El cuento fantástico

Y cuando comenzamos a leer… nos encontramos con el mundo cotidiano hasta que en algún momento nos enfrentamos a lo extraño e inexplicable. En ese punto es cuando el lector comienza a bucear en un entorno fantástico.

Los cuentos fantásticos no presentan ningún rasgo de ciencia ficción ya que en sus relatos se pueden identificar elemento o situaciones reales y/o cotidianas. Sin embargo, en algún punto de la historia se genera lo fantástico haciéndose presente alguna situación misteriosa.

El objetivo de este tipo de cuentos no es resolver aquello inexplicable, sino que sustentándose en ello, se genere suspenso. Aquí también entra en juego la imaginación del lector que puede ir conjeturando diversas situaciones posibles. A su vez, su incertidumbre aumenta, al confluir lo real con lo irreal.

Aquellos temas que han suscitado diversas teorías como el tiempo, los sueños, el espacio, las dimensiones, etc., son tomados de referencia por los escritores para explotar al máximo “lo imposible”. En medio del relato y teniendo en cuenta que los hechos pueden causar un efecto de realidad, el lector en algún punto se puede preguntar acerca de la factibilidad de los sucesos. La verosimilitud del relato con condimentos extraños produce un efecto inquietante que conduce a la vacilación.

¿Sabías qué...?
Caperucita roja es un cuento de transmisión oral que se plasmó en papel por primera vez en 1967.

Diferencias con otros cuentos

Para poder distinguir con mayor precisión los cuentos fantásticos de otros tipos de relatos, a continuación vamos a establecer las diferencias con el cuento realista y maravilloso.

CUENTO FANTÁSTICO CUENTO REALISTA CUENTO MARAVILLOSO
Hay hechos reales e irreales. Los hechos pueden suceder en la realidad. Los hechos jamás se podrían dar en la realidad.
Los personajes son seres comunes que se pueden ver afectados por alguna fuerza sobrenatural. Los personajes son seres comunes. La mayoría de los personajes no tiene características humanas y pueden aparecer seres irreales como brujos, hadas, etc.
El tiempo y el espacio pueden ser reales en un principio pero volverse irreales en algún momento. El tiempo y el espacio no presentan alteraciones ilógicas. El tiempo y el espacio pueden ser irreales.

Ingredientes de la materia fantástica

La imaginación del escritor es el único límite que se puede establecer para enumerar los ingredientes fantásticos que se pueden encontrar en una obra. Ellos modifican el tiempo, el espacio y las situaciones, una a una o todas a la vez. Algunos de los elementos más utilizados han sido:

• Fuerzas sobrenaturales: personaje sufre el fenómeno de la metamorfosis, adquiere características de otro ser vivo, etc. En el caso de los objetos estos pueden tomar vida.

• Tiempo: traslados al futuro, al pasado, detención del tiempo, multiplicación del tiempo, etc.

• Espacio: transmutación de mundos, ruptura de las leyes físicas, etc.

• Sueño de los personajes: interrelación entre el sueño y la realidad, sueño dentro de otro sueño, conciencia de que se está soñando, sueños comunes a varias personas, etc.

Ejemplos de cuentos fantásticos:

“El corazón delator” de Edgar Allan Poe. Publicado en 1843.
Un narrador anónimo se obsesiona con el “ojo de buitre” de un anciano con el cual convive. Esta obsesión lo lleva a asesinarlo y el mismo delata su crimen a causa de una situación extraordinaria que percibe…

“Otra vuelta de tuerca” de Henry James. Publicado en 1898.
Una institutriz acepta un trabajo para educar a dos niños en una mansión llamada la “mansión Bly”. A medida que pasa el tiempo, la institutriz se da cuenta de que los niños actúan de una manera extraña, pero no sabe el por qué…

“La metamorfosis” de Franz Kafka. Publicado en 1915.
Una mañana normal, el personaje Gregorio Samsa se despertó transformado en una criatura que el relato no define en ningún momento. Su familia toma este hecho de un modo…

“La pata de mono” de William Wymark Jacobs. Publicado en 1902.
La pata de un mono muerto es un talismán que cumple a quien la posea tres deseos, pero los deseos se cumples con un enorme precio…

“El inmortal” de Jorge Luis Borges. Publicado en 1949.
La historia es contada en primera persona por el protagonista, Marco Flaminio Rufo, un romano que sale en busca de un río que generaba inmortalidad a quien bebía de él. Luego, el protagonista comienza la búsqueda de la “Ciudad de los inmortales” y al encontrarla descubre lo inimaginable…

“Casa tomada” de Julio Cortázar. Publicado en 1951.
Dos hermanos viven en una casa colonial y grande, han dedicado muchos años de su vida a su mantenimiento y ninguno de los dos se ha casado. Tienen temor a que en un futuro parientes lejanos la vendan. Un día comienzan a escuchar ruidos, la casa poco a poco es tomada. Los protagonistas toman medidas al respecto…

“La noche boca arriba” de Julio Cortázar. Publicado en 1956.
Trata sobre un joven de una ciudad moderna que tiene un accidente en moto y es trasladado al hospital. Mientras está en la camilla, cada cierto tiempo se queda dormido y mientras duerme sueña que está en la selva de México durante las guerras floridas huyendo de los aztecas que quieren atraparlo para sacrificarlo. Luego de varios sueños, en uno de ellos descubre que ya es un prisionero de los aztecas y que está apunto de ser sacrificado. En ese momento desea despertar y volver desesperadamente a la sala del hospital. Al final, descubre que el verdadero sueño es…

Los verbos

¡Vamos a bailar, cantar, gritar, saltar y correr! Pero…antes vamos a estudiar, leer, pensar y escribir. ¡Cuántas cosas tenemos que hacer! En esta nota te explicamos qué son los verbos, cuál es su estructura y cómo se conjugan.

Los verbos son aquellas palabras que expresan acciones o movimientos (saltar, mirar, limpiar), procesos (vivir, querer) o estados (quedar, estar).

Estructura morfológica

Raíz: la parte del verbo que no varía y que aporta el significado principal del verbo.
Desinencia: aquella parte del verbo que sí varía y que aporta a la raíz otros significados (número, tiempo y modo).

RAÍZ
DESINENCIA
Habl- -an
Cant- -aría
Olvid- -aremos

Formas verbales

Las formas verbales indican número singular (pierde) o plural (pierden) y persona: primera persona (amo, amamos), segunda persona (amas, amáis) o tercera persona (ama, aman).

SINGULAR PLURAL
Primera persona (yo) amo (nosotros) amamos
Segunda persona (tú) amas (vosotros) amáis
Tercera persona (él) ama (ellos) aman

Las formas verbales pueden ser, a su vez:

– Simples: cuando están formadas por una sola palabra (tengo).
– Compuestas: cuando están formadas por dos palabras, una forma del verbo auxiliar haber y el participio del verbo que se conjuga (he olvidado).

Los verbos poseen además formas que no se conjugan porque no tienen desinencias, sino sufijos. Estas formas se llaman formas impersonales.

1. CONJUGACIÓN 2. CONJUGACIÓN 3. CONJUGACIÓN
INFINITIVO ganar comer vivir
PARTICIPIO ganado comido vivido
GERUNDIO ganando comiendo viviendo

Accidentes: tiempo, modo, persona y número

Las variaciones que se producen en la desinencia del verbo se llaman accidentes, pueden ser de los siguientes tipos:

a) tiempos verbales: expresan el tiempo en que sucede la acción:
– Tiempos pasados pretéritos: lav-aba, le-íste, dirij-ía.
– Tiempos presentes: lav-o, le-emos, dirij-o.
– Tiempos futuros: lav-ará, le-eré, dirig-iremos.

b) modos: pueden estar en tres modos:
– indicativo: expresa hechos reales (ya he hablado).
– Subjuntivo: expresa hechos probables, dudas o deseos (Ojalá vuelvas).
– Imperativo: expresa órdenes, ruegos o consejos (¡Ven!)

c) personas: 1° (yo – nosotros), 2° (tú – vosotros) y 3° (él, ella – ellos)

d) número: singular o plural.

CONJUGACIÓN DE VERBOS

MODO INDICATIVO

Formas simples

Presente
Yo amo
Tú amas
Él ama
Nosotros amamos
Vosotros amáis
Ellos aman

Pretérito imperfecto
Yo amaba
Tú amabas
Él amaba
Nosotros amábamos
Vosotros amabais
Ellos amaban

Pretérito perfecto simple
Yo amé
Tú amaste
Él amó
Nosotros amamos
Vosotros amasteis
Ellos amaron

Futuro imperfecto
Yo amaré
Tú amarás
Él amará
Nosotros amaremos
Vosotros amaréis
Ellos amarán

Condicional simple
Yo amaría
Tú amarías
Él amaría
Nosotros amaríamos
Vosotros amaríais
Ellos amarían

Formas compuestas

Pretérito perfecto compuesto
Yo amo
Tú amas
Él ama
Nosotros amamos
Vosotros amáis
Ellos aman

Pretérito pluscuamperfecto
Yo he amado
Tú has amado
Él ha amado
Nosotros hemos amado
Vosotros habéis amado
Ellos han amado

Pretérito pluscuamperfecto
Yo había amado
Tú habías amado
Él había amado
Nosotros habíamos amado
Vosotros habíais amado
Ellos habían amado

Pretérito anterior
Yo hube amado
Tú hubiste amado
Él hubo amado
Nosotros hubimos amado
Vosotros hubisteis amado
Ellos hubieron amado

Futuro perfecto
Yo habré amado
Tú habrás amado
Él habrá amado
Nosotros habremos amado
Vosotros habréis amado
Ellos habrán amado

Condicional compuesto
Yo habría amado
Tú habrías amado
Él habría amado
Nosotros habríamos amado
Vosotros habríais amado
Ellos habrían amado

MODO SUBJUNTIVO

Formas simples

Presente
Yo ame
Tú ames
Él ame
Nosotros amemos
Vosotros améis
Ellos amen

Pretérito imperfecto
Yo amara o amase
Tú amaras o amases
Él amara o amase
Nosotros amáramos o amásemos
Vosotros amarais o amaseis
Ellos amaran o amasen

Futuro imperfecto
Yo amare
Tú amares
Él amare
Nosotros amáremos
Vosotros amareis
Ellos amaren

Formas compuestas

Pretérito perfecto compuesto
Yo haya amado
Tú hayas amado
Él haya amado
Nosotros hayamos amado
Vosotros hayáis amado
Ellos hayan amado hayan amado

Pretérito pluscuamperfecto
Yo hubiera o hubiese amado
Tú hubieras o hubieses amado
Él hubiera o hubiese amado
Nosotros hubiéramos o hubiése mos amado
Vosotros hubierais o hubieseis amado
Ellos hubieran o hubiesen amado

Futuro perfecto
Yo hubiere amado
Tú hubieres amado
Él hubiere amado
Nosotros hubiéremos amado
Vosotros hubiereis amado
Ellos hubieren amado

MODO IMPERATIVO

Tú ama (amá)
Vosotros amad

La isla del tesoro, Robert Louis Stevenson

Las historias de piratas no han sido jamás lo mismo gracias a esta obra de Robert Louis Stevenson. Escrita en 1883, es imposible pensar la representación de un pirata sin remitirnos a este libro de aventuras que ha cautivado la imaginación de generaciones.

