El sistema feudal es la organización social, política y económica basada en los feudos que se extendió por Europa tras la caída del Imperio romano de occidente y que predominó en los siglos IX-XV.
En los primeros siglos de la Edad Media, Constantinopla era el centro de la economía mediterránea. En el siglo VIII, el núcleo del Mediterráneo oriental se trasladó a las ciudades musulmanas de Damasco, primero, y Bagdad, después, mientras que la economía occidental se orientaba hacia un reforzamiento de los contactos con los germanos del norte. Dado que escaseaba el dinero y la agricultura era pobre, la ganadería constituía la principal fuente de riqueza.
La base de la nueva estructura económica fue el latifundio, laico o eclesiástico. Los pequeños propietarios cedían sus tierras a cambio de protección, lo cual solía comportar la pérdida de su libertad. Así aparecieron los siervos, que constituían la gran masa de la población campesina y estaban sujetos a las cargas y las reglas que les imponía el señor. De éstas, las dos más características eran la capitación, impuesto personal, y el formariage, prohibición de contraer matrimonio sin el permiso señorial. Más tarde, se les consideró también adscritos al predio en que trabajaban. Esta categoría servil estaba compuesta por los pequeños propietarios libres, los antiguos colonos y los esclavos.
Los villanos pagaban al señor un censo o renta fija por la tierra que cultivaban bajo contrato. En teoría eran libres, aunque estaban sujetos a muchas de las prestaciones de trabajo, monetarias o en especie de los anteriores. La nobleza constituía la cima de la pirámide jerárquica de la sociedad. Por encima de ella sólo se hallaba, aunque a menudo sólo fuera nominalmente, el rey.
Evolución del feudalismo
A lo largo del siglo IX, el sistema de relaciones feudales empezó a evolucionar y a extenderse a todas las capas sociales. La debilidad progresiva del poder central facilitó la adquisición de prerrogativas por parte de los señores y vasallos y los beneficios tendieron a convertirse en bienes hereditarios. Los condes dividieron el honor o alodio, en tenencias, repartiéndolas entre sus vasallos. Y éstos, convertidos a su vez en señores, pudieron procurarse sus propios vasallos concediéndoles en feudo una parte de sus tenencias.
Señores y vasallos
Desde los tiempos merovingios, los pequeños propietarios (hombres libres) buscaron la protección de un señor feudal poderoso. De este modo, y gracias al juramento de fidelidad en el que le ofrecían sus servicios, se convertían en sus vasallos, a cambio de lo cual el señor los ponía bajo su protección y les otorgaba un feudo o beneficio (homenaje). Los vasallos reales, hombres libres, debían servir ante todo como caballeros en las huestes del señor, aunque además solían prestar servicios administrativos y judiciales. Era costumbre que algunos vasallos prestaran servicios domésticos y el incumplimiento de este uso podía acarrearles la reducción a la esclavitud. El señor quedaba obligado a proteger y mantener a sus vasallos, hacerles justicia y garantizar la integridad de los bienes que les cedía en feudo.
Hundimiento del sistema feudal
La multiplicación de relaciones entre señores feudales y vasallos modificó sus respectivas obligaciones y a la larga originó el hundimiento del sistema feudal. El deseo de poseer más beneficios llevó a algunos a hacerse vasallos de varios señores y a subinfeudar luego las tierras conseguidas. El establecimiento de vasallos en los lugares donde se requería mayor vigilancia fue una de las consecuencias más importantes del feudalismo, contribuyó a la expansión del sistema y significó la aparición de variantes o peculiaridades locales. A partir del siglo XI, el sistema feudal empezó a desintegrarse.
Hipólito Yrigoyen ocupó la presidencia hasta 1922, año en que lo sucedió Marcelo Torcuato de Alvear (1868-1942). Aunque ambos eran radicales y habían luchado juntos en las duras batallas políticas desde finales del siglo XIX, eran también personalidades muy diferentes. La posteridad, de hecho, ha recogido imágenes más bien opuestas de ambos.
A Yrigoyen se lo ve como una especie de dios Jano con dos caras: para unos fue el artífice del fin de un régimen “falaz y descreído”, según él definía a los gobiernos de la oligarquía; para otros, fue un caudillo ignorante y demagogo, ejemplo de los peores vicios de la democracia. A Alvear, en cambio, se lo suele ver como uno los grandes presidentes del viejo régimen, y su política se considera asimilable con los vicios y las virtudes de aquél.
En cualquier caso, ambos se enfrentaron a parecidos problemas, derivados de su intención de poner en pie y consolidar las instituciones democráticas, y de conducir por los nuevos canales del voto universal la representación, la negociación de intereses y las demandas de reforma de la sociedad que el radicalismo había asumido como bandera.
