataba de la campaña de invierno en la sabana del Alto Ande. Sucre dispuso de todos los recursos para la dotación de hospitales y se encargó personalmente de la supervisión de los pacientes. Mientras tanto, diseñaba la estrategia junto al general Santa Cruz; la penetración de la selva del Jauja resultaba la alternativa más loable, porque pese a su elevado riesgo, su consecución sería definitoria. Bolívar se hallaba enfermo en Pativilca y Sucre era el general en jefe de la misión; se encontraba en desventaja numérica respecto al ejército realista comandado por el teniente coronel José de Canterac. La contienda duraría sólo una hora, tiempo suficiente para que la brillante estrategia de Antonio José de Sucre terminara con el último bastión de los españoles en tierra americana. Ahora le quedaba a Sucre decidir sobre los destinos del Alto Perú; la República de Bolivia estaba a punto de crearse.
Teniendo en cuenta la experiencia de las intervenciones realizadas en el Departamento de Quito y en el Bajo Perú, Sucre tomó la decisión de convocar en mayo de 1825, en el alto Perú, una asamblea constituyente para que fuera a través de la consulta pública que se decidieran los destinos de las provincias. En ellas se presentaron tres tendencias claramente delimitadas: una a favor de la anexión al Río de La Plata, otra a favor de la anexión a Perú, y la tercera a favor de la Independencia absoluta. La propuesta triunfadora resultó ser la tercera, y se solicitó al Libertador que redactase una Constitución para la nueva nación. Se creó de esta manera la llamada República de Bolivia, como un régimen de carácter mixto, entre democracia y monarquía, con un presidente vitalicio, cuatro poderes y tres cámaras. Sucre fue decretado presidente de la nueva nación.
Por una América Moderna
Un ensayo de sociedad moderna estaba en la mente de Sucre, quien no tardó en redactar un proyecto de acción que en la práctica tendría poca viabilidad en tanto que su “finalidad dice Inés Quintero era adecuar la compleja y tradicional realidad altoperuana cuya composición social, estructura económica e instituciones obedecían a los rígidos intereses y jerarquías de la dinámica heredada del orden, para convertirla en una sociedad moderna ajustada a los principios del modelo liberal europeo”. Esta era la filosofía que sostuvo la lucha emancipadora de América, cuyos efectos en el ejercicio práctico de la misma se sienten incluso hoy en día, y han sido, paradójicamente, los de haber conformado sociedades híbridas en las cuales coexisten estructuras modernas y tradicionales. Dicho efecto lo vería, en su momento, el gran pensador americano Simón Rodríguez, quien, aparte de haberse desempeñado como superintendente de Educación en Bolivia durante esa época, era un gran crítico con el hábito de “imitar” los esquemas de organización social europeos; decía Rodríguez que si algo debía imitarse de Europa, era la forma como los europeos se dedicaron a “inventar” sus propias sociedades; “o inventamos o erramos” escribió el pensador. Sucre no lo entendía así y el programa de gobierno intentaría reformas profundas y radicales en el orden político, económico, social, cultural, administrativo, burocrático, educativo, en la salud, en la organización del espacio y en las instituciones.
La implantación del programa no tardaría en despertar resquemores, los cuales, al agudizarse, se transformarían en una revuelta que expulsaría a Sucre del poder. Aparte del debilitamiento del Ejército Libertador, estuvo claro que las causas más eficientes estuvieron asociadas a los dos grandes planes adelantados por el programa de Sucre. El 18 de abril de 1828 estalló una revuelta en Chuquisaca, promovida por el batallón de Granaderos del cuartel de San Francisco. Sucre fue herido en su brazo derecho, lo cual le impidirá ejercer las funciones de gobierno, encargándole al general José María Pérez de Urdinenea que le sustituya.
Penúltimo balance en la vida política
La evaluación que haría Sucre respecto a sus dos años de presidencia sitúa las causas de su defenestración política en factores asociados a la pugna por el poder, la ignorancia y la descomposición del propio sistema societario. Explicaría a Bolívar en fecha previa a su renuncia: “Nuestros edificios políticos están construidos sobre arena, por más solidez que pongamos en sus paredes, por más adornos que se le hagan, no salvaremos el mal de sus bases”. La sensación de frustración y de asqueamiento hacia la vida pública lo llevaría a manifestar su deseo de retirarse; sin embargo, lo esperaban nuevas batallas, nuevas misiones de negociación, y la propia muerte.