La importancia de esta obra no se advierte solamente en el nombre o el de su autor, Robert Louis Stevenson. No es cuestión de analizar sus meritos literarios, que los tiene, sino de visualizar lo influyente y fundamental que resulta La isla del tesoro para comprender toda la mitología que se ha despertado en torno a la piratería, en particular en los últimos años con el boom comercial que implicó la saga cinematográfica de Piratas del Caribe. Poco se sabe que varias de las imágenes icónicas que se asocian a la piratería tienen a menudo más que ver con la rica imaginación de Stevenson que con crónicas reales.

Veamos: piratas con pata de palo, loros como mascotas, ron y whisky, la tradicional bandera de Jolly Roger y mapas del tesoro con una X marcando el ansiado hallazgo, son algunos de los rasgos que, basándose en pocas fuentes reales y mucho en su creatividad, llevaron al escritor de origen escocés a lograr una obra que ha marcado la forma en que aparecen representados los piratas bajo nuestra percepción y encendió un romanticismo por esta forma de vida que hasta entonces apenas se insinuaba en la literatura.

¿Sabías qué...?
Stevenson tenía 30 años cuando comenzó a escribir La isla del tesoro.

El camino de la aventura

La isla del tesoro es una novela que podemos enmarcar como una novela dentro del género de aventuras. Cuando hablamos de una novela de aventuras, estamos hablando de un relato que consta de andanzas protagonizadas por uno o más héroes. En este género se suele buscar la máxima atención de los lectores, prolongando situaciones peligrosas y posponiendo una solución. Los personajes arquetípicos de la aventura (los pioneros y descubridores, los soldados heroicos, forajidos y piratas, etc.), recrean el juego romántico, el compromiso con los valores morales y la lucha por restaurar la justicia.

Cuenta con un protagonista que al emprender la aventura, debe enfrentar distintos desafíos y cuando regresa de su aventura lo hace con una visión diferente de la vida, transformado, maduro, con un mayor conocimiento de sí mismo; es el camino del héroe. En este caso podríamos hablar de un camino heroico e iniciático por parte de nuestro protagonista, Jim Hawkins, que siendo apenas un niño presencia en su aventura actos que lo llevan a tomar parte de suplicios, conquistas, perdidas y victorias que modificaran para siempre su tranquila vida trabajando en la posada de sus padres.

El autor

Robert Louis Stevenson nació el 13 de noviembre de 1850 en la ciudad de Edimburgo en Escocia, abarcando un amplio espectro de obras de géneros dispares como poesías, novelas, autobiografías y ensayos. Hijo único de un ingeniero acaudalado que se desempeñaba como constructor de faros, Stevenson se abocó desde muy joven a estudiar la misma profesión que su padre, pero luego se especializó en el estudio de leyes. Sin embargo, desde su niñez se había sentido especialmente inclinado a la actividad literaria, que enriquecía gracias a sus incontables horas de lectura y los relatos de su niñera “Cummy”, que le producían tanto espanto como fascinación.

Sin embargo, su educación primaria no fue regular debido a que fue afectado por numerosas enfermedades respiratorias que lo llevaron a abandonar sus estudios. Los primeros síntomas de tuberculosis hicieron que buscara lugares del mundo donde pudiera resguardar su delicado estado de salud. Su primera obra data del año 1866 y contenía un estilo en la tradición de los trabajos de Sir Walter Scott, siendo apenas vendida y representando un fracaso que, veinte años después, sería reeditada valiendo precios impensables para el joven autor en ese momento de su trayectoria. Los viajes que realizó a lo largo de todo el mundo para encontrar lugares propicios, lo llevaron a escribir en esta primera etapa diarios de viaje entre los cuales se destacan Viaje tierra adentro (1878) y Viajes en burro por las Cevannes (1879). Tras conocer a la norteamericana Fanny Osbourne en Francia, viajó a Estados Unidos para convivir con ella y se casó en el año 1880 a los 30 años, asentándose en la zona del Lejano Oeste para continuar escribiendo historias donde abundaba la aventura.

En el año 1881 comienza a escribir su obra consagratoria, La isla del tesoro, cuya historia fue publicada como folletín en la revista “Young folks”. Pero el reconocimiento definitivo llegaría tras su edición definitiva en formato de libro en 1883, ganándose el elogio de intelectuales como Henry James o Gerard Manley Hopkins por su capacidad para cautivar y relatar la aventura. En 1886 publica su otra obra clave, El extraño caso del doctor Jeckyll y mister Hyde, una historia de misterio donde el contenido moral se manifiesta alegóricamente en el Trastorno disociativo de la identidad. Otros trabajos destacados son las novelas Las aventuras de David Balfour y Weirde (1886) y La flecha negra (1888); el volumen de cuentos Nuevas noches árabes (1882); el volumen Jardín de verso para niños (1885) en el campo de la poesía y en el ensayo Estudios familiares de hombres y libros (1882) y Memorias y retratos (1887). Por otro lado, en colaboración con su hijastro, el escritor estadounidense Lloyd Osbourne, realizó Las aventuras de un cadáver (1889) y La resaca (1892).

En los últimos años de su vida el autor decidió vivir en las Islas Samoa debido a sus buenas condiciones para sobrellevar su deteriorada salud, permaneciendo allí en una relación amistosa con los nativos, que lo llamaron Tusitala (el que cuenta historias). Murió allí en el año 1894 a los 44 años, dejando uno de los legados literarios más importantes de fines del siglo XIX y el siglo XX.

El camino al tesoro

El relato cuenta como la vida del hijo de taberneros de un pequeño pueblo, Jim Hawkins, se ve trastornada cuando irrumpe allí un marinero llamado Billy Bones que se aloja en la posada Almirante Benbow, con tan solo la posesión de un cofre. Inmediatamente aparecen figuras extrañas en la taberna que tratan de forma amenazante a Bones, pidiéndole el contenido de su cofre. Sin embargo Bones muere de apoplejía al día siguiente y para evitar ser atacados nuestro protagonista y su madre huyen con el cofre mientras observan que los extraños marineros eran en verdad piratas que destruyen la taberna donde trabajaban. Al abrir el paquete que hay dentro del cofre Jim encuentra el llamativo plano de un tesoro que, según le había confiado Bones, pertenecía al legendario y temido pirata Flint. Sabiendo que ahora de seguro sería perseguido incansablemente, decide emprender un viaje en una goleta para encontrar el tesoro ayudado por dos compañeros, el doctor David Livesey y el caballero John Trelawney, quien se encarga de conseguir una tripulación competente para la embarcación. Sin embargo la tripulación no es lo que parece y se trata de una banda de piratas capitaneada por Long John Silver, que planea amotinarse y sustraer el mapa para encontrar el tesoro.

Este es el disparador con el que se inicia esta novela que pone más de un obstáculo a nuestro héroe, mientras intenta sobrevivir a enfrentamientos con piratas sanguinarios y las condiciones adversas y desoladas de la Isla Calavera. En su trayecto Hawkins interactúa con una serie de personajes que le permitirán esbozar un recorrido tanto físico como espiritual, siendo Long John Silver el gran antagonista y un personaje complejo que mantiene en la intriga sus acciones hasta la última página del libro.

Influencia

El imaginario y la mitología de La isla del tesoro, llevo a la popularidad una imagen de la piratería que apenas se había insinuado en obras de Daniel Defoe, Edgar Allan Poe y Washington Irving, de quien Stevenson admitió haber tomado elementos para la introducción de la novela. Está popularidad resonó en la influencia que tuvo La isla del tesoro sobre obras posteriores tan fundamentales como Las minas del rey Salomón (1885), de H. Rider Haggard, La isla de coral (1871), de Micahel Ballantyne, y la obra teatral Peter Pan (1904), de James Matthew Barrie. Pero además ha sido una obra que dio lugar a un incontable número de precuelas y secuelas, llevadas a cabo por distintos autores para profundizar en otro personaje de la novela o especulando sobre el destino de los protagonistas de La isla del tesoro.

El escarabajo de oro de Edgar Poe es una de las posibles influencias de Stevenson.
H. Rider Haggard realizó su obra Las minas del rey Salomón para empatar o superar las virtudes literarias de La isla del tesoro.

A lo largo del siglo XX se emprendieron varias adaptaciones destinadas a promover el contenido del texto desde diferentes formatos. En el cine se realizaron adaptaciones directas de la obra en todo el mundo, desde la prematura etapa silenciosa en 1918 hasta la notable incursión de Disney en la década del ´50, con las actuaciones de Bobby Driscoll y Robert Newton, pasando por obras realizadas en la Unión Soviética, Italia o Alemania, e incluso un título de animación japonesa dirigido por Hiroshi Ikeda en 1971, que contó con la colaboración de Hayao Miyazaki. En televisión las adaptaciones han sido igual de numerosas con series y unitarios donde a menudo el contenido recibió una mayor cantidad de modificaciones e interpretaciones, como es el caso de The Adventures of Long John Silver, que en 26 capítulos se describen las aventuras del antagonista e incluso, nuevamente, una serie animada de animación japonesa de 1978.

Como no podía faltar, la saga de Disney Piratas del Caribe tiene a lo largo de su tetralogía numerosas referencias a la obra que hablan de la importante influencia que ejerce el texto de Stevenson hasta la actualidad.

No todo es fantasía

A pesar de que mucho de lo que Stevenson es ficticio, existen a lo largo de su relato varios elementos tomados de la vida real y referencias a figuras y lugares de su tiempo. Veamos algunos:

• El nombre de la posada de Jim Hawkins, Almirante Benbow, tiene el nombre del Almirante John Benbow, un oficial de la Marina Real que vivió entre 1653 y 1702.
• Hubo un pirata que se desempeñó como corsario que realmente enterró su tesoro. Se trata del corsario William Kidd, que lo escondió en Gardiners Island hasta que fue desenterrado.
• Existen varias especulaciones en torno a un pozo que se cree que tiene un tesoro enterrado en la Isla del Roble o Oak Island en Canadá de figuras como el mencionado William Kidd o el pirata Barbanegra (1680 – 1718)

El corsario negro, por Emilio Salgari

Novela de aventuras que mezcla historia y leyenda, El Corsario Negro posiblemente sea la más representativa de la prolífera obra de su autor. Emilio Salgari supera en este relato defectos de estilo y de construcción en los que incurre en obras anteriores, y nos introduce vertiginosamente en su encanto por el mar y la jungla.

Publicada en 1898, un año después de haber sido nombrado caballero por la casa de Saboya, reinante por entonces en Italia, aparentemente como gesto de agradecimiento Salgari centra la historia en un personaje italiano (algo poco habitual en él), señor de Ventimiglia, emparentado justamente con los Saboya. Incluso nombra a los hermanos de este personaje, que se da a conocer como el Corsario Negro, con los colores de la bandera de Italia: uno es el Corsario Verde y el otro el Rojo. Los personajes vivirán sus aventuras entre el mar y la jungla caribeña, en un periplo en el que el autor nutre a los lectores no solo con el entretenimiento de las acciones, sino también con las descripciones realistas del territorio marítimo y terrestre en que suceden.

El estilo

Nacido en 1862, Salgari construye su obra adscribiendo a un romanticismo que sus pares ya habían abandonado. Sin duda sus novelas evocan los tiempos de los espadachines de Alejandro Dumas, y sus personajes están construidos con los mismos valores que los galantes hombres de capa y espada que protagonizan Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, novelas emblemáticas del escritor francés.