Inesperada decisión
La tendencia reformista y democratizadora del radicalismo caracterizaba contemporáneamente a otros países de América Latina: a Uruguay, con el presidente Batlle y Ordóñez; a Chile, con Arturo Alessandri; a Perú, con el movimiento del APRA, que, aunque no triunfó, conmovió las estructuras oligárquicas; a México, aunque mediante una revolución sangrienta, con los acontecimientos que eliminaron el régimen oligárquico que se había prolongado desde el período colonial hasta la caída de Porfirio Díaz.
En Argentina, la Constitución Nacional impedía la reelección presidencial. De modo que Yrigoyen debía buscar un sucesor, y esperar los seis años que gobernaría éste para poder presentarse nuevamente como candidato. Inesperadamente, Yrigoyen propuso a Marcelo T. de Alvear. La propuesta resultó sorprendente, porque Alvear no pertenecía a los círculos yrigoyenistas, estaba vinculado al sector del patriciado radical y era considerado por la elite como uno de los suyos.
Pero la decisión, como es obvio, no había sido arbitraria. Alvear, alejado de la conducción directa del partido, dado que por entonces se desempeñaba como embajador en Francia, debía necesariamente mantenerse fiel al líder que lo había elegido. Por otra parte tendría a su lado, como vicepresidente, a Elpidio González, un yrigoyenista histórico.
Negociaciones y pactos
La designación de Alvear puede interpretarse además como un intento de acercamiento al grupo patricio nacido de la revolución de 1890, y que condujo, con Alem, a la escisión que dio lugar al nacimiento de la UCR. Es posible que Yrigoyen y los hombres cercanos a él buscaran con este gesto aliviar las tensiones de los sectores agroexportadores que no eran hostiles al radicalismo; ello habría permitido un reagrupamiento de fuerzas en las filas partidarias.
La candidatura de Alvear se impuso con facilidad, obteniendo el 40 por ciento de los votos emitidos. El radicalismo ganó en todas las provincias a excepción de San Juan y Mendoza, donde los partidarios de dos disidentes, Cantón y Lencinas respectivamente, representaban movimientos de fuerte arraigo local.
La composición del gabinete reflejaba, precisamente, la presencia mayoritaria del ala patricia del partido, lo que no dejó de provocar protestas entre los militantes de clase media. Estas designaciones y esas protestas no eran casuales. Los grupos aristocráticos impusieron dos condiciones para cooperar con Alvear: que no se produjeran intervenciones federales en las provincias y que el gasto público estuviera estrictamente controlado por el Congreso. Esta última exigencia implicaba el abandono por parte de Alvear de las prácticas que habían sido moneda corriente durante la presidencia de Yrigoyen, sobre todo la del aumento del gasto público por decreto, para financiar el otorgamiento de cargos públicos. Una exigencia que, por otra parte, se hacía más acuciante que nunca, ya que en 1921 -es decir, poco antes de abandonar el poder- había incrementado aún más el presupuesto para cubrir el gasto público.
Gestión económica inicial
La composición del gabinete de Alvear parecía responder a las exigencias de los sectores conservadores. Por otra parte, para cubrir el déficit dejado por la gestión de Yrigoyen, el gobierno se vio obligado a recurrir a préstamos de corto plazo, lo que originó una deuda flotante.
Al comienzo de su gestión, Alvear pareció inclinarse por una solución drástica, que parecía anunciar despidos masivos en la administración pública. Pero, seguramente después de prever las consecuencias políticas de semejante medida, prefirió actuar con mayor cautela y adoptar otras opciones, como la de incrementar los ingresos fiscales con el aumento de los impuestos a las importaciones.
Esto, sin embargo, no dejó de provocar nuevas dificultades. Las importaciones se habían reducido, y esas restricciones generaron problemas en el terreno laboral. Entre otras frustraciones, Alvear debió dar marcha atrás en un proyecto de jubilaciones para algunos grupos de trabajadores del sector privado.
De todas formas, la repercusión del descenso de las exportaciones no fue muy importante, debido a la expansión de la agricultura, sobre todo de los cultivos industriales, que gozaban de precios sostenidos en el mercado mundial. Esto compensó la menor competitividad coyuntural de los tradicionales productos ganaderos. Sin embargo, los saldos de la balanza comercial no lograron una estabilidad definitiva. Fueron inferiores a los del boom de la época de la Primera Guerra Mundial y de la posguerra, pero muy superiores a los del período anterior a la guerra.
Gestión económica final
En los últimos años de la gestión de Alvear, el presupuesto ya no presentaba déficit, las reservas de oro habían aumentado, el peso argentino era una moneda respetada en el extranjero y el país había recuperado su crédito externo. Los créditos tomados en el exterior tuvieron como consecuencia el aumento de la deuda externa, cosa que no preocupaba excesivamente al gobierno, confiado en el buen futuro de la economía nacional.
