Nadia Comaneci nació el 15 de noviembre de 1961 en la ciudad de Onesti, Rumania. Años más tarde se convertiría en, sin dudas, la gimnasta más influyente de la historia del deporte.
Descubierta por quien acabaría siendo su entrenador, Belá Károlyi, cuando tenía solo seis años de edad, empezó a obtener sus primeras victorias en categorías juveniles en 1970. En 1974 ya era campeona juvenil mundial.
En la categoría absoluta, en su primera actuación en competición internacional durante los Campeonatos de Europa celebrados en Skien (Noruega), en 1975, demostró sus excepcionales cualidades, dado que superó con cuatro victorias individuales a la rusa Lyudmila Turishcheva, pentacampeona de Europa. En 1976 triunfó en Nueva York, donde, además de hacerse con la victoria en la Copa América, se convirtió en la primera mujer que realizaba el dificilísimo doble mortal de espaldas en la salida de su ejercicio de asimétricas.
Fue, sin embargo, en los Juegos Olímpicos de Montreal (1976) donde se reveló como un auténtico prodigio de la gimnasia: obtuvo siete máximas puntuaciones (10) y las medallas de oro en las disciplinas de paralelas asimétricas y de barra de equilibrio, así como en la general individual. Sus gráciles vuelos la convirtieron en una popularísima figura del deporte, y en su país fue recibida como una heroína nacional.
Tras unos años de irregulares resultados en competición, que no le impidieron ganar el Campenato del Mundo de Estrasburgo (1978), obtuvo dos nuevas medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Moscú (1980), en suelo y barra de equilibrio, y el segundo puesto en la general individual.
En 1984 se retiró de la competición activa para convertirse en entrenadora del equipo rumano, primero, y del canadiense, después. En 1989 se instaló en Estados Unidos, donde siete años más tarde contrajo matrimonio con el gimnasta estadounidense Bart Conner.
Peso molecular de un compuesto químico es la suma de los pesos atómicos de los elementos que constituyen la molécula de ese compuesto.
Mediante un ejemplo precisaremos el concepto y mostraremos cómo se calcula el peso molecular de un compuesto (cuando se conoce con certeza su fórmula) a partir de los pesos atómicos de sus elementos constituyentes.
Ejemplo:
1) Hallar el peso molecular del carbonato de calcio, CaCO3.
Escribiremos PM (CaCO3) o simplemente PM para representar el peso molecular del carbonato de calcio y PA(Ca), PA(C) y PA(O) para representar, respectivamente, los pesos atómicos del calcio, el carbono y el oxígeno. Será:
PM= PA(Ca) + PA(C) + 3 PA(O)
Esto es porque la molécula de CaCO3 contiene un átomo de Ca, uno de C y tres de O.
Consultando la tabla de pesos atómicos encontramos que:
PA(Ca) = 40,08
PA (C) = 12,011
PA (O) = 15,999
Por lo tanto,
PM= 40,08 +12,011 +3·15,999 = 100,088
Determinación experimental de los pesos moleculares
Del concepto de peso atómico se deduce que al considerar las reacciones entre todos los elementos podían encontrase relaciones similares a la relación PC = 3/7 . PSi, con lo que resultaría posible expresar todos los pesos atómicos en función del peso atómico de un elemento cualquiera, que podríamos escoger a voluntad.
Sin embargo, para los químicos de principios del s. XIX el problema era que en general no conocían las fórmulas de los compuestos y por lo tanto no podían estar seguros de si los elementos reaccionaban átomo a átomo o no, con lo cual se hacía imposible establecer con certeza relaciones entre los pesos de sus átomos.
Dalton supuso erróneamente que cuando dos elementos se combinan para dar un compuesto siempre lo hacen átomo a átomo. Así, en el caso del agua pensó que su fórmula era HO y, como había hallado experimentalmente que el hidrógeno y el oxígeno se combinan para formar agua en una proporción ponderal de 1:7 (la verdadera proporción es 1:7,9365, pero este error experimental es comprensible para la época), concluyó que el peso atómico del oxígeno expresado en la escala del hidrógeno es 7 (hoy sabemos que la fórmula del agua es H2O, por lo que el peso atómico del oxígeno, expresado en función del peso atómico del hidrógeno, es realmente 2·7,9365 = 15,873).
El problema de establecer los pesos atómicos de los elementos no pudo así resolverse hasta que se hallaron métodos prácticos para determinar por vía experimental los pesos moleculares de sus compuestos. Los métodos experimentales para la determinación de pesos moleculares son aplicables a sustancias en estado gaseoso y a solutos en disolución. La determinación del peso molecular de un gas se basa en la ecuación de estado de los gases ideales, por lo que es preciso conocer la masa de sustancia gaseosa contenida en un determinado volumen, así como ese mismo volumen y la presión y la temperatura a que se encuentra el gas. Como estas dos últimas variables son directamente medibles, lo que se determina realmente es la masa de la sustancia contenida en un volumen que se puede conocer.
Para conocer el peso molecular de sustancias sólidas se recurre a su disolución en agua o en otro líquido. Toda una serie de propiedades de las disoluciones dependen del número de moléculas que contienen disueltas en un peso dado de disolvente (propiedades coligativas), de manera que es posible calcular el peso molecular del soluto a partir, por ejemplo, del descenso del punto de congelación (crioscopia) o bien del aumento del punto de ebullición (ebulloscopia) de la disolución en relación al punto respectivo del disolvente puro.