El ritmo cinematográfico y el dramatismo de sus escenas, son el fuerte de sus narraciones, poco rigurosas en cambio en lo que hace a sus descripciones. En cuanto al contenido, los valores y virtudes que resalta, como la voluntad y el coraje, dan relieve a personajes que dejan una huella paradigmática en los lectores.

El Corsario Negro aparece primero por entregas, y luego en un volumen que publica la editorial Donath de Génova. Es la primera obra de su Ciclo de los corsarios, donde luego incluirá La reina de los caribes (1901); Yolanda, la hija del Corsario Negro (1905); El hijo del corsario Rojo (1905-1907) y Los últimos filibusteros (1908).

Tiempo de piratas

La obra se sitúa hacia fines del siglo XVII, puntualmente en el año 1696, época de apogeo de piratas, corsarios, filibusteros y bucaneros. Salgari nos ubica en el tiempo con constantes referencias a personajes y hechos: Luís XIV, Víctor Amadeo de Saboya, España como potencia colonial, su disputa con Francia por la hegemonía tanto en Europa como en América.

LA TRAMA

Un corsario italiano perteneciente a la nobleza a quien se conoce como Corsario Negro, se entera de que su hermano, el llamado Corsario Rojo, ha sido ahorcado en la plaza pública de Maracaibo, Venezuela, donde aún cuelga su cuerpo sin vida. La orden de ejecución fue dada por el gobernador de la ciudad, Wand Guld, noble holandés que traicionando a los suyos se pasó al bando español, justamente cuando corsarios ingleses, franceses y oriundos de su país, atacan permanentemente a los barcos españoles y a sus ciudades costeras para debilitar su poderío.

Emilio di Roccanera, el Corsario Negro, consigue después de innumerables peripecias, para las que cuenta con la ayuda de sus fieles amigos Carmaux y Wan Stiller, recobrar el cadáver de su hermano y darle digna y tradicional sepultura en el mar.

Pero esto no calma la sed de venganza que se ha apoderado del protagonista de esta historia, quien jura vengarse de Wand Guld, matando a él y a toda su familia.

Decidido a cumplir su juramento, comienza su asecho a naves españolas hasta capturar un navío de esta nacionalidad, reteniendo a sus pasajeros. En estas circunstancias se enamora de una prisionera, joven noble que lo impacta por su belleza. Sin embargo se niega a reconocerlo para evitar que el amor atempere sus ansias de venganza.
Para conseguir su objetivo, desembarca en la isla Tortuga, refugio de piratas y corsarios, y allí traza un plan para terminar con su enemigo. Pero el destino le mostrará una vez más su cara trágica.

El Corsario Negro y sus hombres toman por asalto la ciudad de Maracaibo y persiguen al gobernador holandés para darle muerte. Durante la persecución, el señor de Ventimiglia se entera que su enamorada no es otra que la hija de su antagonista. La contradicción entre el amor y el odio se muestra de manera descarnada acentuando la tensión y obligando al Corsario a elegir. Pone a la joven en un bote y la abandona en el medio del mar. ¿Vale la venganza la desazón que lo embarga?

Personajes

El héroe del relato es Emilio di Roccanera, señor de Ventimiglia, pequeña población del Mediterráneo, en la frontera entre Italia y Francia.

Su origen noble le da al Corsario Negro los valores de un caballero. Su conducta se rige por los códigos del honor que hacen que luche limpiamente. Y del mismo modo en que sostiene la conducta intachable de un caballero, hace propias las reglas de honor de los hombres de mar, reglas que le dan derecho al saqueo, pero que también le imponen el reparto justo del botín, la solidaridad con los compañeros, y hasta las supersticiones. El respeto a ultranza de estas reglas es lo que lleva al Corsario a renunciar al amor para dar cumplimiento a la palabra empeñada.

El personaje comparte sus aventuras con Carmaux y Wan Stiller, el primero francés y el otro holandés. Ambos muestran una fidelidad inquebrantable hacia su capitán, sostenida por la admiración y no por el servilismo. Audaces y valientes, solo alguien más audaz y valiente que ellos, como El Corsario Negro, puede convertirse en su referente.

Emilio Salgari

Nació en Verona el 25 de agosto de 1862, hijo de Luigi Salgari y Luigia Gradara. Cursó sus primeros estudios en su ciudad natal, para luego ingresar en la Escuela Técnica Municipal y posteriormente en el Instituto Técnico y Náutico Paolo Sarpi de Venecia, en 1878, institución que abandonó en 1882 sin haber completado sus estudios para convertirse en capitán de cabotaje. Aunque siempre se sintió un marino, según se sabe solo realizó un viaje por mar en su vida, en 1880 y por el Adriático, de Venecia a Brindisi.

En 1882 comienza a colaborar con La Nuova Arena, de Verona. En los años siguientes y pese a la muerte de su madre de meningitis en 1887, y el suicidio de su padre en 1889, realiza una copiosa producción literaria que sostiene ininterrumpidamente hasta 1892, año en que conoce a la que sería su esposa, la actriz aficionada Ida Peruzzi, a quien llama Aida. Ese mismo año contraen matrimonio, felicidad a la que se suma el paso que da Salgari en su carrera literaria al comenzar a editar en Treves, la editorial más importante de Milán, y el nacimiento de su hija Fátima. En 1894 nació su hijo Nadir, en tanto su éxito continúa en crecimiento y en 1897 recibe de la Casa Real el nombramiento de caballero. Ese año se traslada a Milán, ciudad donde traba amistad con Giuseppe Gamba, su principal ilustrador, y nace su segundo hijo varón, Romeo. En pleno éxito regresa a Turín donde nace su hijo Omar (1900). A pesar del reconocimiento con que cuenta su producción, su retribución económica es escasa, lo que lo obliga a firmar un contrato cuyo cumplimiento exige la entrega de tres títulos anuales, además de dirigir el semanario genovés Per tierra e per mare. Sin embargo y a pesar de sus esfuerzos su situación económica se ve complicada por la salud de su esposa que empieza a manifestar problemas mentales. Firma un nuevo contrato editorial con la casa Bemporad, editando 19 novelas entre 1907 y 1911. Pero la salud de su esposa empeora y debe ser internada en un manicomio. Abrumado por las circunstancias, Emilio Salgari se suicida en Turín el 25 de abril de 1911.

La poesía

Con pasajes donde la belleza aparece resaltada a través de la palabra, la poesía constituye una de esas expresiones que movilizan sentimientos a través de cada renglón, arrancando mundos interiores que conmueven al lector.

Antes de que procedamos a decirles que la poesía es un género literario y blah, blah, blah, veamos el ejemplo de una pequeña poesía:

XXI

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¡Qué es poesía!, ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía…eres tú.

Gustavo Adolfo Bécquer

Gustavo Adolfo Bécquer (1836 – 1870), influyente poeta y narrador español, autor de las Rimas y Leyendas.

El siglo XIX nos puede resultar lejano, pero el significado amoroso y pasional de esta poesía queda al descubierto sin que sea necesario explicarlo. El móvil sentimental se entiende sin que contextualicemos más que con el autor de la poesía y en cada imagen nos figuramos algo en función de lo que nos describe el poeta. Y esa es la belleza de este género: las imágenes que genera son universales y transforman a la realidad en algo bello desde el punto de vista estético.

UN GÉNERO MILENARIO

Pero para continuar donde estábamos, definamos: la poesía es un género literario que hace uso de la palabra como medio para manifestar el sentimiento estético en formas bien definidas desde lo estructural, que puede ser ya sea en verso o en prosa. Su definición más exacta la comprende dentro de los textos líricos y su origen etimológico viene del griego poiesis, que significa «crear» y se refiere a todo trabajo artesanal, incluido el que realiza un artista. Al referirse a los textos líricos en su Poética, Aristóteles indica que se trata de textos donde el autor expresa sentimientos y visiones personales. Se tiende a creer que sólo son poesía aquellos textos que se encuentran en verso (como la poesía que vimos de Bécquer), pero esto no es así. Hay conocidos casos de poesía en prosa:

“(…) Descontento de todos, descontento de mí, quisiera rescatarme y cobrar un poco de orgullo en el silencio y en la soledad de la noche. Almas de los que amé, almas de los que canté, fortalecedme, sostenedme, alejad de mí la mentira y los vahos corruptores del mundo; y vos, Señor, Dios mío, concededme la gracia de producir algunos versos buenos, que a mí mismo me prueben que no soy el último de los hombres, que no soy inferior a los que desprecio.”

Charles Baudelaire, “A la una de la mañana”, El spleen de París, 1869.

Parte de los denominados como Poetas malditos, Charles Baudelaire (1821 – 1867) fue icono del simbolismo y el romanticismo francés.
¿Sabías qué...?
DÍA MUNDIAL DE LA POESÍA

Celebrado el 21 de marzo en todo el mundo desde el 2001, fue un día propuesto por la Unesco para consagrar la palabra esencial y la reflexión sobre el tiempo, divulgando esta actividad en importantes capitales de todo el mundo como Bogotá, París o Buenos Aires. Al referirse a su celebración en el año 2001, la directora general de la Unesco, Irina Bokova, mencionó que “En un mundo que está en plena mutación, sacudido por un vértigo de cambios y transformaciones sociales, los poetas acompañan los movimientos cívicos y atinan tanto a sacudir las conciencias por las injusticias del mundo como a conmoverlas por su belleza.”

El filósofo griego Aristóteles (384 a. C. – 322 a. C.) planteó en su Poética la finalidad de expresar los más hondos sentimientos en la poesía.

La primera manifestación poética de la que se tiene registro data de miles de años antes de Cristo y se circunscribe a la denominada como poesía tradicional, una expresión que se transmitía oralmente y pasaba por continuas adaptaciones y reinvenciones que se difundían y se hacían perdurables. Por lo general eran cantadas y contaban inicialmente con temáticas religiosas y rituales, que luego dieron lugar a otras temáticas como las tareas realizadas, el paso del tiempo, la muerte o el amor. Hacia el Medioevo esta forma de poesía fue particularmente fructífera a través de las jarchas, las moaxajas o los villancicos castellanos.

Estos primeros escritos llevaban el alma del pueblo en cada estrofa, cada verso; las emociones eran moldeadas en palabras que se convertían en canciones. Con el tiempo, fueron diferenciándose hasta ser reconocibles por rasgos compartidos. La poesía épica también encuentra un origen remoto en obras fundamentales como la Epopeya de Gilgamesh, de origen Sumerio, que data del segundo milenio antes de Cristo, o la Ilíada y la Odisea de la cultura helénica, que datan del siglo VIII antes de Cristo.

Tableta que contiene un fragmento de la Epopeya de Gilgamesh.

Según su temática podemos dividir a la poesía de la siguiente forma:

1. Poesía lírica pura
• balada – poesía folclórica que expresa emociones especialmente el amor.
• elegía – poesía triste que habla de una persona que ha muerto.
• himno – poesía de alabanza por algo o alguien en un tono elevado (los dioses, un héroe, un suceso importante)
• oda – poesía que alaba una cosa, persona o situación.
• sátira – poesía que critica o se burla de alguien o algo

2. Poesía narrativa
• épica – poesía de actuaciones heroicas – clásica y europea y americana
• heroica – poesía alabando un héroe o grupo de héroes (con tendencia nacionalista)
• romance – poesía tradicional – histórica o folclórica con una gran variedad de temas

3. Poesía dramática:
Se trata del drama, y como tal comprende a géneros como la tragedia, la comedia, la farsa y la pieza teatral.