El aumento de las tasas de importación supuso cierta política proteccionista en favor de la industria. Aunque estas medidas no se habían tomado con la intención de favorecer la producción nacional -lo que se buscaba en realidad era obtener fondos para financiar las políticas sociales-, ésa fue su consecuencia real más destacada. Ello tuvo una importancia adicional, dado que en ese período se profundizó la rivalidad entre los capitales ingleses y norteamericanos por el control de las inversiones en el país. Los capitales de Estados Unidos se volcaron sobre la industria, mientras los provenientes de Inglaterra siguieron interesados preferentemente en el sector servicios y en el financiero.
Crisis del radicalismo
Una de las cuestiones políticas de mayor envergadura durante la presidencia de Alvear fue la de las divisiones producidas en el seno del partido gobernante. Las diferencias internas dentro del partido radical se sumaron a las que se producían entre el aparato de éste y el gobierno, alcanzando su punto crítico en 1923, cuando comenzaron a circular rumores acerca de los proyectos de restricción del gasto público.
Alvear hizo una serie de concesiones a los comités partidarios, que lo distanciaron de los miembros conservadores de su gabinete ministerial. Se produjeron algunas renuncias, que de todas formas no llegaron a calmar la oposición de los yrigoyenistas. A fines de 1923, incluso la propia figura de Alvear comenzó a ser cuestionada por sus correligionarios.
Ese mismo año fue designado ministro del Interior Vicente Gallo, figura notoria del denominado grupo Azul de la UCR, que mantenía estrechas relaciones con otra personalidad importante de ese sector, Leopoldo Melo. Gallo se convirtió rápidamente en el líder de la tendencia antiyrigoyenista, también denominada “antipersonalista”.
El partido estaba formalmente dividido. La denominación que adoptaron los escindidos tendió a marcar sus diferencias con la metodología política del patronazgo, que favorecía a los miembros de los comités partidarios. Sin embargo, Gallo no vaciló en recurrir a las mismas técnicas que Yrigoyen para lograr el apoyo popular, lo cual lo llevó hasta presionar a Alvear para el restablecimiento del patronazgo.
Alvear cedió a esos reclamos sólo en parte, aceptando un aumento limitado del presupuesto. En cambio, se negó a ordenar intervenciones federales para desalojar a los yrigoyenistas de las provincias. El presidente quiso imponer su autoridad para lograr la reunificación partidaria, pero hacia finales de 1925 era evidente que los yrigoyenistas no habían podido ser desplazados.
Gallo renunció como ministro del Interior al fracasar en la tentativa de sumar a los ministros más conservadores en favor de una expansión del gasto público destinada a combatir a los yrigoyenistas. Además, los “antipersonalistas” no lograron apoyos consistentes, salvo en Santa Fe, su baluarte tradicional. En 1926, ya nadie parecía dudar que Yrigoyen volvería a ser el candidato radical a la presidencia.
Otro elemento importante en el panorama político de la época fue la escisión que se produjo en el seno del socialismo, que dio lugar a la formación del Partido Socialista Independiente. Integrada por algunos de los militantes más antiguos del viejo partido, esta formación estaba dispuesta a establecer alianzas con los conservadores y los “antipersonalistas”.
Las características físicas de todas las personas no son fruto del azar sino que vienen regidas por las leyes de la herencia, las cuales fueron descubiertas por Mendel a mediados del siglo XIX y luego olvidadas, y redescubiertas a comienzos del siglo XX.
Mendel, el padre de la genética
Hasta 1866 nadie había intentado explicar de modo científico algo tan evidente como la transmisión de caracteres de padres a hijos. Johann Gregor Mendel fue un religioso checo que vivió gran parte de su vida en un convento de la República Checa. Conocedor del cálculo de probabilidades, realizó multitud de cruzamientos entre plantas de guisantes. A partir de ellos observó cómo se distribuían caracteres o rasgos concretos para intentar descubrir las leyes que rigen su transmisión.
A partir de los resultados de sus observaciones, Mendel formuló tres conclusiones conocidas con el nombre de leyes de Mendel y que constituyen la base de la genética actual.
A pesar de su importancia, los trabajos de Mendel no fueron tomados en consideración por la comunidad científica hasta transcurridos alrededor de 50 años.
Algunos conceptos básicos
La información responsable de los caracteres hereditarios se encuentra en los genes. Un gen es un fragmento de ADN (o ARN en algunos virus) que lleva la información para un carácter. En la época de Mendel no se conocía la biología molecular; lo que en la actualidad se denomina gen es lo que Mendel en su día denominó factor hereditario: unidad en que se transmite el material genético.
