Fue un destacado militar argentino que participó en las guerras de la independencia y en las guerras civiles de su país. Su trayectoria abarcó desde el Alto Perú hasta el Paraguay, pasando por Chile y el Brasil. Fue gobernador de Santiago del Estero y jefe del Estado Mayor de varios ejércitos. Su vida es un testimonio de la complejidad y el dinamismo de la historia sudamericana del siglo XIX.
1810
Se enlistó en el Ejército del Norte y peleó en la Alto Perú.
1813
Se trasladó a Chile con la División Auxiliar para luchar contra los realistas.
1817
Cruzó los Andes con el Ejército de los Andes y participó en la batalla de Chacabuco.
1820
Se unió a la campaña de Arenales en el Perú y peleó en la batalla de Cerro de Pasco.
1824
Participó en las batallas de Junín y Ayacucho, que establecieron la independencia del Perú.
1825
Fue designado como jefe del Estado mayor del Ejército Libertador por Bolívar.
1827
Regresó a Argentina y luchó en la guerra contra Brasil en la batalla de Ituzaingó.
1829
Se unió a la Liga del Interior y confrontó las montoneras federales de Facundo Quiroga.
1830
Fue elegido como gobernador de Santiago del Estero por la Sala de Representantes.
1831
Se exilió en Bolivia y después en Perú tras la caída de José María Paz.
1846
Regresó a Argentina y sirvió a Paz como jefe del Estado Mayor del Ejército.
1852
Finalmente, emigró a Paraguay donde fue nombrado jefe del Estado Mayor del Ejército paraguayo por Solano López.
¿Sabías qué?
Román Deheza se exilió a Bolivia y Perú después de la caída del general José María Paz, líder de la Liga del Interior, una coalición de provincias unitarias que se oponía al federalismo de Juan Manuel de Rosas. Deheza había sido gobernador de Santiago del Estero, pero tuvo que abandonar el cargo cuando Paz fue capturado por los federales en 1831.
Fue un militar y héroe patriota de la Nueva Granada que luchó en las fuerzas independentistas lideradas por Simón Bolívar. Participó en batallas cruciales como la batalla de Miñarica y su destacada actuación le valió varios reconocimientos, incluyendo la Medalla de Tarqui.
PARTICIPACIÓN EN LA GUERRA DE INDEPENDENCIA
Se unió al ejército a una temprana edad y ascendió rápidamente de rango por su valentía y lealtad, convirtiéndose en uno de los hombres de confianza de Antonio José de Sucre. Participó en importantes batallas como la de Carabobo en 1821, la de Ayacucho en 1824, y el Portete de Tarqui en 1829, en ellas fue reconocido por su heroísmo.
Más tarde, se originó una crisis política en Ecuador entre Vicente Rocafuerte y el doctor José Félix Valdivieso, a quien Barriga apoyó dirigiendo el ejército del interior del gobierno de Quito en la batalla Miñarica en 1834, la cual perderían ante las tropas de Rocafuerte a pesar de su sacrificado patriotismo.
RECONOCIMIENTOS
Isidoro Barriga y López de Castro recibió varios reconocimientos por su notorio desempeño en el campo militar. Algunos de ellos son:
• Medalla de Tarqui.
• Medalla de Ayacucho.
• Escudo de Junín.
• Escudo de Carabobo.
• Estrella de los Libertadores de Venezuela.
• Busto del Libertador.
¿Sabías qué?
El 16 de julio de 1831, Isidoro Barriga y Mariana Carcelén, la marquesa de Solanda y Villarocha, se casaron, a pesar de que ella había enviudado. Esta unión fue considerada por muchos como un adulterio moral, ya que en esa época era costumbre seguir la castidad en respeto a la memoria del difunto conyugue, o esperar al menos cinco años antes de volver a casarse.
Manuel Antonio López Borrero fue un destacado personaje de la independencia de América del Sur. Este militar e historiador colombiano luchó por la libertad de su patria y de otras naciones hermanas. Su vida de sacrificios y conocimientos lo llevó a participar en batallas decisivas y a escribir obras fundamentales para la memoria histórica de Colombia y Perú.
1818
Se unió a las fuerzas de la patria a los 15 años.