POESÍA LÍRICA

Por lo general es frecuente entender a la poesía como la poesía lírica aunque, como vimos, esto no es así porque existen otras formas que escapan a esta convención. La complejidad de la poesía lírica, subgénero que ahonda en los sentimientos y la subjetividad del poeta ha sido analizada numerosas veces, llevando a que debamos tener en cuenta su estructura.

Empecemos definiendo su unidad esencial, es decir, el verso: se trata de cada línea de la composición poética con unidad de ritmo y separada por pausas. Teniendo en cuenta nuestra definición de verso entendemos que un poema o poesía es un conjunto de versos ya que cada renglón es un verso. Por otro lado el ritmo con el que está compuesta la poesía depende de los acentos, las pausas y la medida o métrica de los versos. El concepto de métrica, que es uno de los responsables de estructurar el poema, es la cantidad de sílabas poéticas de un verso. Veamos el siguiente poema:

Mendiga voz
Y aún me atrevo a amar
el sonido de la luz en una hora muerta,
el color del tiempo en un muro abandonado.
En mi mirada lo he perdido todo.
Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay.

Alejandra Pizarnik, Los trabajos y las noches, 1965.

Alejandra Pizarnik (1936 – 1972) fue una de las figuras fundamentales de la poesía argentina en el siglo XX junto a Alfonsina Storni y Silvina Ocampo.

Como vemos se trata de un poema que cuenta con cinco versos divididos en dos estrofas. ¿Qué es una estrofa?: es el grupo de versos que se repite a lo largo de la composición poética. Hay estrofas regulares formadas por versos de la misma medida y estrofas irregulares, formadas por versos de distinta medida. En este caso se trata de dos estrofas irregulares.

Llamamos rima a la coincidencia total o parcial de sonidos a partir de la última vocal acentuada:

Quiero morir cuando decline el día,
En alta mar y con la cara al cielo;
Donde parezca sueño la agonía,
Y el alma, un ave que remonta el vuelo.

Manuel Gutiérrez Nájera, Para entonces, Poesías de Manuel Gutiérrez Nájera Vol. 1, 1912.

La rima es consonante cuando a partir de la última vocal acentuada coinciden vocales y consonantes:

Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron (a)
-soy como la raza mora, vieja amiga del sol – (b)
Que todo lo ganaron y todo lo perdieron. (a)
Tengo el alma de nardo del árabe español. (b)

Manuel Machado, Adelfos, Antología poética, 2003.

La rima es asonante cuando sólo coinciden las vocales:

Niña morena y ágil, nada hacia ti me acerca. (a)
Todo de ti me aleja, como del mediodía. (b)
Eres la delirante juventud de la abeja, (a)
La fuerza de la ola, la fuerza de la espiga. (b)

Pablo Neruda, “19”, Veinte poemas de amor y una canción de-sesperada, 1924.

Premio Nobel y figura fundamental de la poesía del siglo XX, el chileno Pablo Neruda logró cautivar con su obra a varias generaciones en todo el mundo.

Hay versos que no tienen rima, llamados blancos o sueltos:

Te recuerdo como eras en el último otoño. (blanco)
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo (blanco)
y las hojas caían en el agua de tu alma.

Pablo Neruda, “6”, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, 1924.

Según el número de sílabas que tengan los versos, reciben distintos nombres. Se agrupan además en dos categorías: de arte menor (menos de diez sílabas) y de arte mayor (más de diez sílabas).

Las sílabas de una poesía no siempre se cuentan igual que en la prosa (o sea, la sílaba poética no es lo mismo que la sílaba común que conocemos). La medida de un verso depende de varios factores (de varias cosas) a saber:

1) La acentuación de la última palabra del verso:

a. Si la última palabra es aguda se cuenta una sílaba más.

¿No es verdad, ángel de amor 7 + 1 = 8
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor? 7 + 1 = 8

José Zorrilla, fragmento de Don Juan Tenorio, 1844

b. Si es grave, no se altera el número de sílabas.

c. Si es esdrújula, se cuenta una sílaba menos.

En una cajita de fósforos (10-1= 9)
se pueden guardar muchas cosas.

María Elena Walsh, “En una cajita de fosforos”, El reino del revés, 1976.

O sea, si la última palabra del verso es grave se deja igual; si es aguda se cuenta una sílaba más y si es esdrújula se cuenta una menos.

2) Licencias poéticas:

a. Cuando en un verso se tiene una palabra terminada en vocal y la que le sigue empieza con vocal, se puede utilizar en una misma sílaba. Eso se llama sinalefa.

El cielo es de cielo,
la nube es de tiza.
La cara del sapo
me da mucha risa.

María Elena Walsh, canción Así es.

b. Hiato es la licencia contraria a la sinalefa; se cuentan dos sílabas donde la sinalefa marca una. ¿Y en qué se diferencian de la sinalefa? En que se pronuncian las dos por separado, por necesidades del poeta, generalmente están acentuadas una o ambas vocales. O sea, son dos vocales que no forman diptongo.

De la pasada edad, ¿qué me ha quedado?
¿O qué tengo yo, a dicha, en la que espero
sin ninguna noticia de mi hado?

Andrés Fernández de Andrada, fragmento de la Epístola moral a Fabio.

Llamado Príncipe de las letras castellanas, Rubén Darío (1867 – 1916) es una de las figuras fundamentales de la poesía latinoamericana.

c. La sinéresis consiste en formar diptongo con las vocales que no lo constituyen naturalmente para perder una sílaba.

Vi-no, sen-ti-mien-to, gui-ta-rra y poe-sía (12 sílabas)

Manuel Machado, “Cantares”, Antología poética, 2003.

d. La diéresis es la licencia opuesta a la sinéresis y consiste en la disolución de un diptongo en dos sílabas. (La diéresis, ya saben ustedes, se marca con dos puntitos sobre la u)

Y mientras miserable- (encabalgamiento)
mente se están los otros abrasando
con sed insacïable (diéresis)
del animoso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.

Fray Luis de León, Oda a la vida retirada.

A veces el poeta quiebra esta regla y hace que un verso continúe en el siguiente, sin pausa. Esto recibe el nombre de versos encabalgados o encabalgamiento.

Por último tenemos las pausas. Cada verso o línea pide al final una breve pausa que se llama pausa final.
En los versos de más de diez sílabas se produce otra pausa llamada cesura; esta pausa es interior y divide al verso en dos partes llamadas hemistiquios.

La princesa está triste…// ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan // de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, // que ha perdido el color.
La princesa está pálida// en su silla de oro,
está mudo el teclado // de su clave sonoro;
y en un vaso, olvidada // se desmaya una flor.

Rubén Darío, “Sonatina”, Prosas profanas y otros poemas, 1896

Los adjetivos

Rubio, morocho, alto, elegante, divertido, inquieto, hermoso, extenso y aburrido son adjetivos. ¿Por qué? Porque expresan una cualidad o estado de los sustantivos a los que se refieren. Por eso cuando debemos realizar una descripción de alguna persona u objeto recurrimos a los adjetivos.

El adjetivo es la palabra que acompaña al sustantivo y concuerda con él en género y número. Por ejemplo: la flor es hermosa – el paisaje es hermoso – los libros son hermosos – el libro es hermoso.

El plural de los adjetivos sigue las siguientes reglas:

  • Si el adjetivo termina en vocal, añaden una “s” al final. Por ejemplo: bueno, buenos.
  • Si la vocal final es tónica o finalizan con una letra consonante, agregan la es. Por ejemplo: baladí, baladíes – feliz, felices.

La función del adjetivo es caracterizar al sustantivo o limitar su significado.

GRADOS DEL ADJETIVO

Las cualidades expresadas por adjetivos pueden indicar diferente grado o intensidad. Los grados son tres: positivo, comparativo, superlativo.

• Grado positivo: indica la cualidad sin hacer referencia a su intensidad: La flor es linda.

• Grado comparativo: indica la cualidad de una persona, animal u objeto comparándola con otra persona, animal u objeto. Puede ser de tres tipos:
De superioridad: La pelota de básquet es más grande que la de golf.
De igualdad: El árbol es tan alto como la casa.
De inferioridad: La bicicleta es menos rápida que el auto.

Adjetivo comparativo de superioridad: Yo soy más alta que ella.

• Grado superlativo: indica una cualidad en su grado máximo. Puede ser de dos tipos:
Relativo: indica la cualidad en su grado más alto, relacionándola con otras personas, animales u objetos: Ese caramelo es el más rico de todos.
Absoluto: indica la cualidad en su grado más alto, sin relacionarlo con otras personas, animales u objetos. Se forma así:
» Muy + adjetivo: La montaña es muy alta.
» Adjetivo+ -ísimo/a: El mar es grandísimo.

Algunos adjetivos forman así el superlativo absoluto:
novísimo (de nuevo), crudelísimo (de cruel), ternísimo (de tierno), antiquísimo (de antiguo).

¿Sabías qué...?
Los adjetivos en inglés no tienen plural.

Hay adjetivos que tienen comparativos y superlativos propios como éstos:

POSITIVO COMPARATIVO SUPERLATIVO
bueno mejor óptimo
malo peor pésimo
grande mayor máximo
pequeño menor mínimo

CLASIFICACIÓN

CONNOTATIVOS

Los adjetivos connotativos son aquellos que transmiten información sobre los sustantivos y cargan una variada significación.

Calificativos

Son aquellos adjetivos que expresan cualidades de los sustantivos a los que modifican. Pueden denotar cualidades físicas, dimensiones, velocidad, color, forma, valoraciones, etc.
Por Ej.: acido, amargo, luminoso, oscuro, alto, bajo, rápido, lento, malvado, simpático.

Numerales

• Ordinales: Indican un orden: primero, segundo, tercero.
• Cardinales: Señalan un número fijo: uno, dos, tres.
• Partitivos: Indican división. Por ejemplo: media manzana, quinta parte.
• Distributivos: Expresan distribución o reparto (sendos).
• Múltiplos: Indican multiplicación.

NO CONNOTATIVOS

Estos adjetivos no señalan cualidades, también son llamados adjetivos pronominales porque pueden funcionar como pronombres. Estos adjetivos determinan la extensión o relación en que se toma el sustantivo.

Posesivos

Estos adjetivos denotan posesión o pertenencia respecto de la persona que habla (yo), la que escucha (tú) y aquella a quién se habla. Ejemplo: mío, tuyo, suyo.

Demostrativos

Los demostrativos son este, ese, aquel, esta, esa, aquella, esto, eso, aquello, para singular y estos, esos, aquellos, estas, esas, aquellas, para el plural.

Indefinidos

Tienen cierto carácter demostrativo, limitan el sentido del sustantivo de un modo vago o general. Por ejemplo: cierto día, cualquier persona.

Relativos

Indican la mayor o menor cualidad posible. Por ejemplo: Ellos son los mejores del grupo.

Gentilicios

Los adjetivos gentilicios son los que se utilizan para manifestar el origen de las personas o de cualquier objeto. Por ejemplo: Ella es japonesa – Este producto es argentino.

Hamlet, por William Shakespeare

Hamlet es una de las obras artísticas más importantes de la historia de la humanidad. Sin embargo, entre tanta solemnidad, es también una tragedia pasional que habla de la venganza y nos pone en la piel una serie de dilemas que llegan intactos hasta nuestros días.