El cálculo matemático ha sido una de las disciplinas ante las cuales el hombre ha sentido la necesidad de abastecerse de tecnologías que facilitasen su resolución y, ya desde la antigüedad, instrumentos como el ábaco han ido restando complejidad al acto de “hacer cuentas”, elemento crucial en la conformación de las sociedades modernas. A partir del siglo XXI, un software que ha ayudado mucho al hombre y sus cálculos matemáticos es Microsoft Excel, del cual hablaremos en este artículo.
Hojas de cálculo
Las hojas de cálculo, al permitir una serie de relaciones lógicas entre cifras según las cuales la disminución o aumento de un valor provoca la variación automática de otros valores a él subordinados, es el paso decisivo en favor de la simplificación de la matemática contable. A través de un lenguaje simple que permite la fácil introducción de fórmulas y funciones, programas como Microsoft Excel convierten la tarea de llevar al día la contabilidad de un negocio o bien el recuento de un stock en un verdadero juego de niños.
La interfaz de Excel
Una hoja de cálculo de Microsoft Excel está formada por una o más cuadrículas de extensión agrupadas en un libro, de modo que puedan englobarse distintas tablas referentes a un mismo asunto en un solo archivo.
Cada hoja de nuestro libro es accesible a través de las pestañas situadas en la parte inferior izquierda de la pantalla, justo encima de la barra de estado. Podemos nombrar las distintas hojas o bien añadir hojas nuevas mediante la pulsación del botón derecho del ratón sobre una de las pestañas existentes, que despliega un sencillo menú contextual.
Determinada la estructura de hojas de nuestro libro, podemos proceder al rellenado de la cuadrícula de cada una de las mismas. Pulsando sobre una casilla cualquiera podemos teclear un valor numérico o bien una cadena de texto. A continuación, y al igual que ocurría con Word, con la barra de formato podemos moldear esta información.
Introducción de funciones en una hoja de cálculo
La verdadera utilidad de una hoja de cálculo no radica en la posibilidad de plasmar en formato tabla una serie de datos y cifras, sino en la capacidad del programa de hacer cálculos que relacionen estas cifras y de que estas fórmulas se muestren sensibles a la modificación de los valores de los que parten. Esto se consigue gracias a la introducción de funciones, accesible a través de la opción “Función…” del menú Insertar o bien por medio del icono de función de la barra estándar. Estos parámetros dan paso a un cuadro de diálogo en el que se pide al usuario que escoja qué tipo de cálculo desea realizar entre un extenso inventario de operaciones matemáticas. Una vez decidido, un segundo cuadro nos permite introducir que tipo de intervalo de celdas van a estar envueltas en la operación matemática, dándonos también la posibilidad de marcar por medio del ratón de qué celdas de la cuadrícula se trata.
Las fórmulas pueden introducirse asimismo de forma manual en los campos en los que deben figurar sus resultados, tecleando en los mismos la fórmula a realizar precedida por el símbolo igual (por ejemplo, para sumar los valores de las celdas A4 y A5 y que el resultado figure en la celda A6, deberíamos teclear en esta última celda = A4 + A5).
Las bases de datos
A lo largo de nuestra vida, por motivos diferentes y casi sin darnos cuenta trabajamos con montones de bases de datos, desde colecciones de discos o listines telefónicos a inventarios de calificaciones académicas o listas de elementos relacionadas con casi cualquier ámbito laboral; es común la necesidad de tener ordenados, según distintos criterios, e interconectados entre sí una serie de datos. Los programas de gestión de bases de datos, con Microsoft Access como claro estándar, permiten precisamente la correcta gestión de los datos de esta naturaleza.
Estructura de una base de datos
La fuente principal a partir de la cual se vertebra una base de datos, como se extrae de lo que acabamos de decir, es una o varias relaciones entre elementos, o lo que es lo mismo, uno o varios listados que vinculen dos o más datos.
Una tabla en la que se encuentren los nombres de nuestros amigos, la dirección y el teléfono de cada uno de ellos constituye el esqueleto de una base de datos, por ejemplo.
Por todo ello, el requisito principal para la constitución de una base de datos, y por tanto su elemento indispensable, es la tabla.
Una vez introducidas en el programa una o más tablas (de forma manual o bien importando una tabla desde otro programa de la suite de Office), podemos modificar los criterios de ordenación de sus campos y la cantidad de los mismos que deseamos que aparezcan en pantalla creando una consulta. Esta función es también útil para conectar entre sí dos o más tablas con algún dato en común.
Establecidas estas relaciones y determinados los órdenes por los que se regirá la información, podemos conseguir vistosas presentaciones para impresora, o bien crear páginas intuitivas para la introducción de nuevos registros o modificación de los registros existentes por medio de los denominados formularios.
Estas cuatro categorías, junto con las macros y los módulos (que sirven, respectivamente, para englobar una serie de procedimientos avanzados en una única acción y para la incorporación a la base de instrucciones en lenguaje Visual Basic) constituyen los medios que permitirán obtener el mayor rendimiento de una base de datos.
Se le llama compuesto o molécula orgánica a las sustancias químicas que están compuestas por carbono y forman enlaces carbono-carbono-carbono-oxígeno. La principal característica de estos compuestos es que pueden ser combustibles.