Pueden existir distintas versiones de un mismo gen, llamadas alelos; por ejemplo, un cierto gen determina el color de la flor de guisante. Pero este gen presenta varias versiones o alelos, lo que significa que uno determinará la aparición del color rojo en la flor, y otro, la del color blanco.
Los organismos diploides tienen los cromosomas ordenados por parejas, y por ello presentan también dos versiones de un mismo gen, es decir, dos alelos para un mismo carácter.
Si los dos alelos son iguales, el individuo es homocigótico; si son distintos, heterocigótico.
En los individuos homocigóticos para un gen está claro que se expresará el carácter determinado por el alelo que posee. Siguiendo con el ejemplo de la flor del guisante, un individuo que presenta dos alelos iguales que significan color rojo (homocigótico) va a presentar todas sus flores únicamente de color rojo.
¿Qué ocurre en un individuo heterocigótico, es decir, con dos versiones distintas de un mismo gen?
Pueden ocurrir dos cosas:
a) Uno de los alelos “anula” el efecto del otro. Al primero se le denomina alelo dominante; al segundo, alelo recesivo. Los alelos dominantes se suelen expresar con letras mayúsculas; los recesivos, con las correspondientes minúsculas.
Existen muchos caracteres dominantes, es decir, que se manifiestan también en los individuos heterocigóticos: el color blanco de la lana del borrego, los ojos rojos de la mosca Drosophila y el pelo corto en los conejos, entre otros.
En el caso del ser humano, algunos ejemplos de caracteres dominantes son: la piel oscura, el pelo rizado y la capacidad de enrrollar la lengua.
Algunas enfermedades están determinadas por un alelo dominante, como la calvicie prematura en el sexo masculino o la acondroplasia que supone un menor desarrollo de los huesos largos de las extremidades.
Sin embargo, la mayoría de las enfermedades humanas son debidas a un alelo recesivo. Las más conocidas son el albinismo, que consiste en la falta de pigmentación tanto en la piel como en el pelo, y la galactosemia: los niños que la padecen son incapaces de digerir el azúcar presente en la leche, por lo que acumulan sustancias tóxicas que darán lugar, entre otros síntomas, a retraso mental y cataratas. Estos efectos son, sin embargo, fáciles de prevenir si la enfermedad se detecta a tiempo y se les suministra una dieta carente de leche y de todos los derivados de ésta que posean lactosa.
b) Ambos alelos se expresan simultáneamente dando lugar a un carácter intermedio. Entonces se dice que son codominantes.
Otros casos que se han detectado en la naturaleza de codominancia son:
El color de la piel en los cobayas puede ser amarillo, crema o blanco. Los heterocigóticos, que presentan un alelo de cada tipo, son de color crema.
La forma del rábano puede ser larga, redonda u oval (este último caso es el heterocigótico).
En el caballo palomino, el color dorado se debe a la presencia de un par de alelos codominantes. Los correspondientes homocigóticos presentan colores castaño rojizo y crema, respectivamente.
En la reproducción sexual, dos gametos o células, una procedente del padre y otra de la madre, se fusionan para dar lugar a una célula huevo, a partir de la cual se desarrollará un nuevo individuo.
Estos gametos son haploides y, por tanto, sólo van a tener una versión de cada gen. Todos los gametos de un individuo homocigótico para un determinado gen son completamente iguales.
Ahora bien, en un individuo heterocigótico se pueden originar dos tipos distintos de gametos según el alelo concreto que porten.
Por último, cuando decimos que un individuo es BB (por ejemplo) estamos hablando de su genotipo (dotación genética concreta). Sin embargo, si nos referimos al carácter observable que ese genotipo determina, por ejemplo “color blanco”, estamos aludiendo a su fenotipo.
Fenotipo y genotipo de un organismo
El genotipo de un organismo es el conjunto de genes que presenta. El fenotipo, en cambio, es el conjunto de características observables, por ejemplo, ser rubio o moreno, etc. El genotipo no cambia durante la vida del individuo, mientras que el fenotipo sí lo hace, como sucede durante el crecimiento que cambia la apariencia del individuo o la exposición al Sol que hace que nuestra piel se torne más oscura.
A veces el genotipo no basta para determinar un fenotipo concreto, sino que tienen también que coincidir circunstancias ambientales concretas. Por ejemplo, hay enfermedades que parecen presentar una cierta predisposición a aparecer, pero exigen que se dé además alguna circunstancia ambiental como ciertos abusos alimentarios, contacto con determinados agentes infecciosos, etcétera.
Francis Galton (1822-1911) empleó los términos naturaleza y crianza para referirse a los papeles desempeñados por la herencia y el ambiente en la aparición de un determinado carácter.