William Shakespeare (1564 – 1616), uno de los dramaturgos más reconocidos. Autor de Hamlet, Romeo y Julieta o El sueño de una noche de verano.

A esta altura no es necesario presentar a Hamlet. Aún si no supiéramos de qué se trata, tenemos conocimiento de que se trata de algo importante. La cuestión es ver que es este “algo”. Se trata de una obra teatral escrita por el dramaturgo inglés William Shakespeare hace más de 400 años y eso no le hace perder vigencia. En absoluto. La forma en que fue gestada en su momento la hacía una obra arriesgada y moderna, sus personajes se hundían en dilemas universales que atravesaron las fronteras del tiempo y el espacio y, además, resultó en una profunda interpretación sobre los alcances del teatro (y el arte) en la realidad.

Si acaso ignoran a Hamlet pueden tener conocimiento de El rey león de Disney, que contiene varios de los focos argumentales de esta obra o, quizá, se hayan cruzado con algún capítulo de Los Simpsons (entre otros dibujos animados conocidos) donde aparece representado en un tono cómico. Esta es la razón por la cual la historia de Hamlet es conocida por varias personas sin que hayan leído o visto la representación: forma parte de la cultura popular y la universalidad de sus dilemas se encuentran afincados de tal forma que resulta prácticamente imposible que alguien no conozca al ya mítico “ser o no ser”.

Para quienes no lo conozcan a pesar de todo, aquí profundizaremos sobre esta obra, la más famosa de William Shakespeare y la que cuenta con su personaje más famoso, precisamente, Hamlet.

Origen

Para realizar su obra Shakespeare se basó en varios trabajos donde los núcleos del relato ya figuraban. La temática del héroe actuando como un tonto se remonta a leyendas indo europeas que datan del siglo IX, finalmente escritas por Saxo Grammaticus alrededor del año 1200 en la Gesta Danorum. En este relato su protagonista, llamado Amleth, se hace pasar por loco para vengar el asesinato de su padre. Otra fuente que se cree que utilizó Shakespeare para realizar su obra es Ur-Hamlet, un relato hipotético que aparentemente incluyo por primera vez a un fantasma en una obra, cuyo autor se cree que fue Thomas Kyd o el mismísimo Shakespeare. Sin embargo, a pesar de las semejanzas, en el Hamlet de Shakespeare aparecen dos rasgos distintivos fundamentales: en primera instancia, a diferencia de las versiones anteriores no hay un narrador omnisciente y, en segunda instancia, el estado melancólico de Hamlet y la falta de un plan de acción concreto a la hora de efectuar su venganza.

Vengar la sangre

El argumento de Hamlet se puede sintetizar de la siguiente forma: una vez asesinado el Rey Hamlet a manos de su hermano Claudio, éste asume el trono y se casa con Getrudis, esposa del difunto rey y madre del príncipe Hamlet. El espectro del padre aparece ante su hijo, el príncipe, y le pide que vengue a su asesino sin dañar a Gertrudis. La forma en que se gesta esta venganza y los tópicos que explora para consumarla, llevando a la tragedia del quinto acto, son el núcleo de esta obra donde aparecen temas como la traición, la venganza, el incesto, la corrupción y el sexo, a menudo expresados en diálogos por los mismos personajes utilizando soliloquios. Algunos de los temas que podemos distinguir son los siguientes:

La locura. Aparece tanto de forma real como fingida y se encuentra en el corazón de la obra. El dilema central en torno a este tema gira en torno a si Hamlet realmente se ha vuelto “loco” o si es todo una actuación. Se trata de una de las preguntas que no tienen una respuesta explícita. Sin embargo, la ambigüedad y la complejidad de estado mental de Hamlet y su comportamiento errático resulta convincente, complementándose con la atmósfera de incertidumbre de la obra. El descenso de Ofelia a la locura y el suicidio es completamente diferente. La crítica sostiene que este personaje se quiebra por la presión abusiva de Hamlet y el peso de las fuerzas patriarcales, llevándola a su triste desenlace.

La venganza. Hamlet parece encaminarse a ser una obra tradicional con una venganza sangrienta de por medio, pero luego se detiene. El centro de la obra no está focalizado en la venganza exitosa sobre el asesino de su padre, sino en la lucha interior de Hamlet para llevar a cabo su plan. Si bien culmina con un baño de sangre típico de las tragedias de venganza, la infame demora de Hamlet la apartaba de todo lo que se había visto antes. Otro elemento notable de la obra es como entrecruza tres planes de venganza que implican a hijos buscando vengar a los asesinos de sus padres: Hamlet (contra el Rey Claudio), Laertes (contra Hamlet, por la muerte de Polonio) y Fortinbras (contra el reino de Dinamarca, por la muerte de su padre en manos del Rey Hamlet). Finalmente, la obra cuestiona la validez y utilidad de la venganza. Por otro lado, la forma en que se desempeñan Laertes y Fortinbras para vengarse pone en evidencia la demora y el conflicto interior de Hamlet para ejecutar su plan.

Hamlet: (…)“¡Oh! ¡Si está demasiado sólida masa de carne pudiera ablandarse y liquidarse, disuelta en lluvia de lágrimas! ¡Ó el Todopoderoso no asestara el cañón contra el homicida de sí mismo! ¡Oh! ¡Dios!, ¡Oh! ¡Dios!, ¡Cuán fatigado ya de todo, juzgo molestos, insípidos y vanos los placeres del mundo! Nada, nada quiero de él: es un campo inculto y rudo, que solo abunda en frutos groseros y amargos” (Acto I, Escena V)

“Hamlet: ¡Oh!, ¡Dios!
Fantasma: Venga su muerte: venga un homicidio cruel y atroz
Hamlet: ¿Homicidio?
Fantasma: Sí, homicidio cruel, como todos lo son; pero el más cruel y el más injusto y el más aleve.”
(Acto I, Escena XII)

La mortalidad. Las meditaciones de Hamlet sobre llevar a cabo el suicidio, especialmente el soliloquio de “Ser o no ser”, es legendario y continúa levantando discusiones sobre el valor de la vida y el misterio de la muerte. Sin embargo, Hamlet no se suicida. Es Ofelia quien lo hace sin haberlo mencionado, como resultado de una combinación de locura y desamparo. La muerte se cierne sobre toda la obra, desde la escena de confrontación con un fantasma hasta el baño de sangre de la escena final, que deja a casi todos los personajes principales muertos. Él es al mismo tiempo seducido y repelido por la idea del suicidio pero, en la escena con los sepultureros también demuestra fascinación por la realidad física y palpable de la muerte. En cierto sentido, la obra puede ser vista como un dialogo entre Hamlet y la muerte.

“Hamlet: ¡Ser, o no ser, es la cuestión!— ¿Qué debe más dignamente optar el alma noble entre sufrir de la fortuna impía el porfiador rigor, o rebelarse contra un mar de desdichas, y afrontándolo desaparecer con ellas? Morir, dormir, no despertar más nunca, poder decir todo acabó; en un sueño sepultar para siempre los dolores del corazón, los mil y mil quebrantos que heredó nuestra carne, ¡quién no ansiara concluir así! ¡Morir… quedar dormidos… Dormir… tal vez soñar!” (Acto III, Escena I)

Religión. Si bien no se trata de una obra temática centrada en la religión, registra varias de las ideas religiosas y espirituales del siglo XVI. La cuestión más relevante tiene lugar en los efectos de la Reforma Protestante y las ideas cristianas sobre la mortalidad y la vida después de la muerte, cuyas implicaciones cobran mayor valor debido a la aparición de un fantasma dentro de la obra. Además resulta interesante la forma en que entrelaza posturas contradictorias en torno al asesinato, el suicidio y la venganza, debatiéndose a menudo entre el catolicismo y el protestantismo.

“Fantasma: Yo soy el alma de tu padre: destinada por cierto tiempo a vagar de noche y aprisionada en fuego durante el día; hasta que sus llamas purifiquen las culpas que cometí en el mundo.” (Acto I, Escena XII)

Arte. Los críticos literarios indican que se podría considerar a Hamlet como una de las obras más “autoreflexivas” de Shakespeare. En Hamlet aparece la autoconciencia en torno a la actividad teatral y se intenta dejar en claro a la audiencia que lo que están viendo es, en efecto, teatro. Frecuentemente a lo largo de la obra Hamlet toma distintos roles, explorando ideas sobre la naturaleza humana del personaje. Además, la obra de Shakespeare explora el poder del teatro. En el momento en que Hamlet organiza a un grupo de interpretes para ejecutar “El asesinato de Gonzago” o “La ratonera”, una obra que imita el asesinato de su padre en manos de Claudio, él espera que la obra refleje la verdad y logre conmover o poner en evidencia al asesino.

“Hamlet: Dirás este pasaje en la forma que te le he declamado yo: con soltura de lengua, no con voz desentonada, como lo hacen muchos de nuestros cómicos; más valdría entonces dar mis versos al pregonero para que los dijese. (Acto III, Escena VIII)

La mentira y el engaño. Hamlet, más que ningún otro personaje, odia el engaño y está obsesionado con la honestidad. La ironía se presenta cuando Hamlet, un buscador absoluto de la verdad, queda atrapado en un mundo político donde el engaño es parte necesaria de la vida. Este contraste es un tormento para Hamlet. Todos los personajes de la obra engañan a algún otro personaje por propósitos que van del amor a la venganza o el asesinato.

“Hamlet: (…) ¡Oh! ¡Malvado! ¡Halagüeño y execrable malvado! Conviene que yo apunte en este libro… Sí… Que un hombre puede halagar y sonreírse y ser un malvado; a lo menos, estoy seguro de que en Dinamarca hay un hombre así (…) (Acto I, Escena XIII)”

¿Sabías qué...?
Hamlet es la obra más larga escrita por Shakespeare.

Sexo. La preocupación de Hamlet respecto a la sexualidad femenina domina gran parte de la obra. El joven príncipe está disgustado por el apetito sexual de su madre y su actitud infecta, eventualmente, su relación con Ofelia y todas las mujeres en general. En la obra la sexualidad aparece frecuentemente asociada al engaño, el pecado y los vicios de un mundo entrado en decadencia. De acuerdo a Hamlet, la sexualidad femenina hace que todo el mundo parezca “un jardín sin cuidar, echado a perder, invadido hasta los bordes por hierbas infectas”.

“Hamlet: (…) ¡Rebelde infierno! Si así pudiste inflamar las médulas de una matrona, permite, permite que la virtud en la edad juvenil sea dócil como la cera y se liquide en sus propios fuegos (…) (Acto III, Escena XXVI)”

Género. La actitud de Hamlet hacia las mujeres es notoriamente sexista y parece derivar del disgusto que le ocasiona la sexualidad de su madre y la aparente infidelidad a su padre. Este elemento eventualmente termina incluyendo a todas las mujeres, especialmente Ofelia, que parece no tener poder o control sobre su propio cuerpo. En cierto sentido la obra considera algunas nociones sobre la masculinidad o la ausencia de ésta. Claudio le advierte a Hamlet que su lamento es “poco masculino” y el príncipe se refiere a sí mismo como una “mujer promiscua” cuando se ve impedido de vengar la muerte de su padre que, nuevamente, plantea la relación entre las mujeres y el engaño. Sin embargo, la obra no parece estar de acuerdo con este punto de vista de Hamlet: hacia el final la culpa de su madre permanece en la ambigüedad y el suicidio de su amante inspira lastima. Antes que sobre la naturaleza de las mujeres, la actitud de Hamlet revela elementos de su personalidad.