Existen dos tipos o series de compuestos orgánicos: la serie acíclica, que comprende los compuestos cuyos carbonos están unidos formando cadenas abiertas, ramificadas o no, y la serie cíclica, que comprende los compuestos cuyos carbonos forman cadenas cerradas, anillos o ciclos. Los anillos formados exclusivamente por átomos de carbono se llaman homocíclicos o isocíclicos y, si contienen algún átomo de otro elemento, se llaman heterocíclicos. Entre los primeros, merece especial mención el anillo bencénico, que constituye el núcleo de los compuestos de la llamada serie armática.
Los compuestos acíclicos se denominan alifáticos debido a que los primeros compuestos de este tipo que se estudiaron fueron los ácidos grasos (del griego aliphos, grasa).
Los átomos de carbono se denominan primarios, secundarios, terciarios o cuaternarios según estén enlazados a uno, dos, tres o cuatro átomos de carbono.
En química orgánica existen varios agrupamientos de átomos a los que corresponden propiedades características. Estos agrupamientos se llaman grupos funcionales; y de los compuestos cuya molécula contiene un determinado grupo funcional se dice que pertenecen a la misma función química. Así, por ejemplo, un compuesto posee la función aldehído cuando en su molécula tiene el grupo funcional CHO. El resto de la molécula se denomina radical, y puede influir en la reactividad del grupo funcional.
No obstante, cuando se formulan reacciones de los grupos funcionales es frecuente representar el radical escribiendo simplemente R o Ar, según se trate de un radical hidrocarbonado o un radical aromático.
Finalmente, una misma molécula puede contener varias funciones de la misma clase (función múltiple) o bien diversas funciones de distinta clase (función mixta).
Los sistemas tradicionales de escritura de documentos, tales como la máquina de escribir, han sido desbancados por los programas informáticos de proceso de textos. Estas herramientas ofrecen innumerables ventajas frente a los arcaicos sistemas de mecanografiado, principalmente la posibilidad de introducir correcciones sobre un texto ya redactado antes de su envío a la impresora (así como su sucesiva actualización sin necesidad de borrones) y las completas opciones de formateo del texto (desde la tipografía hasta el color e interlineado de la misma, pasando por la introducción de imágenes y gráficos en un documento).
A continuación daremos un breve paseo por las prestaciones del estándar de los programas de procesamiento de textos, Microsoft Word.
La Interfaz de MS Word
La pantalla principal de Microsoft Word (MS Word), al igual que el resto de la práctica totalidad de programas de productividad, aparece subdividida en diferentes áreas en las cuales figuran los controles que nos permiten editar nuestro documento agrupados en función de su utilidad. Así, bajo los menús propios de todos los programas del entorno de Windows, encontramos dos barras de herramientas, la estándar y la de formato y, por debajo de éstas, una regla que mide la sección horizontal del documento en curso en la que aparecen marcados los márgenes y tabulaciones del mismo.
Tras este primer grupo de controles puede observarse la franja de pantalla que sirve de área de trabajo, en la que aparece el documento y sobre la cual podemos aplicar diferentes grados de zoom y distintos tipos de visualización. Esta franja cuenta, asimismo, con una regla vertical a su izquierda y con una barra de desplazamiento a su derecha que, además de permitir un desplegamiento vertical, cuenta con botones que facilitan la navegación de página en página. Por último, y a menos que tengamos configuradas otras barras en la configuración por defecto de pantalla, como la barra de dibujo, aparece la barra de estado, que nos muestra en todo momento el punto en el que nos encontramos a nivel de documento y de página en curso, además de mostrar otras informaciones útiles, como el idioma para el cual está configurado el texto en el que estamos trabajando.
Veamos con más atención las herramientas accesibles a través de las distintas barras:
1) La Barra de Menús: La disposición de los menús y las funciones agrupadas en los mismos es muy similar a la de otros programas de Windows, y muchas de sus funciones son accesibles también a través de las barras de iconos:
El menú Archivo engloba todas las funciones referentes a la gestión de los documentos tales como la creación, apertura, cierre y envío a impresora de un texto.
El menú Edición agrupa las funciones de cortado, copiado y pegado de texto, además de las herramientas de selección, búsqueda y reemplazo, entre otras.
El menú Insertar permite la introducción de elementos especiales en nuestro documento tales como símbolos no accesibles a través del teclado o bien imágenes, e incorpora funciones tan útiles como la numeración de páginas.
El menú Formato, como su propio nombre indica, compila todas las funciones referentes al formateo de texto, desde la fuente o el color del mismo, a la disposición de los párrafos, las columnas o los interlineados.
El menú Herramientas cuenta con una serie de funciones heterogéneas para el tratamiento del documento, desde las referentes a la revisión ortográfica, hasta el editor de macros o el contador de caracteres, pasando por una serie de herramientas de conversión que permiten una rica interacción entre los distintos programas de la suite de Microsoft Office.
El menú Tabla engloba todas las operaciones aplicables sobre una tabla, desde las referentes a su creación y posterior formateo, su criterio de ordenación y el retoque de la misma hasta la ordenación alfabética de un texto.
Por último, los menús de Ventana y Ayuda permiten, respectivamente, recorrer los distintos documentos activos en un determinado momento y acceder a las distintas clases de ayuda que ofrece Microsoft Word.
2) La Barra Estándar: Presenta los controles más básicos para el manejo de documentos tales como crear, abrir o guardar un texto, o las opciones de impresión, vista preliminar y corrección ortográfica del mismo. Permite, asimismo, cortar, copiar o pegar zonas de texto, deshacer o rehacer las diferentes acciones practicadas sobre un documento o manipular el porcentaje de zoom de la vista en pantalla, entre otras funciones.