Para expresar esta interacción entre los genes y el medio ambiente nace el concepto de heredabilidad. Por ejemplo, según este criterio, la heredabilidad del peso del huevo de las gallinas es del 60%, mientras que el número de huevos sólo presenta una heredabilidad del 20%. Otro ejemplo sería en la especie humana, donde la estatura tendría un 80% de heredabilidad, mientras que la aptitud aritmética, un 12%.
Por otra parte, cabe destacar que determinados fenotipos resultan de la interacción de varios genes distintos. Muchas veces estos genes tienen efectos aditivos: la diferencia en la pigmentación de la piel entre blancos se debe a la acción de varios genes cuyos efectos se suman. Es un caso de herencia poligénica.
Se habla de alelos múltiples cuando, para un solo gen, existen más de dos alelos distintos. Lógicamente, cualquier organismo diploide sólo podrá llevar dos alelos. En los seres humanos uno de los casos más típicos es el del grupo sanguíneo (sistema ABO), para el cual existen tres versiones distintas de un gen: i, IA, IB; según las distintas combinaciones posibles entre ellos, aparecen individuos del grupo O, A, B y AB.
Johanne Gregor Mendel fue un importante biólogo nacido en Hyncice, actual República Checa, el 20 de Julio de 1822. Vivió hasta la edad de 61 años, falleciendo el 6 de enero de 1884, en Brno.
Primeros años
Su padre era veterano de las guerras napoleónicas y su madre, la hija de un jardinero. Tras una infancia marcada por la pobreza y las penalidades, en 1843 ingresó en el monasterio agustino de Königskloster, cercano a Brünn, donde tomó el nombre de Gregor y fue ordenado sacerdote en 1847.
Residió en la abadía de Santo Tomás (Brünn) y, para poder seguir la carrera docente, fue enviado a Viena, donde se doctoró en matemáticas y ciencias (1851). En 1854 se convirtió en profesor suplente de la Real Escuela de Brünn, y en 1868 fue nombrado abad del monasterio, a raíz de lo cual abandonó de forma definitiva la investigación científica y se dedicó en exclusiva a las tareas propias de su función.
Sus obras más conocidas
El núcleo de sus trabajos -que comenzó en el año 1856 a partir de experimentos de cruzamientos con guisantes efectuados en el jardín del monasterio- le permitió descubrir las tres leyes de la herencia o leyes de Mendel, gracias a las cuales es posible describir los mecanismos de la herencia y que fueron explicadas con posterioridad por el padre de la genética experimental moderna, el biólogo estadounidense Thomas Hunt Morgan (1866-1945).
En el siglo XVIII se había desarrollado ya una serie de importantes estudios acerca de hibridación vegetal, entre los que destacaron los llevados a cabo por Kölreuter, W. Herbert, C. C. Sprengel y A. Knight, y ya en el siglo XIX, los de Gärtner y Sageret (1825). La culminación de todos estos trabajos corrió a cargo, por un lado, de Ch. Naudin (1815-1899) y, por el otro, de Gregor Mendel, quien llegó más lejos que Naudin.
Las tres leyes descubiertas por Mendel se enuncian como sigue: según la primera, cuando se cruzan dos variedades puras de una misma especie, los descendientes son todos iguales y pueden parecerse a uno u otro progenitor o a ninguno de ellos; la segunda afirma que, al cruzar entre sí los híbridos de la segunda generación, los descendientes se dividen en cuatro partes, de las cuales una se parece a su abuela, otra a su abuelo y las dos restantes a sus progenitores; por último, la tercera ley concluye que, en el caso de que las dos variedades de partida difieran entre sí en dos o más caracteres, cada uno de ellos se transmite de acuerdo con la primera ley con independencia de los demás.
Para realizar sus trabajos, Mendel no eligió especies, sino razas autofecundas bien establecidas de la especie Pisum sativum. La primera fase del experimento consistió en la obtención, mediante cultivos convencionales previos, de líneas puras constantes y en recoger de manera metódica parte de las semillas producidas por cada planta. A continuación cruzó estas estirpes, dos a dos, mediante la técnica de polinización artificial. De este modo era posible combinar, de dos en dos, variedades distintas que presentan diferencias muy precisas entre sí (semillas lisas – semillas arrugadas; flores blancas-flores coloreadas, etc.). El análisis de los resultados obtenidos le permitió concluir que mediante el cruzamiento de razas que difieren al menos en dos caracteres, pueden crearse nuevas razas estables (combinaciones nuevas homocigóticas).