1819
Se unió al Ejército Libertador de Colombia y fue capturado por los realistas.
1820
Escapó y se reincorporó al Rjército Republicano, siendo nombrado asistente del Estado Mayor.
1822
Participó en la batalla de Pichincha.
1824
Luchó en la Batalla de Ayacucho con el rango de capitán.
1826
Regresó a Colombia y se estableció en Venezuela, ocupó cargos públicos y periodísticos.
1830
Fue confinado por el general Rafael Urdaneta por supuestos lazos con los septembristas.
1831
Fue liberado y regresó a Colombia, donde continuó trabajando como funcionario y escritor.
OBRAS ESCRITAS
Entre sus principales obras se encuentran:
• Campaña del Perú por el Ejército Unido Libertador de Colombia: un relato de las batallas que tuvo el ejército de Bolívar en Perú, con mapas y archivos.
• Recuerdos históricos del coronel Manuel Antonio López: una autobiografía en la que cuenta sus vivencias como asistente del Estado mayor General Libertador en Colombia y Perú.
• Quito, Luz de América: un trabajo que destaca la importancia de Quito como impulsora de la independencia de América.
¿Sabías qué?
Manuel Antonio López Borrero estuvo a cargo de la bandera del ejército independentista durante la Batalla de Pichincha, lo cual marcó la liberación de Ecuador. También se rumorea que fue testigo de la ejecución de 50 patriotas cuando fue capturado por los realistas, pero debido a su juventud, le perdonaron la pena de muerte.
Pedro Alcántara Herrán fue un destacado militar y político colombiano que participó en las guerras de la independencia de Nueva Granada y Perú. Ocupó la presidencia de la República de la Nueva Granada y su gobierno se caracterizó por una política conservadora, centralista y clerical.
1814
Pedro Alcántara Herrán se unió a las fuerzas patriotas.
1821
Ingresó al Ejército Libertador con el grado de capitán de caballería, bajo el mando de Antonio José de Sucre y participó en la liberación de Quito y Guayaquil.
1823
Acompañó a Antonio José de Sucre en la campaña del sur y fue ascendido a sargento mayor por Simón Bolívar.
1824
Luchó en las batallas de Junín y Ayacucho, donde se selló la independencia del Perú.
1827-1829
Asumió el cargo de administrador de Cundinamarca, una de las provincias de la Gran Colombia.
1830
Se desempeñó como ministro de Guerra del primer presidente de la República de la Nueva Granada, Joaquín Mosquera.
1836
Fue designado comandante militar del Istmo de Panamá.
1837
Ocupó la gobernación de la provincia de Cundinamarca.
1838–1839
Alcántara Herrán fue nombrado secretario de Relaciones Exteriores de la República de la Nueva Granada.
1841–1845
Fue elegido presidente de la República de la Nueva Granada.
1854–1856
Ocupó por segunda ocasión el cargo de ministro de Guerra bajo el mandato del presidente José de Obaldía.
1859
Asumió como comandante en jefe de los ejércitos de la Confederación Granadina, enfrentándose a la rebelión del general Tomás Cipriano de Mosquera.
1860
Se retiró de la vida política para dedicarse a sus asuntos personales y familiares.
SU GOBIERNO
Pedro Alcántara Herrán fue el cuarto presidente de la República de la Nueva Granada, que corresponde al territorio actual de Colombia. Durante su mandato, implementó una política conservadora que favorecía al centralismo, al poder de la Iglesia Católica y al orden social. Alguna de sus acciones incluyó la promulgación de la Constitución de 1843, que reemplazó la de 1832 y estipulaba un sistema unitario de gobierno, con un presidente elegido por el Congreso para un mandato de cuatro años sin opción a reelección inmediata. Además, censuró la prensa y limitó la libertad de expresión, otorgó el control de la educación al clero y permitió el retorno de los jesuitas. Herrán también enfrentó y resolvió un conflicto con Perú por los territorios de Pasto y Tumaco, manteniendo la soberanía de Nueva Granada sobre ellos.
¿Sabías qué?