3) La Barra de Formato: Como su propio nombre indica, permite modificar diferentes parámetros referentes al diseño de un documento; los controles más relevantes son aquellos que permiten la modificación del tipo de párrafo, de la tipografía o del tamaño y efecto de la misma. También permite al usuario justificar el texto, numerar sus diferentes parráfos o bien introducir sangrías que lo hagan más inteligible.
Otros procesadores de texto
Si bien existen muchos programas de proceso de textos en el mercado, son pocas las aplicaciones que pueden hacer sombra al intuitivo y altamente funcional MS Word. Una de las alternativas al programa de Microsoft es sin duda Word Perfect, desarrollado por la compañía Corel en sus últimas versiones, o bien Lotus Word Pro.
Otra alternativa es el uso de programas de edición de textos elementales, como el Bloc de Notas de Windows, que ofrecen una interfaz muy simplificada en detrimento de las herramientas de formato. Por último, podemos sustituir Microsoft Word por un programa de autoedición como QuarkXpress, si bien este software está enfocado al ámbito profesional de la edición y ofrece funciones reservadas a usuarios con conocimientos avanzados de diseño y maquetación.
Los alcanos son compuestos que están formados solo por enlaces entre átomos de carbono e hidrógeno. Comúnmente se los suele llamar también hidrocarburos.
El alcano más simple es el metano, cuya fórmula molecular es CH4. Admitiendo la tetravalencia del carbono y la monovalencia del hidrógeno, solamente es posible una estructura para el metano:
El alcano con dos átomos de carbono, el etano, tiene por fórmula molecular C2H6. Su fórmula estructural es:
Cuando el número de átomos de carbono es n, su fórmula molecular es CnH2n+2. Los alcanos pueden suponerse derivados del metano por sustitución sucesiva de un hidrógeno por un grupo metilo, CH3.
Los alcanos pueden ser de cadena lineal o de cadena ramificada. En la cadena normal cada átomo de carbono está unido directamente a lo sumo a otros dos, es decir, los carbonos son primarios o secundarios; en las cadenas ramificadas existen también átomos de carbono terciarios o cuaternarios:
Una cadena ramificada se puede considerar como una cadena normal en la que la parte de sus átomos de hidrógeno han sido sustituidos por grupos CnH2n+1, que se denominan cadenas laterales.
Dado que la fórmula estructural desarrollada ocupa mucho espacio, para los alcanos de cadena larga se acostumbra usar la fórmula estructural abreviada, que se escribe poniendo entre paréntesis las cadenas laterales (y los sustituyentes) para indicar que esos átomos o grupos están directamente unidos al átomo de carbono precedente no escrito entre paréntesis. Por ejemplo, la última fórmula que hemos escrito en forma desarrollada, en forma abreviada se escribiría:
CH3 CH(CH3)CH2 C(CH3)3
Nomenclatura de los alcanos
Los primeros químicos nombraban en general los compuestos haciendo referencia a su origen. Esto dio lugar a una nomenclatura vulgar que, en muchos casos, aún se emplea. A medida que fue aumentando el número de compuestos orgánicos conocidos se fue haciendo evidente la necesidad de sistematizar la nomenclatura, de manera que el nombre de un compuesto reflejara su estructura. La nomenclatura actual se basa en la establecida en el Congreso de Química de Ginebra de 1892 (nomenclatura de Ginebra), que ha sido revisada repetidas veces, siendo las últimas reglas las que recomendó en 1957 la Comisión de Nomenclatura de la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (IUPAC). En esta obra seguiremos el sistema de la IUPAC, aunque usaremos nombres vulgares cuando éstos estén muy arraigados.
Los cuatro primeros alcanos tienen nombres especiales (relacionados con su historia); a partir del quinto término se nombran según el prefijo griego o latino correspondiente al número de átomos seguido de la terminación -ano.
Los alcanos de cadena normal se indican colocando una n delante del nombre (n-butano) cuando se los quiere diferenciar de los que tienen el mismo número de átomos de carbono pero cadena ramificada en el primer enlace, a los que se antepone el prefijo iso- (iso-butano).
Los radicales monovalentes que se forman eliminando un átomo de hidrógeno de un carbono extremo de un alcano se denominan radicales alquilo. El nombre de cada radical se obtiene cambiando el sufijo -ano del nombre del alcano por -ilo, o bien por -il si el nombre del radical antecede en el nombre del compuesto (por ejemplo, el radical metilo o metil es CH3).
Para nombrar a los hidrocarburos ramificados se elige la cadena más larga y el compuesto se nombra como derivado de ese alcano de cadena normal. La cadena de carbonos se numera de un extremo a otro, eligiendo empezar por el extremo que permita que los números usados para ubicar las cadenas laterales sean lo más bajos posible. Por ejemplo, el 2-etil-3-metil-pentano sería:
Al examinar las fórmulas de los alcanos se observa que dos cualesquiera de ellos se diferencian en uno o más CH2. Una serie de compuestos en la que, como en las parafinas, los sucesivos términos se diferencian en un CH2 se denomina serie homóloga, denominándose homólogos los términos de la misma.
Los constantes físicas (densidad, solubilidad, punto de fusión, índice de refracción, etc.) de los términos de una misma serie homóloga suelen variar de un modo continuo con el aumento del peso molecular, sobre todo los puntos de fusión y de ebullición.