Reconocimiento
Pese a que remitió sus trabajos con guisantes a la máxima autoridad de su época en temas de biología, W. von Nägeli, sus investigaciones no obtuvieron el reconocimiento hasta el redescubrimiento de las leyes de la herencia por parte de H. de Vries, C. E. Correns y E. Tschernack von Seysenegg, quienes, con más de treinta años de retraso, y después de haber revisado la mayor parte de la literatura existente sobre el particular, atribuyeron a Johann G. Mendel la prioridad del descubrimiento.
Una familia de palabras (familia léxica o familia etimológica) está formada por un conjunto de palabras que comparten el mismo lexema o raíz y que, por lo tanto, tienen cierta relación de significado.
Para crear una familia de palabras debemos agregar a una raíz los diferentes lexemas que esta admita, tanto prefijos como sufijos. Podemos diferenciar diversos tipos de familias de palabras:
Relacionadas por su significado
Son aquellas palabras que poseen cierto significado en común o que se relaciona. Podemos distinguir entre:
Palabras primitivas: aquellas que dan origen a otras que surgirán de ellas. En el ejemplo anterior, la palabra primitiva es “educación”. A su vez, estas palabras están formadas por dos partes que no poseen significado por sí solas: una invariable (la raíz) y otra variable (la desinencia).
Palabras derivadas: son aquellas que se forman a partir de una primitiva, ya que poseen su misma raíz y su significado se relaciona con el de la otra. Son palabras derivadas de “educación”: educacional, educativo, educando, etc. Para derivar las palabras primitivas, usaremos:
Sufijos: que son terminaciones de palabras que no tienen significado por sí solas. Por ejemplo: -acional, -ativo, -ando, etc.
Prefijos: partículas que se pueden anteponer a una palabra para formar una nueva, relacionándose con el significado anterior o significando s contrario. Veamos algunos de los prefijos más comunes de nuestro idioma: a-, sub-, des-, extra-, in-, pre-, pro-, su-, sus-, bi-, geo-, bis-, ab-, ob-, obs-, biblio-, filo-, equi-, etc.
Aumentativos y diminutivos
Se trata de un tipo de sufijos muy especiales que aumentan (aumentativos) o disminuyen (diminutivos) el significado de una palabra. Algunos los sufijos aumentativos son: ote-ota- on -ona-aza-azo. Un ejemplo es camisa—–> camisón.
Por otro lado, algunos de los sufijos diminutivos son: ito – ita – illo – illa – cito – cita – cillo – cilla. En este caso, un ejemplo podría ser camisa—–>camisita.
Palabras compuestas
Son aquellas que se forman a partir de dos palabras que, al unirse, forman una nueva con un significado que no está necesariamente relacionado con el de las otras. Por ejemplo: lavarropas, pararrayos, antesala, subibaja, etc.
Suele pensarse a estos dos géneros literarios como sinónimos. Sin embargo, no tienen el mismo significado. En el siguiente artículo se detalla cada uno de ellos y se explican sus principales diferencias.
Los mitos son relatos anónimos, es decir, de autor desconocido y transmitidos de generación en generación por lo que se los considera tradicionales.
Es una narración de sucesos transformados por la fantasía de los pueblos a lo largo del tiempo; siempre aparecen en ellos elementos maravillosos que explican sucesos de la naturaleza o religiosos. El origen del universo, de los seres humanos y los fenómenos naturales son explicados a través de estas narraciones que todavía nos deleitan. Entonces, entendemos por mito a un relato antiguo, simbólico y de carácter religioso.
La leyenda surge de la necesidad de diversos pueblos de explicar la existencia de algo. A diferencia de los mitos, los sucesos suelen basarse en hechos reales, que se transmitieron de generación en generación y que, además, se relacionan con el pueblo que le dio su origen. Debido a esto, suelen aparecer descripciones detalladas de la geografía del lugar.
Es una narración de un suceso maravilloso, que se basa en algo real pero transformado por la fantasía popular. Sus personajes pueden ser animales, dioses y seres humanos que tienen relaciones con esos dioses y a través de los cuales se realizan actos maravillosos. Los temas de las leyendas se agrupan en:
Religiosos: historias de justos y pecadores, pactos con el demonio, doctrina de reencarnación, episodios de la vida de santos.
De la naturaleza: caracteres de los animales, origen de las plantas y sus virtudes médicas, explicación de fenómenos atmosféricos, interpretación de las formas del relieve geográfico, entre otros.
Históricos: episodios guerreros, identificación de ruinas y monumentos, historias de linajes familiares, de la conquista, etc.
Sobrenaturales: sueños, alucinaciones, intervención de poderes mágicos, historias de ultratumba y numerosas versiones según la región.