“Hamlet: (…) Ella, que se le mostraba tan amorosa como si en la posesión hubieran crecido sus deseos. Y no obstante, en un mes… ¡Ah! no quisiera pensar en esto. ¡Debilidad! ¡Tú tienes nombre de mujer! (…) (Acto I, Escena V)”

La reconocida actriz británica Ellen Terry (1847 – 1928) en el papel de Ofelia.

Familia. Se trata de un tema significativo por la forma en que trata la cuestión del incesto- el casamiento de Gertrudis con el hermano de su esposo, la fijación de Hamlet con su madre e incluso la obsesión de Laertes con la sexualidad de Ofelia. También es importante notar como la obra se ocupa de cómo la política impacta en la dinámica de las relaciones familiares, sobre todo cuando la harmonía domestica es sacrificada para una ganancia política. También es importante el hecho de que Hamlet involucra tres núcleos argumentales que giran en torno a hijos vengando la muerte de sus padres.

“Hamlet: (…) Se ha casado, en fin, con mi tío, hermano de mi padre; pero no más parecido a él que yo lo soy a Hércules. En un mes… enrojecidos aún los ojos con el pérfido llanto, se casó. ¡Ah! ¡Delincuente precipitación! ¡Ir a ocupar con tal diligencia un lecho incestuoso! (Acto I, Escena V)”

Martín Fierro, por José Hernández

Ícono de la tradición argentina, el Martín Fierro colocó al gaucho en el centro de la escena para denunciar las injusticias de una época e ilustrar el modo de vivir, pensar y sentir de uno los grandes protagonistas de nuestra historia.

Cuando José Hernández escribió la poesía gauchesca que lo inmortalizó en la literatura, el género ya había sido consolidado gracias al trabajo de diversos exponentes, como Estanislao del Campo (1834-1880), Bartolomé Hidalgo (1788-1822), Hilario Ascasubi (1807-1875) y Ricardo Gutiérrez (1836-1896), entre otros. Lo definían un conjunto de características, como por ejemplo el predominio de la forma del “diálogo”, que reunía en sí una buena cantidad de rasgos gauchescos, tales como el ritual del encuentro, las fórmulas de salutación, las alusiones a los aparejos del caballo, el ofrecimiento de mate, tabaco y bebida o las quejas sobre la situación política o personal que servían como punto de partida del relato. Otras de las señales que contribuyen a definir el género se observan claramente en la elección de los personajes, los temas y el lenguaje rústico, que estuvieron casi siempre ligadas a opciones que desbordaban lo literario y remitían a lo político.

Todas estas características aparecen ya en los “Diálogos patrióticos” de Hidalgo, en la poesía antirrosista primero y antiurquicista después de Hilario Ascasubi y -desprovisto de todo alcance político o militante, pero como una brillante síntesis formal de sus predecesores- en el Fausto de Estanislao del Campo. Entonces ¿por qué el Martín Fierro se transformó en la obra más importante del género, llegando ser considerada por diversos intelectuales como fundante de la literatura argentina? Busquemos la respuesta en este artículo.

José Hernández: vida y obra

José Hernández.

El creador del Martín Fierro (1834-1886), poeta, escritor y político argentino, es reconocido en la actualidad como el máximo exponente de la literatura gauchesca. De pequeño estuvo al cuidado de tíos y abuelos mientras sus padres trabajaban en el campo. Estudió en el Liceo Argentino de San Telmo pero una enfermedad del pecho le hizo abandonar Buenos Aires y reunirse con su padre en un campo de Camarones; para entonces la madre había muerto. Allí el joven Hernández permaneció unos años, impregnándose del mundo rural.

Al regresar a Buenos Aires, tras la batalla de Caseros (1852), se vio involucrado en las luchas políticas que dividieron al país luego de la caída de Juan Manuel de Rosas. Formado en base a ideas federales, se unió al gobierno de la Confederación enfrentado con Buenos Aires.

Para 1856 algunas fuentes lo sitúan en Paraná; otras atrasan esa residencia hasta 1858, pero datos firmes permiten saber que Hernández trabajó en dicha ciudad como empleado de comercio y que participó activamente en la batalla de Cepeda (1859) junto a Justo José de Urquiza. A continuación se retiró del ejército, obtuvo el cargo de oficial de contaduría y pasó a desempeñarse como taquígrafo del Senado, pero no pasó mucho tiempo hasta que volvió a tomar las armas: en 1861 luchó con las tropas confederadas que sufrieron la derrota de Pavón.

Su marcado posicionamiento político continuó entonces por otra vía: se dedicó al periodismo colaborando en “El Argentino”, escribió el “Eco de Corrientes” y fundó más tarde, en Buenos Aires, “El Río de la Plata”, diario de vida efímera donde denunciaba la situación de los habitantes de la campaña.

El 8 de junio de 1863, año en que se casó con Carolina del Solar, escribe la serie de artículos recopilados con el título de “Vida del Chacho:
Rasgos biográficos del general Ángel Vicente Peñaloza”, escrito inspirado en el asesinato del caudillo riojano. De esta manera, Hernández se enfrentó por primera vez con D. F. Sarmiento, mostrando su calidad como cronista y su notable capacidad para la polémica.

Obligado al exilio, en el sur de Brasil escribió los primeros versos de “El gaucho Martín Fierro” (1872), que completó y publicó a su regreso a Buenos Aires. Luego de un nuevo exilio en Uruguay retornó definitivamente a Argentina en 1875 y resultó electo diputado por la capital en 1879, año en que publicó “La vuelta de Martín Fierro”. Importante es remarcar que en ese momento, la obra que se convertiría tiempo después en un ícono de la literatura argentina, pasó desapercibida: tuvo un gran éxito editorial pero ninguna repercusión entre la crítica literaria, por otra parte casi inexistente entonces.

Los objetivos del texto eran claros, pero dejemos que el propio Hernández los explique en el siguiente fragmento de una carta enviada por el escritor a José Zoilo Miguens: “Me he esforzado, sin presumir haberlo conseguido, en presentar un tipo que personifica el carácter de nuestros gauchos, concentrando el modo de ser, de sentir, de pensar y de expresarse que les es peculiar; dotándolo con todos los juegos de su imaginación llena de imágenes y de colorido, con todos los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen, y con todos los impulsos y arrebatos, hijos de una naturaleza que la educación no ha pulido y suavizado”.

Su producción literaria, sin embargo, no finalizó allí. En 1882, viviendo los últimos años de su vida, dio a conocer “Instrucción del estanciero. Tratado completo para la planteación y manejo de campo destinado a la cría de hacienda vacuna, lanar y caballar”, libro que pese a lo específico del título, tiene un marcado cariz político. Hernández murió en su quinta del barrio de Belgrano, el 21 de octubre de 1886.

Museo de José Hernández en Mar del Plata, pcia. Bs. As., Argentina.

“Aquí me pongo a cantar…”

Para entender las razones que llevaron a hacer de esta obra una de las más importantes de la literatura argentina, es necesario concentrarse en los aspectos que la diferenciaron de las restantes producciones de la época, así como en las razones que la llevaron a ir tomando cada vez más prestigio a medida que transcurrían los años. El Martín Fierro rompió con los moldes del género y en esa particularidad se encontró su originalidad.

En la poesía de José de Hernández se ilustra al gaucho, Martín Fierro, como un ícono de la
desigualdad social y la injusticia hacia su sector.

De entrada, al observar el modo en que se narra la historia, se descubrirá un detalle interesante en este extenso poema de 7.210 versos: el diálogo característico del encuentro entre paisanos, aspecto tradicional del género gauchesco, fue sustituido por un monólogo en el cual el protagonista empieza por presentarse y narrar sus relaciones con el medio, su familia y las tareas que realiza. De esta manera, Hernández no sólo modificó de manera radical las figuras del emisor y el receptor en el poema, sino que también logró reproducir la situación del antiguo gaucho cantor que, ante un auditorio de oyentes analfabetos, cuenta acompañándose con su guitarra las desgracias propias o ajenas.

También se observa que, como casi toda la literatura gauchesca, está escrito en octosílabos, pero que no se encuentra agrupado en las tradicionales décimas o en cuartetas, sino en sextinas, esto es, estrofas de seis versos que posibilitan a su vez la división en pares. Estos pareados, que aparecen como unidades menores dentro de la estrofa, logran cierto mimetismo con las formas del habla gauchesca, según las caracterizaba el mismo Hernández en el prólogo de 1872: falta de enlace en las ideas, en las que a veces no existe una sucesión lógica sino una relación oculta y remota.

A estos dos desvíos con respecto a la tradición debe sumársele otro, no menos importante: la impactante información política del texto de Hernández. El Martín Fierro no es una mera acumulación de novedades formales con respecto a lo que habían hecho sus antecesores en el género gauchesco, ni tampoco la declaración programática de un proyecto social y político. Por el contrario, la enorme eficacia del texto, la impresionante acogida que obtuvo entre el público y la todavía intacta vigencia de sus versos se deben a la perfección con que su autor, como ningún otro en la literatura argentina, consiguió ensamblar los discursos literario e ideológico.

¿Sabías qué...?
En 1968 apareció una versión cinematográfica del Martín Fierro dirigida por Leopoldo Torre Nilsson, con Alfredo Alcón en el rol protagónico.

De este modo, Hernández logró una obra aún más contundente en el terreno político que la de sus antecesores gauchi-políticos -como se los llamó- y, al mismo tiempo, de mayor alcance y valor literario. Por un lado, es evidente la modificación con respecto a los textos de Del Campo, Gutiérrez y el último Ascasubi, pero también se encuentran diferencias al comparar con los poemas libertarios de Hidalgo y con los partidistas del primer Ascasubi.

La perspectiva que se dibuja en el Martín Fierro responde a un programa social efectivamente, el mismo que el Hernández había defendido en su labor política a principios de la década de 1870 y que, de algún modo, se resume en los últimos versos del último canto, cuando dice el protagonista:

“y si canto de este modo
por encontrarlo oportuno
no es para mal de ninguno
sino para bien de todos”.

Este programa, cuyo ideal es una sociedad basada en una relación armónica y orgánica entre el campo y la ciudad, los pobres y los ricos, los gauchos y los terratenientes, es un elemento central en la composición de la obra, a pesar de lo cual, su originalidad no puede reducirse sólo a ello.

Con todo, el Martín Fierro no gozó siempre del espacio de culto que hoy ocupa. Mucho tuvieron que ver en ello los ardores nacionalistas que se vivieron con la celebración del primer centenario de la Revolución de Mayo que se reflejaron, entre otras formas, en la revalorización de la obra por parte de L. Lugones y R. Rojas. Desde esa fecha se convirtió en un clásico y J. L. Borges y E. Martínez Estrada, entre otros, le dedicaron su atención. Hoy “El gaucho Martín Fierro” y “La vuelta de Martín Fierro” se conocen como las dos partes de una misma obra: Martín Fierro, el punto más alto de la poesía gauchesca y una de las obras fundamentales de la literatura argentina.