Propiedades generales de los alcanos
Las propiedades físicas de los alcanos siguen la gradación propia de los términos de una serie homóloga. Los cuatro primeros términos de los alcanos normales son gaseosos, del 5 al 16 son líquidos y los términos superiores, sólidos. Son incoloros e inodoros, insolubles en agua, miscibles entre sí y fácilmente solubles en disolventes orgánicos, tales como éter, sulfuro de carbono, benceno, etc. Fácilmente combustibles, arden con llama tanto más luminosa cuanto mayor es el número de carbonos de su molécula. Son estables y químicamente inertes puesto que a temperatura ambiente no son atacados por los ácidos ni las bases fuertes; ésta es la razón por la que se les denomina también parafinas (poca afinidad). Los halógenos se combinan con ellos por sustitución, formándose el derivado halogenado y el hidrácido correspondiente. Así, el metano reacciona con gas cloro dando cloruro de metilo y cloruro de hidrógeno:
CH4 + Cl2 → CH3Cl + HCl
El proceso puede proseguir hasta la sustitución de todos los hidrógenos por átomos de Cl, formándose tetracloruro de carbono.
El alcano más importante es el metano, que es muy estable, ya que sólo empieza a descomponerse por encima de los 600 °C.
Estado natural de los alcanos
Los alcanos son compuestos muy abundantes en la naturaleza. El primer término de la serie, el metano, se desprende en los pantanos como producto de la descomposición de sustancias orgánicas por acción de bacterias anaerobias (es decir, en ausencia de aire); de ahí su antiguo nombre de gas de los pantanos. También se desprende en las minas de carbón (grisú), donde puede provocar peligrosas explosiones. Es el principal componente del gas natural, cada día más utilizado por ser un combustible limpio y de elevado poder calorífico. Los demás alcanos se hallan contenidos en el gas natural y en el petróleo, del que pueden obtenerse muchos hidrocarburos saturados por destilación fraccionada. El propano y el butano son constituyentes del gas natural y del gas de los pozos petrolíferos, de los cuales se pueden separar por fraccionamiento. Se utilizan como combustibles, comercializándose licuados bajo presión en bombonas, a diferencia del gas natural, que se suministra por cañerías.
La materia puede presentarse en dos formas distintas: homogénea y heterogénea, según que sus propiedades y su composición sean las mismas en cualquier punto o cambien al pasar de un punto a otro. La homogeneidad, tal como se entiende en química, es, pues, homogeneidad respecto a la subdivisión.
En cambio, un material heterogéneo es una mezcla en la que cada porción homogénea de la misma constituye lo que se denomina una fase. Una roca de granito, por ejemplo, es un material heterogéneo en el que se pueden observar a simple vista distintos componentes: partículas pequeñas y oscuras de mica, cristales de cuarzo duros y transparentes, y cristales oblongos y grises de feldespato. Cada fase de una mezcla presenta distintas propiedades y la separación de las mismas puede en general realizarse por medios mecánicos.
Sustancia pura y disolución
Una sustancia pura o especie química es una fase homogénea de composición constante. Si la composición de una fase homogénea puede variar se habla de disoluciones. Las disoluciones pueden ser de distintos tipos, pero las más comunes son de un sólido en un líquido; por ejemplo, de sal común en agua.
La composición de una sustancia o cuerpo puro no varía con los cambios de estado. Así, el agua tiene la misma composición en forma de hielo, de agua líquida o de vapor. Si se varía la presión, la temperatura de fusión (o solidificación) de una sustancia pura también varía, pero tampoco en este caso cambia la composición del líquido (o sólido) que se obtiene. En cambio, la composición de una disolución sí varía con los cambios de estado o con los cambios de presión y temperatura. Por ejemplo, si se enfría una disolución en agua caliente de sal común, parte de la sal precipita, ya que la sal es más soluble en agua caliente que en agua fría.
Elementos y compuestoS químicos
El agua y el azufre, por ejemplo, son sustancias puras, pero la primera es un compuesto y la segunda es un elemento o, en otras palabras, la molécula de agua está formada por dos átomos de distinto tipo (hidrógeno y oxígeno), mientras que la molécula de azufre está formada únicamente por átomos de azufre. Si sometemos el agua a cambios de estado, su composición no varía (es una sustancia pura), pero por medios químicos podemos descomponerla en hidrógeno y oxígeno, sus elementos constituyentes. Esto puede lograrse, por ejemplo, haciendo pasar vapor de agua sobre hierro calentado al rojo: el hierro extraerá el oxígeno de las moléculas de agua dando origen a la formación de un óxido de hierro, mientras que el hidrógeno quedará libre.
Con el azufre es imposible hacer algo así: podemos calentarlo y su molécula pasará de una forma (alotrópica) a otra, pero seguirá estando formada únicamente por átomos de azufre. También podemos intentar hacerlo reaccionar con otro elemento o con un compuesto, pero siempre tendremos lo mismo: azufre que no ha entrado en combinación o bien azufre que se ha combinado con otros elementos, nunca dos componentes distintos de esa sustancia que a la que llamamos azufre, por la simple razón de que se trata realmente de un elemento químico y, por lo tanto, está constituido por un único tipo de átomos.
Disoluciones
Las disoluciones o soluciones son sistemas formados de dos componentes: el disolvente y el soluto.
Se llama disolvente al componente más abundante, y soluto al que se halla en menor cantidad; sin embargo, en la práctica, en muchos casos no queda claramente delimitado cuál de los componentes es el soluto y cuál el disolvente.