Se parecen a los mitos porque muchas veces explican creaciones pero son más terrenales, es decir, se conectan más con su pueblo y su lugar. Las leyendas tratan de dar una explicación acerca de la existencia o el origen de seres, de la Madre Tierra, de los territorios, etc. El conflicto entre los seres reales se soluciona con la intervención de fuerzas sobrenaturales como dioses, duendes, magos y elementos de la naturaleza con poderes especiales.
El término poesía proviene del griego poiesis, que significa “creación”. Desde la cultura grecolatina, poetas y estudiosos han tratado de definir el concepto de poesía y de explicar su origen, propiedades y funciones, así como las peculiaridades del lenguaje poético. Con el transcurso del tiempo, la poesía se asocia a toda creación literaria en la que el lenguaje poético aparece moldeado y sujeto a las leyes del ritmo métrico y de la rima.
Características de la obra poética
La poesía tiene tantas posibilidades de manifestación que harían falta cientos de páginas dedicadas únicamente a este género para exponer todas sus formas, reglas, posibilidades y recursos. A modo de ejemplo, destacaremos que puede ir desde formas sujetas a rima y métrica, como el soneto, hasta versos libres, sin rima ni medida establecida; los poemas pueden estar formados por estrofas o no… La mejor forma de conocer la poesía es leerla con frecuencia y, a la hora de escribirla, contar con libertad total más allá de toda regla, o bien observarlas cuando se considere oportuno para lograr el resultado esperado.
Antes de escribir poesía conviene que leas, de forma incansable, poetas de todas las épocas y estilos y que escribas de forma personal y mantengas una relación viva y sensible con lo que te rodea y con tu mundo interior.
El descubridor de la poesía
Se conoce como descubridor de la poesía al poeta francés Arthur Rimbaud, quien expreso que “la poesía es una manera especial de conocimiento, una especial visión de lo desconocido, de lo inaudito, de lo inefable”. Tanto en las obras poéticas como en el propio mundo interior es donde se encuentra la poesía; es el poeta el que debe descubrirla y desvelarla.
Arrhenius propuso definiciones precisas de ácido, base y sal basadas en su teoría de la disociación electrolítica.
Para Arrhenius, un ácido es cualquier sustancia que en disolución acuosa da iones H+ (o, para ser más precisos y puesto que estos iones se hidrolizan, iones H3O+), es decir que contiene hidrógeno reemplazable por un metal o por un radical positivo para formar sales; una base es cualquier sustancia que en disolución da iones hidroxilo OH- , es decir que contiene uno más grupos hidroxilo reemplazables por radicales ácidos negativos para formar sales; y una sal es un compuesto que se ioniza dando aniones distintos al ion OH- y cationes distintos al ion H3O+.
Una sal ácida (NaHSO4, KHCO3, etc.) es la que, además de dar cationes de uno o más metales (sales dobles), da iones H3O+; análogamente, una sal básica (ClSbO, Cl(OH)Ca, etc.) es aquella que, además de los aniones que corresponden a su radical ácido, da aniones OH-. Por oposición a las sales ácidas y a las básicas, las sales normales se denominan sales neutras.
Los iones H3O+ y OH-, cuya presencia caracteriza respectivamente las disoluciones acuosas de ácidos y de bases, se forman en realidad a partir de moléculas de agua que, respectivamente, incorporan o pierden un ion H+ o, lo que es lo mismo, un protón. Con otros disolventes distintos del agua, los ácidos y las bases se comportarían del mismo modo, es decir cediendo o aceptando protones, pero los iones formados serían distintos en cada caso.
Razonando a partir de estas y similares consideraciones, en 1923, Brönsted y Lowry propusieron, independientemente uno de otro, las siguientes definiciones de ácido y de base: Ácido es toda sustancia que puede ceder protones, y base toda sustancia que puede ganar protones. Es decir, un ácido es propiamente un dador de protones, mientras que una base es un aceptor de protones. Pero, puesto que el proceso de perder o ganar un protón es reversible, el ácido, al perder un protón, se transforma en una base y, a su vez, ésta, al ganarlo, se transforma en un ácido. Así, pues, un ácido y su base correspondiente forman un sistema conjugado.
Ácido Protón + Base
Como un protón no puede tener una existencia libre en disolución, debe incorporarse a otra sustancia que se comporta así como base. Los equilibrios se establecen pues en sistemas conjugados dobles del tipo:
Ácido1 + Base2 Ácido2 + Base1
En los que, cuanto más fuerte es un ácido, más débil es su base conjugada y, cuanto más fuerte es una base, más débil es su ácido conjugado. Ejemplos:
HCl + NH3 NH4 + + Cl-
H2SO4 + H2O H3O+ + HSO4 –
HSO4 – + H2O H3O+ + SO4 –
Según la teoría de Brönsted y Lowry, un ácido y una base pueden ser tanto compuestos moleculares como iones, y una misma sustancia molecular o iónica puede actuar en un caso como ácido y en otro como base. Por ejemplo, el agua actúa como base frente al cloruro de hidrógeno y como ácido frente al amoníaco. En disoluciones no acuosas se forman iones distintos de los iones H3O+ y OH-, pero el proceso es esencialmente el mismo; así, disueltos en amoníaco, NH3, sustancia que como disolvente tiene un comportamiento muy similar al del agua, los ácidos dan lugar a la formación de iones amonio, NH4 +, y las bases a la formación de iones amida, NH2.