Pedro Alcántara Herrán mantuvo su lealtad al bolivarianismo incluso después de la disolución de la Gran Colombia en 1830. Se opuso a la rebelión de Rafael Urdaneta, que pretendía restablecer la autoridad de Bolívar y apoyó el gobierno de José Ignacio de Márquez, que respetaba la Constitución de 1821.
Juan Manuel Iturregui Aguilarte fue una figura destacada en la historia de la independencia del Perú, desplegó su valentía y liderazgo en un momento crucial para la nación. Su contribución al primer pronunciamiento independentista marcó un antes y un después en la lucha por la libertad.
1810
Realizó sus estudios en el Convictorio de San Carlos de Lima, donde absorbe los principios de libertad e independencia de Toribio Rodríguez Mendoza.
1820
Regreso a Lambayeque y lidera el asalto al cuartel de coraceros, proclamando la independencia de su provincia. También apoyó al general José de San Martin con recursos y tropas.
1824
Participó en las batallas de Junín y Ayacucho, así como en la toma del Real Felipe y la rendición del general Rodil.
1826
Actuó como representante diplomático en Londres y se opuso al plan de Juan José Flores de establecer un Reino Unido de Ecuador, Perú y Bolivia, con un príncipe español.
1834
Juan Manuel Iturregui contrajo matrimonio con Manuela González Sáez de Tejada y Martínez de Pinillos
1836
Se sumó a la resistencia contra la confederación Perú-Boliviana de Andrés de Santa Cruz y combate en la batalla de Yungay.
1845
Fue designado ministro de Hacienda por el presidente Ramón Castilla y ejecuta importantes reformas fiscales y monetarias.
1853
Fue elegido senador por el departamento de La Libertad y presidió el Congreso Constituyente que promulgó la Constitución de 1856.
1857
Nació Juan Manuel Claudio Iturregui González, hijo único de Juan Manuel Iturregui Aguilarte.
1868
Regresó como senador por La Libertad y respaldó la candidatura de José Balta a la presidencia.
¿Sabías qué?
Juan Manuel Iturregui Aguilarte fue testigo de la boda de la hija de José de San Martín, Mercedes, con el joven argentino Mariano Balcarce, en París, el 13 de diciembre de 1832. San Martín eligió a Iturregui como testigo debido a su larga compañía en las batallas por la independencia de América. Juan Manuel Iturregui también mantuvo amistad con Simón Bolívar, quien le envió una carta el 29 de agosto de 1826 en la que le felicitaba por oponerse al plan de crear un Reino Unido de Ecuador, Perú y Bolivia.
La crónica que relata el atentado de Berruecos, en el cual muere Antonio José de Sucre, describe sin proponérselo todo cuanto representaba el Mariscal para la política de la América independentista. Las hipótesis en torno al esclarecimiento del asesinato arrojan tantos nombres como títulos de diversa naturaleza pudo cosechar este hombre. El 4 de junio de 1830 no sólo cae abatido El Héroe de Ayacucho y El Redentor de los Hijos del Sol, también muere el “hombre más importante de Colombia” después del Libertador. Su captor principal pudo haber sido cualquiera: José María Obando, Juan José Flores o el propio Francisco de Paula Santander, pues para los intereses políticos que cada uno de ellos defendía, por su cuenta o en alianza con los otros, Sucre era su principal amenaza. Los acontecimientos decretarían así la desaparición de un gran político y estadista, el cual, en medio de las luchas caudillistas y nacionalistas, siempre se mantuvo aliado al Proyecto de la Gran Nación Colombiana.
La tesis que más anima para comprender la vida de Antonio José de Sucre es la que sostiene que el personaje “vivió y murió por la política, o lo que es lo mismo, por el poder”, dice Inés Quintero. Su biografía transcurre casi en su totalidad en el ámbito de la esfera pública y los acontecimientos que la construyen serán, por lo tanto, inseparables de aquellos que marcaron la independencia de Hispanoamérica y el derrumbamiento de la Gran Colombia. Claro está que los sucesos en cuestión deben comprenderse tanto más como una lucha por el poder económico y político, cuanto menos como un episodio de guerras justicieras. La guerra era, en este sentido, uno de los instrumentos políticos de la emancipación y Sucre estuvo en las más importantes, como, por ejemplo, en la de Ayacucho.