En el lenguaje corriente, cuando se habla de disoluciones se suele hacer referencia a disoluciones de un soluto sólido en un disolvente líquido (casi siempre agua, con mucho el más común de los disolventes de sustancias inorgánicas), pero de hecho hay otros ocho tipos de disoluciones, ya que tanto el soluto como el disolvente pueden estar en estado sólido, líquido o gaseoso.
La mayoría de las reacciones químicas se producen con las sustancias reaccionantes disueltas, y para el reconocimiento de una sustancia o la determinación de algunas de sus características a menudo es conveniente recurrir a su disolución. De ahí la gran importancia que posee su estudio. Por ahora sólo indicaremos que conviene distinguir entre disoluciones diluidas (poco soluto), concentradas (bastante cantidad de soluto) y saturadas (aquellas en que el disolvente no puede admitir más soluto). En disolución acuosa muchos compuestos se ionizan y entonces estas disoluciones son conductoras de la electricidad.
Disolventes fundamentales para el químico son: el agua, el agua destilada, los ácidos y bases inorgánicos, la bencina, el alcohol ordinario, la acetona, el éter, el sulfuro de carbono, etcétera.
Dispersiones coloidales
La distinción entre mezcla y disolución a partir de su homogeneidad o heterogeneidad es muy precisa en el ejemplo del granito y puede asimismo ser suficientemente precisa en el caso de las suspensiones. Un ejemplo de suspensión puede ser la de arena muy finamente pulverizada mezclada en agua: a diferencia de lo que ocurriría si se tratase de una disolución, la arena acaba por depositarse, aunque lo hará tanto más lentamente cuanto menores sean las partículas. La explicación de este diferente comportamiento estriba en que en una suspensión las partículas están constituidas por agrupaciones de un número muy grande de moléculas, mientras que en una disolución las partículas son moleculares.
Un caso menos evidente es el de las dispersiones coloidales, en las que las partículas tienen un tamaño que, aun siendo considerablemente superior al de las partículas en disolución, es muy inferior al de las partículas de las suspensiones, hasta el punto de que las partículas coloidales pasan a través de todos los filtros corrientes y no se depositan ni siquiera después de un período de reposo prolongado. Para fijar ideas, se puede afirmar que si el tamaño de las partículas es mayor que 0,2 (micras, siendo 1 = 10-3 mm) nos hallamos ante una suspensión; cuando está comprendido entre 0,2 y 1 m (milimicra, 10-6 mm), se trata de una dispersión coloidal, y si es menor que 1 m, se puede hablar propiamente de disolución. En el caso de las dispersiones coloidales, se habla de fase dispersa y de medio de dispersión, conceptos equivalentes a los de soluto y disolvente usados en el caso de las disoluciones. Como en el caso de las disoluciones, existen nueve tipos distintos de dispersiones coloidales, correspondientes a los tres posibles estados de la fase dispersa y del medio dispersante.
Separación de mezclas heterogéneas
En muchas ocasiones, tanto en el laboratorio como en la industria, se plantea la necesidad de separar los distintos componentes de una mezcla. Entre las distintas técnicas que se emplean con este fin cabe mencionar las siguientes:
Para separar sólidos de líquidos:
Separación por decantación, que consiste en dejar que el sólido acabe por depositarse en el fondo de un recipiente (en ocasiones, la decantación puede acelerarse por centrifugación);
Separación por filtración, en la que se utiliza un material (papel de filtro, porcelana porosa, etc.) que por el tamaño de sus poros permite el paso del líquido pero no el de las partículas sólidas;
Separación por centrifugación, basada en que las partículas en suspensión o en dispersión resultan afectadas por la fuerza centrífuga, con lo que tienden a escapar de la masa del líquido (esta técnica se emplea, por ejemplo, en la industria azucarera).
Para separar sólidos de sólidos:
Separación magnética, utilizable para extraer, por ejemplo, partículas de hierro o de otro metal ferromagnético de una mezcla;
Separación por levigación, que se basa en someter la mezcla a un chorro de agua, que arrastra con mucha mayor facilidad las partículas menos densas (se usa, por ejemplo, para separar una mezcla de arena y oro, aprovechando que este último es mucho más denso);
Separación por disolución, que puede usarse, por ejemplo, para extraer la sal de una mezcla de arena y sal: se añade agua, con lo que la sal se disuelve, y después, tras filtrar la disolución, el agua se evapora, con lo que la sal precipita.
Para separar líquidos inmiscibles:
Separación por centrifugación, según el principio ya explicado (también se emplea para la separación de emulsiones);
Separación por decantación, que en este caso suele hacerse usando un embudo de decantación, el cual, al abrir su llave, permite la salida del líquido de mayor densidad.
Separación de disoluciones
La separación de los diversos componentes de una disolución es más difícil que la de los componentes de una mezcla, ya que en este caso los medios puramente mecánicos no son efectivos y es preciso recurrir al calentamiento de la disolución para llevar a cabo la separación a partir del vapor:
Disolución de un sólido en un líquido: separación por evaporación, que se realiza calentando la disolución en una vasija abierta y poco profunda, con lo que, al irse evaporando el líquido, la disolución se va concentrando y, si se prosigue hasta la total evaporación del líquido, se obtiene el soluto precipitado.
Disolución de un líquido en otro: separación por destilación simple, aplicable cuando los puntos de ebullición de los dos líquidos son notablemente diferentes y en la que se procede calentando la disolución hasta una temperatura algo superior al punto de ebullición del líquido más volátil y condensando por enfriamiento el vapor recogido.