La principal dificultad de las definiciones de ácido y base de Brönsted y Lowry es que sólo pueden aplicarse a reacciones que implican la transferencia de un protón, por lo que para que una sustancia pueda actuar como un ácido en el sentido de la definición de Brönsted-Lowry debe contener en su molécula un átomo de hidrógeno ionizable.
Sin embargo, hay muchas reacciones en las que una sustancia que de acuerdo con la teoría de Brönsted-Lowry no sería un ácido se comporta realmente como tal en el sentido más clásico del término (el de formador de sales). Así, por ejemplo, en ausencia de disolvente y, por lo tanto, sin que exista transferencia de protones, el dióxido de carbono, CO2, reacciona con un óxido básico como el óxido de calcio, CaO, para formar una sal:
CaO + CO2 CaCO3
El problema estriba esencialmente en el injustificado papel especial que la teoría de Brönsted-Lowry otorga al protón. Para superar esta dificultad, Lewis propuso en 1923 un innovador concepto de ácido y base. El nuevo punto de vista no tuvo apenas eco en el mundo científico hasta que el propio Lewis volvió a presentar sus ideas más ampliamente desarrolladas en 1938. De acuerdo con esta teoría, un ácido es toda sustancia (molecular o iónica) que puede aceptar un par de electrones, y una base toda sustancia que puede ceder un par de electrones. En otras palabras, un ácido debe tener su octeto de electrones incompleto y una base debe poseer un par de electrones solitarios. Entonces, la unión de un ácido y una base corresponde a la formación de un enlace covalente dativo o coordinado.
El concepto de base propuesto por Lewis coincide esencialmente con el de Brönsted-Lowry, ya que para que una sustancia pueda aceptar un protón (es decir, comportarse como base en el sentido de Brönsted-Lowry) debe poseer un par de electrones no compartidos. Por ejemplo, la molécula de agua, H2O, y el ion cloruro, Cl-, que pueden aceptar un protón, tienen las siguientes estructuras electrónicas:
O sea, que poseen un par de electrones no compartidos que pueden emplear para aceptar un protón, formando, respectivamente, el ion H3O+ y la molécula HCl:
Evidentemente, tanto el agua como el ion cloruro pueden comportarse como bases de Lewis cediendo un par de electrones no compartidos a un ácido. Vemos, pues, que, respecto al concepto de base de la teoría de Brönsted-Lowry, el concepto propuesto por Lewis no amplía de forma significativa el número de compuestos que pueden ser considerados como bases.
Sin embargo, el caso es radicalmente distinto para el concepto de ácido. Para empezar, hay sustancias que son ácidos de acuerdo con la definición de Brönsted-Lowry y que no lo son en el sentido de Lewis. Por ejemplo, para Lewis el HCl no es realmente un ácido sino la combinación de un ácido (H+) y una base (Cl-); ya vimos que el ion Cl- es una base tanto según la definición de Brönsted-Lowry como de Lewis y ahora justificaremos que el ion H+ es un ácido en el sentido de Lewis mediante la reacción:
H+ + H2O H3O+
En la que el H+ acepta un par de electrones de la molécula de agua para formar un ion H3O+, comportándose, por lo tanto, como un ácido. También deben ser considerados como ácidos en el sentido de Lewis los cationes metálicos, que aceptan pares de electrones al hidratarse o solvatarse. Y, volviendo a la reacción que escribimos más arriba entre el dióxido de carbono y el óxido de calcio:
CaO + CO2 CaCO3
También aquí debemos considerar que el CO2 es un ácido en el sentido de Lewis, ya que en esta reacción el átomo de carbono del CO2 acepta en covalencia dativa un par de electrones cedidos por el átomo de oxígeno del CaO:
El modelo de Lewis se utiliza en química orgánica para explicar el comportamiento catalítico de algunos compuestos que son ácidos de Lewis, pero, en general, cuando se estudian reacciones que tienen lugar en disolución acuosa o simplemente que implican una transferencia de protones, la generalización propuesta por Lewis resulta innecesaria y los químicos razonan en estos casos a partir de los conceptos de Arrhenius o de Brönsted-Lowry.