La noticia del atentado contra Bolívar en Colombia, en septiembre de 1828, irrumpió en la naciente vida conyugal del mariscal en Quito quien había contraído matrimonio con Mariana Carcelén, marquesa de Solanda, y le condujo a desdecirse en su decisión de retirarse a la vida privada. La vivencia de Sucre de la noticia no fue sino un indicador más de la fatalidad que, para él, estaría a punto de cernirse sobre la República Colombiana. La Gran Colombia estaba a punto de morir; Sucre lo sabía pero se animó a luchar hasta el final. Por eso, al pronunciarse en torno al atentado, apoyó a Bolívar en su decisión de haberse declarado Dictador de Colombia: el orden debía prevalecer ante todo. Casi simultáneamente, Perú le declaró la guerra a Colombia y Sucre fue designado para dirigir el batallón que haría frente a esta situación. Esta vez tendría que luchar en contra de sus antiguos aliados de la guerra emancipadora. Sin mayores dificultades, sin embargo, venció a los peruanos en la batalla de Tarquí, el 27 de febrero de 1829. Decidió emprender entonces una nueva retirada y regresó al lado de su esposa; juntos se residencian en la hacienda de Chishince, en Quito.
La frustración de la Gran Colombia
El último respiro de Colombia, sin embargo, demandaría del Mariscal su presencia en el Congreso Admirable, el cual se celebraría a comienzos de 1830. Colombia debía decidir su destino, y Sucre, como representante de la provincia de Cumaná, fue nombrado presidente del evento. Sus propuestas se encontraban orientadas al diálogo y la concertación con los departamentos que todavía conformaban la República. Como parte de la estrategia, Sucre encabezaba la comisión que iría a Venezuela, que para la fecha había decidido desconocer la Constitución de Colombia y la autoridad de Bolívar, para negociar la reversión de la decisión. Sucre emprendió viaje hacia Venezuela, pero fue detenido en Cúcuta por las autoridades venezolanas; debía permanecer en esa ciudad hasta que llegaran los emisarios del gobierno con quienes debía dialogar.
El diagnóstico que hizo Sucre de la situación colombiana le sugirió dos puntos clave para la negociación en favor del mantenimiento de la unidad; en función de ellos, propuso a Venezuela, además de acogerse a la Constitución colombiana, que ningún general o ex general del Ejército Libertador pudiera ejercer cargos de presidente en los departamentos; en el trasfondo, su intención era contradecir el rumor de que él o Bolívar estuvieran aspirando al cargo. Todo fracasó, y Sucre abandonó Colombia invadido por una profunda frustración: “Colombia sentenció Sucre dirigiéndose a un amigo está condenada a ser un caos y un barullo. Cae uno del porrazo de un militar y si tiene fuerzas para levantarse, lo espera un fraile con su excomunión; y si por casualidad guarda uno alguna bendición apostólica de reserva para escaparse, lo espera un demagogo con su cuchilla popular; y si es tan afortunado que evade los peligros, lo aguarda en el término un rentista que lo lleva a vender en un estanco. Entre tanto se hace todo en nombre de la libertad y de las leyes. Si no me equivoco, es ésta una ligera, pero exacta pintura de nuestro estado; y tan exacta, que puede Vd. imprimirla en alguna gaceta de Gobierno”.
Ya tan sólo animado por el reencuentro con su esposa y con su primogénita, emprendió el regreso a Quito. En el camino se produjo el atentado de Berruecos. Como autores materiales fueron señalados José Erazo y Apolinar Morillo, quien diez años más tarde fue apresado y fusilado por esta causa. Los autores intelectuales quedarán en la incógnita del olvido, regocijándose en la confusión de una América ya emancipada pero sometida a la pugna entre las fuerzas nacionalistas, regionalistas y las de la Gran República; de cualquiera de las primeras pudo haber procedido su verdugo, pues para cada una de ellas, Sucre era su principal enemigo. “¡Ha muerto el Abel de Colombia!”, diría el Libertador desde su exilio; con lo cual, la muerte de la Gran Colombia no tenía sino que ser decretada.