Pero no es menos cierto afirmar que Sucre era mucho más que un soldado entrenado para la guerra. Su ascenso a general no sólo ocurriría por sus virtudes militares, sino por su visión política. Comulgaba con las ideas de Bolívar, defendía la idea de la gran potencia colombiana y apostaba por la modernización de las sociedades americanas.
La carrera militar del también llamado Libertador del Sur, la inicia Antonio José de Sucre desde muy joven y quizá sin saber que estaba formándose exactamente para ello. Después de haber realizado sus primeros estudios en la escuela fundada por su tía, María de Alcalá, en la ciudad natal de Cumaná, se trasladó a Caracas, donde ingresó en la Escuela de Ingenieros del coronel español Tomás Mires. Como joven perteneciente al sistema militar de la monarquía española, se formó en los valores de orden, disciplina y autoridad, al ritmo de sus estudios de matemáticas, agrimensura, fortificación y artillería. Estos conocimientos y principios serán vitales para el desempeño de Sucre en una carrera que estaba a punto de comenzar. Estalla la revolución de 1810 en Caracas.
Las clases dirigentes de Cumaná, entre las que se encontraba la familia Sucre y Alcalá, se hallaban en la tarea de organizar el gobierno local, toda vez que se pronunciaran a favor de Caracas. Su madre, Manuela de Alcalá, había muerto cuando él tenía siete años, pero su padre, Vicente Sucre, era uno de los organizadores de la Junta Suprema y de la milicia en esa ciudad; junto a él, su vasta familia. Es fundamentalmente por esta razón que Sucre marcha hacia Cumaná para formar parte de la Comandancia de armas del gobierno recién constituido, en calidad de subteniente del Cuerpo de Milicias Regladas del Ejército de Oriente. “Empezada la revolución diría Bolívar de Sucre, se dedicó a esta arma y mostró desde los primeros días una aplicación y una inteligencia que lo hacían sobresalir entre sus compañeros. Por esta razón, una vez empezada la guerra en 1811, es convocado al Estado Mayor del Ejército de Miranda, sirviendo a su mando hasta 1812. Entre tanto, se pierde la Primera República.
La lealtad hacia Bolívar
La participación de Sucre en la empresa de reconquista de los territorios orientales, adelantada por los generales Mariño, Piar, Bermúdez y Valdés, y su posterior servicio al Estado Mayor General de Oriente, entre 1814 y 1817, le significaron al joven oficial, no sólo el desarrollo de sus habilidades y destrezas militares (“En los célebres campos de Maturín y Cumaná diría Bolívar de Sucre, se encontraba de ordinario al lado de los más audaces, rompiendo las filas enemigas, destrozando ejércitos contrarios, con tres o cuatro compañías de voluntarios que componían todas nuestras fuerzas. La Grecia no ofrece prodigios mayores”), sino además una toma de postura política frente a las diferencias que existían entre los generales orientales y Bolívar. Más tarde, todo ello se traduciría en el compromiso de Sucre con el futuro político de la Gran Nación Colombiana.
La Guerra de Independencia continuaba y en 1815, tras la derrota de Cumaná y Maturín, Sucre pasó a la isla de Margarita, desde donde, a raíz del desembarco de las fuerzas expedicionarias de Pablo Morillo, se trasladó a Cartagena. Bajo las órdenes de Lino Pombo, participó en la defensa de esta ciudad como ingeniero auxiliar. En diciembre se dirigió a Haití, en compañía de los generales José Francisco Bermúdez y Carlos Soublette, y luego a Trinidad, donde permaneció durante varios meses.