Disolución de varios líquidos en otro líquido: separación por destilación fraccionada, que se basa en que cada líquido tiene un punto de ebullición distinto; puede realizarse en una sola operación mediante las llamadas columnas de fraccionamiento, tal como se hace en el caso del petróleo crudo.
El fútbol es sin dudas el deporte más popular en Argentina. Por eso, no sorprende que su selección haya estado durante toda su historia entre las más destacadas a nivel mundial. Campeona de dos mundiales (1978 y 1986) y finalista de otros 3 (1930, 1990 y 2014), han sabido llevar la celeste y blanca jugadores de la talla de Mario Alberto Kempes, Diego Maradona, Gabriel Batistuta y Lionel Messi.
Primeros años
En 1930, la selección argentina participó por primera vez en un campeonato mundial de fútbol. Con un equipo todavía amateur, llegó a la final, que perdió frente al seleccionado uruguayo -local- por 4 goles a 2.
En 1958, el equipo de Argentina se clasificó para el Mundial de Suecia, dejando atrás a Bolivia y a Chile. Luego de su brillante actuación en el Sudamericano de Chile del año anterior, donde arrasó con todos los rivales, las expectativas eran muy altas, pero los resultados fueron decepcionantes: una derrota por 6 a 1 frente al combinado checoslovaco significó el final de una esperanza, y también de toda una época del fútbol nacional.
Los campeonatos mundiales de Inglaterra (1966) y Alemania (1974) significaron nuevas decepciones. De modo que para el Mundial de 1978, y a pesar de la notoria ventaja que suponía jugar de local, no parecía haber demasiadas esperanzas de éxito para el seleccionado argentino. Sin embargo, la Junta militar que por entonces gobernaba en Argentina había convertido la organización de este campeonato Mundial, y la posible obtención del título, en un asunto de primera importancia para el Estado.
Más allá de las sospechas que todavía pesan sobre la legitimidad del título, lo cierto es que César Luis Menotti plasmó un equipo altamente competitivo, donde se destacaban figuras como Ubaldo Fillol, Daniel Passarella y Mario Kempes. Este conjunto venció en la final al combinado holandés por 3 a 1, con dos goles de Kempes y uno de Daniel Bertoni, obteniendo así la primera Copa del Mundo para Argentina.
Bajo las estelas de Maradona y Messi
En 1982, en España, casi con el mismo equipo más el importante agregado de Diego Maradona, la selección no consiguió pasar de las primeras rondas. En el siguiente Mundial, celebrado en México en 1986, bajo la dirección técnica de Carlos Salvador Bilardo y con el deslumbrante Maradona en el cenit de su carrera, Argentina derrotó en la final a Alemania por 3 a 2, con goles de José Luis Brown, Jorge Valdano y Jorge Burruchaga, otro de los jugadores destacados de esa selección, y obtuvo de este modo su segunda Copa del Mundo.
En Italia, en 1990, otra vez con Bilardo y Maradona al frente del equipo, Argentina llegó nuevamente a la final, gracias también a la acertada actuación de su arquero, Sergio Goycochea, consagrado como especialista en atajar penales. Esta vez el triunfo fue para Alemania. En 1994, en Estados Unidos, el equipo, que dirigía Alfio Basile, con el beneficioso antecedente de haber ganado las dos ediciones de la Copa América previas al Mundial, no pudo pasar más allá de las primeras rondas, pese a contar con un plantel altamente jerarquizado, en el que se destacaban Claudio Caniggia, Fernando Redondo, Gabriel Batistuta y, una vez más, Diego Maradona.
Lo mismo ocurrió en Francia 1998, con el equipo dirigido por Daniel Passarella, y en Corea-Japón 2002, por Marcelo Bielsa, quien fue el director técnico del primer equipo ganador del oro olímpico en Atenas 2004, triunfo que Argentina repitió en las Olimpiadas de Pekín 2008. Los anteriores trofeos olímpicos de fútbol se remontaban a Amsterdam 1928 y Atlanta 1996, ocasiones en las que la selección se hizo con la medalla de plata.
En el Mundial de Alemania 2006, el equipo dirigido por José Pekerman -que como técnico de los seleccionados sub-20 había ganado tres campeonatos mundiales- perdió ante Alemania en cuartos de final, en un partido en el que jugó un jovencísimo Lionel Messi.
Para el Mundial de Sudáfrica 2010 fue convocado como director técnico Diego Armando Maradona, quien organizó un equipo de jugadores con gran reconocimiento en el fútbol europeo, entre los cuales destacaban Messi, Carlos Tévez y Gonzalo Higuaín. En esa ocasión, el equipo albiceleste volvió a perder con Alemania en cuartos de final, y quedó en quinto lugar en los resultados definitivos.
Mayores logros obtuvo la selección en el Mundial 2014, celebrado en Brasil, donde llegó a disputar nuevamente el trofeo máximo frente a Alemania, que en el tiempo complementario de la final se impuso por un gol a cero. En esta edición del campeonato, en la que el equipo argentino fue dirigido por Alejandro Sabella, además de la excelente participación de Lionel Messi (nombrado mejor jugador del torneo), sobresalieron las figuras de los centrocampistas Ángel Di María y Javier Mascherano, que resultaron determinantes en el camino hacia el subcampeonato.
La fundación del Buenos Aires Lawn Tennis Club, en 1892, marcó el origen del desarrollo del tenis en la Argentina. Los hermanos Stanley Knight y L.H. Knight fueron quienes dominaron la escena de la competencia nacional durante casi un cuarto de siglo, entre 1900 y 1922.