La primera de ellas se inicia con el monólogo del protagonista, tan conocido, en especial por las primeras estrofas que trascribimos a continuación:

“Aquí me pongo a cantar
al compás de la vigüela,
que el hombre que lo desvela
una pena estrordinaria,
como la ave solitaria
con el cantar se consuela.
Pido a los santos del cielo
que ayuden mi pensamiento,
les pido en este momento
que voy a cantar mi historia
me refresquen la memoria
y aclaren mi entendimiento.
Vengan santos milagrosos,
vengan todos en mi ayuda,
que la lengua se me añuda
y se me turba la vista;
pido a mi Dios que me asista
en una ocasión tan ruda.
Yo he visto muchos cantores,
con famas bien otenidas,
y que después de alquiridas
no las quieren sustentar.
Parece que sin largar
se cansaron en partidas.
Mas ande otro criollo pasa
Martín Fierro ha de pasar,
nada lo hace recular
ni las fantasmas lo espantan,
y dende que todos cantan
yo también quiero cantar.
Cantando me he de morir,
cantando me han de enterrar,
y cantando he de llegar
al pie del Eterno Padre.
Dende el vientre de mi madre
vine a este mundo a cantar”.

Tal armonía se ve quebrada cuando llega la leva forzosa y obligan a Fierro a marchar a la frontera con el indio. Ello significa la disolución de la familia, el desarraigo y muchos pesares que harán a los climas más interesantes de la obra. La amistad con el gaucho Cruz atenúa en parte los amargos sentimientos que causan en Fierro, pero no por ello las injusticias y violencias de que es testigo dejan de convertirse en una denuncia concreta que Hernández logra realizar con solidez.

La primera parte puede leerse como un alegato contra los abusos de la presidencia de Domingo F. Sarmiento. La segunda, escrita siete años más tarde, es producto de las repercusiones de la primera, y da lugar a un cuadro más matizado y complejo del mundo rural, en el que se produce el reencuentro con sus hijos, víctimas de abusos como él, a quienes aconseja llevar una vida honrada y de trabajo.

La publicación de La vuelta de Martín Fierro señaló el principio del ocaso de la literatura gauchesca, en un proceso paralelo a la vertiginosa modernización del país durante las dos últimas décadas del siglo XIX. La nueva situación dejaría al gaucho sin espacio social ni político y, por lo tanto, clausuraría también el lugar ocupado por la poesía de la que era protagonista. A partir de entonces, este género, como un capítulo ya clausurado, empezaría a ser reivindicado como un elemento indispensable en la definición de los rasgos de la literatura argentina.

La novela

Género literario elegido por los más grandes escritores de la historia, la novela es un recorrido por técnicas, tramas y estructuras diversas, capaces de seguir sorprendiendo en cualquier época y cultura.

Vargas Llosa escribió alguna vez que cada novela es un deicidio secreto, un asesinato simbólico de la realidad fundado en un sentimiento de insatisfacción contra la vida. Pero la estocada del artista es una pincelada creadora de otro mundo, uno nuevo, hecho de palabras, que espera a ser descubierto para vivir en el fenómeno de la lectura. Porque es precisamente durante esos instantes en los que la obra finalmente adquiere un carácter completo: en las manos del lector que le brinda su propio sello, y que será distinto dependiendo de su historia personal y su cultura.

Una novela es entonces un sinfín de posibilidades en potencia, creadas por un autor, pero puestas en juego únicamente gracias a la participación de un lector ocasional. ¿Qué es lo que hace tan especial este género narrativo? ¿Qué nos ofrece que no podemos encontrar en otros? En este artículo nos enfrentaremos precisamente a estas cuestiones para conocer tan sólo uno de los encantos ocultos entre las tapas duras de un libro.

¿Qué es una novela?

Ante todo, cuando hablamos de una novela estamos haciendo referencia a un género narrativo particular con determinadas características que lo diferencian de los restantes, como la estructura en forma de relato, la presencia de personajes y la circunscripción a un tiempo y lugar.

De acuerdo con esta idea, los elementos principales de una novela pueden reducirse a tres: la acción (lo que sucede), caracteres (las personas) y ambiente (el escenario, la época, la atmósfera).

El término novela procede del italiano novella, que a su vez deriva del latín nova: noticias. La palabra había sido designada en principio para denominar a un relato de ficción intermedio entre el cuento y el romanzo. Luego, en el castellano del siglo de oro mantuvo su acepción original de relato breve, pero empezó a aplicarse más tarde para designar a la narración extensa, dejando el concepto de novela corta para el primero.

Sin embargo, a causa de la gran diversidad de modelos que presenta la novela a lo largo de la historia, es difícil elaborar una definición precisa, e incluso es complicado determinar exactamente dónde y cuándo aparece por primera vez.

El problema se incrementa por el hecho de que en este género narrativo confluyen diversos elementos y técnicas que producen cambios sustanciales para cada texto. Así, se explican la multiplicidad de definiciones ofrecidas por autores y críticos sobre la novela.

Escena de la novela Romeo y Julieta de Willam Shakespeare.

Para aproximarnos a una definición más o menos consensuada, primero hay que rastrear su desarrollo. De esta manera se observará que la novela aparece como el resultado de la evolución de la poesía épica y que esta modificación de estilo se encuentra íntimamente ligada al transcurso del tiempo y al cambio de cosmovisión. La principal diferencia es que se trata de un género polifónico, en el sentido de que existen varias voces que la constituyen.

Pero estos datos sólo sirven para iniciarse en la búsqueda, ya que en la actualidad se han mezclado en la novela diversos elementos líricos y dramáticos que la han dotado de una mayor profundidad y complejidad. En este punto puede arribarse a una nueva conclusión que permite rastrear el por qué de la complejidad del género: toda novela se nutre del momento histórico en que nace y se manifiesta con mayor o menor exactitud; su tiempo deja huellas en su escritura.

La extensión es otro factor que suele tomarse en cuenta para lograr distinguir el género. Siguiendo esta línea una novela debería contar con alrededor de 100 páginas (o más), incluso si se trata de una corta. Al ser más extensa que el cuento, el escritor tiene mayor libertad, tanto para desarrollar la estructura como la trama. El relato, escrito generalmente en prosa, está dividido en capítulos, cada uno con un sentido en sí mismo, y comparte con el cuento la misma lógica temporal.

Clasificación tipológica

En toda narración encontraremos tres elementos o estratos esenciales: los acontecimientos, los personajes y el espacio donde éstos se mueven. Por este motivo, es costumbre establecer una clasificación tipológica de la novela de acuerdo con ellos. En este sentido, puede encontrarse:

a) La novela de acontecimientos: en este relato el autor pone en primer plano los avatares por los que pasa el héroe, sin que se preste demasiada atención a los aspectos psicológicos de los personajes ni a la descripción de los paisajes. Históricamente es la más antigua, habiéndose escrito los primeros ejemplares en la Antigüedad clásica. Sin embargo, el estilo se ha perpetuado a través del tiempo, como puede observarse en las obras de Walter Scott y Alexandre Dumas.

b) La novela de personajes: cuenta siempre con un personaje central, cuidadosamente estudiado por el autor y que muchas veces deriva hacia la novela lírica y subjetiva. La presencia del protagonista en la obra adquiere tal importancia que incluso en muchos casos le da el nombre a la novela.

c) La novela de espacio: tiene como rasgo esencial la descripción del ambiente histórico y geográfico en el que se desarrolla la trama. Algunos ejemplos claros pueden encontrarse en los relatos de Balzac, Flaubert y Stendhal. En el caso de la vertiente realista y naturalista del siglo XIX, los autores se interesan básicamente por la descripción de la sociedad de su tiempo, en especial de ciertos ambientes concretos (bajos fondos, burguesía…).

Walter Scott, escritor británico de novelas históricas.

El narrador

Al tratarse de un relato, la novela requiere de un narrador que cuente la historia. Para ello se han utilizado una innumerable cantidad de recursos: desde la propia narración de uno de los personajes, hasta la de un espectador omnisciente, desde el anecdótico encuentro del autor con una carta o manuscrito, hasta la presencia de varios narradores que se van sucediendo a medida que avanza la historia.

Un novelista cuenta por lo tanto con múltiples posibilidades para contar su relato, y si bien la más empleada es la narración en tercera persona, también puede alternar diferentes técnicas: presentar los diálogos en estilo directo y describir la escena como si sucediera ante el lector en el mismo momento que se relata; narrar en pasado, en estilo indirecto o indirecto libre; resumir o extender mediante comentarios, digresiones, etcétera.

El narrador en primera persona es un procedimiento usado en la novela picaresca, en la humorística, en la epistolar y, muy especialmente, en la romántica. Hay ciertas variedades técnicas: el narrador puede identificarse con el personaje central de la novela (generando así la sensación de autobiografía), pero también puede presentarse como una persona que asiste a los hechos narrados por ella.

Como ya se mencionó, el narrador en tercera persona es más habitual y se caracteriza por permanecer fuera de los acontecimientos. En general, aparece como un narrador omnisciente, exponiendo y comentando las actuaciones de los personajes. Al ver sin ser visto, puede internarse no sólo en todos los hechos de la historia, sino también en los pensamientos más íntimos de los protagonistas.

Además, domina la totalidad de la narración sin intervenir su devenir. Su presencia se manifiesta en los comentarios o juicios que va haciendo sobre todo lo que ocurre. Por esta razón, en este tipo de novelas la descripción, el comentario y la narración suelen abundar mucho, con lo que el diálogo directo entre los personajes disminuye.

La elección de uno u otro tipo de narrador no es anecdótica. De hecho, al optar por un modo cualquiera debe saberse que producirá una fuerte impresión en la historia, transmitiendo diferentes sensaciones según sea el caso.

El tiempo

El tiempo es otro de los recursos fundamentales en cualquier novela, ya que no sólo permite cambiar el significado de las obras sino también el uso y la función de la lectura.

En principio, hay que distinguir entre el tiempo de la historia y el tiempo de la narración. El primero de ellos es aquel en el que se supone que han ocurrido los hechos que se exponen. El segundo es el tiempo ocupado por la lectura de la obra.

Existen ciertas características que permiten identificar el tiempo de la historia:

a) La datación de la historia, ya sea de forma cronológica (con una fecha concreta, por ejemplo), o con algún indicador temporal (por ejemplo: “este invierno”).
b) Por la indicación de los lapsus de tiempo ocupados por los hechos (por ejemplo: “la conversación duró dos horas”).
c) Creando la impresión de la duración.

Pero los tiempos dentro de la novela no necesariamente son siempre los mismos y lo más probable es que varíen bastante dentro de una obra. De esta manera, puede distinguirse un tiempo de la aventura, uno de la escritura y otro de la lectura.

El tiempo de la aventura es el de la historia propiamente dicha, para el que se elijen un número restringido de aspectos, hechos y detalles de entre la gran cantidad que podrían utilizarse. Como toda descripción, es parcial e incompleta, y requiere de múltiples procedimientos para seleccionar lo que se necesita.

Por otro lado, la historia no se narra necesariamente de forma cronológica. A la arbitrariedad de la elección de un principio y un fin, hay que sumar un sistema temporal muy complejo que, en muchos casos, no se despliega cronológicamente. Así, la historia, en lugar de conservar el orden de los hechos, se irá conociendo por medio de fragmentos que el lector deberá hilvanar.

El tiempo de la escritura también es importante para la obra, ya que permite rastrear la época en que escribió el autor. Recordemos que la técnica narrativa es indisociable del momento de la escritura, y que el escritor, atravesado por una determinada cultura, tiende a expresar las modas y los procedimientos de su época, tanto si los acepta como si los rechaza.