Se extendía la Guerra de Independencia y Venezuela debía decidir en relación con la unidad de sus ejércitos. El general realista, el Pacificador Pablo Morillo, avanzó por los territorios, y las contradicciones entre los generales venezolanos no permitían dar con una estrategia para propugnar la reconquista. En este marco de circunstancias regresó Sucre, en 1816, dispuesto a unirse definitivamente al Ejército Libertador, y a declarar su alianza y lealtad, únicas e irrevocables, hacia Bolívar. En octubre de 1817, a propósito de los acontecimientos de Cariaco, marchó junto al general Rafael Urdaneta para pelear en Guayana al lado de Bolívar. Los argumentos de su adhesión al Libertador se encontraban asociados al principio del orden y las jerarquías que debían guardarse en el interior de los ejércitos; “Yo no dudo que el general Mariño se convertirá al orden, no encuentro otro árbitro sino éste o el de ser un guerrillero en los montes de Güiria”. Bolívar le confiere el grado de coronel. Posteriormente, con motivo del triunfo en Boyacá, asciende a general de brigada. Una vez nombrado jefe del Estado Mayor General y ministro interino de Guerra y Marina, fue designado para participar en las negociaciones de armisticio y regularización de la guerra, que se debían adelantar con El Pacificador: “Este tratado es digno del alma del general Sucre; la benignidad, la clemencia, el genio de la beneficencia lo dictaron” diría Bolívar, a propósito del resultado favorable de las conversaciones. Mientras tanto, la Gran Colombia es decretada en Angostura, y nuevas exigencias, políticas y militares, se le imponen a Sucre como jefe del ejército en la famosa Campaña del Sur.
La campaña tenía como objetivo liberar los territorios correspondientes a la Real Audiencia de Quito y promover su adhesión a Colombia. Esta conquista era de vital importancia para la nueva nación, pues debía consolidar su hegemonía. La misión de Sucre no fue fácil, en vista de la diversidad de intereses implicados en aquella guerra. Las provincias de Quito y Guayaquil se habían alzado en armas en contra del gobierno español; y si bien todos estaban de acuerdo con la Independencia, no todos estaban a favor de la adhesión a Colombia; algunos pugnaban por la unión con Perú, en vista de las relaciones comerciales, y otros preferían la Independencia llamada “absoluta”, es decir, la autonomía. Guayaquil era una de las principales adversarias de la adhesión, pero sin embargo necesitaba el apoyo del Ejército Libertador. Sucre llegó con las tropas en su ayuda, y firmó un armisticio con los españoles que le permitiría formar un ejército digno para la contienda; simultáneamente, pactó con los guayaquileños acerca de cómo debía ser llevada a cabo la conformación y manutención del llamado Ejército del Sur. Mientras durara el armisticio, el ejército se nutriría por recursos, tanto humanos como económicos, procedentes de Colombia, pero estaría claro que conforme se fueran reclutando hombres de la región, el ejército comenzaría a depender de los recursos locales. El 24 de mayo de 1822 se llevó a cabo la batalla de Pichincha, al occidente de Quito, en la cual cayó abatido el ejército realista. Pocas horas después, Melchor de Aymerich, presidente de la Real Audiencia de Quito, firmó la capitulación. Sucre se convirtió en el Libertador de las provincias del sur de Colombia, y junto a Bolívar fue recibido con todos los honores en Quito. Se creó entonces el Departamento de Quito como una extensión del territorio de la Gran Colombia.
La liberación del Perú
El siguiente movimiento politicomilitar en la campaña del sur consistía en la liberación del Perú. El gobierno de la Gran Colombia tenía muy claro que debía neutralizar este territorio en pro de su hegemonía; esta provincia se encontraba aún en poder de los realistas, aunque su independencia hubiera sido decretada por San Martín en 1820. Se sabía además de las pretensiones que tenía el gobierno peruano respecto a los territorios del Departamento de Quito. Sucre fue enviado a Lima y el general Santa Cruz, al alto Perú; el objetivo era estrictamente militar, y por eso Sucre aceptaría no intervenir en sus asuntos internos. La empresa no era fácil, pues la disposición hacia la libertad no era ampliamente compartida, y además existía desconfianza entre los ejércitos colombianos y del sur, por causa del poder sobre el territorio que se estarían jugando.