En 1921 se fundó la Asociación Argentina de Tenis, que dos años más tarde se dio a conocer internacionalmente con la primera participación nacional en la Copa Davis. Sin embargo, el tenis argentino no brilló con luz propia sino a partir de la década de 1950, con la aparición de tres grandes figuras: Enrique Morea, Mary Terán de Weiss y Alejo Russel. En la década siguiente se destacó la solitaria figura de Norma Baylon, y en 1970 surgió el primer ídolo popular del tenis argentino: el marplatense Guillermo Vilas.
La figura de Vilas brilló sobre todo entre 1973 y 1983. A lo largo de esos diez años ganó dos veces el Abierto de Australia, una vez el Roland Garros y otra el Abierto de Estados Unidos (estos dos últimos los obtuvo en 1977), y llevó al seleccionado argentino junto con otra gran figura de aquella época, José Luis Clerc, a lugares muy destacados en diversas ediciones de la Copa Davis.
La brillante trayectoria de Vilas en el difícil circuito internacional produjo como fenómeno paralelo una rápida popularización de la práctica del tenis en Argentina.
Casi todos los clubes deportivos del país se vieron obligados a poner a disposición de sus socios pistas adecuadas para la práctica del tenis, al tiempo que los diarios y las revistas daban una cobertura hasta entonces inédita de los campeonatos más importantes.
En esa estela de entusiasmo por el tenis surgió la otra gran estrella de este deporte en Argentina, Gabriela Sabatini. Su carrera fue brillante, llegando a figurar en varias ocasiones y a través de largas temporadas entre las diez mejores jugadoras del mundo entre mediados de los ochenta y mediados de los noventa. Su máximo trofeo lo alcanzó al imponerse en el Abierto de Estados Unidos de 1990.
Una nueva generación hizo eclosión a inicios del siglo XXI. En 2002, David Nalbandian fue el primer tenista argentino finalista en el Torneo de Wimbledon. En 2004, la final de Roland Garros fue jugada por primera vez en la historia por dos argentinos; en ella, Gastón Gaudio venció a Guillermo Coria. Ese mismo año, Paola Suárez, campeona mundial en dobles, ganó la medalla de bronce en Atenas, junto a Patricia Tarabini. En 2005, en el Masters de Shanghai, por primera vez cuatro argentinos integraron el cuadro de los “8 maestros” del año; en la final de ese torneo, Nalbandian batió al suizo Roger Federer, por entonces número uno del mundo.
Entre las nuevas figuras surgió Juan Martín del Potro, quien en 2008 alcanzó el Top 10 con solo veinte años de edad y al año siguiente se consagró campeón del US Open. En los Juegos Olímpicos de Londres 2012 se hizo con la medalla de bronce en individual masculino, primera de esta categoría ganada por un tenista argentino.
Beckham, nacido en la localidad de Leytonstone el 2 de mayo de 1975, lo fue todo en el Manchester United, club que lo acogió en el año 1991 en sus equipos inferiores.
En 1993 firmó su primer contrato profesional y dos años después jugó como cedido cinco partidos con el Preston North End, poco antes de disputar su primer partido en la Premier League con el Manchester ante el Leeds. En 1996 debutó con la selección inglesa ante Moldavia y vivió su primer gran año deportivo. Ganó la FA Premiership, la Cup y fue designado mejor jugador joven del Reino Unido.
En la Copa del Mundo de Francia 98 le tocó vivir el aspecto menos agradable de la fama. Fue expulsado en el partido de octavos de final ante Argentina por una agresión a Simeone, su selección fue eliminada, se le responsabilizó de la derrota y su imagen pública y publicitaria se resintió notablemente. Fue un breve paréntesis, ya que en 1999 consiguió el mayor éxito de su carrera al ganar la Liga de Campeones en una apasionante final que se disputó en Barcelona. Cuando el reloj marcaba el minuto 90, el Bayern de Munich ganaba por 1-0 y el título parecía suyo. Dos goles en el tiempo de prórroga dieron el triunfo a los ingleses y encumbraron a Beckham a la élite futbolística. Por si fuera poco, la UEFA lo designó jugador más valioso de la competición.
En julio de ese mismo año se casó con Victoria Adams, una de las integrantes de las Spice Girls, grupo musical británico, con la que mantenía una larga relación y tenía un hijo en común. En 2001 fue nombrado Deportista del Año por la asociación de escritores deportivos británicos, Personalidad del Año por la redacción de deportes de la BBC y segundo mejor jugador del mundo por la FIFA. El Manchester utilizó el carisma de Beckham para introducirse en el, futbolísticamente hablando, inexplorado mercado asiático y la marca de ropa deportiva Adidas lo convirtió en su principal imagen publicitaria.
Con el Manchester United ganó, además del campeonato de la UEFA de 1999, seis ligas (1996, 1997, 1999, 2000, 2001 y 2003), dos copas (1996 y 1999) y una Charity Shield (1997). Con el Real Madrid se impuso en la Supercopa de España de 2003.
David Beckham, símbolo indiscutible del poderío económico y social del Manchester United durante un decenio, fichó en el verano de 2003 por el Real Madrid. El presidente del club madrileño, Florentino Pérez, consumada así una política encaminada a formar una plantilla, que la prensa calificó de “galáctica”, integrada por varios de los mejores futbolistas del mundo, incluidos el brasileño Ronaldo, el francés Zinedine Zidane y el portugués Luis Figo, todos ellos ganadores del “Balón de Oro”, el galardón anual que designa al mejor jugador europeo.