Por último, el tiempo de la lectura es importante porque siempre hay una falta de sincronía entre el momento en que el lector conoce la obra y el momento en el que tiene lugar la historia. La evolución del sentido de las palabras y el cambio de las formas de vida y de pensamiento según las épocas, acentúan la separación entre la experiencia de la lectura y la de la escritura.

La composición

Como ya se mencionó anteriormente, el novelista deberá localizar, seleccionar y privilegiar ciertos hechos que le parecen importantes, y dejar otros en la sombra. Este trabajo tiene la finalidad de producir cierto efecto en el lector, de forma tal que pueda retener su atención, conmoverle y/o provocar su reflexión. Organiza, pues, la materia prima de su historia para darle una forma artística.

La composición de la novela también debe valerse de diversas cuestiones técnicas. Por ejemplo, en el caso de la novela tradicional, debía tener un argumento (elemento esencial para relatar una historia), una acción en la que se veían envueltos una serie de personajes, y un contexto determinado en el que la misma se desarrolla, es decir, en una situación histórica determinada.

¿Sabías qué...?
La novela más antigua es “Aventuras de Quéreas y Calírroe”, subtitulada “Amor en Siracusa”. Fue escrita por Caritón de Afrodisias a finales del siglo primero.

La descripción

Para darle ritmo a la narración, la descripción aparece como una herramienta fundamental en cualquier novela. Por ejemplo, puede servir para lograr que el lector preste atención al medio ambiente, o despierte distintas sensaciones como la calma después de una pelea o la impaciencia al interrumpir la narración en un momento crítico.

Esto quiere decir que fundamentalmente permite generar un clima. Para lograrlo, anuncia el movimiento y el tono de la obra, pero también puede ampliar la perspectiva de la narración.

Por otro lado, en su función más básica, la descripción le permite al autor transmitir cierta información al lector, por ejemplo, recurriendo a un personaje informado que se comunica con otro que no lo está, o simplemente advirtiendo cómo se viste el protagonista, cómo actúa y piensa.

La descripción implica la mirada de un personaje (aunque sea la del propio narrador omnisciente), de donde se sigue la necesidad de introducir tal personaje y de situarlo ante el objeto a describir.

La vuelta al mundo en 80 días

Reflejo de un espíritu nómade entusiasmado con el arte de viajar, La vuelta al mundo en 80 días es uno de los relatos más cautivantes del siglo XIX.

Julio Verne.

Novela publicada en 1873, La vuelta al mundo en 80 días fue el éxito más importante de Julio Verne. El relato cuenta las aventuras de Phileas Fogg y su sirviente Jean Passepartout (Picaporte), ambos embarcados en la ambiciosa tarea de demostrar que partiendo del Reform Club, en Londres, podía arribarse al mismo punto luego de 80 días de viaje, tras haberle dado la vuelta al globo.

La hazaña que en la actualidad puede resultar de escaso mérito, era considerando los medios de la época un imposible para el común de la gente. Por esta razón, cuando Phileas Fogg, personaje enigmático y solitario, sugiere la posibilidad a sus amigos del Reform Club, la descabellada idea toma la forma de una apuesta en la que el personaje principal se juega nada menos que la mitad de su fortuna.

En este contexto se inicia la carrera contra el tiempo que Julio Verne supo relatar con paisajes asombrosos y la confrontación con culturas diversas, dejando su huella por lugares tan disímiles y fascinantes como Suez, Bombay, Calcuta, la isla de Singapur, Hong-Kong, Yokohama, San Francisco y Nueva York.

Pero la obra no es un diario de viaje sino, ante todo, una historia de aventuras, logro que Verne alcanza a escenificar perfectamente gracias a la presencia de personajes que movilizan al lector con sus personalidades y objetivos encontrados. Por esta razón, resultará inolvidable para cualquiera la tenaz persecución de Fix, un agente convencido de la culpabilidad de Fogg por un robo al Banco de Inglaterra; o los desencuentros con Picaporte, el fiel sirviente que asoma como el personaje hilarante que con asiduidad se distingue en las novelas de aventuras; o el romance que florece entre el personaje principal y Aouda, la hermosa joven india destinada a morir incinerada en un ritual junto a su difunto marido.

La vuelta al mundo en 80 días consolidó la fama que Julio Verne ya había obtenido a partir de la publicación de Cinco semanas en globo. Aún en vida, se vendieron más de 110.000 ejemplares, pero el éxito fue además inmediatamente recogido en el teatro haciendo diversas adaptaciones que maravillaron al público.

EL ESCRITOR DETRÁS DE LA OBRA

Julio Verne (1828-1905) suele ser recordado por la poderosa imaginación que, cuál predicción futurista, logró dar vida en sus relatos a los avances técnicos que ofreció la ciencia casi al pie de la letra. Por esta razón, las fantásticas obras en las que aparecen diversos productos generados por los avances tecnológicos del siglo XX (como la televisión, los helicópteros, los submarinos o las naves espaciales), han llevado a que el reconocido escritor francés sea considerado el fundador de la moderna literatura de ciencia ficción.

Sus inicios literarios fueron difíciles, sus piezas de teatro no tuvieron una divulgación importante, y recurrió a la docencia para sobrevivir. En 1857 se convirtió en agente de bolsa y empezó a viajar, pasión que las interpretaciones psicoanalíticas de su obra ven marcada en su niñez como símbolo de la huída.

¿De qué habría de escapar el joven Verne? Quizás la respuesta a este enigma se encuentre en la severidad y rigidez que reinaban en su hogar, sitio en que el padre dominaba su destino con absoluta inflexibilidad. Las tensiones que despertaban en él estas vivencias, se evidencian en el escape del hogar paterno que realiza con tan solo 11 años, embarcándose nada más y nada menos que a India. La huída, sin embargo, no duró demasiado tiempo, y tras la severa reprimenda del padre, Julio Verne prometió no volver a viajar más que en sueños.

Sin embargo, sus deseos no pudieron ser reprimidos. La voluntad de conocer el mundo formaba parte de su personalidad, cuál un llamado incansable que provenía desde todos los rincones de la Tierra. De esta manera, Verne se lanzó a conocer Europa, África y América del Norte adquiriendo diversos conocimientos geográficos que se plasman con claridad en sus obras, pero que en La vuelta al mundo en 80 días adquieren un valor protagónico.

Su entusiasmo por la revolución tecnológica e industrial también es un sello que acompaña la mayoría de sus historias. Así, Verne se convirtió poco a poco en un especialista de los relatos de aventura de corte científico, dominando la tensión dramática y combinando extravagantes situaciones y momentos poéticos en una prosa ligera y amena.
La vuelta al mundo en 80 días no es la excepción. De hecho, para alcanzar su objetivo, los personajes utilizarán prácticamente todos los medios de transporte conocidos en la época, valiéndose especialmente del barco y el ferrocarril, símbolos emblemáticos de la Segunda Revolución Industrial.

Otra característica que atraviesa todas sus obras es la aventura, esto es, relatos que ponen el énfasis en los viajes, el misterio y el riesgo frente a lo desconocido. Por esta razón, con el tiempo empezó a ser erróneamente considerado un escritor de relatos infantiles a falta de una interpretación profunda de su producción. Lo cierto es que tanto La vuelta al mundo en 80 días, como la mayoría de sus restantes escritos, pueden ser leídos en varios niveles y apreciados por todas las edades indistintamente, a pesar de que sus textos se hayan popularizado como clásicos de la literatura infantil y juvenil del siglo XX.

Quienes se inmiscuyeron en un estudio serio de la obra hablan de la necesidad de lecturas profundas realizadas desde diferentes enfoques para poder apreciar el valor de sus escritos: desde el psicoanalítico hasta el textual, desde el político hasta el humanista, desde el histórico y científico hasta el surrealista. Sólo de esta manera podrá terminar de darse un sentido último a los más de 80 relatos que este magnífico escritor realizó durante su vida.

¿Sabías qué...?
33 de las novelas de Julio Verne han sido llevadas al cine.

ADAPTACIONES

La popularidad adquirida por La vuelta al mundo en 80 días llevó a que la obra sea adaptada a otras formas artísticas casi inmediatamente después de haber sido publicada. Sin embargo, el furor causado por la novela no se extinguió en esos primeros años, sino que se renueva con cada adaptación que se realiza actualmente.

El propio Julio Verne fue el primero en decidir llevar la novela al teatro, tan solo un año después de que fuera publicada. Sin lugar a dudas se trató de una de las adaptaciones más asombrosas, no sólo porque contaba con los aportes del escritor, sino también por la sorprendente puesta en escena que se montó.

Verne decidió confiar dicha versión a un experimentado dramaturgo de la época: Adolphe d’Ennery. El día del estreno, un 7 de noviembre de 1874, en el Teatro de la Porte-Saint-Martin, se dio una de las más peculiares anécdotas de su vida. Mientras chequeaba personalmente la canastilla que conduciría a Phileas Fogg y a su criado Picaporte sobre un elefante verdadero, la caída de una parte del escenario asustó tanto al animal que salió despavorido del teatro con el autor a cuestas y recorrió varias calles de París antes que el domador pudiera pararlo.

El éxito sin precedentes que alcanzó la pieza le proporcionó a Verne una cuantiosa fortuna. Dos años después del estreno podía leerse aún en el cartel del teatro la frase «no hay entradas».
Otra versión interesante que se realizó en teatro fue la dirigida por Karla Baro en 1971. La presentación se hizo en La Habana (Cuba), en la sala Hubert Blanck, sede de Teatro Estudio. Sin embargo, lo cierto es que la cantidad de adaptaciones teatrales realizadas en todo el mundo escapa a la posibilidad de contabilizarlas completamente.

Las adaptaciones en cine han sido incluso mayores: Die Reise um die Erde in 80 Tagen (Alemania, 1919), Around the World in Eighty Days (Estados Unidos, 1956), De reis om de wereld in 80 dagen (Bélgica, 1957), La vuelta al mundo con Bolek y Lolek (Polonia, 1977), La vuelta al mundo en 80 días (animación australiana, 1988), Around the World in Eighty Days (animación coproducida entre Canadá y los Estados Unidos, 1991), Le tour du monde en 80 jours (dibujos animados franceses, 2001) y la más reciente Around the World in 80 Days (producida por Walt Disney Pictures en 2004), son tan sólo algunos de los ejemplos que se presentaron en la pantalla grande.

En televisión también se realizaron varias adaptaciones. La primera versión fue australiana, contó con 16 episodios de 30 minutos cada uno y se lanzó al aire en los años 1972 y 1973. Se trataba de una serie de dibujos animados producida por Walter J. Hucker y dirigida por Leif Gram. Otra serie animada La vuelta al mundo de Willy Fog de 26 capítulos con 25 minutos de duración cada uno, apareció en 1981 de la mano de una coproducción española y japonesa dirigida por Luis Ballester y Fumio Kurokawa. Ocho años después pudo verse en televisión una miniserie dividida en
tres partes coproducida entre Estados Unidos, Italia, Yugoslavia y Alemania Occidental. El mismo año apareció otra miniserie de 4 capítulos en Reino Unido, pero esta vez con un tinte documental encarado por la BBC, idea que sería retomada en el 2009.

Lo cierto es que, como puede observarse, la obra es reinventada constantemente y las aventuras de sus personajes lejos de perder vigencia, siguen cautivando a diferentes públicos a través de las nuevas posibilidades tecnológicas y las nuevas formas de expresión artística.