La batalla de Junín, el 6 de agosto de 1824, sería el último triunfo de Bolívar en América. A Sucre le quedaba aún trecho por recorrer. Liberada Lima, fue enviado en auxilio al Alto Perú. Después de la travesía, las tropas se hallaban desmejoradas físicamente; se trataba de la campaña de invierno en la sabana del Alto Ande. Sucre dispuso de todos los recursos para la dotación de hospitales y se encargó personalmente de la supervisión de los pacientes. Mientras tanto, diseñaba la estrategia junto al general Santa Cruz; la penetración de la selva del Jauja resultaba la alternativa más loable, porque pese a su elevado riesgo, su consecución sería definitoria. Bolívar se hallaba enfermo en Pativilca y Sucre era el general en jefe de la misión; se encontraba en desventaja numérica respecto al ejército realista comandado por el teniente coronel José de Canterac. La contienda duraría sólo una hora, tiempo suficiente para que la brillante estrategia de Antonio José de Sucre terminara con el último bastión de los españoles en tierra americana. Ahora le quedaba a Sucre decidir sobre los destinos del Alto Perú; la República de Bolivia estaba a punto de crearse.
Teniendo en cuenta la experiencia de las intervenciones realizadas en el Departamento de Quito y en el Bajo Perú, Sucre tomó la decisión de convocar en mayo de 1825, en el alto Perú, una asamblea constituyente para que fuera a través de la consulta pública que se decidieran los destinos de las provincias. En ellas se presentaron tres tendencias claramente delimitadas: una a favor de la anexión al Río de La Plata, otra a favor de la anexión a Perú, y la tercera a favor de la Independencia absoluta. La propuesta triunfadora resultó ser la tercera, y se solicitó al Libertador que redactase una Constitución para la nueva nación. Se creó de esta manera la llamada República de Bolivia, como un régimen de carácter mixto, entre democracia y monarquía, con un presidente vitalicio, cuatro poderes y tres cámaras. Sucre fue decretado presidente de la nueva nación.
Por una América Moderna
Un ensayo de sociedad moderna estaba en la mente de Sucre, quien no tardó en redactar un proyecto de acción que en la práctica tendría poca viabilidad en tanto que su “finalidad dice Inés Quintero era adecuar la compleja y tradicional realidad altoperuana cuya composición social, estructura económica e instituciones obedecían a los rígidos intereses y jerarquías de la dinámica heredada del orden, para convertirla en una sociedad moderna ajustada a los principios del modelo liberal europeo”. Esta era la filosofía que sostuvo la lucha emancipadora de América, cuyos efectos en el ejercicio práctico de la misma se sienten incluso hoy en día, y han sido, paradójicamente, los de haber conformado sociedades híbridas en las cuales coexisten estructuras modernas y tradicionales. Dicho efecto lo vería, en su momento, el gran pensador americano Simón Rodríguez, quien, aparte de haberse desempeñado como superintendente de Educación en Bolivia durante esa época, era un gran crítico con el hábito de “imitar” los esquemas de organización social europeos; decía Rodríguez que si algo debía imitarse de Europa, era la forma como los europeos se dedicaron a “inventar” sus propias sociedades; “o inventamos o erramos” escribió el pensador. Sucre no lo entendía así y el programa de gobierno intentaría reformas profundas y radicales en el orden político, económico, social, cultural, administrativo, burocrático, educativo, en la salud, en la organización del espacio y en las instituciones.
La implantación del programa no tardaría en despertar resquemores, los cuales, al agudizarse, se transformarían en una revuelta que expulsaría a Sucre del poder. Aparte del debilitamiento del Ejército Libertador, estuvo claro que las causas más eficientes estuvieron asociadas a los dos grandes planes adelantados por el programa de Sucre. El 18 de abril de 1828 estalló una revuelta en Chuquisaca, promovida por el batallón de Granaderos del cuartel de San Francisco. Sucre fue herido en su brazo derecho, lo cual le impidirá ejercer las funciones de gobierno, encargándole al general José María Pérez de Urdinenea que le sustituya.
Penúltimo balance en la vida política
La evaluación que haría Sucre respecto a sus dos años de presidencia sitúa las causas de su defenestración política en factores asociados a la pugna por el poder, la ignorancia y la descomposición del propio sistema societario. Explicaría a Bolívar en fecha previa a su renuncia: “Nuestros edificios políticos están construidos sobre arena, por más solidez que pongamos en sus paredes, por más adornos que se le hagan, no salvaremos el mal de sus bases”. La sensación de frustración y de asqueamiento hacia la vida pública lo llevaría a manifestar su deseo de retirarse; sin embargo, lo esperaban nuevas batallas, nuevas misiones de negociación, y la propia muerte.
La noticia del atentado contra Bolívar en Colombia, en septiembre de 1828, irrumpió en la naciente vida conyugal del mariscal en Quito quien había contraído matrimonio con Mariana Carcelén, marquesa de Solanda, y le condujo a desdecirse en su decisión de retirarse a la vida privada. La vivencia de Sucre de la noticia no fue sino un indicador más de la fatalidad que, para él, estaría a punto de cernirse sobre la República Colombiana. La Gran Colombia estaba a punto de morir; Sucre lo sabía pero se animó a luchar hasta el final. Por eso, al pronunciarse en torno al atentado, apoyó a Bolívar en su decisión de haberse declarado Dictador de Colombia: el orden debía prevalecer ante todo. Casi simultáneamente, Perú le declaró la guerra a Colombia y Sucre fue designado para dirigir el batallón que haría frente a esta situación. Esta vez tendría que luchar en contra de sus antiguos aliados de la guerra emancipadora. Sin mayores dificultades, sin embargo, venció a los peruanos en la batalla de Tarquí, el 27 de febrero de 1829. Decidió emprender entonces una nueva retirada y regresó al lado de su esposa; juntos se residencian en la hacienda de Chishince, en Quito.
La frustración de la Gran Colombia
El último respiro de Colombia, sin embargo, demandaría del Mariscal su presencia en el Congreso Admirable, el cual se celebraría a comienzos de 1830. Colombia debía decidir su destino, y Sucre, como representante de la provincia de Cumaná, fue nombrado presidente del evento. Sus propuestas se encontraban orientadas al diálogo y la concertación con los departamentos que todavía conformaban la República. Como parte de la estrategia, Sucre encabezaba la comisión que iría a Venezuela, que para la fecha había decidido desconocer la Constitución de Colombia y la autoridad de Bolívar, para negociar la reversión de la decisión. Sucre emprendió viaje hacia Venezuela, pero fue detenido en Cúcuta por las autoridades venezolanas; debía permanecer en esa ciudad hasta que llegaran los emisarios del gobierno con quienes debía dialogar.
El diagnóstico que hizo Sucre de la situación colombiana le sugirió dos puntos clave para la negociación en favor del mantenimiento de la unidad; en función de ellos, propuso a Venezuela, además de acogerse a la Constitución colombiana, que ningún general o ex general del Ejército Libertador pudiera ejercer cargos de presidente en los departamentos; en el trasfondo, su intención era contradecir el rumor de que él o Bolívar estuvieran aspirando al cargo. Todo fracasó, y Sucre abandonó Colombia invadido por una profunda frustración: “Colombia sentenció Sucre dirigiéndose a un amigo está condenada a ser un caos y un barullo. Cae uno del porrazo de un militar y si tiene fuerzas para levantarse, lo espera un fraile con su excomunión; y si por casualidad guarda uno alguna bendición apostólica de reserva para escaparse, lo espera un demagogo con su cuchilla popular; y si es tan afortunado que evade los peligros, lo aguarda en el término un rentista que lo lleva a vender en un estanco. Entre tanto se hace todo en nombre de la libertad y de las leyes. Si no me equivoco, es ésta una ligera, pero exacta pintura de nuestro estado; y tan exacta, que puede Vd. imprimirla en alguna gaceta de Gobierno”.
Ya tan sólo animado por el reencuentro con su esposa y con su primogénita, emprendió el regreso a Quito. En el camino se produjo el atentado de Berruecos. Como autores materiales fueron señalados José Erazo y Apolinar Morillo, quien diez años más tarde fue apresado y fusilado por esta causa. Los autores intelectuales quedarán en la incógnita del olvido, regocijándose en la confusión de una América ya emancipada pero sometida a la pugna entre las fuerzas nacionalistas, regionalistas y las de la Gran República; de cualquiera de las primeras pudo haber procedido su verdugo, pues para cada una de ellas, Sucre era su principal enemigo. “¡Ha muerto el Abel de Colombia!”, diría el Libertador desde su exilio; con lo cual, la muerte de la Gran Colombia no tenía sino que ser decretada.